XIV se proponia construir el palacio mas magnifico del mundo y donde, mientras tanto, daba fiestas en el parque del pequeno castillo construido anos atras por su padre. La mas bella habia sido sin discusion «Los placeres de la isla encantada», que habia durado seis dias y en la que se habia puesto de relieve el gusto del joven monarca por el lujo. Tambien, ay, se habia puesto de relieve su pasion por Louise de La Valliere, con la que habia tenido un hijo.
Cierto que la timida joven, todavia enamorada con locura, habia dado a luz discretamente en una casa proxima al Louvre, y que el nino vivia lejos de la corte con un nombre falso. Cierto que la heroica La Valliere habia vuelto junto a Madame, de la que seguia siendo doncella de honor -y que la detestaba-, tan solo unas horas despues del nacimiento, pero el rey no oculto su alegria.
Una alegria casi tan grande como la mostrada al nacer el Gran Delfin, en el otono de 1661. No sera ocioso anadir que cinco meses despues que la reina, y nueve despues del famoso verano de Fontainebleau en el que el rey y su cunada se hicieron inseparables y exhibieron ante toda la corte su mutua atraccion, Madame dio a luz una nina, lo cual no le produjo la menor alegria: desconsolada, gritaba que tiraran al rio a la criatura. El resultado fue que nadie dudo de que Luis XIV habia contribuido mas al acontecimiento que su hermano, y que habia en el un semental temible…
Despues, Maria Teresa trajo al mundo una nina que, por desgracia, no vivio, y esperaba un nuevo hijo para Navidad. Por su parte, La Valliere esperaba uno para comienzos de ano, y los cortesanos, desorientados por tal avalancha de bebes, no sabian muy bien a quien convenia ir a hacer reverencias; pero en lineas generales se divertian.
No era el caso de Maria Teresa. La infeliz no tardo mucho en conocer las infidelidades conyugales de su esposo, y estaba desconsolada. Sufria incluso de una manera tan patente, que la reina madre ya no sabia que hacer para aliviarla. Tampoco Madame de Fontsomme, que le servia con frecuencia de confidente, y a la que una tarde en que La Valliere cruzaba sus aposentos [21] para ir a cenar con la condesa de Soissons, le habia susurrado: «Esa muchacha que lleva pendientes con diamantes es la que ama el rey.»
Su dolor desazonaba a Sylvie. Nunca habia imaginado que el Rey Cristianisimo, su encantador alumno de otra epoca, pudiera convertirse, una vez asentado en el poder, en una especie de sultan que vivia en medio de un haren y arrojaba el panuelo a una u otra segun su capricho. Y cada vez le gustaba menos aquella corte donde le faltaba el aire porque cada vez encontraba en ella menos amistad, la amistad que siempre habia estimado tanto.
Estaba en primer lugar el interminable proceso a Nicolas Fouquet, inicuo y parcial hasta el punto de que el pueblo, al principio decididamente hostil al superintendente de las Finanzas, habia acabado por cambiar completamente de opinion, y consideraba a Fouquet un martir, y a Colbert un verdugo sin remision, al que se dedicaban diariamente libelos insultantes. Ademas de Nicolas, aquel doloroso asunto mantenia alejadas de ella a muchas personas queridas de Sylvie: la esposa del preso, su amiga Madame du Plessis-Belliere, sus hermanos y sus hijos se habian dispersado. Solo quedaba su madre, una mujer de gran austeridad a la que Sylvie frecuentaba poco. Tambien estaba el que ella llamaba querido D'Artagnan, al que su mujer y sus mosqueteros apenas veian desde hacia tres anos, porque el rey le habia ordenado vigilar al preso «a la vista» en una torre de la Bastilla…
Y luego, ?pero eso tenia poca importancia!, el mariscal de Gramont, tan asiduo hasta el arresto de Fouquet, fingia muchas veces no ver a Madame de Fontsomme cuando se encontraban en la corte. Habia sido ascendido a coronel-general de la caballeria ligera, y no queria comprometer el favor de que gozaba, ya que Sylvie no conseguia ocultar lo suficiente la infinita compasion que le inspiraba el preso.
