— Un instante de felicidad puede ayudar a vivir la eternidad -dijo-. Y yo tengo que ir a ver a ese patan de Colbert, que pretende quitarme la marina por culpa de ese feo asunto de Djigelli, donde fui desobedecido sin duda por culpa del espia que el hizo embarcar conmigo. Querria convertirme en un… gobernador de Guyena, ?un hombre de tierra adentro! -escupio las palabras de un modo que reflejaba todo el desprecio del marino por esa clase de funcion sedentaria-. Pero yo quiero ver al rey. Fue el quien me dio el mando, y no ese Colbert a quien Dios maldiga. ?Y conseguire que me lo confirme! ?Hasta la vista, capitan! Querida Sylvie…
Antes de que ella pudiera articular una palabra para retenerlo, habia rozado su mejilla con el mostacho, subido a la carroza y gritado «?En marcha!». En un instante el patio se vacio, porque D'Artagnan habia saltado sobre su caballo para seguir a Beaufort. Sylvie quiso entonces llevarse a su hijo, pero el estaba ya entre los brazos de Jeannette, de los que unicamente salio para encontrarse frente a la totalidad de los criados de la casa, apresuradamente reunidos por un Berquin que resoplaba tanto que su habitual majestad se resentia. Se adelanto entonces hacia su joven amo.
— Las gentes del senor duque consideran un honor saludarle con una inmensa alegria. ?Es un gran dia… o mejor una gran noche la que le devuelve a su hogar!
Casi tan emocionado como el, Philippe le estrecho las manos, abrazo a Javotte y tuvo una palabra amable para cada una de aquellas personas, casi todas las cuales le conocian desde siempre.
— Ahora -dijo con una amplia sonrisa-, me gustaria comer algo y sobre todo beber un poco de buen vino. ?La ultima vez que cambiamos caballos fue en Melun, y estoy helado!
Se apresuraron a servirle. Aquella noche, Sylvie no durmio. Mucho despues de convencer a Philippe de que fuera a descansar un poco a la habitacion preparada para el desde hacia varias semanas y en la que solo hubo que encender el fuego de la chimenea y las velas, siguio acurrucada con Jeannette frente al fuego de su propia alcoba, charlando con esa amiga de toda la vida, sobre las impresiones que les habia dejado la vuelta del nino al que ambas tanto querian. A las dos les asombro el cambio fisico, porque en su corazon Philippe seguia siendo el nino confiado un dia al unico hombre que podia protegerlo de forma eficaz del peligro mortal representado por Saint-Remy. Y ahora habian encontrado a un joven con una voz distinta, y en cuyo labio superior una leve sombra anunciaba ya el bigote.
— Muy pronto sera un hombre -suspiro Jeannette-, y no le hemos visto crecer…
— Es verdad. En sus cartas, el abate de Resigny -habia tenido que quedarse en Tolon por culpa de un doble esguince padecido al desembarcar- hablaba de su inteligencia y sus grandes progresos, sin contar todas las alabanzas dedicadas al duque Francois, «que era como un padre para el», pero nunca habia mencionado los cambios en su persona, salvo para decir simplemente que crecia.
— ?No es tan extrano! Estando a su lado dia a dia, no le ha visto cambiar. ?Muy pronto alguna bella senorita se nos llevara a nuestro duquesito!
— ?Una mujer? Si, claro, algun dia… pero algo mucho mas fuerte que alguna cara bonita nos lo ha quitado ya, y tambien se lo quitara a la que el elija. Es el mar… ?por no hablar del gusto por las batallas!
Iba a anadir «igual que a su padre» y a duras penas consiguio contenerse, como si Jeannette no supiera nada, pero el silencio es siempre la mejor tumba para un secreto. Sin embargo, nunca habia imaginado que iban a entenderse tan bien, a coincidir hasta ese punto en sus gustos. Para Philippe, Beaufort encarnaba a la vez al padre que no habia conocido y al heroe que todos los ninos llevan en su interior. Hacia un momento, mientras devoraba la cena improvisada que le habian servido, respondia a las preguntas de su madre, por supuesto, pero la sombra de Francois aparecia en casi todas sus respuestas, hasta el punto de que Sylvie no pudo evitar preguntarle:
— Le quieres, ?verdad? Y no me preguntes a quien. Hablo de monsenor Francois.
?Que sonrisa radiante! Fue la mejor de las respuestas, y Philippe era aun demasiado joven para haber aprendido a disimular.
