conseguido encontrar a su hermano en el arroyo, inconsciente por haber bebido demasiado vino… Pero yo juraria que el supuesto borracho es Saint-Mars.

— Bien. En ese caso, querido padrino, tened la bondad de seguir vigilando un momento aun, por si acaso…

— ?Que quieres hacer?

— ?Ir a buscar a Monsieur d'Artagnan! Es preciso que consiga un permiso del rey para registrar el hospicio…

— ?Es tierra de asilo! ?El rey no aceptara!

— Si ese asilo es tambien el de las joyas de su esposa, me extranara mucho que no acepte. De todas maneras, vamos a ver lo que nos dice D'Artagnan.

Le encontraron sin dificultad. Seguia en la casa de la reina, como si no consiguiera apartarse de aquel lugar. Estaba visiblemente muy preocupado, y escucho a Sylvie y a su acompanante sin decir palabra. Cuando acabaron su relato, llamo a cuatro mosqueteros.

— ?Seguidme, senores! Vamos al hospicio.

— ?No pedis una orden del rey? -pregunto Sylvie.

El teniente la miro de reojo y le dedico una sonrisa fiera.

— Cuando se trata de mis hombres, iria a ver al diablo en persona sin pedir permiso a quienquiera que sea. Yo mismo respondere ante Su Majestad… si es preciso.

— ?Arriesgais vuestra carrera!

— Puede ser, pero si teneis razon y no nos damos prisa, esos supuestos peregrinos, que deben de ser ladrones, escaparan a Espana en cuanto se haga de dia. ?Alguna objecion mas?

— ?Dios mio, no! Solo una aclaracion: si habeis de responder ante el rey, yo estare a vuestro lado.

— ?Por que no? ?Cosas mas extranas se han visto!

Un momento mas tarde, la campana del antiguo convento de los Hospitalarios llevaba una vez mas al hermano portero al torno. Oyo que le reclamaban con urgencia, «en nombre del rey», una entrevista con el superior, y no se hizo rogar demasiado para abrir la puerta; pero tuvo de todos modos un sobresalto cuando vio entrar, detras del oficial, a cuatro mosqueteros armados hasta los dientes y a una dama.

Fue mas dificil convencer al superior de que dejara a los soldados del rey registrar su casa.

— Se bien que no todos los peregrinos de Dios son santos, pero el solo hecho de emprender el penoso camino de Santiago les merece paz y proteccion. Me niego, a menos que me traigais una orden de monsenor el obispo…

— No tengo tiempo. Pero tampoco tengo la intencion de molestar a nadie. Actuaremos sin armar jaleo… y supongo que en la capilla nadie se acuesta.

— En efecto, pero durante los oficios los peregrinos estan invitados a unirse a nosotros, y no falta mucho para los maitines.

— Y despues se hara de dia y esa gente podra marcharse con el botin. Pensadlo, padre: ?las joyas de la infanta que hoy mismo sera nuestra reina! Es casi un delito de lesa majestad. Si me concedeis lo que pido, nos quitaremos las casacas y los sombreros y nos separaremos. Aqui todos conocen a su camarada. La senora duquesa de Fontsomme, que representa a la infanta, tambien lo conoce. ?Apresuremonos, Vuestra Reverencia! ?Nos dais permiso, o no?

— ?Quien os dice que vuestro hombre no es complice de los supuestos ladrones? Fue a el a quien vieron huir con el cofre…

— No. Fue uno de los otros vestido con su uniforme despues de haberle mareado lo bastante para que aceptara esa curiosa sustitucion… Entonces, ?vamos? ?Si os negais, pedire al rey que cierre el hospicio!

— Bien, obrad como querais, pero si no encontrais nada…

— ?Soy un hombre que responde de sus actos!

Encontraron. Lo encontraron todo: a Saint-Mars, aun bajo el efecto de la droga que le habian hecho beber a la fuerza; a los cuatro ladrones, pacificamente dormidos a la espera de la hora de mezclarse con los demas y reemprender el camino, y las joyas de la Infanta, repartidas en las «cestas» de aquellos peregrinos de un genero muy particular. ?Encontraron incluso la casaca del mosquetero! Los bandidos intentaron defenderse acusando a Saint-Mars. El era el culpable de todo y ellos no estaban alli mas que para pasar las joyas a Espana, donde las venderian sin dificultad a un judio de Burgos.

