medida que se aproximaban, su corazon latia con mas fuerza y sus manos cubiertas por los guantes se enfriaban.
Cuando, despues de superar la rampa de acceso, se detuvieron en el primer puesto de guardia, ella no pudo evitar buscar la mano de su acompanante y estrecharla, mientras Gregoire presentaba el salvoconducto, que el oficial de servicio examino a la luz de una linterna. Ganseville volvio la cabeza para mirarla y le sonrio con un aire tan animoso que ella se sintio mejor.
El soldado devolvio el documento, saludo y retrocedio. Gregoire arreo a los caballos. Hubo dos paradas mas, y por fin entraron en el corazon del castillo, en el patio dominado por la vertiginosa silueta del torreon, muy por encima de las otras tres torres del recinto. Alli, un guardia tomo a su cargo a los visitantes y les acompano a los aposentos del gobernador, que ocupaban un amplio espacio entre la capilla del castillo y la gran torre Sudeste. [41]
A Sylvie le habian producido una mala impresion las toscas construcciones medievales, pero vio con sorpresa que unas autenticas ventanas se abrian al valle y que las estancias contenian muebles hermosos dispuestos con un gusto que revelaba la presencia de una mano femenina. Recordo entonces que Saint-Mars estaba casado y que su esposa, hermana de la querida de Louvois, tenia fama de ser muy bella — ?y tambien muy tonta!-, aunque no era Maitena Etcheverry, por la que tantas locuras habia hecho en otra epoca el ex mosquetero. El guia dejo a los recien llegados en una habitacion bastante pequena y abarrotada de armarios y libros, en torno a una mesa de trabajo cargada de papeles. Frente a ella habia dos sillas. Sylvie se sento en una y Ganseville permanecio de pie. La espera fue corta. Se abrio una puerta, y entro Saint-Mars.
Habia cambiado de manera notable en diez anos. Mas grueso -un caballero no se transforma impunemente en funcionario sedentario-, su rostro bien afeitado se habia ensanchado; la peluca no permitia ver si su cabello blanqueaba, y los ojos grises, que Sylvie habia visto cuajados de lagrimas, estaban ahora secos y duros como las piedras de la fortaleza. Sin embargo, dedico a su visitante un recibimiento cortes, sonriente e incluso caluroso en la medida de lo posible, y se contento con un saludo protocolario al falso Perceval. A Sylvie le dio la sensacion de que le alegraba liquidar a un precio tan bajo su antigua deuda.
— ?Quien habria dicho que nos veriamos de nuevo algun dia, senora duquesa, en este lugar tan triste y despues de tantos anos!
?-Diez exactamente. ?No es tanto tiempo! Pero me alegra comprobar que no habeis olvidado nuestras… buenas relaciones de otra epoca.
— ?Como podria hacerlo, cuando os debo tanto?
— ?Oh, de manera muy sencilla! Vos…
— ?Lo se! Voy a dar ordenes para que hagan venir aqui a Monsieur de Lauzun, vuestro amigo. Es obvio que no puedo concederos una entrevista muy larga, como comprendereis.
Visiblemente deseoso de acabar, se precipitaba ya hacia la puerta por la que habia entrado, pero Ganseville le detuvo.
— Poco a poco, senor. ?No tanta prisa! Madame de Fontsomme no os ha dicho aun lo que desea.
— Pero D'Artagnan me ha dicho…
— Monsieur D'Artagnan no estaba al tanto del problema. Es cierto que queremos mucho a Monsieur de Lauzun…
— Pero a quien queremos es al preso de la mascara de terciopelo. ?No verle un instante, sino llevarnoslo! - dijo Sylvie.
Como si le hubiera picado una serpiente, Saint-Mars se volvio hacia ella. Sylvie se habia puesto en pie y acababa de desplegar la carta escrita diez anos atras.
— Yo… no se de que estais hablando.
— ?Oh, si que lo sabeis! Se trata del hombre, o debo decir el principe, que os han traido de Constantinopla y que debeis guardar incomunicado. Y tambien se trata de esta carta en la que me escribisteis que vuestra vida y vuestro honor me pertenecen, y que puedo venir a exigiroslos cuando me plazca…
— ?Y eso es lo que estais haciendo? ?Pero hay un error! Aqui no tenemos a ningun principe. Cierto, confieso que hay un preso incomunicado, del que me ocupo personalmente y al que nadie ve; se trata de un tal Eustache Dauger e ignoro la razon por la que fue Condenado. Solo se que fue arrestado en Dunkerque y traido aqui hace dos anos…
En ese momento llamaron a la puerta y entro un carcelero, visiblemente incomodo.
