Cesarina Vighy

El ultimo verano

Al angel irascible,

que me ayuda a vivir

A mi hija,

que finalmente me ha

reconocido como madre

A mi jovencisimo nieto,

nacido filosofo

A mis gatos,

que sin saber leer ni escribir

han entendido este libro

La noche blanca

Lo mas tonto que se puede decir a un enfermo es que se le ve muy bien, que lo suyo es pura obsesion, que todo el mundo esta un poco pachucho, etcetera.

Pero lo mas triste llega cuando ya no te dicen nada, mejor dicho, cuando ya no saben que decir.

Solamente los medicos encuentran las palabras apropiadas, es lo que les ensenan en la universidad, y sales de su consulta aliviado, aunque en cuanto llegas al ascensor caes en la cuenta de que son embustes en concepto de emolumentos y pones la cara de Bob Hope cuando descubre un esqueleto en el armario: lo cierra enseguida como si no lo hubiera visto pero dos minutos despues grita horrorizado.

Pues bien, Z. se encuentra en la segunda fase, la triste. Llora con frecuencia, para su gran verguenza y para incomodidad de los presentes, sobre todo del angel irascible que vive con ella.

?Por que me ha tocado esta humillacion?

Siempre he estado bien y muy orgullosa de mi salud: desde hace decadas no tengo fiebre, tampoco gripe, llevo bien los anos. Claro, los anos. Aparentaba diez menos y la enfermedad me ha dado una docena mas de los que me corresponden.

Tengo esa edad en que la publicidad se sigue dirigiendo a ti con el fin de ofrecerte cremas «para pieles maduras» antes de brindarte polvos para dentaduras y compresas invisibles. Todo solo por continuar un juego que ya no te interesa con senores a los que los antioxidantes y las pildoras azules deberian otorgar la turgencia de un instante, mas fugaz de lo habitual.

Y ademas hace calor, demasiado calor, y el Verano Romano esta a punto de empezar con su estruendo nocturno, que tanto molesta a los neurastenicos y los envidiosos.

El quinto evangelio, la television, afirma que este es el verano mas caluroso de los ultimos cincuenta, cien, ciento cincuenta anos. Lo afirma con una ansiedad casi alegre, como si hubiese una competicion entre las ciudades, y Roma, con sus treinta y ocho grados, que «se sienten» como cuarenta, se encontrase en buena posicion para ganar el campeonato.

De todos modos, yo no salgo. Hemos intentado recorrer, en coche, los sitios que he pateado con placer durante anos; pero al centro no se puede pasar, alli hay demasiados escalones, alla no se puede aparcar… ?Al cuerno! Por suerte, conozco Roma como la palma de mi mano.

En cambio, no conozco nada los hospitales, todos tan blancos, inmensos, que se elevan cerca de la autovia de circunvalacion, en medio de pequenos desiertos hechos abarcando mas espacio del previsto, donde seguramente.tenia que haberse plantado un pequeno bosque, luego olvidado. Ciudadelas cuyo unico salvoconducto es el dolor; el sol, curiosamente, siempre cae a plomo, y has de guarecerte a la fuerza en el interior, en los bares si estan abiertos, en las salas donde personas con los ojos desorbitados, mas por miedo a la sentencia que fascinadas por lo que ven en las pantallas televisivas diseminadas por todas partes, esperan. Y prefieren esperar mucho tiempo.

Tambien hay sitios mas acogedores a los que luego te mandan. Jardines con kioscos, arboles llenos de pajaros, prados con gatos rollizos. Y una estructura grande de plastico, donde todos cantan, en dias establecidos, karaoke. En silla de ruedas.

Una vez que comprendes que la «rehabilitacion» es una coartada para los familiares, un engano para los pacientes, se rompe el hechizo. Desaparecido el jardin de Armida, ya solo ves a unos viejos avidos que se aferran insensatamente a la vida o a unos ninos con ojos nublados que se preguntan si aquella vida, la suya, se ha parado de verdad.

Poseida por ese amor loco que solamente pueden sentir por esta ciudad los romanos de adopcion, en especial los que son del sur del Po, Z. habia vivido siempre mas fuera que dentro. Regresar a casa siempre la habia puesto un poco melancolica, como volver a un confinamiento. Ahora que ya no sale y que su horizonte se ha reducido enormemente, descubre que la casa, la suya, es muy bonita. Grandes habitaciones desordenadas, con libros, cachivaches, revistas viejas amontonadas por doquier, por cuya causa ha sufrido constantes reproches, pero tambien ventanas por las que entran los arboles del faniculo y un pequeno balcon desde el cual, con solo asomarse, uno ve el fronton del Vittoriano. [1] Lo mejor, sin embargo, es el pasillo, largo, oscuro, tipico de los anos treinta, convertido en un fantastico gimnasio para pasear tambaleandose.

Piensa en aquel caballero que, tras hacer voto de ir a Jerusalen pero sin poder ausentarse durante tanto tiempo, cumplio el peregrinaje en su jardin cubriendo, paso a paso, acompanado por un escudero, la distancia que lo separaba de la santa meta.

Caminar erectos y hablar, dos facultades que han convertido al mono en hombre: yo estoy perdiendo las dos. Quedan el inutil pulgar giratorio y la insoportable conciencia de mi misma.

El quinto evangelio ha dicho que todavia va a hacer mas calor. Para protegerse, repasa de una en

Вы читаете El ultimo verano
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату