En efecto, aquel rumor habia circulado por los salones desde el regreso de la corte. Mazarino apadrinaba el proyecto con un entusiasmo comprensible: aquel matrimonio representaria para el una excelente ocasion para hacer las paces con el joven Carlos II, al que con tanta frecuencia habia negado el subsidio para no comprometer su alianza con Cromwell, y cuyo repentino ascenso al trono le habia planteado algunos problemas.
Ana de Austria dejo que se apagasen los murmullos, y luego se acerco a Sylvie al tiempo que miraba de reojo a la dama de compania:
— ?Que edad tiene vuestra hija Marie, Madame de Fontsomme?
— Catorce anos, Vuestra Majestad.
— Por tanto, tendra quince el ano que viene, cuando se celebren las bodas. La edad que teniais vos misma, querida Sylvie, cuando vinisteis a servirme… ?con tanta devocion! De modo que me parece muy indicado que ocupe un lugar entre las doncellas de honor de la nueva Madame. La ultima vez que la vi, prometia ser bonita, y Monsieur esta muy empenado en que su corte se componga unicamente de personas jovenes y hermosas.
Aquel nombramiento delante de todas las demas era un favor extremo y, al inclinarse en una reverencia para agradecerlo, Sylvie lo recibio como tal. Pero no por ello sintio alegria. Mas bien temor: ignoraba con que elementos se formaria aquella nueva corte, brillante sin duda a juzgar por los gustos suntuarios y refinados del joven Monsieur, pero tal vez aun menos provista de sensatez que la que se alojaba en el Louvre cuando ella misma entro a formar parte. Marie no era ni debil ni miedosa. Tenia un caracter fuerte y sonaba con brillar en el mundo. Sin duda estaria encantada, pero su madre sabia que su propia tranquilidad se habia terminado. Mas aun porque aquel dia de gloria acababa de crearle una enemiga. No habia equivoco posible respecto de la mirada venenosa que le dedicaba en ese momento la dama de compania titular.
Aquella noche le costo mucho dormirse, a pesar de las palabras apaciguadoras que le prodigo Perceval al verla volver a casa visiblemente nerviosa.
— No te atormentes por un suceso que tendra lugar al cabo de un ano. Cada dia tiene su afan…
— ?Precisamente! Ademas de Marie, esta ese personaje, Monsieur de Saint-Remy, que no se que quiere de mi.
— ?Lo que quiere de «nosotros»! Sabes muy bien que yo estare contigo. Mientras tanto, intenta descansar. Yo salgo.
— ?Adonde vais?
— A Saint-Mande, a invitarme a cenar en casa de nuestro amigo Fouquet. Sabes que tiene intereses en las Islas. Quiza pueda decirme algo sobre ese personaje.
Siguiendo su costumbre, Perceval desdeno tomar el coche y marcho a caballo -decia que a caballo se pasaba por todas partes y con mayor rapidez-, pero volvio antes de lo que esperaba: el encantador castillo de Saint-Mande, en el que Fouquet trabajaba y reunia a su grupito de artistas, escritores y sin embargo amigos fieles, estaba practicamente vacio aquella tarde. Perceval unicamente encontro alli al poeta Jean de La Fontaine, pensativo a la sombra de su cedro favorito mientras paladeaba el vino de Joigny que Vatel, el cocinero jefe del superintendente, encargaba para el. Siempre amable, ofrecio una copa al visitante pero fue incapaz de informarle sobre el paradero de Fouquet. Lo unico seguro era que aquella noche cenarian sin el. El caballero de Raguenel se excuso, y se disponia a partir despues de rogar a La Fontaine que anunciara su presencia para el dia siguiente, cuando aparecio el abate Basile. Era casi lo mismo preguntarle a el que al dueno porque Basile, la oveja negra de la familia, era no solo el hermano menor, sino ademas el hombre de confianza de Fouquet.
Era una persona curiosa, aquel abate comendatario de Saint-Martin de Tours que nunca habia recibido las ordenes, cosa preferible desde el punto de vista de la Iglesia. Intrigante, epicureo, belicoso como la espada que apenas nunca le abandonaba y casi tan inteligente como su hermano mayor, era astuto como un zorro y aficionado a enredar. Se habia desplegado como una flor al sol durante los tumultos de la Fronda, en los que al menos dio prueba de coherencia al servir con fidelidad a Mazarino -y a su hermano, por supuesto- a lo largo de once anos. Era ademas un alegre vividor y un chismoso, y escucho lo que Perceval tenia que decirle con la atencion que merecia un hombre que pertenecia a una familia rica y bien vista en la corte.
