tradicional concha de Santiago, no le causo buena impresion a Sylvie. A pesar de su habito piadoso, de su actitud humilde y sus palabras untuosas, producia una sensacion turbia. Con una especie de complacencia, repitio la acusacion que ya habia hecho: habia visto al mosquetero bajar del coche con un cofrecillo y luego, en lugar de entrar en la casa, mirar en derredor para asegurarse de que nadie le veia y escapar a la carrera hacia la oscuridad de la playa.

— ?Y a vos no os vio? -pregunto Sylvie.

— No, yo estaba a la sombra de la capilla que veis alla abajo, y al principio no di credito a mis ojos. Pero tuve que rendirme a la evidencia. ?A pesar de su magnifico uniforme, ese hombre no era mas que un ladron!

— ?Esa declaracion os satisface, capitan? Quiero decir, teniente… -Sylvie se habia llevado unos pasos aparte al mosquetero para hacerle la pregunta.

El se encogio de hombros.

— ?La verdad es que no, senora duquesa! Pero no veo forma de contradecirle. Ademas, no veo por que razon un peregrino desconocido se tomaria el trabajo de mentirnos. Y lo cierto es que no conozco muy bien a Saint-Mars.

— ?Vais a dejar libre al peregrino?

— ?Puedo hacer otra cosa? Es un caminante de Dios La infanta se quedaria horrorizada si prendieramos a una de esas personas…

Ella tomo al oficial del brazo y se lo llevo un poco mas lejos…

— No podriais al menos…

Se detuvo en seco. Un poco mas alla, Perceval de Raguenel y el mariscal de Gramont cruzaban tranquilamente la plaza donde unos bailarines espanoles se preparaban para un espectaculo. Dejo plantado al mosquetero sin mas explicaciones, se recogio las faldas y echo a correr hacia ellos:

— Mil perdones, senor mariscal, pero tengo que hablar urgentemente con vuestro acompanante. Permitid que me lo lleve.

La expresion de alegre sorpresa se borro del noble rostro.

— Creia que veniais a uniros a nosotros -suspiro-. Vamos a cenar a casa de Mademoiselle.

— Creedme que estoy desolada, pero se trata de un asunto de importancia.

Perceval queria demasiado a Sylvie como para no acudir en su ayuda. Dio unas excusas corteses y se dejo arrastrar. En pocas palabras, ella le conto lo que acababa de suceder, y luego senalo al peregrino, al que los guardias dejaban ya marcharse.

— ?Teneis que seguir a ese hombre! Algo me dice que miente.

— ?Cuenta conmigo!

Se puso en marcha en seguimiento de aquel individuo, mientras Sylvie regresaba precipitadamente a la casa de la reina madre. Era absolutamente preciso que asistiera a la ceremonia de acostarse, y llego justo a tiempo de ver a Luis XIV besar ceremoniosamente, ?no sin un suspiro de pesar!, la mano de Maria Teresa, antes de regresar a sus aposentos. Durante su ausencia, Madame de Navailies habia conseguido calmar a Molina, con Madame de Motteville como interprete: era preciso no inquietar a la infanta en su primera noche en Francia por un feo asunto de robo. Pero en cuanto la joven poso la cabeza en la almohada, ella se despidio con una reverencia y corrio a la casa Etcheverry tan aprisa como pudo, sin dejarse distraer por el colorido ambiente festivo de la plaza: ?tenia que ver a Maitena a cualquier precio!

A pesar de lo tardio de la hora, la casa estaba aun iluminada y el aroma a chocolate era intenso: habian debido de prepararlo para la vuelta del mariscal. Cuando entro en la gran sala, reinaba alli cierto desorden: sillas volcadas, jarrones rotos. Manech Etcheverry parecia preocuparse muy poco de todo ello; sentado delante de la chimenea, con la espalda encorvada y los codos apoyados en las rodillas, fumaba su pipa con una especie de furia mientras contemplaba las llamas. Ni siquiera se levanto al entrar Sylvie, prueba patente de que debia de estar de pesimo humor.

— ?Aun no os habeis acostado? -pregunto Sylvie en voz baja.

— ?No hay forma de dormir en esta ciudad enloquecida! La infanta tendra suerte si llega a pegar ojo.

— Habra que intentarlo a pesar de todo. Yo… me habria gustado hablar con vuestra hija. ?Quiza tambien ella esta aun levantada?

