maltratando la ortografia.
— Como nunca has sido una amanerada, eso no debe importarte. Lo que cuenta son los sentimientos…
Sonrio con ternura al ver enrojecer aquella bonita cara. No cesaba de dar gracias al Cielo por una aproximacion que deseaba desde hacia mucho tiempo, e incluso albergaba esperanzas de que unas bodas acabarian por unir a aquellos dos seres hechos el uno para el otro y que tan bien se conocian. Nada podia ser mas conveniente, tanto para ellos como para Philippe, que algun dia regresaria de sus viajes y al que no estaria de mas proteger de una forma oficial. En efecto, aunque hacia ya tres anos que Saint-Remy no daba senales de vida y su complice vivia apartada en un castillo de provincias, el caballero de Raguenel no consideraba definitiva la desaparicion del aventurero. Debia de estar oculto en alguna parte, para que lo olvidasen y que la pesada mano del rey, que por muy poco no le habia alcanzado, tomara una direccion diferente; pero, a menos que se hiciera matar en alguna pelea, volverian a verle un dia u otro… Por otra parte, era este un tema del que no hablaba nunca con Sylvie, porque preferia que ella expulsara de su memoria uno de los periodos mas penosos de su vida. Por la misma razon, se guardaba mucho de informar a su ahijada de lo que sabia por otras fuentes: Beaufort y los suyos se habian atrincherado en Djigelli, una plaza fuerte de la costa argelina, por cuya toma se habia cantado un
Sin embargo, estaba escrito en el libro de la vida que aquella tarde, que Sylvie se prometia tan pacifica, estaria lejos de serlo para ella. Primero, en el momento en que se disponian a sentarse a la mesa, se produjo la aparicion tumultuosa de Marie. Sus llegadas eran siempre tumultuosas, y en la estela de sus vestidos de terciopelo azul, raso blanco y armino, el otono parecio eclipsarse para dar paso a la primavera. Al entrar, no vio a su madre y corrio a abrazar a Perceval.
— ?Hace siglos que no os veia, y os echaba de menos! -exclamo-. No os pregunto por vuestra salud: ?se os ve mas joven que nunca!
Sin darle tiempo a respirar, distribuyo algunos besos por su rostro, y luego pirueteo sobre los talones y se encontro frente a Sylvie. De inmediato parecio apagarse como un cohete de fuegos de artificio al caer.
— ?Madre…? ?Estabais aqui? No sabia que habiais regresado a Paris…
— Pues la corte hace bastante ruido cuando regresa -dijo Perceval, disgustado por el cambio de tono de la joven y por el efecto que producia en Sylvie-. Y las Tullerias estan cerca. ?Estan sordos alli hasta ese punto?
— Oh, nosotros los de la casa de Madame nos hemos convertido en indeseables, en parias. Desde que nuestra princesa esta de nuevo encinta ya no nos invitan. Los «placeres de la isla encantada» no son para nosotros, y aun no hemos visto Versalles.
Hablaba y hablaba delante de Sylvie, sin hacer el gesto de acercarse a ella.
— ?No me das un beso? -murmuro esta y en su voz sono una nota dolorosa que llego a los finos oidos de su padrino. Fruncio el entrecejo, pero ya Marie respondia:
— Si… naturalmente.
Sus labios frescos rozaron la mejilla de Sylvie, pero esquivo los brazos maternos que iban a cerrarse en torno a ella, y continuo:
— Estais magnifica, como de costumbre, y os felicito. Vamos a las noticias, padrino. -Los hijos de Sylvie habian copiado de su madre, con toda naturalidad, ese apelativo afectuoso que en su caso no era exacto, puesto que ambos eran ahijados del rey-. ?Habeis recibido cartas?
— Ninguna desde la ultima vez que nos vimos.
— ?Y vos, madre?
Esta se acerco a una de las estanterias de la biblioteca para esconder las lagrimas que asomaban a sus ojos. Respondio sin volverse:
— Sabes muy bien que todas las cartas que llegan del mar van dirigidas al caballero de Raguenel, por precaucion.
— Claro que si, pero eso no quiere decir nada: si el ha recibido una para vos, quiza no le parece necesario hablar de ella.