— ?Saint-Remy, decis? Deberia de ser facil localizarle. Los franceses no son demasiado numerosos en las islas de America. Es posible que ese hombre venga de alli: se que hace pocos dias arribo un navio al puerto de Nantes; falta saber si el estaba a bordo, y no dejare de informarme.
Y cuando Perceval, algo mas animado, le dio las gracias, respondio:
— Una sonrisa de la senora duquesa de Fontsomme sera mi mejor recompensa. ?Hace anos que estoy a sus pies, pero ella no parece haberse dado cuenta! Verdad es que, como estoy detras de Nicolas, nadie me ve.
— A proposito, ?sabeis donde esta?
— En Charenton, en casa de Madame du Plessis-Belliere. Ha ido a refugiarse alli en busca de un poco de aire fresco. Ha salido sofocado de rabia de la casa del senor cardenal, que, a pesar de su mala salud, no para de presionarle para conseguir los intereses de las sumas que le fueron confiscadas durante la Fronda.
— ?Un hombre en su estado no deberia pensar mas en la salvacion de su alma que en aumentar su fortuna?
— Un hombre normal como vos y como yo, sin duda, pero el senor cardenal esta mas encarinado con su bolsa que nunca. Hay que verle vagando por las salas de su palacio o de sus aposentos del Louvre, en zapatillas, apoyado en un baston y con lagrimas en los ojos. Cuando no maltrata a mi hermano, no para de decir adios a todas las obras de arte que ha reunido y que se vera obligado a abandonar, ay, en un dia ya cercano. ?Y llora! ?Es para morirse… de risa!
— No creo que el senor superintendente haya de sofocarse por ello. Conoce desde hace mucho tiempo la codicia del cardenal, y no es una novedad para el.
— Ciertamente, pero la novedad es que, apenas en presencia de Su Eminencia, ve a Monsieur Colbert salir de algun agujero con un memorial en la mano… Seria hora, creo yo, de que el Senor se apresurara a llevarse con el al cardenal: ese Colbert lo invade todo…
— ?Teneis la esperanza de que las cosas mejoraran cuando nuestro joven rey tome las cosas en su mano?
— Claro que si. Es joven, precisamente, y adora a su madre, que es muy amiga de mi hermano. ?Y este sabe ser tan seductor…! Sera primer ministro.
Perceval admiro la rotunda confianza del abate Basile sin compartirla. Sentia por Nicolas Fouquet estima y afecto, pero temia que sus brillantes cualidades no fueran otros tantos defectos a los ojos del siniestro Colbert, y que, si chocaban en el futuro, le ocurriera como al jarron de porcelana que se estrella contra uno de hierro. De momento, sin embargo, estaba contento por haber encontrado a Basile: el abate era el hombre que necesitaba para conseguir una informacion que habria sobrecargado inutilmente las tareas del superintendente.
Al dia siguiente a la hora prevista, Monsieur de Saint-Remy se presento en el
En un segundo examen, Saint-Remy no le gusto mucho mas que la primera vez, a pesar de cierta gracia, de cierto magnetismo que no se le escaparon. No por ello fue menos cortes.
— Pues bien, senor, ?que cosa tan importante teniais que decirme para haberme seguido hasta las puertas del Louvre?
El gentilhombre de las Islas parecia un tanto embarazado. Se tomo su tiempo para responder. Finalmente esbozo una sonrisa que dejo al descubierto unos dientes bien formados, y se decidio:
— Se trata de una vieja historia, senora duquesa, que tal vez juzgareis banal, pero que para mi tiene una importancia extrema porque de vos depende que tenga un final feliz o no, en funcion del humor con que la recibais. Dicho en pocas palabras, tengo el honor de ser vuestro cunado.
La sorpresa fue mayuscula. Por instinto, Sylvie volvio la mirada a Raguenel, cuyo gesto de desenrollar un pergamino se detuvo un breve instante; pero la mirada que volvio a posar ella sobre su visitante era serena.