tinieblas. Bajo unos peldanos y volvio a subir.

— No creo que tuvieran intencion de matarlo; mas bien de esconderlo mientras los oficiales del rey registraran el hotel La Baziniere, como vos le amenazasteis hace unas horas. A Saint- Remy no le interesa que el nino desaparezca para siempre sin que se sepa que ha sido de el. Sin duda pretende utilizarlo para sacar dinero a su madre.

— Pero ?te imaginas a este pobre nino despertando en una tumba? Podria morir de miedo.

— ?Tambien es posible! En ese caso, se descubriria un cadaver sin la menor huella de malos tratos ni rastro de veneno.

— Aun no estoy seguro de que no le hayan dado nada. Hay que intentar despertarlo… y atenderlo.

No tuvieron que buscar mucho para encontrar ayuda. La inusual agitacion en el cementerio y los gritos de Francois habian despertado a algun jesuita. Aparecio un hombre vestido de negro y con un bonete cuadrado, provisto de una linterna. Sin dudarlo, Beaufort se presento y conto lo que acababa de ocurrir. El recien llegado se acerco a mirar al nino inconsciente.

— Uno de nuestros hermanos es un excelente medico.

Le examinara… En cuanto a esto -anadio, senalando el sepulcro abierto-, no es una tumba sino una antigua bodega del hotel Saint-Paul. Nosotros la tapiamos cuando se construyo la iglesia. Creo que nos habiamos olvidado de su existencia… ?Venid conmigo!

Mientras seguia al religioso y a Beaufort, que llevaba a Philippe, Ganseville sonrio para sus adentros. No era propio de los jesuitas olvidar un detalle tan importante como una salida secreta. Faltaba saber como habia conseguido descubrirla Saint-Remy.

Una sala baja y fria, amueblada con un austero crucifijo mural y algunos bancos, acogio al pequeno grupo. El jesuita encendio con su linterna algunos cirios colocados delante de la imagen sagrada, y luego salio mientras Beaufort y Ganseville colocaban a Philippe tendido en un banco. El nino estaba tan inmovil como un muneco, pero su respiracion era regular, aunque debil. El viejo religioso le examino con mas cuidado del que empleaban habitualmente los medicos. Finalmente se inclino junto a su boca, olisqueo repetidamente y levanto hacia Beaufort su mirada vivaz y su larga nariz cabalgada por unas antiparras.

— Una fuerte dosis de opio -diagnostico-. Habria podido matar a un nino menos vigoroso que este, pero creo que no hay que preocuparse. Llevadlo a su casa y esperad a que despierte. ?Me han dicho que unos maleantes pretendian enterrarlo en nuestro cementerio?

— Si, padre. Estoy agradecido a Dios por haberme permitido llegar a tiempo. Debo anadir que para salvarlo hemos matado a tres hombres. El cuarto ha huido, por desgracia.

— Dios sabra encontrarlo. No os preocupeis de esos cadaveres, nosotros los enterraremos. ?Disponeis de un coche para llevar al nino?

— Tenemos caballos. Mi escudero ira a buscarlos… y yo mismo volvere manana a ofreceros a vos y a vuestra santa casa el donativo que me dicta mi gratitud.

Momentos despues, Francois, feliz como no lo habia sido desde hacia mucho tiempo, devolvia su hijo a Sylvie, aun dormido pero sano y salvo. No tuvo que esperar apenas a que le abrieran el hotel de Fontsomme, donde nadie dormia. A su vuelta de Fontainebleau, la duquesa habia encontrado una carta con la exigencia de un rescate: el dia siguiente a medianoche tenia que depositar cincuenta mil libras al pie de la estatua del rey Enrique IV, en el Pont-Neuf, y regresar a su casa, a la que seria llevado el nino una hora despues de la entrega del dinero. Desde ese momento, ella y Perceval se ocupaban de reunir la suma, pero sin demasiadas esperanzas de volver a ver a Philippe. ?Como confiar en gente de esa calana? Sin embargo, era necesario seguir su juego hasta el final.

Creyo ver abrirse el cielo cuando aparecio Francois llevando al nino en brazos. Francois no habia de olvidar nunca la mirada que le dirigio, ni las palabras que murmuro a traves de lagrimas de alegria:

— Os llame «Monsieur Angel» hace mucho tiempo, cuando me encontrasteis en el bosque, y estaba convencida de que lo erais. Esta noche estoy segura de que es asi.

