rubricada por la union de dos jovenes. Siempre tan elegante, tan cuidado de si y exhalando perfumes suaves para ocultar los olores de la enfermedad, no podia sin embargo ocultar los estigmas ya imborrables de la misma en su rostro y su espalda ligeramente encorvada. Solo las manos, que eran su orgullo, conservaban su belleza y blancura, y sus maneras seguian siendo fieles a si mismas: por el recibimiento que le dispenso, Sylvie habria podido deducir, si le hubiera conocido menos, que su ausencia de la corte habia causado al pobre cardenal dolores insoportables a los que su regreso acababa de poner fin.
— Un italiano siempre sera un italiano -le susurro Mademoiselle-. Y este, en particular, no cambiara nunca…
Mientras, el Grand Cabinet, tan solitario un instante antes, se iba llenando. Llegaron las princesas de Conde y de Conti con las damas que habian asistido a las justas nauticas; y los pifanos y tambores, unidos a los vivas y las canciones, formaban una alegre cacofonia que anunciaba al rey.
Muy pronto su figura quedo encuadrada en la alta puerta, como una sinfonia en azul y oro netamente diferenciada de la ola multicolor de sus gentileshombres. Sylvie penso que la Infanta era afortunada y que, de no haber sido el rey de Francia, habria sido considerado un joven muy guapo, a pesar de su estatura no muy elevada. Pero era el amo, y eso se percibia en toda su persona, en el brillo imperioso de su mirada azul, en la manera de alzar la cabeza, en la soberana desenvoltura del gesto y la actitud. Luis XIV poseia la gracia de un bailarin, sin el menor indicio de amaneramiento. ?Y que seductora era su sonrisa! Apenas se encontraba una mujer que no fuera sensible a ella…
El contraste con su hermano, que marchaba a su lado, un paso mas atras, era llamativo. Realzado sobre unos enormes tacones, el joven Monsieur era francamente bajito pero muy guapo. Con su espeso cabello negro rizado, su rostro fino y despierto, parecia haber concentrado toda la herencia italiana de su familia. Empolvado, perfumado, lleno de cintas, vestido de forma impecable y reluciente de joyas y adornos, era considerado «la mas bonita criatura del reino» aunque era tan bravo como podia serlo su hermano. De hecho, Philippe era lo que Mazarino habia querido que fuese: un ser un tanto hibrido, demasiado pendiente de los vestidos, del arte de las dulzuras de la vida, del placer y la belleza de sus decorados para nunca representar el equivalente del peligro incesante que el difunto Gaston d'Orleans habia sido para el rey Luis XIII. Parecia haberlo logrado incluso en exceso…
Luis XIV estaba de excelente humor: las justas le habian entretenido, y barrido (?por cuanto tiempo?) la melancolia amorosa que se habia apoderado de el desde su ruptura con Maria Mancini. El recibimiento que dispenso a Sylvie se beneficio de esa disposicion feliz. Su mirada vivaz la descubrio muy pronto entre las damas reunidas alrededor de su madre, y fue directamente hacia ella:
— ?Que alegria veros de nuevo, duquesa! ?Y siempre tan bella!
Le tendio la mano para incorporarla de su reverencia y rozo su mano con sus labios adornados con un fino bigote, bajo la mirada sorprendida y ya envidiosa de la corte.
— Sire -respondio Sylvie-, ?el rey es demasiado indulgente! ?Puedo permitirme agradecerle el hecho de que haya pensado en mi?
— Era muy natural,
El nombre sobresalto a Sylvie, que observo con atencion al hombre con que sonaban las pequenas Nemours; a primera vista, se pregunto que podian encontrar en el: era de escasa estatura de un cabello rubio descolorido, no guapo pero al menos de cuerpo armonioso, y con un rostro a la vez insolente y espiritual. No dudo en quejarse:
— ?Sire, me llamo Puyguilhem! ?Es realmente tan dificil de pronunciar?
— ?Peguilin me parece menos barbaro! Y ademas no durara siempre: solo hasta que el Conde de Lauzun, vuestro padre, deje este mundo. Deseo presentaros a la senora duquesa de Fontsomme, que me es muy querida. Si obteneis su amistad, os estimare mas por ello.
