— Ese deseo de quedarse aqui hasta su partida, ?se debe al deseo de estar el mayor tiempo posible con su hermano, o bien al de volver a ver a Beaufort?
— Pienso que debe de haber un poco de las dos cosas -respondio Sylvie-. No seais muy severo con ella, padrino. Siempre ha tenido un caracter vivo, facilmente irritable… ?como me pasaba a mi!
— Me gustaria mas que se te pareciera en otras cosas…, y no me gusta en absoluto su manera de tratarnos. Sin embargo, le explique con mucha claridad que no tenia ninguna razon para ver en ti a una rival, y que en cualquier caso su pasion por un hombre que no se interesa por ella es del todo estupida.
— Lo malo es que no puede hacer nada para evitarlo, y eso es lo que mas me desconsuela.
— Tendriamos que casarla. ?Que diablos! Es una de las muchachas mas bonitas de la corte, y no le faltan pretendientes.
Sylvie se encogio de hombros, esceptica.
— ?Nunca la obligare a hacer algo que no desee! Ha rechazado incluso al encantador Lauzun…
— … Que esta en la Bastilla por haber aplastado en una crisis de celos la mano de la princesa de Monaco, a la que acusa de acostarse con el rey. No me digas que te gustaba un yerno que lo unico que deseaba era una fortuna, tanto mas apetitosa por ir acompanada de una esposa bonita. Debo anadir que no alcanzo a ver que le encuentran las mujeres: es bajito, tirando a feo y mas malo que un diablo.
Sylvie se echo a reir.
— Siempre habeis tenido una imagen demasiado ideal de las mujeres, querido padrino. ?A veces tenemos gustos muy extranos! Lauzun tiene mucho ingenio y desprende un raro encanto. Confieso que me gusta, y creo que tambien el rey le echa de menos. La corte ha perdido alegria…
Perceval alzo los brazos al cielo.
— ?Tu tambien? ?Decididamente, las mujeres estan locas!
— Es posible, pero si no lo estuvieramos un poco, los hombres, tan sensatos, os aburririais mucho.
El resto del dia transcurrio con toda felicidad. Philippe conto sus viajes, sus campanas y el asunto de Djigelli, que le habia permitido una breve amistad con dos jovenes marinos malteses: el caballero d'Hocquincourt, y sobre todo el caballero de Tourville, que parecia haberle fascinado.
— Nunca he visto a un hombre tan guapo, ?casi demasiado, por otra parte!, tan elegante y tan valiente. ?Os gustaria, hermana!
— ?No me gustan los hombres demasiado guapos!
Con frecuencia, sus costumbres son condenables. ?Mirad a Monsieur! Es guapisimo, pero…
— El senor de Tourville no tiene nada en comun con vuestro principe, cuya reputacion ha llegado hasta nosotros. ?Sus costumbres son perfectas, creedme! Y es sensible a la belleza de las mujeres. Espero poder presentaroslo un dia.
— No lo hagais si quereis agradarme. Y habladme mejor del mar, del que contais cosas tan bellas. ?Sabeis, madre, que vuestro hijo solo suena con mandar un navio del rey?
— No lo niego -dijo Philippe-, pero quiero precisar: un navio, y de la flota de Poniente, de preferencia. Soy como Monsieur de Beaufort: no me gustan gran cosa las galeras, que arrastran demasiadas miserias bajo la purpura y el oro. Y prefiero el Gran Oceano al Mediterraneo, que encuentro demasiado… sedoso, y perfido tambien. A proposito, madre, ?que ha sido de vuestra casa de Belle-Isle, de la que nos hablabais hace anos?
Fue Perceval quien se encargo de la respuesta.
— La verdad es que no sabe mas que lo que decia de ella Monsieur Fouquet, que se ocupo por amistad del mantenimiento de esa pequena propiedad cuando adquirio la isla y su marquesado, hace siete anos. Me hablo a menudo de las grandes obras que habia emprendido para proteger Belle-Isle: un gran dique, fortificaciones y un hospital. Solo fue una vez a ver la casa, creo, pero le sedujo y queria hacer muchas reformas. Desde su arresto, y sobre todo desde su condena, me parece que ya nadie se interesa por ese lugar, ?a pesar de que antes acusaban a nuestro pobre amigo de querer convertirlo en no se que clase de refugio de rebeldes y enemigos del rey!
Se hizo un silencio despues de ese brusco estallido de colera, el primero que se permitio el leal caballero de Raguenel, del que Sylvie sabia la calida amistad que le unia a Nicolas Fouquet. Desde el lado opuesto de la mesa le sonrio de todo corazon, y para aligerar una tension que podia ser nefasta para su hijo, suspiro.
— Supongo que los juncos se habran apoderado del huerto de Corentin. De cualquier forma, algun dia tendremos que ir a ver como esta aquello.
