cunada la reina madre de Inglaterra y la joven Enriqueta, hija de esta, y en el otro Mazarino y Turenne. Otras personas principales de la corte que no formaban parte del cortejo se habian repartido en los restantes balcones. Por su parte, Madame de Fontsomme y sus dos amigas solo habian aceptado contra su voluntad: detestaban de forma unanime a aquella flamante baronesa de Beauvais, porque consideraban que muy poca diferencia habia, en cuanto a honorabilidad, entre ella y la patrona de un burdel. Pero la propia reina madre les habia dejado sin posibilidad de rehusar: eran «sus» invitadas, partiendo del principio de que la casa que ella honraba con su presencia era «su» casa. De modo que hubieron de transigir, y ello valio a Sylvie un saludo galante de Monsieur de Gramont, que desfilaba delante del rey con los demas mariscales de Francia; pero apenas se alejo el cortejo, poco deseosas de compartir el pan y la sal de Cateau la Tuerta, las tres hicieron la reverencia y se volvieron al Louvre dando un rodeo, para tomar alli un bocado a la espera de la llegada de la reina.

Al bajar de la carroza delante de la entrada principal -que era todavia la puerta de Borbon, pero no por mucho tiempo porque Luis XIV habia decidido derribar lo que aun quedaba en pie del Viejo Louvre-, se presento ante Sylvie un gentilhombre de una cuarentena de anos, guapo todavia aunque vestido a la moda de diez anos atras, cuya figura y tez tostada senalaban a un aventurero venido de tierras lejanas. Su rostro irregular no carecia de encanto, y mostro una cortesia perfecta al saludar a Sylvie:

— Os pido el favor de perdonarme si os importuno, madame, pero estaba entre la multitud hace un momento y alguien me ha indicado que erais la senora duquesa de Fontsomme. Me sentiria desesperado si me he equivocado, porque en tal caso resultaria imperdonable…

— No os han enganado, monsieur. Soy en efecto la que os han dicho, pero… ?puedo preguntaros por que os interesais en mi?

— Quisiera que me concedais un instante de charla. Habia pensado presentarme en vuestra casa, pero no estais alli casi nunca, y me perdonareis, espero, haber aprovechado hoy la ocasion.

— ?Que cosa tan importante teneis que decirme, monsieur? Comprendereis sin dificultad que no puedo detenerme mas tiempo ni retener a las puertas de palacio a las damas que me esperan.

— No aqui, por supuesto, pero he tenido el honor, senora duquesa, de pediros una entrevista…

— De acuerdo. Ya que conoceis mi casa, estad alli manana a las seis de la tarde. Yo no estare de servicio. Pero antes… ?me confiareis vuestro nombre?

El desconocido barrio el suelo con las plumas fatigadas de su sombrero:

— ?Aceptad mis excusas! Habria debido empezar por ahi. Me llamo Saint-Remy, Fulgent de Saint-Remy, y vengo de las Islas. Anadire que somos un poco parientes.

Esas ultimas palabras dieron muchas vueltas por la cabeza de Sylvie mientras subia a los aposentos de la reina con sus companeras. Lo que encontraron alli hizo que las olvidara: la duquesa de Bethune, provisionalmente bien de salud -los boticarios de Paris tenian en ella a su mejor cliente-, acababa de llegar para hacerse cargo del servicio que Madame de Fontsomme habia asumido desde las bodas. Habia empezado por querer inspeccionar el guardarropa de Maria Teresa y sus joyas, pero no contaba con Maria Molina, que, respaldada por las demas espanolas, por Nabo y por Chica, no estaba dispuesta a permitirselo y queria simplemente ponerla en la puerta. Molina dijo que no conocia mas dama de compania que «Madama de Fonsum» y no entendia que pretendia hacer alli aquella intrusa ni por que revolvia las joyas, cuya conservacion no correspondia por lo demas a la dama de compania, sino al guardian del gabinete. Como las dos hablaban en lenguas distintas, no habia modo de que se entendieran, y el combate era tanto mas encarnizado.

Madame de Motteville y Sylvie intervinieron en la batalla oratoria, que sin su presencia tal vez habria llegado mas lejos, porque Molina se mostraba especialmente agresiva en todo lo relacionado con «su infanta» y Madame de Bethune tenia un caracter dificil. Nacida Charlotte Seguier e hija del canciller -el potentado de oro de unas horas antes-, habia heredado la arrogancia de este y se creia, segun la expresion de Madame de Motteville que no le tenia la menor simpatia, «mas duquesa que las demas».