La muerte tambien creaba nuevos huecos. Se habia llevado a Elisabeth de Vendome, duquesa de Nemours, la amiga de la infancia, la casi hermana, victima de la viruela en el momento en que la corte saboreaba en Versalles las delicias de «la isla encantada». El miedo al contagio hizo que se prohibiera a Sylvie ir a consolarla durante su enfermedad. Unicamente su madre, la duquesa de Vendome, que no temia nada, y sobre todo no temia a la muerte, y una criada abnegada se habian ocupado de ella. Entre los amigos de la familia, el joven «Peguilin», convertido en conde de Lauzun a la muerte de su padre, fue tambien el unico en saltarse todas las prohibiciones para ir a saludar a la que durante algun tiempo penso que seria su suegra. Tuvo que guardar la cuarentena encerrado en su casa, pero no por ello se declaro menos satisfecho de haber ido a rendir homenaje a una dama a la que estimaba. Para entonces estaba ya descartado, por lo demas, su matrimonio con una de las pequenas Nemours, que tan locas habian estado por el: la mayor se casaba con el duque de Saboya, y se decia que la pequena lo haria muy pronto con aquel rey de Portugal que con tanta energia habia rechazado Mademoiselle, ahora exiliada una vez mas en Saint-Fargeau. ?Otra amiga alejada de Sylvie! En cambio, aunque Lauzun se habia visto obligado a renunciar a sus proyectos respecto de Marie de Fontsomme, la original forma con que la muchacha habia dado calabazas a su pretendiente habia hecho que entre este y su suegra frustrada naciera una amistad ciertamente episodica, pero solida y divertida.
Finalmente, la primavera anterior habia tenido que renunciar a la compania de Suzanne de Navailles, exiliada a consecuencia de una peripecia semiburlesca, bastante poco honorable para el rey, y que sobre todo mostraba a una luz inquietante el caracter rencoroso de este.
El suceso tuvo como marco el castillo de Saint-Germain, en el que, a pesar de su pasion por La Valliere y de la asiduidad con que frecuentaba por las noches a su esposa, el rey se habia encaprichado de Mademoiselle de La Mothe-Houdancourt, una de las mas bellas doncellas de honor de Maria Teresa. Le hizo la corte de modo tan visible que Madame de Navailles, responsable en tanto que dama de honor de aquel alegre escuadron, se creyo autorizada por su cargo a dar una ligera, muy ligera, advertencia al joven monarca, sugiriendole que buscara sus amantes en otro lugar que no fuera la casa de su esposa. Luis XIV acepto el reproche sin rechistar, pero a la noche siguiente, en lugar de utilizar el camino habitual hacia la alcoba de la muchacha, se dedico a escalar los tejados del castillo, en los que se abrian unos tragaluces muy oportunos. Al saberlo, la duquesa de Navailles hizo colocar el dia siguiente unas rejas interiores, de modo que llegada la noche el rey tuvo que volverse insatisfecho, y ahora decididamente furioso. Como no se atrevio a exteriorizar su colera para no ofender a su mujer, Luis XIV se trago su rencor y espero una ocasion. O mejor dicho, la recupero.
Se trataba de una falsa carta del rey de Espana para informar a Maria Teresa de los amores de su esposo con La Valliere. Sus autores eran la condesa de Soissons, su amante el conde de Vardes y el conde de Guiche, que lo era de Madame. Pero la falsificacion era tan burda, que al llegar a manos de Molina, esta, sin decir nada a su ama, la entrego directamente al rey. Este se enfurecio, pero le fue imposible encontrar un culpable. Ocurrio entonces el suceso de las rejas y Madame de Soissons, siempre venenosa, se apresuro a sugerir con mucho aplomo a su antiguo amante que tal vez la dama de honor tenia algo que ver en aquel feo asunto. Feliz por la ocasion que se le presentaba, Luis XIV ya no se preocupo de buscar mas lejos. La venganza estaba servida, y aquella misma tarde los Navailles, marido y mujer, recibieron una orden de exilio que les envio a sus tierras del Bearn, con escasas esperanzas de regresar pronto. Aquello provoco la colera de la reina madre: «?Ahora castigais la virtud?»Madre e hijo rineron, pero la pelea no duro mucho: Luis fue a implorar perdon e incluso lloro, pero no oculto que le era imposible «controlar sus pasiones» y que, en ultimo termino, mejor seria que se acostumbraran, tanto su madre como los demas.
Sylvie vio marchar a su amiga con un pesar que se agudizo al tener que soportar despues a la nueva dama de honor, la ex marquesa de Montausier, convertida ahora en duquesa gracias a los eminentes meritos militares de su marido, al que ella no amaba. La nueva duquesa no era otra que la famosa Julie d'Angennes -hija de la no menos famosa marquesa de Rambouillet, reina durante muchos anos de las Preciosas-, y Montausier la habia conquistado, despues de un largo cortejo infructuoso, haciendo componer para ella una asombrosa coleccion de versos ilustrados,
— Si le amais, debeis desear complacerle… y aceptar a sus amigas. Los amores de los hombres nunca duran mucho tiempo.
— Eso es facil de decir, senora, pero esa muchacha es mas reina de Francia que yo. Ya veis las fiestas que dan en su honor.