— Me colmareis de dicha, Sire -dijo el joven al tiempo que ofrecia a Sylvie el saludo mas elegante y cortes posible-, pero es suficiente ver a
— ?No ardais, senor! Demasiadas llamas no convienen a la amistad, que es la dulzura de la existencia - contesto entre risas-. Pero si no depende mas que de mi, seremos amigos.
Mientras el rey se alejaba, intercambiaron otras palabras amables, y luego el joven capitan se dirigio con unas prisas reveladoras hacia una mujer muy bonita que charlaba con Madame de Conti. Esta se aparto de inmediato, y los dos quedaron a solas.
— ?Quien es? -pregunto Sylvie a Madame de Motteville, senalando a la pareja con la punta de su abanico-. Quiero decir, ?quien es ella?
— La hija del mariscal de Gramont, Catherine-Charlotte. Ella y Monsieur Puyguilhem son primos y han pasado juntos su infancia.
— ?Se aman?
— Creo que es evidente. Por desgracia, Catherine es desde hace unas semanas princesa de Monaco. El pobre Puyguilhem tiene demasiado poco patrimonio, a pesar de su hermoso titulo, para pretender su mano. ?Pero eso no le impide pretender el resto de su persona!
Sylvie visualizo los rostros sofocados de las pequenas Nemours y penso que no aguantaban la comparacion, y que su pobre madre no habia llegado aun al final de sus padecimientos. Pero a esa edad un amor sustituye con facilidad a otro y las penas son efimeras, al menos para la mayoria de las muchachas.
Cansada del viaje y con pocas ganas de asistir a las distintas diversiones que se ofrecian -danzas locales en la plaza, una comedia interpretada por la gente del
Cuando la silla de Sylvie se detuvo ante la puerta, el se sobresalto y luego se precipito a ocultarse en una especie de callejon entre dos edificios.
— Alguna historia de amor hay detras de esto -murmuro Madame de Fontsomme entre dientes.
Y de hecho descubrio el motivo de esa historia cuando, al ser acompanada a la cena por su anfitrion, vio de pie a su lado a una joven muy bella que el presento brevemente como «mi hija Maitena», y que dedico una hermosa reverencia a la huesped de su padre. Producto puro de la tierra vasca, Maitena poseia todo lo necesario -una tez de marfil, cabellos de ebano y ojos de brasa- para hacer perder la cabeza incluso al mas grande senor. Con mayor razon a un modesto mosquetero.
Despues de la cena, Sylvie hablo del tema a Perceval, que por su parte no habia salido de la casa desde su llegada.
— ?Ah, ya me he fijado! -dijo-. Cuando he visto a la muchacha lo he entendido todo, pero ese atolondrado no se ha movido de ahi en toda la tarde y esta comportandose como un imbecil. Nuestro anfitrion no parece un hombre que deje que pelen la pava con su hija sin levantar una ceja…
— Sin embargo, cuando vino a nuestra casa, ese Saint-Mars parecia una persona seria.
— Como si no supieras que el amor enloquece a los mas sensatos… Todavia sigue ahi -anadio Raguenel, que se habia acercado a la ventana abierta a una noche deliciosamente templada, azul y llena de musica-. ?Ah, hay novedades! ?Ven a ver!
Un oficial de aspecto orgulloso, delgado, de mirada relampagueante semioculta bajo el sombrero de fieltro gris con un penacho rojo, acababa de desmontar y abroncaba a su subalterno con un acento gascon que muchos anos de servicio al rey no habian conseguido atenuar; lo cual preocupaba poco a Monsieur d'Artagnan, teniente de los mosqueteros en funciones de capitan, porque estaba orgulloso de sus origenes. El sentido de su reprimenda estaba claro para los observadores: el pobre enamorado habia olvidado que tenia el deber de formar la guardia del rey y recibio la orden de regresar al cuartel y sufrir alli el arresto de rigor hasta nueva orden. Con un suspiro que partia el alma y una mirada desesperada a la querida casa que se veia obligado a abandonar, Saint-Mars se marcho arrastrando los pies pero sin intentar discutir, lo que solo habria tenido por resultado agravar su