en la base de la garganta de La Baziniere:
— ?Decidme donde esta el nino o, si no, os mato!
Livida, con las aletas de la nariz encogidas y los labios palidos, aun intento bravuconear.
— ?No matareis a una mujer!
— No sois una mujer, sois un monstruo. Vamos, espero… pero no mas de cinco segundos. Uno… dos…
En ese instante se abrio la puerta y aparecio un criado que tal vez habia llamado, pero al que ninguno de los dos adversarios habia oido. Tenia un papel en la mano. Con la misma rapidez con que habia desenvainado, Francois bajo su acero al tiempo que la mujer se dejaba caer en un sofa con un hondo suspiro. El hombre saludo a Beaufort como si no hubiera visto aquella extrana escena.
— El escudero de monsenor me ha pedido que le entregue esta nota con la mayor urgencia.
Beaufort desplego el papel y fruncio el entrecejo al ver escrita una sola palabra: «?Venid!», pero no tuvo tiempo de preguntar lo que significaba. Detras del primer lacayo entraron tres mas, armados con garrotes. Era evidente que esas gentes habian escuchado detras de la puerta y venian a socorrer a su ama, que por su parte se reponia ya del susto.
— ?Quietos, mis valientes! -dijo con una sonrisa aun temblorosa-. Monsenor ha sufrido un acceso de fiebre, pero ya ha pasado y se retira…
Francois tomo su sombrero, se lo encasqueto y se lanzo contra los criados, a los que hizo apartarse de la puerta con un molinete mortifero. En el umbral, se dio la vuelta.
— Veremos lo que piensa el rey -dijo-. Mientras tanto, sabed esto: el nino debe ser devuelto a su madre o a mi mismo manana por la manana. Si no es asi los hombres del rey registraran esta casa.
Madame de La Baziniere encogio sus bellos hombros y devolvio a Beaufort desprecio por desprecio.
— Si eso les divierte…
El le dejo la ultima palabra. Al pie de la escalera encontro a Ganseville, que miraba inquieto hacia arriba y parecia dispuesto a intervenir.
— ?Diria que estan pasando cosas raras aqui! -gruno despues de enfundar de nuevo su espada desenvainada a medias-. Acabo de ver un movimiento de criados sospechoso.
— Lo era, pero por el momento nos vamos…
Mientras recuperaban sus caballos bajo la mirada inexpresiva de un portero aparentemente convertido en piedra, Ganseville susurro a su amo:
— Damos la vuelta a la manzana y volvemos…
Ya en la Rue Beautreillis, se explico:
— Poco despues de vuestra entrada, una dama joven y muy bonita, a fe mia, bajo la escalera a cuyo pie me encontraba yo. Hizo gesto de tropezar en un escalon y se agarro a mi para no caer…
— ?Que momento mas agradable! -comento Beaufort-. Tienes razon, es preciosa.
— Oh, creo que se interesa mas por vos. Mientras la sostenia, me dijo en voz baja: «Decid a vuestro amo que venga a verme. La casa de enfrente. Es importante.»- ?Vaya! Podria serlo, en efecto: esa dama es la hija del teniente civil. Se llama… ?espera! Es la marquesa de… de…
— De Brinvilliers -completo Ganseville, imperterrito-. Se lo pregunte a uno de los perros de presa de la Chemerault. Era muy natural, dada la belleza de la dama. No tuvo ningun inconveniente en informarme, con una carcajada grosera de regalo.
Para no llamar la atencion de los criados de Madame de La Baziniere, Beaufort decidio volver solo y a pie a la Rue Neuve-Saint-Paul. Dejaron los caballos en una posada proxima al convento de la Visitation-Sainte-Marie,y luego el duque se dirigio al
Beaufort no se vio obligado a dar el nombre al portero que le abrio. Al parecer la encantadora marquesa no dudaba ni por un instante de que acudiria a su invitacion, y le habia descrito con la precision suficiente para que el buen hombre le condujera sin una palabra hasta el vestibulo, donde le esperaba un lacayo.
