
Cesarina Vighy
El ultimo verano
La noche blanca
?Por que me ha tocado esta humillacion?
Siempre he estado bien y muy orgullosa de mi salud: desde hace decadas no tengo fiebre, tampoco gripe, llevo bien los anos. Claro, los anos. Aparentaba diez menos y la enfermedad me ha dado una docena mas de los que me corresponden.
Tengo esa edad en que la publicidad se sigue dirigiendo a ti con el fin de ofrecerte cremas «para pieles maduras» antes de brindarte polvos para dentaduras y compresas invisibles. Todo solo por continuar un juego que ya no te interesa con senores a los que los antioxidantes y las pildoras azules deberian otorgar la turgencia de un instante, mas fugaz de lo habitual.
Y ademas hace calor, demasiado calor, y el Verano Romano esta a punto de empezar con su estruendo nocturno, que tanto molesta a los neurastenicos y los envidiosos.
El quinto evangelio, la television, afirma que este es el verano mas caluroso de los ultimos cincuenta, cien, ciento cincuenta anos. Lo afirma con una ansiedad casi alegre, como si hubiese una competicion entre las ciudades, y Roma, con sus treinta y ocho grados, que «se sienten» como cuarenta, se encontrase en buena posicion para ganar el campeonato.
De todos modos, yo no salgo. Hemos intentado recorrer, en coche, los sitios que he pateado con placer durante anos; pero al centro no se puede pasar, alli hay demasiados escalones, alla no se puede aparcar… ?Al cuerno! Por suerte, conozco Roma como la palma de mi mano.
En cambio, no conozco nada los hospitales, todos tan blancos, inmensos, que se elevan cerca de la autovia de circunvalacion, en medio de pequenos desiertos hechos abarcando mas espacio del previsto, donde seguramente.tenia que haberse plantado un pequeno bosque, luego olvidado. Ciudadelas cuyo unico salvoconducto es el dolor; el sol, curiosamente, siempre cae a plomo, y has de guarecerte a la fuerza en el interior, en los bares si estan abiertos, en las salas donde personas con los ojos desorbitados, mas por miedo a la sentencia que fascinadas por lo que ven en las pantallas televisivas diseminadas por todas partes, esperan. Y prefieren esperar mucho tiempo.
Tambien hay sitios mas acogedores a los que luego te mandan. Jardines con kioscos, arboles llenos de pajaros, prados con gatos rollizos. Y una estructura grande de plastico, donde todos cantan, en dias establecidos, karaoke. En silla de ruedas.
Una vez que comprendes que la «rehabilitacion» es una coartada para los familiares, un engano para los pacientes, se rompe el hechizo. Desaparecido el jardin de Armida, ya solo ves a unos viejos avidos que se aferran insensatamente a la vida o a unos ninos con ojos nublados que se preguntan si aquella vida, la suya, se ha parado de verdad.
Caminar erectos y hablar, dos facultades que han convertido al mono en hombre: yo estoy perdiendo las dos. Quedan el inutil pulgar giratorio y la insoportable conciencia de mi misma.