de muare purpura y con diamantes en todos los dedos de ambas manos. Luego el rey, vestido de pano de oro velado con un fino encaje negro, sin una sola joya, precediendo a la novia, conducida a la derecha por Monsieur y a la izquierda por Monsieur de Bernaville, su caballero de honor. La reina madre, resplandeciente de alegria, les seguia, y cerraba la marcha Mademoiselle, que habia cubierto sus velos negros con todas las perlas que poseia. Todas las mujeres llevaban colas que, a pesar de no ser tan largas como la de la nueva reina, no dejaron de complicar las evoluciones en la bella iglesia del suntuoso retablo dorado y esculpido, en la que los hombres de la region, situados en las tres galerias escalonadas hasta la boveda en forma de casco de navio, entonaron las canciones mas bellas del mundo.

Sylvie, que recordaba lo que habia sido el matrimonio de Luis XIII y Ana de Austria, rezo con todo su corazon para que la nueva pareja, tan apropiada, encontrara la felicidad que muy raramente acompana a los personajes reales; pero la sonrisa de Luis cuando miraba a su joven esposa, y sobre todo la mirada de Maria Teresa, brillante ya con un amor que no habia de extinguirse nunca, permitian albergar las mayores esperanzas.

Tampoco Ana de Austria olvidaba. Se aferraba con todas sus fuerzas a la felicidad que esperaba, y al llegar la noche, para que al menos el pudor de Maria Teresa no se viera sometido a una prueba excesivamente dura, no vacilo en quebrantar las tradiciones: corrio con su propia mano las cortinas del lecho en que la joven pareja acababa de acostarse y despidio a todo el mundo.

— ?Pensais que seran felices? -pregunto Sylvie a Madame de Navailles cuando ambas salian juntas de la casa del rey.

— Tengo mis dudas. Corre el rumor de que, en el camino de vuelta a Paris, el rey quiere dar en solitario un rodeo para pasar por Brouage, donde Mazarino ha exiliado a su sobrina Maria, con el pretexto de visitar el puerto de La Rochelle. Por otra parte, no se me han escapado ciertas miradas dirigidas a una de las damas de honor. Habra que vigilar…

— ?O conseguir que la reina siga gustando a su esposo?

— Algo me dice que eso sera mas dificil…

La brisa marina refrescaba la noche estrellada. Las dos mujeres prolongaron su paseo para mejor aprovecharla.

3. Un regalo para la reina

Fue en Fontainebleau, y por supuesto en el momento en que menos lo esperaba, donde Sylvie volvio a ver a Frangis.

Antes de presentar a la reina en Paris y de hacer junto a ella su «feliz entrada», Luis XIV decidio pasar unos dias en un palacio que le gustaba en particular. Hacia mas de un ano que la corte habia dejado la capital por la Provenza y el Pais Vasco, y siempre resulta agradable volver a casa. Ademas, el largo viaje de vuelta durante varias semanas puntuadas por fiestas, discursos, banquetes, bailes y toda clase de distracciones, habia deparado alojamientos improvisados y en ocasiones miserables, y todos deseaban reencontrar el espacio y el encanto de la que era entonces la mas agradable de las residencias reales.

Tambien Sylvie amaba Fontainebleau, donde se habia alojado en varias ocasiones durante el reinado anterior. Le gustaban la belleza del gran bosque y la comodidad de las construcciones. Eran estas menos elevadas que las de Saint-Germain y menos severas que las del Louvre, donde los reyes habian vuelto a instalarse -con el cardenal, que ocupaba un amplio espacio- despues de los disturbios de la Fronda, durante los cuales habian comprobado la dificultad de defender el amable Palais-Royal. Sylvie conservaba el recuerdo, divertido despues del tiempo transcurrido, de su primer encuentro con Richelieu. Y pensando en el habia bajado a los jardines una manana temprano, con la intencion de disfrutar del frescor del alba y repetir aquel primer paseo que tanta influencia habia de tener en su vida de doncella de honor de quince anos, puesto que le habia permitido conocer no solo al temible cardenal, sino ademas a quien despues se habia convertido en su esposo, y que aquel dia acompanaba al excesivamente guapo e imprudente Cinq-Mars. ?Una peregrinacion de amor, en cierto modo!

