de sentir por esa mujer una amistad intensa. La visito con los pretextos mas diversos. Juego un poco a la caprichosa; declaro que me anunciare yo misma; le llevo pequenos regalos. Anteayer, apareci en su habitacion en el momento en que conversaba con un hombre que vestia su librea pero al que no habia visto nunca. Un hombre de unos cuarenta anos, con un rostro alargado…
Beaufort saco de su bolsillo el dibujo de Perceval y se lo tendio:
— ?Se parecia a este dibujo?
— Pues… ?pues si! ?Es exacto!
— ?Esta en casa vuestro padre?
— No, esta noche no. Esta en nuestro castillo de Offemont.
— ?Que contrariedad! He amenazado a esa mujer con que, si no nos ha devuelto al nino manana por la manana, hare que los hombres del rey registren su casa.
Fue el turno de la bella Marie-Madeleine de brincar de los almohadones en que estaba reclinada en una pose tan languida como estetica.
— Puede hacerse incluso sin el, pero entonces a ella solo le queda una solucion: trasladar esta misma noche al pequeno duque a otro escondite.
— Tiene otra solucion: ?matarlo! -dijo Beaufort en un tono lugubre.
— No lo creo. Es una mujer que sabe calcular los riesgos, y ese seria excesivo: un asesinato deja huellas, y significaria la rueda para el asesino y la espada del verdugo para ella. ?Donde esta vuestro escudero?
— Fuera. Vigila la casa…
— Mi criado La Chaussee hace lo mismo. No pretendo daros ordenes, monsenor, pero creo que debeis reuniros con vuestro servidor, tomar vuestros caballos y manteneros a alguna distancia. Algo me dice que el nino saldra esta noche. Hare que vuelquen una carreta de lena en el otro extremo de la calle…
«?Que mujer! -penso Beaufort-. ?Seria un teniente civil mejor que su padre!» Luego dijo en voz alta:
— ?Si tenemos exito, os lo deberemos a vos, marquesa! ?Como podria agradeceroslo?
Madame de Brinvilliers esbozo una leve sonrisa.
— Me gustaria, si la duquesa recupera a su hijo, que acepte presentarme a la reina. Somos nobles de fecha muy reciente porque mi esposo es Antoine Gobelin, de una familia de grandes industriales textiles, pero Gobelin pese a todo. Nuestro marquesado no es exactamente un fraude, pero si bastante reciente.
— Fue adquirido en el ejercito, senora, y eso da muchos derechos.
— Claro, claro… pero me gustaria ver la corte un poco mas de cerca.
— Cuidare de ello, marquesa, y la duquesa estara encantada de ayudaros.
De nuevo en la oscuridad de la calle, Beaufort envio a Ganseville a buscar los caballos y se aposto con el en un callejon maloliente que se abria entre dos edificios. Alli volcaban la basura, y era al parecer una tierra de promision para las ratas. Algunos puntapies las pusieron en fuga. Al mismo tiempo, una carreta con una pesada carga de lena empezo a traquetear sobre los adoquines desiguales con crujidos apocalipticos, y acabo por desmoronarse justo al final de la calle. Asi pues, todo estaba dispuesto, y empezo la espera.
Iba a ser larga. Empezo aproximadamente a las nueve y se prolongo hasta bastante despues de que en la iglesia de Saint-Paul sonaran las campanadas de la medianoche. Los emboscados empezaban a encontrar que el tiempo pasaba muy despacio, cuando por fin las puertas del
— ?Adonde puede ir ella asi, en plena noche? -susurro Beaufort, convencido de que su enemiga iba en el interior de la silla-. ?Sigamosla!
— Puede que esa silla sea un cebo y que lo que esperamos salga despues.
— En ese caso, la gente de Madame de Brinvilliers podra encargarse de ellos. Pero quiza tienes razon. Vamos a separarnos: yo sigo la silla y tu te quedas.
Aficionado a la caza en solitario -le gustaba recorrer sus tierras con un perro a los talones y un fusil bajo el brazo-, Beaufort sabia desplazarse sin hacer el menor ruido. Se lanzo a la persecucion del pequeno cortejo, siguio detras de el parte de la Rue Saint-Paul, y luego lo vio girar hacia la cabecera de la iglesia construida unos anos antes por los jesuitas, cuyo seminario se alzaba al lado. Habia alli un cementerio al que se accedia desde el interior de la iglesia, pero tambien por una pequena puerta practicada en el pasaje Saint-Louis, junto al costado izquierdo del santuario. La silla se adentro en el pasaje y luego se detuvo, pero nadie bajo de ella. Uno de los «guardias» se acerco a la puerta y al parecer tenia una llave, porque la abrio con facilidad y volvio luego a la silla, de la que extrajo un bulto oblongo que cargo a la espalda mientras su companero, ayudado por los porteadores, cogia algunas herramientas del fondo del vehiculo. Beaufort lo vio todo rojo y el corazon le dio un vuelco: esa gente iba a proceder a un entierro clandestino, y el cuerpo no podia ser mas que el de Philippe. Desenvaino la espada, y corria ya hacia la puerta cuando una mano le retuvo con firmeza.