— ?Esperad entonces alguna ocasion en que este yo de permiso! -exclamo el joven-. Tengo muchas ganas de ver esa isla, de la que monsenor el duque habla con el mayor entusiasmo.
Beaufort volvia a ocupar el lugar preferente; el incidente estaba cerrado y Fouquet, abandonado a su destino. ?No es natural, penso Sylvie, que los jovenes miren hacia delante y no se preocupen del pasado?
El duque reaparecio en persona el dia siguiente hacia las diez de la manana, con caballos frescos, su carroza de viaje reluciente y la cabeza repleta de proyectos. Era evidente que habia tenido pleno exito en sus gestiones.
— ?Nada de ir a gobernar la Guyena! -grito desde la entrada-. El rey me da una escuadra en el Mediterraneo para expulsar de ese mar a los piratas berberiscos. ?Vamos a hacer una buena limpieza entre los dos, muchacho! -anadio dando en la espalda de Philippe una palmada tan fuerte que le hizo atragantarse, pero que aumento su alegria al imaginar las hazanas que iba a realizar al lado de su heroe.
Como conocia el apetito de Francois, Sylvie habia encargado a Lamy un desayuno copioso y, para el camino, cestas de vituallas destinadas a alimentar a los viajeros hasta la noche, a fin de evitarles una parada en un albergue. Francois acepto gustoso sentarse a la mesa «a condicion de que no nos entretengamos mucho tiempo», y ataco junto a Philippe un soberbio pate de pato con pistachos esculpido como si fuera un facistol de iglesia.
Mientras, desinteresados ya del mundo exterior, los dos marinos almorzaban y discutian los nuevos proyectos de Beaufort, Sylvie se preguntaba por que Marie no habia bajado de su habitacion. No podia estar durmiendo aun, porque Beaufort desconocia el arte de desplazarse sin producir un ruido considerable. Y ademas, ?no habia venido para ver a su hermano, pero tambien por el? Entonces ?por que no bajaba?
No pudo mas; murmuro una vaga excusa que nadie escucho, y se lanzo escaleras arriba. Alli se tropezo con Jeannette, cargada con las sabanas de Philippe, que llevaba al lavadero.
— ?No has visto a Marie? -pregunto Sylvie.
— Caramba, no. Acabo de pasar delante de su habitacion y no se oye el menor ruido. Si aun duerme, ?tanto mejor! Desde ayer me atormento pensando en la escena de despedida que va a propinarnos.
— ?No seas tan dura con ella! Voy a despertarla: no nos perdonaria que le dejaramos perderse la marcha de su hermano.
Sylvie acabo de subir la escalera y abrio con decision la puerta de su hija. En la habitacion flotaba el perfume de la elegante doncella de honor de Madame, y reinaba la oscuridad porque nadie habia descorrido las gruesas cortinas de terciopelo azul. Sin dirigir una mirada a la cama, fue hasta ellas y las abrio para dejar entrar la triste luz de un dia invernal. Al mismo tiempo, exclamo:
— ?Vamos, arriba! Se te va a hacer tarde si quieres saludar a tu hermano y a monsenor Francois antes… Las palabras murieron en sus labios. Vuelta ahora hacia la cama, vio que nadie se habia acostado en ella y tambien que habia un papel sujeto a la almohada con un largo alfiler de cabeza de perlas. Una carta, dirigida a ella misma y a Perceval.
«Es hora de que busque mi oportunidad -escribia Marie-. Es hora de que el deje de ver en mi la sombra de mi madre. Ya no soy una nina, el tiene que darse cuenta. Volvere duquesa de Beaufort, o no volvere. Perdonadme. Marie.»
El choque fue tan brutal que Sylvie creyo desvanecerse y se aferro a una de las columnillas del lecho; pero en su vida habia sufrido demasiados choques para no reaccionar rapidamente. En la cabecera habia una jarra de agua con un vaso que lleno y vacio de un solo trago. Un poco recuperada, coloco la carta en su corpino de terciopelo, salio y bajo las escaleras con paso dubitativo. La verdad es que no sabia que hacer. Las preguntas se agolpaban en su cabeza, pero no encontraba la menor respuesta para ellas. Su primer impulso fue poner la carta delante de las narices de Francois, cuya voz alegre resonaba en el vestibulo; no era dificil imaginar como reaccionaria: se reiria, o bien se indignaria. En uno u otro caso, juraria que mandaria de vuelta a Marie con una buena escolta en el momento mismo en que se le presentara… Y estaban esas ultimas palabras que la joven habia escrito antes de pedir un perdon que sin duda no le importaba: «o no volvere». Y esa frase lastimaba su corazon de madre. Marie iba a cumplir diecinueve anos. A esa edad, Sylvie habia querido morir. Volvio a ver con