— Sin duda por esa razon lo habeis drogado cuando os habeis reunido con el a la salida de la casa Etcheverry -dijo D'Artagnan.

El hombre gordo que habia representado el papel del denunciante protesto:

— ?La casa… Etcheverry? No teniamos nada que hacer alli. Le esperabamos en la playa. Vino derecho a encontrarnos…

— ?Despues de arrojar su casaca? ?Que verosimil! ?Se proponia desertar, marchar con vosotros, abandonarlo todo? ?Su honor y lo demas?

— Queria casarse con una muchacha rica. Le hacia falta dinero. Lo habia arreglado todo con ella y ella iba a fugarse con el. No hacia falta ir a buscarla.

— Pues a pesar de todo, fue -afirmo Sylvie-. Manech Etcheverry podra testimoniar que puso toda la casa patas arriba…

El otro puso cara de astucia.

— Es posible que estuviera tambien de acuerdo con el. En todo caso, nosotros no nos movimos de la playa…

— ?Y el no fue a la casa Etcheverry?

— Pues… no. No tenia tiempo y corria el peligro de que lo arrestaran.

— ?Y esto? -Sylvie senalaba con el dedo la enorme mancha grasienta y oscura extendida por el justillo de ante del mosquetero-. Esto -prosiguio- es chocolate: lo derramo en el aposento del mariscal de Gramont. Etcheverry lo testimoniara.

— No os tomeis tantas molestias, senora duquesa. Ese chocolate es una buena prueba, como lo es el sueno tenaz de este infeliz, al que sin duda habrian abandonado a su verguenza y la justicia del rey mientras ellos huian a Espana. De todas maneras, conoceremos los detalles de la operacion cuando el verdugo se ocupe de estos senores para arrancarles la verdad… Llevaoslos, y que alguien acompane a este imbecil al cuartel.

— ?Sera castigado severamente?

— Ha abandonado su puesto, ?no? Y un puesto de confianza. Ademas, ha prestado su casaca para que no se dieran cuenta de inmediato de su ausencia. Ira a las prisiones militares, pero yo cuidare de que despues se reintegre a los mosqueteros. Es un buen soldado, muy bravo. Quiero conservarlo… ?pero os debe mas que la vida!

Fue lo que el pobre Saint-Mars escribio el dia siguiente a Sylvie: «Se, senora duquesa, lo que habeis hecho por mi. Se que me habeis salvado la vida y el honor. En adelante os pertenecen, y podreis venir a reclamarlos en cualquier ocasion…»

— ?Pobre muchacho! -murmuro la joven, y acerco la carta a la llama de una vela-. ?Que podria hacer yo con su vida, y sobre todo con su honor? ?Olvidemoslo!

Pero Perceval se apodero del papel, que empezaba a arder, y lo apago con el tacon de la bota.

— ?Una carta de ese genero no se destruye, Sylvie! Se guarda como un tesoro. No sabes lo que os puede ocurrir a el y a ti en el futuro.

— ?Muy bien, guardadla si es vuestro gusto! -suspiro ella-. Es hora de ir a vestir a la infanta para la misa del domingo.

Unas horas mas tarde, Maria Teresa, resplandeciente en su primer atavio frances -un vestido de raso blanco sembrado de flores de lis como el manto de terciopelo purpura sujeto a sus hombros-, se encaminaba a la iglesia. El manto iba sostenido, hacia la mitad de su longitud, por las hermanas pequenas de Mademoiselle, y en el extremo por la princesa de Carignan; pero se habian necesitado dos damas y un peluquero para mantener la corona real fija sobre la magnifica cabellera rubia, recien lavada y demasiado abundante, de la princesa.

En medio de los vivas y el repique frenetico de las campanas, fueron a la iglesia a pie como todo el mundo, bajo un calor tropical y una floracion de parasoles que intentaban defender el lucido cortejo de los ardientes rayos del sol. Abria la marcha el principe de Conde, y detras iba Mazarino empaquetado en una impresionante cantidad

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