— ?Tanto se nota? ?Es verdad que le quiero! Y le admiro, porque es un hombre excepcional, por su valor y su generosidad. Y ademas, con el al menos podia hablar de vos. Me ha contado muchas cosas de la epoca en que los dos erais ninos. Pero ?como es que no os casasteis con el?
— Si te ha contado tantas cosas, deberias saber que yo era de una nobleza demasiado pequena para un principe de sangre, aunque venga de una linea bastarda. Los Vendome se casan con princesas.
— Pero la duquesa de Mercoeur, su difunta nuera, no lo era, me parece…
— Era la sobrina de Mazarino, y Mazarino era un ministro todopoderoso. Lo uno compensaba lo otro. Y ademas nosotros nos teniamos una amistad… fraterna. ?Y luego conoci a tu padre!
— Tambien me ha hablado de eso, pero no tanto como de vos. Estoy convencido de que os quiere infinitamente. Yo diria que mas que a una hermana.
— ?Eres aun muy joven para entender esas cosas! Ve a dormir. Lo necesitas. Seguiremos hablando manana.
A pesar de la alegria que le produjo, se prometio evitar un tema tan candente en las horas que el habia de pasar a su lado. Encerraria aquellas palabras en su corazon, pero sabia que las recordaria en las horas de soledad, preocupacion o inquietud…
Se dio cuenta de que Jeannette, sonolienta por el calor y el cansancio, hundia la nariz en su gran cuello blanco, y la sacudio con suavidad.
— ?Ve a descansar! Yo no tengo sueno. Cuando amanezca mandare recado a casa de Monsieur de Raguenel y al Palais-Royal, [25] para avisar a Marie.
Jeannette obedecio y Sylvie, ya sola, se dedico a examinar la frase de Beaufort, cogida al vuelo hacia pocas horas: «sin duda por culpa del espia que el hizo embarcar conmigo», que ahora, entre las espesas tinieblas de la noche, revelaba toda su fuerza amenazadora. ?Quien era ese hombre? ?Como sabia Beaufort que estaba a sueldo de Colbert? ?Podia tratarse de Saint-Remy disfrazado? Despues de todo, cuando los dos hombres se habian batido en el cementerio de Saint-Paul, estaba demasiado oscuro para que sus rasgos se grabaran en la memoria del duque. Era pues poco probable que pudiera reconocerlo. Si, pero por otra parte, tambien Philippe estaba en el barco, y Philippe tenia buena vista, una inteligencia despierta y una excelente memoria; y conocia demasiado bien la cara de su raptor. Ademas, su hijo habia regresado sano y salvo, mientras que en las ultimas campanas se habian debido de presentar muchas ocasiones a un hombre tan friamente decidido a hacerle dano.
Poco a poco se tranquilizo, sin renunciar del todo a pedir a Beaufort algunas explicaciones suplementarias. ?Era tan extrano que aquel enemigo surgido de pronto no hubiera dado mas senales de vida en tres anos…! Perceval lo atribuia al saludable temor inspirado por la actitud de un rey del que cada dia era mas evidente que estaba decidido a ser dueno y senor de todas las cosas. Incluso Colbert -suponiendo que no hubiera renunciado a proteger a aquel personaje- se veia obligado a tenerlo en cuenta si queria capear una situacion aun demasiado fragil para sus inmensas ambiciones.
Aquel dia, todo fue alegria en el
— ?Vamos a mi habitacion! ?Tenemos muchas cosas que contarnos!
— ?Eh, despacio! -protesto Perceval-. ?Quieres dejarnos sin el? ?No sabes que vuelve a marcharse manana?
— ?Ya?
— Pues si -suspiro el caballero-. Monsieur de Beaufort vuelve a Tolon manana por la manana. Vendra a recogerlo de paso.
— ?Ah…! En ese caso, me quedare hasta que se vaya. En fin, en el caso… ?puedo pasar la noche aqui? - anadio con una mirada dubitativa a Sylvie, que sonrio.
— Naturalmente. Tu habitacion esta siempre preparada para ti, ya lo sabes. Puedes incluso llevarte alli a tu hermano. ?Por un rato, al menos! Seguro que teneis que poneros al corriente de muchas cosas.
— Gracias. Es verdad que ha cambiado tanto…
Una vez los dos jovenes se hubieron marchado, Perceval se sento en su sillon y coloco los pies sobre uno de los morillos de la chimenea. En el exterior, el tiempo seguia horrible; una niebla espesa cubria el Sena hasta las ramas bajas de los arboles de la ribera. El caballero se froto sus largas manos finas con aire pensativo, y luego pregunto: