a principes, y salio a toda prisa a anunciarlo. Beaufort se apresuro a seguirle para no dejar que se debilitara el efecto sorpresa. En cuanto a Ganseville, se instalo en el vestibulo con el aspecto de un hombre poco dispuesto a ser importunado.
Siempre detras del mayordomo, al que apenas dio tiempo para anunciarle, Beaufort atraveso un gran salon en el que no se habian ahorrado dorados, antes de entraren una estancia mas pequena y tambien mas intima, un gabinete de conversacion forrado de damasco amarillo con asientos a juego en el que dos mujeres charlaban sentadas a uno y otro lado de una mesa sobre la que habia algunos libros, una escribania y un jarron con margaritas de otono cuyo color armonizaba con la decoracion. Al instante las dos se pusieron en pie y, siempre sincronizadas, ofrecieron al recien llegado una graciosa reverencia, que el les devolvio barriendo la alfombra con las plumas de su sombrero, una cortesia que se habria ahorrado si la duena de la casa hubiera estado sola. Incluso se excuso de lo imprevisto de su aparicion y de molestar con tanto desenfado a unas damas, pero deseaba hablar con Madame de La Baziniere de un asunto que no admitia el menor retraso.
— No os excuseis, monsenor, ya me marchaba -dijo, con una sonrisa capaz de condenar a un santo, la dama desconocida, que era muy bonita, pequena pero bien proporcionada, de bello cabello castano y grandes ojos azul celeste que miraban con descaro.
Por la duena de la casa, Beaufort supo que se trataba de una vecina, hija del teniente civil Dreux d'Aubray, casada con un cierto Brinvilliers al que acababan de hacer marques. Era obvio que la pequena marquesa se moria de curiosidad, y que se retiraba sin la menor gana de hacerlo. Le habria encantado saber que asunto traia al famoso duque de Beaufort, el Rey de Les Halles, a la casa de una belleza ya un tanto pasada de sazon.
— Incluso aunque su amante no la visite, no dormira esta noche -dijo la ex Mademoiselle de Chemerault con una risita maliciosa.
— Creia que era una amiga vuestra, pero al parecer no es asi…
— No os equivoqueis, monsenor, somos amigas… por lo menos todo lo que es posible con esa clase de mujer.
— ?Esa clase de mujer? ?Es marquesa, si he entendido bien! Vos no lo sois. En realidad no sois otra cosa que la viuda de un tratante.
El tono insolente fustigo el orgullo de la que habia sido Francois e de Barbeziere de Chemerault. No le gustaba que le recordaran lo que no podia llamar de otra manera que un venir a menos, y que por lo demas su familia no le habia perdonado. Se irguio en toda su estatura, que era aun magnifica, y sus ojos oscuros intentaron fulminar al principe que la trataba con tanta descortesia.
— ?Os habeis tomado la molestia de venir a mi casa, monsenor, solo para resultarme desagradable? Erais mas galante en otro tiempo…
— ?Cuando erais doncella de honor de la reina a la que traicionabais ya tan alegremente? ?Oh, muy poco mas! De todas maneras, dejemos una cosa en claro: no estoy aqui para resultaros agradable. Al contrario.
— ?En ese caso, tened la bondad de salir si no quereis que llame a mis lacayos para que os arrojen de aqui, por muy principe que seais!
En lugar de dirigirse a la puerta, Francois se sento en el sillon que Madame de Brinvilliers habia dejado libre.
— No os lo aconsejo porque, si salgo por esa puerta, me bastaria cruzar la calle para encontrar al teniente civil (el padre de vuestra «amiga» de hace un instante) y pedirle la ayuda que ayer el rey me autorizo a solicitar.
— ?Ayuda? ?Contra mi? ?Y por orden del rey? ?Que es ese galimatias?
— Llamadlo como gusteis, pero si no os decidis a escucharme, podeis meteros en graves apuros. Monsieur Colbert, interrogado ayer por el rey en Fontainebleau, no tuvo inconveniente en admitir que vos le habiais recomendado a un amigo vuestro, un cierto Fulgent de Saint-Remy, para que utilizara sus servicios.