Volvio la calma, pero el resentimiento de Madame de Bethune no se apago. Con una injusticia palmaria, la emprendio con «Madame de Fontsomme, que desde el momento de la llegada de la infanta a Francia habria tenido que informar a sus criados del nombre de la verdadera dama de compania, en lugar de instalarse en esa funcion como si no fuera sencillamente la suplente». Todo ello dicho en un tono ofensivo que exaspero a Sylvie.

— ?Y por que no recomendarles tambien que os recordaran cada noche en sus oraciones? -respondio-. Si hubierais venido a Saint-Jean-de-Luz como era vuestro deber, yo no me habria visto obligada a reemplazaros…

— ?Sabiendo como sabiais que estaba enferma, habriais debido venir a pedirme permiso antes de marchar!

— ?Pediros permiso cuando recibi del rey en persona la orden de presentarme alli? ?Estais sonando, madame!

— Entre personas bien educadas es asi como se hacen las cosas, o como deberian hacerse.

— Id a contarlo a Sus Majestades.

— No dejare de hacerlo, podeis estar segura. La etiqueta…

— … No tiene nada que ver con vuestros humores -interrumpio Suzanne de Navailles, impaciente-. En todo caso, pensadlo dos veces antes de ir a importunar a Sus Majestades. La reina quiere mucho a Madame de Fontsomme, con la que puede hablar en su lengua natal. Cosa que no ocurre con vos. Y el rey, al que ella enseno a tocar la guitarra, siente por ella mas que respeto.

Cuando llego Maria Teresa, abrumada de cansancio despues de aquella larga jornada de ceremonias bajo un sol de justicia, sus mujeres se apresuraron a rodearla para librarla de los pesados ropajes del desfile; pero cuando Molina quiso deshacer su peinado, Madame de Bethune se interpuso:

— Corresponde a la dama de compania cumplir esa funcion.

Y empujo a Molina para apoderarse de la reina, a la que habian envuelto en una bata de fina batista. Pero no es peluquera quien quiere, y a los pocos instantes fue evidente que, al quitar las sartas de perlas o las piedras aisladas, tironeaba los cabellos de su paciente, que sin embargo no decia nada y sufria el suplicio con una mansedumbre ejemplar. Pero Madame de Navailles no soporto aquello mucho tiempo:

— ?Vaya por Dios, madame, que torpe sois! Dejad esa tarea a quien puede hacerla.

— ?La reina no se queja, que yo sepa!

— No -corto una voz autoritaria-, porque es la bondad misma y debe considerar esto como una penitencia que ofrecer al Senor. ?Retiraos, Madame de Bethune, y dejad hacer a Molina!

Seguida por la indispensable Motteville, la reina acababa de hacer su entrada en los aposentos de su nuera, imponente y majestuosa como de costumbre; y todas las damas doblaron la rodilla. Les sonrio, pero no habia acabado con Madame de Bethune, a la que no le disgustaba poder renir: ?no era acaso la hija de aquel Seguier que, en una epoca de prueba, habia tenido la audacia de ponerle la mano encima para apoderarse de una carta? [13] Una ofensa que la orgullosa espanola no le habia perdonado. Y Madame de Bethune se parecia mucho a su padre.

— ?Por lo visto, estais dispuesta a cumplir vuestro oficio solo cuando os parezca bien! No os hemos visto durante semanas, y apareceis de repente, en el momento en que menos se os espera, para romper la armonia del servicio de la reina. ?No llamariais a eso frescura?

Temblorosa de colera pero sumisa, la duquesa se excuso alegando su mala salud y unos dolores que no le habian permitido estar junto a las demas damas para ser presentada en el momento de la boda. Estaba desolada al saber que la habian echado tanto de menos…

— ?Echado de menos? Nadie os ha echado de menos. Sabeis muy bien que debeis vuestro cargo a la insistencia del senor cardenal, que deseaba contentar al senor canciller… Ahora el asunto esta zanjado. Senoras -anadio elevando la voz-, tengo que daros una gran noticia: Su Majestad la reina viuda de Inglaterra, mi hermana, nos ha hecho el honor de conceder a mi hijo Felipe la mano de su hija Enriqueta. Las dos van a regresar muy pronto a Londres con el fin de obtener el consentimiento del rey Carlos II, que se da por descontado. Durante ese tiempo nos cuidaremos de la composicion de la casa de la futura duquesa de Orleans… ?Vamos, calma! -concluyo entre risas-. ?La noticia no es tan noticia, y todas lo sospechabais ya!

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