— ?Que idea!
— ?Por que habia de hacerlo? Cuando un amante escribe a su que…
La bofetada corto en dos la palabra. No fue Sylvie, demasiado herida por lo que acababa de oir, quien la dio, sino Perceval, y no precisamente con una mano ligera: la delicada mejilla de Marie se cubrio de purpura.
— ?Por quien me tomas? -rugio-. ?Por un correveidile? ?Soy el caballero de Raguenel, y nobleza obliga, hija mia! En cuanto al insulto que acabas de infligir a tu madre, vas a pedirle perdon. ?De rodillas!
Sus dedos delgados, duros como el acero, se apoderaron de la fragil muneca para obligar a Marie a hacer lo que decia. Sylvie se interpuso.
— ?No, os lo ruego! Dejadla. ?Que significaria un perdon obtenido por la fuerza? Preferiria saber de donde ha sacado Marie esa nueva informacion acerca de lo que cree ser mi vida intima.
— ?Lo has oido? ?Responde! -dijo Raguenel, que habia aflojado la presion, pero no soltado la muneca.
Marie se encogio de hombros, resentida.
— No digo que mi madre siga siendo intima de Monsieur de Beaufort, pero lo ha sido… hace mucho tiempo, claro esta, y entre ellos el amor no ha muerto.
— Eso no responde a mi pregunta. ?Quien te ha dicho eso?
Marie hizo un gesto vago.
— Gente de las Tullerias o de Saint-Cloud que saben muchas cosas. No ven ningun mal en ello. Al contrario, admiran…
— ?A quien?
— ?Me haceis dano!
— Te hare mas dano todavia, diga tu madre lo que diga, si no hablas. Por ultima vez, ?quien?
— El conde de Guiche… el caballero de Lorraine… el marques de Vardes…
Perceval solto una carcajada que no presagiaba nada bueno.
— El amante de Madame, el favorito de Monsieur y el complice de Madame de Soissons en el feo asunto de la falsa carta espanola. ?Eliges bien a tus amigos! ?Felicidades! ?Prefieres escuchar a esas lenguas viperinas, a jovenzuelos ociosos que nunca han hecho de su nobleza otra cosa que arrastrarla por las alcobas?… ?Y yo que pensaba que nos querias!
La solto con tanta rudeza que ella fue a caer sobre el sofa que su madre habia dejado libre; y alli rompio a llorar.
Sylvie extendio una mano para acariciarla y miro a Perceval a los ojos para impedirle que siguiera. Por unos instantes la miro llorar. Solo cuando Marie se hubo calmado un poco, su madre dijo a Perceval:
— No hay ninguna duda de que os sigue queriendo a vos, porque no tiene ningun motivo de resentimiento. Conmigo no le ocurre lo mismo. Sabeis muy bien que ama a Monsieur de Beaufort, y me cree su rival.
— ?No lo sois? -hipo Marie.
— No lo he sido ni lo sere nunca, Marie. Se que le amas, mas sin duda de lo que yo creia. Cuando lo dijiste en voz alta y con tanta decision, pense que se trataba de uno de esos espejismos que se presentan con frecuencia a los quince anos.
— Cuando se entrega un corazon como el mio, es para siempre.
— Debo admitirlo. Pues bien, escucha lo que voy a decirte: si Monsieur de Beaufort viniera un dia a pedirme tu mano, se la concederia sin la menor vacilacion.
— ?Porque sabeis muy bien que no lo hara nunca! -exclamo Marie, y se sumergio de nuevo en un mar de lagrimas.
Pero Sylvie no tuvo tiempo de anadir nada mas. En el patio se oyo entrar a un caballo, y Pierrot vino a anunciar a un mensajero de la reina.
Para su gran sorpresa, fue Nabo quien puso rodilla en tierra ante Sylvie. Para no despertar a su paso la curiosidad de la gente, habia envuelto su tunica bordada en una gran capa y sustituido su turbante por un sombrero negro de ala amplia que se quito al entrar, dejando al descubierto un cabello corto y rizado como el de un cordero karakul.
— La reina esta enferma y triste. Necesita a su amiga -dijo.