falta.

D'Artagnan iba a montar a caballo para escoltarlo cuando aparecio otro jinete. El mosquetero detuvo su movimiento para saludar al mariscal de Gramont, que por su parte le saludo alegremente:

— ?Vaya, amigo mio! ?Os habeis alistado en la policia o estais aqui representando el buen pastor?

— La segunda hipotesis es la buena, senor mariscal. He venido a recuperar una oveja que tiene tendencia a descarriarse demasiado a menudo por esta parte.

— Si conocierais a la senorita de la casa, lo entenderiais mejor. Es tan bella que un santo se condenaria por ella.

— Mis mosqueteros no son santos y tienen el honor de servir al rey. Las tentaciones les estan prohibidas, por lo menos cuando estan de guardia…

— Bah, ya sabeis como es el amor en nuestra tierra. [7] ?Y no deberiais casaros vos mismo?

— Estoy pensando en ello, porque deseo descendencia. Es un asunto serio… Ahora permitid que os deje, senor mariscal.

— ?No me acompanareis un rato? Vengo de la isla de los Faisanes, donde he tenido que arreglar algunos detalles del pabellon de las Conferencias, y estoy rendido. Cuento con un buen chocolate para reponerme. Venid a compartirlo conmigo.

— Un ch…

Su buena educacion permitio al oficial evitar una mueca, pero su sonrisa de disculpa era un verdadero poema. Se apresuro a excusarse porque el rey le esperaba, saludo, monto y se alejo. El mariscal se encogio de hombros y entro en la casa. Cuando Sylvie se acosto, el aroma del misterioso brebaje impregnaba toda la casa.

— Encuentro agradable ese aroma, pero un poco fatigoso a la larga -confio al dia siguiente a Mademoiselle y Madame de Motteville, mientras se dirigian a Fuenterrabia en la carroza de la primera.

— Tendreis que acostumbraros a respirarlo diariamente -dijo la princesa-. Nuestra futura reina consume, al parecer, unas cantidades asombrosas. Lo mejor seria que lo probarais; es bastante bueno, ?sabeis?

— ?Lo ha probado Vuestra Alteza?

— Gracias al mariscal de Gramont. Lo ofrece a todos los que se ponen a su alcance. De modo que no vais a poder escabulliros, porque ocupais la misma casa.

— Habra que probarlo, entonces. Pero ahora que pienso: ?por que un matrimonio por poderes cuando aqui todo esta dispuesto para la ceremonia definitiva?

— Porque una infanta de Espana no puede abandonar el reino de sus padres si no esta casada. Es la ley… Ya llegamos.

Sobre una colina con jardines floridos, y rodeada por murallas medievales, Fuenterrabia presentaba un aspecto noble y lleno de gracia. Subieron por la calle principal entre dos filas de casas con balcones y miradores, en medio de una densa multitud que se apretujaba en la plaza principal, entre la iglesia de Santa Maria y el viejo palacio de Carlos V en el que se alojaba la novia. La compania de la princesa, cuyo ilusorio incognito fue desvelado muy pronto, les permitio instalarse en un buen lugar en una iglesia con altares sobrecargados de dorados. Pensando sin duda que todo aquello no bastaba, el aposentador de la corte, el pintor Diego Velazquez, habia anadido tapices y grandes cuadros que representaban escenas piadosas. El olor del incienso era tan fuerte que Madame de Motteville estornudo en varias ocasiones, lo que le atrajo las miradas cenudas de una nobleza que no dejo de sorprender a Sylvie, acostumbrada a los colores alegres con que se adornaba la corte francesa. Alli, casi todo el mundo iba vestido de negro, los hombres con jubones de otra epoca -algunos incluso llevaban aun los cuellos de las gorgueras almidonados-, y las mujeres con pesados ropajes de mangas colgantes. Ellas parecian llevar bajo las faldas unos grandes toneles achatados por delante y por detras, que llamaban «guardainfantes» [8] y muy poca ropa blanca visible. En cambio, tanto ellos como ellas lucian enormes joyas de oro con grandes piedras preciosas incrustadas: el oro que los conquistadores enviaban desde America cargado en los galeones de la flota de Indias. Por su parte, los espanoles miraban a las tres francesas con curiosidad pero sin hostilidad: el gran luto de Mademoiselle, el de Sylvie y el prudente color oscuro elegido por la confidente de la reina eran otros tantos puntos en su favor. De pie en el coro, don Luis de Haro, que negociaba desde hacia meses con Mazarino, se disponia a asumir la representacion del rey de Francia.