— ?Que es lo que quieres, tu? -ladro Saint-Mars.
— Es… es el criado de Monsieur Fouquet… el tal Dauger. Esta enfermo y no encontramos al medico. Ha debido de sentarle mal algo que ha comido. Se esta retorciendo por el suelo. ?Que hago?
— ?Y yo que se! ?Dale un emetico e intenta encontrar al medico! ?Sal de una vez!
El hombre desaparecio como una rata asustada. Ganseville se acerco al gobernador, con una sonrisa amenazadora en los labios.
— Dauger, ?eh? ?Criado de Monsieur Fouquet? ?Y traido aqui hace dos anos? No nos interesa. El que queremos esta en vuestra casa desde hace cuatro meses aproximadamente. ?Necesitais que os diga como se llama?
— ?No, si quereis vivir…! Sea, hay aqui un prisionero excepcional, y nadie, ?entendeis?, nadie debe saber de quien se trata. Hay orden de darle muerte si se quita la mascara o intenta comunicarse con cualquier persona que no sea yo mismo.
Atento de nuevo al deber despiadado que le habian impuesto, Saint-Mars habia recuperado su aplomo. Se habia asustado mucho, pero el miedo se disipaba bajo el efecto de la colera.
— ?Y vos -anadio-, vos venis aqui a reclamarmelo a cambio de ese papel que no interesa a nadie mas que a mi? Os escribi, senora, que mi vida os pertenecia. Pero desde que tengo aqui a ese prisionero, nadie puede reclamarlo salvo el rey. Y puesto que estais enterados ambos de ese temible secreto, tendre que aplicaros mi consigna: no saldreis de aqui. ?Vivos, por lo menos!
Iba a tirar del cordon de una campanilla, pero Ganseville se adelanto y le retorcio el brazo con tanta fuerza que le hizo gemir de dolor. Al mismo tiempo, saco una daga de su cinturon y apoyo la punta contra su vientre.
— ?Despacio, buen hombre! Ahora sabemos lo que vale vuestra palabra, pero vos aun no lo sabeis todo: tenemos companeros que tambien conocen vuestro secreto. Si no salimos de aqui, la noticia se extendera por toda Francia. Sobre todo por Paris, que no olvida a su Rey de Les Halles…
— No os creo. Intentais enganarme…
— ?De verdad? ?Olvidais que a diez leguas de aqui, en Turin, reina la duquesa Marie-Jeanne-Baptiste, hija de su hermana la duquesa de Nemours, y que quiere mucho a su tio?
— No quiero oir mas…
— ?Vaya que si! Cierto que nosotros moriremos, pero el secreto divulgado os matara tambien a vos, y el rey tendra que enfrentarse a una nueva Fronda.
— Morire de todas maneras. ?Que creeis que sucederia si os entregara al preso? -dijo, e intento de nuevo alcanzar la campanilla, sin conseguirlo. Ganseville le dirigio una sonrisa feroz.
— Voy a deciros lo que pasaria: ?nada en absoluto!
— ?Vamos! ?Me veis escribiendo a Monsieur de Louvois para anunciarle que su preso se ha fugado? Hemos tomado toda clase de medidas para evitar esa desgracia. El preso esta bien tratado, si eso puede tranquilizaros, pero unicamente yo puedo visitarle. Yo, que soy a la vez su carcelero y su criado.
— ?Quien habla de una fuga? No dejaremos vacio vuestro calabozo. Si devolveis al duque a Madame aqui presente, otro ocupara su lugar.
— ?Y quien? ?Vos, quiza?
— ?Yo, precisamente! ?Miradme bien, Saint-Mars! Tengo su misma estatura, cabello rubio como el suyo, ojos azules, y lo se todo de el porque desde la infancia he vivido a su lado y he sido su escudero. Conozco sus costumbres, su modo de vida, casi incluso su manera de pensar. He venido aqui para ocupar su lugar.
— ?Que decis? ?Vais a condenaros a cadena perpetua? Porque esa es la suerte que le espera. ?Ningun hombre tiene tanta abnegacion!
— Yo si. Porque el es la unica persona querida que me queda. Porque lo he perdido todo. -Habia disminuido su presion, y Saint-Mars lo aprovecho para soltarse y volver a su mesa de trabajo, palpandose el brazo.
— ?Admitamoslo! -suspiro-. Admitamos que hago lo que me pedis. ?Que ocurriria? Voy a deciroslo: en