— Perdon… Pero ?que mas vigilancia podia desear? Estabais tan preso como el propio Fouquet.
Una leve sonrisa se insinuo bajo el mostacho del oficial.
— A pesar de todo yo tenia derecho a ciertas comodidades… El caso es que mi mujer no quiere verme mas y me ha dejado una carta de despedida antes de irse a su castillo de La Clayette con mis dos hijos pequenos. Por el momento no pueden pasar sin ella, pero espero que llegue el dia en que me los devuelva: los chicos no estan hechos para vivir pegados a las faldas de las mujeres.
En realidad, eso era lo que mas le importaba. Por lo demas, Sylvie estaba convencida de que D'Artagnan ya no amaba a su santurrona esposa porque, aparte de que desde hacia mucho tiempo le profesaba a ella misma una admiracion que no sabria decir si era puramente platonica, algunos asociaban el nombre del seductor capitan al de una Madame de Virteville muy compasiva con las penalidades de una separacion forzosa. Abria ya la boca para expresar esa opinion, cuando el murmuro con la mirada perdida en un punto situado encima de los hombros de su anfitriona, como si leyera en la pared:
— Doy gracias a Dios por haberle inspirado la honradez de no llevarse el retrato que me ha valido tantas escenas penosas.
— ?Un retrato? -pregunto Sylvie.
— El de la reina. No la actual, la mia… la de los herretes de diamantes. Me lo habia dado en prueba de su agradecimiento, y Madame d'Artagnan se permitio la ridiculez de sentir celos. Nunca entendio que, para mi, aquella imagen rubia era tan sagrada como la de la Virgen Maria. La quito de mi habitacion para ponerla en la suya, y tuve que batallar mucho antes de conseguir que por lo menos la colgara en el gabinete de conversacion… Ahora ha vuelto a su primitivo lugar.
Esta vez Sylvie no rio, e incluso dejo que se prolongara el silencio. En aquellas pocas palabras habia adivinado el secreto de aquel hombre tan apasionadamente leal a sus reyes: como tantos otros, el joven D'Artagnan, cuando era aun cadete de Monsieur des Essarts, habia sido cautivo de la radiante belleza de su soberana, y ya en la madurez seguia siendolo aun. Nada significaba que se hubiera casado, que le hiciese la corte a ella, a Sylvie, ni que tuviese una querida. Llevaba en el corazon la cicatriz de una herida parecida a la sufrida tiempo atras por el joven duque de Beaufort.
— ?Sabeis?, creo que esta gravemente enferma -murmuro Sylvie-. Los medicos la han declarado incurable.
La fugitiva crispacion del rostro de su invitado, y el bufido de colera que le siguio, confirmaron a Madame de Fontsomme lo que acababa de intuir.
— ?Los medicos son idiotas! El difunto rey Luis XIII lo sabia muy bien. ?De que esta enferma?
— Su pecho se gangrena, y sufre mil muertes con un animo admirable. El rey y Monsieur se turnan en su cabecera. A veces el rey ha dormido sobre la alfombra de su alcoba. Se siente tan desolada al verles en ese estado, que tiene intencion de retirarse pronto al Val-de-Grace. Unicamente la acompanaran Madame de Motteville y su camarera Madame de Beauvais, con el abate de Montagu, su confesor…
— ?La Beauvais sigue ahi?
— ?Oh, si! A mi, como a vos, no me gusta en absoluto, pero la justicia me obliga a reconocer su abnegacion. Cuida las llagas que se le abren de una forma que a mas de una le repugnaria, y si la reina le ha dado mucho, hay que convenir en que sabe agradecerselo.
Los dos amigos conversaron aun un rato, en particular del proximo regreso del duque de Beaufort. Cuando ya se despedia, D'Artagnan anadio:
— Me doy cuenta de que al hablaros de Fouquet, no os he dicho nada del gobernador de Pignerol.
— En efecto. ?Lo conozco?
— Mas que eso. Salvasteis su honor y por consiguiente su vida el dia de las bodas reales.
La sorpresa elevo las cejas de Sylvie hasta la mitad de su frente.
— ?Estais hablando de Monsieur de Saint-Mars?
— Efectivamente. Ahora se ha convertido en carcelero.
— ?Como ha sido eso?