Finalmente, conducida por la mano izquierda de su padre, aparecio la infanta y todas las miradas se volvieron hacia ella.

Al lado del rey Felipe IV, vestido de gris y plata y luciendo en el sombrero un gran diamante, el Espejo de Portugal, ademas de la Peregrina, la mayor perla conocida, Maria Teresa parecia curiosamente apagada. Su vestido era de simple lana blanca con bordados de plata del mismo tono, y su magnifico cabello rubio peinado en bandas a ambos lados de las orejas apenas se veia, cubierto por una especie de bonete blanco que la afeaba. A pesar de ello estaba encantadora con su tez luminosa, su bonita boca redondeaba y sus magnificos ojos azules, dulces y brillantes. Por desgracia, era de escasa estatura y tenia feos los dientes.

— ?Que lastima que no sea un poco mas alta! -susurro Madame de Motteville-. Creo que de todas formas el rey estara contento…

— Le pondran tacones -respondio Mademoiselle en el mismo tono-. Ademas, el tampoco es tan alto… ?Estaria bueno que se hiciera el dificil!

Despues ya no vieron nada, porque el rey y su hija habian pasado detras de una especie de cortina de terciopelo abierta unicamente del lado del altar, en el que oficiaba el obispo de Pamplona.

Una vez acabada la ceremonia, las tres francesas se retiraron para ir a reunirse, en la isla de los Faisanes, con la ahora reina madre, que iba a ver a su hermano por primera vez desde hacia cuarenta y cinco anos…

— ?Van a traernos a nuestra nueva soberana? -pregunto Sylvie que, en su cometido de dama suplente de compania, esperaba poder ayudar a la pobre reina joven a quitarse aquellos arreos, para mostrarla a su esposo con un aspecto mas favorecedor.

— ?Como se ve que no conoceis la etiqueta espanola! -suspiro Mademoiselle-. Hoy es el dia del reencuentro familiar, y mi primo sera la unica persona de toda la corte que no asistira.

En efecto, en la pequena isla del rio Bidasoa, casi enteramente ocupada por el pabellon de las Conferencias, con dos galerias enfrentadas que conducian a una gran sala, habian dispuesto una larga alfombra roja cortada por la mitad que simbolizaba la frontera entre los dos reinos. Tambien alli se habia prodigado Velazquez de tal modo que la sala parecia una exposicion de pintura. Las dos cortes se alinearon en silencio, cada una en su lado. Luego el rey de Espana y la reina madre se acercaron al borde cortado de la alfombra y se dieron un frio abrazo… Cuando Ana de Austria, llevada por la emocion, quiso besar realmente a su hermano, el desvio rapidamente la cabeza. Despues ambos se sentaron en sendos sillones para hablar, en tanto que la infanta tomo asiento en un almohadon, de modo que desaparecio casi por completo en su «guardainfante».

Mientras tanto Luis XIV, que desde hacia un rato galopaba por el lado frances de la isla, se consumia de impaciencia. Cuando no aguanto mas, fue a la puerta de la sala a preguntar si podian admitir en ella a «un extrano».

De inmediato la reina madre, con una sonrisa, rogo a Mazarino que autorizara a aquel extrano a mirar a los presentes. Escoltado por don Luis de Haro, el cardenal abrio de par en par las puertas para que los jovenes novios pudieran verse, aunque no se permitio a Luis cruzar el umbral. Felipe IV carraspeo para aclararse la voz.

— Guapo yerno -dejo caer-. Pronto tendremos nietos.

Pero cuando Ana pregunto sonriendo a la infanta que pensaba ella, el rey se apresuro a anadir con cierta brusquedad:

— ?Aun no es tiempo!

El joven Monsieur se echo a reir:

— Hermana, ?que os parece esa puerta? -pregunto a la joven, que se puso colorada pero tambien rio.

— La puerta me parece muy bella y muy buena -dijo.

Eso fue todo por aquel dia. Se intercambiaron cortesias gelidas, se separaron y el rey de Espana se llevo consigo a su hija.

— ?Me pregunto si se decidira a darnosla algun dia! -gruno Mademoiselle.

— Pasado manana -respondio Madame de Motteville, que se habia enterado de los detalles de la ceremonia.

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