— ?No esta!

El corazon de Sylvie dio un vuelco, y de inmediato temio lo peor: los dos enamorados habian huido con el cofre de las joyas. Sin embargo, forzo su tono de serenidad para decir:

— Sin duda esta participando en la fiesta. Ha ido a ver las danzas… Es muy natural…

Pero de golpe Etcheverry se levanto y la miro de frente. Ella tuvo la impresion de que hervia de colera y tenia que imponerse un gran esfuerzo para no mandarla a paseo.

— No. Se ha ido esta tarde a un convento del interior…

— Ha sido una despedida movida, a juzgar por lo que veo aqui…

— ?Puedo saber, senora duquesa, por que os interesais tanto en mi hija?

— Le tengo verdadera simpatia, porque es tan orgullosa como bella. Pero pongamos las cartas sobre la mesa, si lo preferis asi: ?de verdad ha ido a un convento, o bien…?

— Quereis saber si se ha fugado con ese loco que me ha caido encima hace un rato reclamandola a voces y acusandome de haberla llevado a un escondite para casarla de inmediato con su primo. ?Puro y simple delirio!

— Los enamorados deliran con facilidad. ?Asi que Monsieur Saint-Mars ha estado aqui?

— Si. Estaba fuera de si. Gritaba que le habian avisado demasiado tarde y lo ha registrado todo, incluso vuestros aposentos y los del mariscal, que ha estado a punto de incendiar al volcar el hornillo en que su criado espanol estaba preparando esa bebida infernal. Al final se ha ido a la carrera, no se adonde… Fue una inspiracion del Cielo el haber puesto esta misma tarde a mi hija al resguardo de ese loco furioso… ?que se vaya al diablo!

— ?Hace mucho que se ha marchado el?

— Pocos minutos antes de que llegarais.

— Entonces tenia razon -dijo Sylvie, triunfal-. Le han atraido a una trampa porque no podia, a la misma hora, estar aqui poniendo todo patas arriba y escapar con las joyas de la infanta. Lo que hace falta saber ahora es donde esta, y en cuanto a eso, tengo una idea.

— ?Podeis explicarme que ocurre?

— Seria demasiado largo, pero podeis venir conmigo si os apetece… o mejor esperadme un instante -anadio tras echar una ojeada a sus zapatitos de raso, que parecian pedir auxilio-. El tiempo de cambiarme de zapatos.

Jeannette soluciono muy pronto aquello. Quiso acompanar a su ama, pero esta se opuso: era preferible que se quedara en casa. Momentos despues, Sylvie corria en compania del armador en direccion al hospicio. De camino, conto en pocas palabras el problema e hizo una pregunta: ?llevaba Saint-Mars su tunica de mosquetero en el momento del escandalo? La respuesta fue negativa, y como su acompanante observo con acritud que no veia razones para ayudar a un hombre al que detestaba, ella se encogio de hombros.

— Teneis las mejores razones posibles: primero, un hombre de vuestra calidad debe respetar el derecho de todos a la justicia. Despues, os interesa que ese pobre muchacho, cuyo unico pecado es amar a una mujer mas rica que el, pueda proseguir su carrera. Dentro de pocos dias su oficio le alejara de vos, y sin duda no volvereis a verle nunca. Son muchos los soldados que mueren al servicio del rey.

— Tambien los marinos. La pesca de la ballena es el oficio mas peligroso del mundo, y yo quiero un yerno que se dedique a ella -anadio, y se marcho.

Como esperaba Sylvie, Perceval estaba aun por los alrededores. Cuando le llamo a media voz, salio de entre las sombras de la torre cuadrada.

— Llegas a tiempo -suspiro-. Me estaba preguntando que debia hacer…

— ?Ha ocurrido algo?

— ?Diria que si! Tu peregrino, tal como pensabamos, ha regresado tranquilamente, pero algo me ha impulsado a esperar aun, y al parecer he tenido razon: hay mucha agitacion en el convento de los monjes agustinos cuando un rey se casa. Hace aproximadamente un cuarto de hora han llegado tres hombres que sostenian a un cuarto. Mejor dicho, lo llevaban a cuestas. Han entrado en el hospicio, con algunas dificultades: el hermano portero empezaba a pensar que habia demasiados peregrinos fuera esa noche. Han dicho que habian

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