El tambien estaba conmovido, pero rehuso quedarse ni un instante en la casa de Jean de Fontsomme. Queria seguir la pista del raptor, hostigarle y, de paso, librar al mundo de la ex Mademoiselle de Chemerault. En su ansia de venganza, sonaba con prender fuego a su casa como anos atras habia destruido el castillo de La Ferriere. Pero cuando entro en la mansion de la Rue Neuve-Saint-Paul, con los servidores de su casa que Ganseville habia ido a buscar, el edificio estaba vacio. No quedaba ni siquiera el portero. Y nadie, ni siquiera su aliada de la tarde anterior, cuyos ojos azules veian con tanta claridad, pudo decirle como habian desaparecido la dama y sus secuaces.

Tanto mas furioso porque se acercaba el momento en que finalizaria el plazo concedido por el rey, se disponia a marchar de nuevo a Fontainebleau para pedir un poco mas de tiempo y ordenes de arresto en debida forma cuando Ganseville vino a anunciarle, perdida toda su calma habitual:

— ?Esta aqui!

— ?Quien?

— Madame de Fontsomme. Desea hablaros…

Francois sintio un ligero mareo. Tener a Sylvie en su casa, a Sylvie en la casa a la que habia llevado a tantas mujeres para intentar borrar su recuerdo sin conseguirlo nunca, le parecia a un tiempo maravilloso y vagamente escandaloso. Corrio hacia ella tras una ojeada a las ventanas, detras de las cuales brillaba el sol: el tiempo le permitiria recibirla en el jardin. La encontro en mitad de la escalera, la tomo de la mano y la llevo.

— Venid -dijo-. Vamos fuera. Esta casa no es digna de vos.

El jardin era pequeno pero aquella manana los rayos aun tibios del sol lo tenian de oro. Los arboles lloraban en silencio sus hojas enrojecidas alrededor de una fuente que representaba a una ninfa vertiendo el agua contenida en un cantaro. Habia alli un banco de piedra; el la invito a sentarse pero se quedo de pie ante ella.

— ?Vos en mi casa? -empezo en voz baja-. Me faltan palabras para expresar mi alegria.

Sin responder, ella le tendio una carta sin sello que acababa de sacar de un bolsillo de su amplia capa de terciopelo negro. Pronto estuvo leida: no eran mas que unas pocas palabras, pero con una gravisima amenaza implicita en su forma abstracta: «Lo que no se hizo por la manana, puede ser hecho por la tarde…»

Saint-Remy debia de haber leido a Maquiavelo en alguna parte. Las manos nerviosas del duque arrugaron el papel.

— ?Cuando lo habeis recibido?

— Hace una hora, por medio de un chiquillo que la entrego al portero y se fue corriendo.

— De modo que ese miserable no solo se ha escapado sino que se burla de nosotros. ?Como pude dejarle huir…? Hay que encontrar a cualquier precio un modo de proteger a nues… a vuestro hijo. Me preparaba para ir a ver al rey, y quiza…

Ella le detuvo con un gesto.

— ?No! Desde que recibimos esto, el caballero de Raguenel y yo hemos estado pensando. Dondequiera que este Philippe, en este reino, correra peligro mientras ese bandido siga suelto. Incluso dentro de un convento, el peligro le acechara en todas partes. Salvo…

— ?Salvo?

— Salvo a vuestro lado. Francois, he venido a rogaros que acepteis llevaroslo con vos. Primero a Brest y despues al mar…

— ?Me lo confiareis?

Maravillado por la felicidad que le ofrecia y que ella habia de pagar con lagrimas amargas, doblo la rodilla ante ella y abrio las manos como para recibir aquel hermoso regalo, pero sin atreverse a tocarla. Fue Sylvie quien se inclino y coloco sus dedos en aquellas grandes palmas.

— ?Quien podria cuidar mejor de el que su padre? -murmuro-. Ademas, se que hareis de el un hombre digno del nombre que lleva.

— ?Lo juro por mi vida! Pero el, ?que piensa? ?Le habeis hablado de esa idea?

Un esbozo de sonrisa suavizo aquel bonito rostro tenso, marcado por las garras de la angustia.

— ?El…? ?Esta loco de alegria! En lugar de entrar en un colegio, va a ser el paje de un principe, y sobre todo va a ver el mar, los barcos…

— ?Le gustan?

— Tanto como a vos mismo. Deberia ser una persona de tierra adentro, apegada al terruno, pero lo cierto es que solo suena con el mar abierto. ?Cuando marchais?

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