La casa estaba curiosamente poco iluminada y parecia desierta, o casi. No se oia ruido, y el visitante se sintio tranquilizado por ello: por un momento se habia preguntado que diria si se encontrara de repente cara a cara con el teniente civil, por mas que este no se pareciera en nada a su predecesor, el difunto Laffemas, ni en la peligrosa inteligencia de este ultimo, ni en su crueldad ni en su astucia: era un funcionario que llevaba a cabo su tarea sin la menor originalidad y con bastante poca eficacia. Pero no aparecieron ni el ni el marido de la dama, que debia de estar en el ejercito. Despues de recorrer una galeria acristalada, Beaufort entro en un pequeno gabinete muy femenino, tapizado en seda azul y con candelabros de cristal, donde le esperaba la duena de la casa vestida con una bata abundantemente provista de encajes y tan ampliamente escotada que el se pregunto si no se trataba, despues de todo, de una vulgar trampa galante. Tanto mas cuanto que, despues de reflexionar, no veia muy bien que podia querer decirle aquella dama. Su decepcion no duro mucho. Despues de dedicarle una cortes reverencia, la dama le invito a sentarse.
— Imagino, monsenor, que debeis de estar tan sorprendido por mi invitacion como lo estaba mi querida Madame de La Baziniere por vuestra visita de hace un rato. Pero me ha parecido entender, por vuestra actitud, que no se trataba de una visita amistosa…
— Teneis unos ojos tan agudos como bellos, marquesa, pero ?como lo habeis deducido?
— Vuestro aspecto era el de alguien que viene a pedir cuentas, mas que un rato de conversacion intrascendente. Debo deciros con toda sinceridad que mi vecina no me gusta mucho.
— ?Que haciais entonces en su casa?
— ?Vigilaba! Ya veis, mi padre es viudo y muy rico. A esa Madame de La Baziniere se le ha metido en la cabeza seducirle y forzarle a casarse con ella. Como mi padre es ademas un hombre muy obstinado (aunque no me consta que sus propositos coincidan con los de esa dama), me guardo mucho de tratarla de forma poco amistosa. Al contrario, con el pretexto de las relaciones de buena vecindad puedo vigilarla mas de cerca.
— Muy bien pensado, pero no veo que clase de ayuda puedo aportaros para impedir ese matrimonio.
Madame de Brinvilliers tomo de una mesita dispuesta junto a ella una bombonera con frutas confitadas que ofrecio a su visitante. El rehuso con un gesto.
— Deberiais probarlas. Estas frutas estan deliciosas: las preparo yo misma.
Por cortesia, tomo una ciruela que encontro en efecto muy buena, aunque un poco pegajosa al tacto. Ella tambien se sirvio, comio y retomo el hilo de la conversacion.
— No os equivoqueis, monsenor. No os pido vuestra ayuda, por lo menos no directamente, pero es posible que yo pueda seros de alguna utilidad. Si teneis a bien confiarme la razon de vuestra visita a La Baziniere… Pero no me respondais aun, y escuchad lo que voy a deciros: dadas las intenciones de esa mujer que ya os he comentado, dos de mis servidores mas leales y yo misma la vigilamos estrechamente a ella, y tambien su casa. Tanto de dia como de noche.
Francois se incorporo, repentinamente interesado.
— ?Habeis sorprendido algo no habitual?
— Juzgad vos mismo. Hace… cuatro noches, creo, yo volvia de una cena en una mansion proxima a la Place Royale, con un amigo que me acompanaba de vuelta a casa, cuando, en esta calle, nos adelanto un coche cerrado escoltado por dos hombres a caballo. El coche entro en el patio de La Baziniere, y no lo habria considerado nada fuera de lo normal de no haber sido porque, cuando paso a nuestro lado (aflojando el paso, porque la calle no es ancha), oi gritos y protestas, que fueron inmediatamente ahogadas; pero juraria que se trataba de un nino.
Beaufort dio un salto, presa de un impetu salvaje.
— Es el nino que venia a reclamarle. Es hijo de una amiga muy querida, y fue raptado, en efecto, hace cuatro dias.
— ?Podeis decirme de quien se trata?
— El joven duque de Fontsomme. Su madre es una de las damas de la reina joven.
Los bellos ojos azules despidieron llamas, que rapidamente quedaron ocultas bajo los parpados.
— ?Un rapto! ?Y de un duque! ?Monsenor, me dejais atonita! Si esa mujer es convicta de ese crimen, esta perdida.
— ?No vayais tan deprisa! No es seguro que el nino este todavia en su casa.
— Juraria que todavia esta alli. En primer lugar, el coche en cuestion no ha vuelto a salir. Como os he dicho, la casa esta vigilada de noche, y yo voy de visita todos los dias. Mi instinto me decia que habia llegado el momento