— ?Son cuatro, monsenor! No vayais solo.
— ?Quien eres?
— La Chaussee, el criado de la marquesa. Esperad un instante, voy a buscar a vuestro escudero…
— ?Empieza por ayudarme a saltar esa tapia!
En efecto, la silla habia quedado abandonada en el pasaje y la puerta habia vuelto a cerrarse detras de los cuatro hombres. Sin responder, La Chaussee se inclino y ofrecio sus manos cruzadas como apoyo para la bota de Beaufort, que se izo como una pluma y se encontro en lo alto del muro, desde donde se deslizo al interior agil y silenciosamente. Mientras, los cuatro hombres con su fardo habian llegado al fondo del cementerio y se pusieron no a excavar la tierra, sino a levantar y hacer deslizarse lateralmente una losa que daba acceso a un sepulcro. Beaufort oyo chirriar la piedra y, sin esperar el socorro anunciado, corrio entre las tumbas con la espada en alto. Afanados en su tarea, los hombres no le vieron llegar y uno de ellos cayo de bruces con un estertor, atravesado de lado a lado sin saber siquiera que le habia ocurrido. Pero el efecto sorpresa no duro: al tiempo que retiraba su arma del cadaver, ya otro malandrin habia desenvainado y le atacaba. Tocado en el brazo, Beaufort dio un salto atras, tropezo con el muro del cementerio y se apoyo contra el para afrontar no solo al hombre armado, sino a los dos porteadores de la silla, armados uno con una palanca y el otro con una barra de hierro. Demasiado furioso para sentir el dolor, dio unos molinetes tan terribles con su espada que los otros, sorprendidos, retrocedieron a la espera de un descuido que les permitiera alcanzarle. No le costo esfuerzo atemorizar a los dos porteadores, pero el tercer hombre demostro conocer muy bien el manejo de la espada. Y de repente, Beaufort grito:
— ?No te escaparas, Saint-Remy o quienquiera que seas! ?Voy a matarte como la mala bestia que eres!
— Te costara hacerlo. Somos tres y tu estas solo.
?De modo que era el! Beaufort sintio que le nacian alas y cargo con un impetu enloquecido. La palanca, lanzada por una mano vigorosa, no le alcanzo por los pelos, y al segundo siguiente el lanzador se derrumbo con un espantoso gorgoteo, la garganta atravesada por la espada de Ganseville. El hombre de la barra de hierro corrio la misma suerte. Entonces, viendose atrapado entre dos fuegos, Saint-Remy abandono bruscamente el combate, huyo como una flecha entre las tumbas y desaparecio tan subitamente como si la tierra se hubiera abierto a su paso. Ganseville se dedico a perseguirlo mientras Francois corria a arrodillarse junto al cuerpo envuelto en una manta que habian colocado al lado de la tumba abierta. Estaba tan conmovido al apartar la tela con una mano temblorosa, que las lagrimas anegaron su rostro: el hijo de Sylvie yacia ante el, victima de un aventurero y una mujer miserable. Y el, Beaufort, tendria que llevarlo a una madre cuya desesperacion anticipaba con espanto.
De repente, al inclinarse sobre el nino para abrazarlo, noto que la piel estaba caliente y que Philippe respiraba… Le invadio una violenta oleada de jubilo.
— ?Ganseville! -llamo sin preocuparse del ruido que hacia-. ?Ganseville, ven aprisa! ?Esta vivo! ?Vivo!
Tomo al nino en sus brazos y, sin ocuparse de su herida, con el rostro levantado hacia las estrellas, parecio ofrecerlo al cielo.
El escudero acudio y examino al muchacho.
— Esta vivo pero inconsciente… Han debido de drogarlo, pero ?con que?
— ?Y si es un veneno que esta haciendo efecto? -se alarmo el duque.
— No parece que sufra…
— ?Y esos miserables iban a enterrarlo vivo! ?Como se puede ser tan innoble?
Sin responder, Ganseville se acerco al sepulcro abierto y comprobo que una escalera descendia a las