La aguda mirada de Francois advirtio sin esfuerzo que la dama palidecia debajo del colorete que daba un aspecto de perfecta lozania a sus mejillas. Sin embargo, parecio relajarse, se sento a su vez de tal forma que presentaba a su interlocutor un perfil perfecto, y tomo un abanico como si una subita subida de la temperatura justificara su empleo. Sonrio.
— ?Era verdaderamente necesario molestar a Su Majestad por semejante naderia? ?Que tiene de malo recomendar a un futuro ministro a un pobre diablo lleno de talento y muy maltratado por la vida?
— Ninguno -dijo Beaufort con una amplia sonrisa-. Todo depende de las intenciones que os animaran. A proposito, ?donde encontrasteis a vuestro protegido?
— Delante de mi puerta. Llegaba de las Islas, donde un primo de mi difunto marido le habia dado una carta de recomendacion. Estaba ansioso por encontrar un empleo digno de un hombre inteligente…
— Hay tanto que hacer en las Islas, y en particular fortuna, que no veo muy bien que razon le impulso a emprender la travesia. ?En el caso de que haya atravesado el oceano, evidentemente!
— ?Que quereis decir?
— Que en la epoca en que afirma haber llegado, ningun Saint-Remy tomo pasaje en ninguno de los barcos que han venido de las Islas. Tanto de Saint-Christophe como de la Martinica o Guadalupe. Salvo que haya viajado con otro nombre, el suyo real, y no haya adoptado el actual mas que al llegar aqui, y eso con un fin bastante obvio.
— Lo que me decis me resulta muy oscuro. Os he dicho lo que sabia de ese infeliz… o lo que creia saber. En este caso, no es posible dudar de mi buena fe.
La pacifica sonrisa de Beaufort se transformo en cruel, al mostrar unos dientes perfectos que parecian muy dispuestos a morder.
— ?Tierna cordera, dulce e inocente! De modo que unicamente habeis actuado por pura caridad… porque, por supuesto, ignorabais que ese aventurero pretendia pasar por el primogenito del difunto mariscal de Fontsomme, esos Fontsomme cuya corona ducal habeis sonado siempre cenir…
— En verdad, ignoro de lo que estais hablando.
— De modo -prosiguio Beaufort- que no dudasteis en ayudar a vuestro protegido a raptar al joven duque. Solo que los raptores cometieron el error de alardear de su amistad con Monsieur Colbert, una pretension que este niega de manera categorica.
Esta vez, Madame de La Baziniere solto una carcajada en la que un oido fino habria percibido un ligero temblor.
— ?Claro que lo niega, porque el pobre hombre no tiene nada que ver en este asunto, igual que yo misma! Por lo demas, la mentira es bastante burda y se desmonta con facilidad: han sido los amigos de Monsieur Fouquet los que han raptado al nino, proclamandose del partido de Colbert para desacreditarlo.
— ?Los amigos de Fouquet raptaron al hijo de una de los suyos? ?Que verosimil!
— Precisamente eso prueba una gran habilidad para colocar a Colbert en apuros.
— Admito que vos seriais capaz de una cosa asi. Sin embargo, Monsieur Colbert no tiene la menor duda al respecto: se atiene al hecho de que vos le recomendasteis a Saint-Remy, y que fue el, es decir vos, quien rapto al joven duque de Fontsomme. De modo,
Beaufort giraba ya los talones para salir, pero ella lo retuvo con un grito:
— ?Deteneos!
El la miro de arriba abajo con desprecio.
— ?Teneis algo mas que decir?
— Si. Me pregunto lo que pensaria el rey, que tanto se inclina del lado de la querida duquesa, si supiera que el joven duque, como le llamais, no tiene ningun derecho al nombre, y menos aun al titulo.
— Continuad.
— Comprenderia de inmediato por que razon os habeis convertido en el campeon de vuestra protegida.
— Mate al padre de ese nino en duelo: ?se lo debo!
— No matasteis a su padre, porque su padre sois vos…
— ?Otro de esos chismes que tanto os gusta difundir! Verdaderamente, sois una criatura infame.
— Quiza, pero si no quereis que el rey sepa la verdad, os aconsejo que me dejeis fuera de este asunto y busqueis a vuestro Saint-Remy en un lugar distinto de mi casa.
Entonces Beaufort perdio su sangre fria. Desenvaino la espada con un gesto fulgurante, y coloco su punta