Era verdaderamente muy temprano: la aurora incendiaba el cielo y Sylvie pensaba disponer de al menos una hora hasta que la pareja real se levantara. Pero al llegar al pabellon Sully, vio que la inmensa extension de jardines que iban desde el estanque de las carpas hasta el Gran Canal habia sido invadida por una multitud atareada de criados, obreros, jardineros y pirotecnicos, ocupados en lo que no podia ser sino los preparativos de una gran fiesta de la que nadie habia dicho palabra, porque el dia anterior por la noche el parque estaba rigurosamente vacio y desierto. Decepcionada y un poco triste, iba a entrar de nuevo en el castillo cuando, detras de ella, oyo una voz masculina:

— ?Por favor, senora, guardadme el secreto al menos durante dos o tres horas!

El tono grave y calido de la voz la traspaso como una flecha. Se giro y lo vio alli; era el quien acababa de hablar. Debido al amplio manton de seda ligera en que se habia envuelto para prevenir la humedad del amanecer, Francois no la habia reconocido. Y ahora estaban frente a frente, paralizados por la sorpresa y mirandose sin atreverse a decir palabra, a esbozar un gesto. Solo vivian sus corazones desbocados, sus ojos, que se penetraban con mas ardor tal vez del que habrian puesto en un beso, iluminados por una alegria de la que ni el uno ni la otra eran duenos, pero que muy pronto asusto a Sylvie. Por fin reacciono y quiso huir, pero el la retuvo por un pliegue del manton.

— En recuerdo de otros tiempos, Sylvie, concededme al menos este instante, puesto que Dios nos permite vivirlo lejos de las miradas indiscretas de la corte.

— ?Dios? ?No es un nombre demasiado grande, y tambien demasiado comodo, para una simple casualidad?

— ?Que lamentais, por supuesto!

— Acabo de faltar al juramento que habia hecho a vuestra victima, de no volver a veros en mi vida. ?No es bastante?

— No, porque sois injusta. Cuando dos hombres se enfrentan espada en mano, las armas son iguales. Es un cuerpo a cuerpo, sangre por sangre, vida por vida, y cuando uno de los dos cae, ni es una victima ni el otro es un verdugo.

— ?Pero le disteis muerte!

— Pero no queria hacerlo, y esa era la diferencia entre los dos: el se batia para matar, yo no.

— ?Estais seguro?

— En conciencia, si. Los dos eramos de fuerza similar en el manejo de la espada, y yo no queria morir. Quiza me defendi un poco demasiado bien. Desde hace mucho tiempo he llegado a la conclusion de que mas me habria valido morir. Por mi, y sobre todo por vos… Mi sombra habria sido mas feliz: habria vivido mucho mas cerca de vos durante estos interminables anos en que habeis vivido casi recluida en vuestras tierras, y que tanto me han hecho sufrir.

— Nadie lo diria -dijo ella con un asomo de amargura que no paso inadvertida a Francois.

— ?Vamos, no me direis que no he cambiado!

Era innegable, pero si bien ahora era diferente, resultaba si cabe mas seductor. Su cabello, antes tan largo y rubio, se habia oscurecido algo y empezaba a platearse en las sienes. Cortado a la altura de los hombros y estirado hacia atras, dejaba libre el rostro energico cuyos rasgos se habian afilado, acentuando el parecido con su padre Cesar de Vendome. Habia desaparecido el joven dios nordico de otro tiempo, pero era incontestable que la madurez sentaba bien a Francois de Beaufort: su silueta, sin haber engrosado lo mas minimo, resultaba mas poderosa bajo el justillo de ante color gris hierro que llevaba con botas de montar.

— En efecto -admitio Sylvie-, habeis cambiado…

Pero el no la dejo continuar.

— En apariencia solamente, Sylvie. Mi corazon sigue siendo el mismo… ?siempre enteramente vuestro!

— ?Si volveis a hablar de ese tema, me marcho! -le advirtio ella con severidad, e hizo ademan de retirarse; el la detuvo con un gesto de la mano.

— Despues de tantos anos de penitencia creia haber adquirido el derecho de deciros lo que ha sido de

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