— Un poco gracias a mi. Despues de la aventura de Saint-Jean-de-Luz se mostro tan exacto, tan brillante incluso, en el servicio, que fue ascendido a brigadier. Estaba al frente del peloton con el que arreste a Fouquet en Nantes. Pero despues se caso, y deseaba abandonar el servicio por un cargo mas estable.
— ?Se caso? ?Con la bella Maitena Etcheverry?
— ?Dios mio, no! Aun no habia hecho fortuna, y por eso lo recomende para el gobierno de Pignerol. Es un buen cargo desde el punto de vista financiero.
— A pesar de todo, una fortaleza en plena montana no es un lugar agradable para una mujer. Me imagino que vive sola en algun lugar mas o menos cercano…
— ?De ninguna manera! Esta alli con el, y muy contenta de su suerte. Es una pareja muy unida, y muy bien instalada ademas.
— ?Y ella se acostumbra a esa clase de vida?
— Pues si. Es una mujer muy bonita que solo se interesa por su marido y por los bienes materiales. No es muy inteligente… pero no se puede tener todo.
Los dos rieron de buena gana, y luego Sylvie, pensativa, murmuro:
— ?Que lastima que Fouquet este incomunicado! La vista de una mujer bonita le habria consolado un poco.
— No creo que sea tan sensible a esa clase de estimulo como antes. Su desgracia le ha hecho cambiar mucho. Solo aspira a volver a ver a los suyos, y se vuelve continuamente a Dios. No espera nada sino de El… y de la clemencia del rey.
— Mucho habria de cambiar el rey… Habian llegado al vestibulo, donde las lustrosas baldosas reflejaban las luces de los candelabros. D'Artagnan se llevaba a los labios la mano que le tendia su anfitriona, cuando las ruedas de una carroza quebraron el silencio de la calle y pusieron en movimiento al portero y los lacayos. El gran portal se abrio ante un vehiculo manchado de barro y unos caballos espumeantes, hacia los que corrieron de inmediato los palafreneros.
— ?Secadlos un poco y no hagais nada mas, solo estoy de paso! -grito una voz muy conocida.
Francois de Beaufort salio del vehiculo empujando delante de el a un joven de pelo castano al que Sylvie le costo reconocer, y en tres saltos subio la escalinata en que acababan de aparecer Madame de Fontsomme y su invitado.
— Os lo dejo dos dias y vuelvo para llevarmelo -clamo, como si tuviera intencion de despertar a todo el barrio-. ?Ah, Monsieur d'Artagnan! ?Servidor! Es de buen augurio, y tambien un placer, que seais vos la primera persona que encuentro en Paris. ?Supongo que no habeis venido a arrestar a Madame de Fontsomme?
Y con una carcajada estentorea, apreto con vigor la mano del capitan.
— ?Caramba, monsenor! ?Que fuerza… y que voz! ?Pensais que os encontrais en medio de un tumulto?
— ?No, perdonadme! Es la costumbre de vocear ordenes desde el puente de un navio y haga el tiempo que haga.
Se volvio hacia Sylvie, pero ella ni le oia ni le veia. Madre e hijo estaban estrechamente abrazados, demasiado emocionados para pronunciar una sola palabra. La alegria de Sylvie era tan fuerte que habria podido morir, pero morir feliz, y lagrimas silenciosas resbalaban por sus mejillas y humedecian la hombrera del atuendo azul que llevaba el muchacho. Los dos hombres les miraron un instante sin decir nada.
— Ahora es mas alto que vos -observo en voz baja Beaufort.
Era la pura verdad. En tres anos Philippe habia crecido de una manera asombrosa. Ahora, apenas con dieciseis anos, habia alcanzado la estatura que ya anunciaba de nino; pero con la excepcion del tamano — ?y tambien Jean de Fontsomme era un hombre alto!- y del brillo de sus ojos azules, nada podia recordar a su padre natural. El cabello moreno recorrido por mechas mas claras, el corte triangular del rostro y la sonrisa eran los de su madre.
— ?Que muchacho tan guapo me habeis devuelto, Francois! -exclamo ella, al tiempo que extendia los brazos que lo sujetaban para verlo mejor.
— ?Pero si no os lo devuelvo, querida! Tan solo os lo presto, porque salimos pasado manana para Tolon, donde tengo que reparar mis navios para la proxima campana.
— ?Todo este camino para tan poco tiempo?
El la miro al fondo de los ojos, y en esa unica mirada puso todo su amor.