— ?Para ir adonde?
— ?Oh, donde os plazca! -dijo ella con un suspiro exasperado-. Parece que nuestros planes no acaban de gustaros, o que los rechazais de plano. Asi pues, decidid vos mismo.
Ahora le habia entrado prisa de que todo aquello terminara, prisa por volver a encontrarse sola con Perceval en este coche, mientras el galopaba hacia la libertad. Habia esperado tanto este instante que lo habia embellecido con la luz tierna del amor. ?Que quedaba del amor, despues de tanto tiempo? Era una pregunta que ahora lamentaba no haberse planteado antes.
— Pero… ?venis vos conmigo?
— No -dijo ella desviando la mirada-, no seria prudente. Mientras vos os dirigis a Menton con Philippe, Perceval y yo seguiremos nuestro viaje a Turin, adonde se supone que nos dirigimos en peregrinacion. Tengo que ir para dar gracias a Dios por habernos permitido tener exito en nuestro plan de evasion.
De subito, el se precipito a la portezuela y grito:
— ?Para, cochero!
— ?Estais loco? ?Que quereis hacer? -dijo ella abalanzandose sobre el-. No podemos perder tiempo…
— Yo tengo todo el tiempo del mundo, y quiero saber. ?Que planes habeis preparado para mi? Vamos, hablad o vuelvo a constituirme prisionero…
— ?Que gran idea! ?Y que sera entonces de Ganseville? Ya que tanto os interesa, esto es lo que habiamos previsto: haceros cruzar el mar hasta las cercanias de Narbona, donde no tendreis dificultad en encontrar caballos; despues, siguiendo los valles de los rios, llegar a un puerto del Atlantico, y finalmente…
— ?Finalmente? ?Hablad, diablos! ?Hay que arrancaros las palabras!
— Finalmente, Belle-Isle, donde he conservado mi casa junto al mar…
La imagen debio de impresionarle, porque se calmo de inmediato. Su voz cambio, para reflejar por primera vez alegria cuando murmuro:
— ?Belle-Isle! Desde siempre sueno con ella… -Y luego, recuperando otra vez su mal humor-. Pero ?que hare alli sin vos? Ganseville me ha dicho que me esperabais, que ibais a llevarme…
— ?Fue lo que os hizo decidiros?
— Si… -Pero como nunca habia sabido mentir, anadio en un tono mas bajo-: Y tambien el temor de que se matara si yo no aceptaba. ?Nunca nadie ha tenido un corazon tan generoso…!
— Ni mas desesperado. ?Lo mirasteis, siquiera? La muerte de su joven esposa ha estado a punto de volverle loco. Lo unico que le ha ayudado es la idea de que aun podia hacer algo por vos… Asi pues, ?que hacemos?
Como no contestaba, Sylvie dio a Gregoire la orden de ponerse de reiniciar la marcha. Beaufort se habia acurrucado en su rincon; ella le oyo resoplar y comprendio que estaba llorando.
— ?Tanto anorais vuestra prision? -pregunto ella, lastimera.
— Aun no lo se… Me ofreceis vivir en Belle-Isle y yo no esperaba tanto, pero Ganseville me habia insinuado que me acompanariais y que por fin disfrutariamos de la felicidad que hemos perseguido toda nuestra vida sin alcanzarla nunca… Si es para vivir solo, ?que paraiso conservara su encanto?
— ?Eso significa que todavia me amais?
— Nunca os he permitido que lo pongais en duda -aseguro el con malicia masculina, inconsciente sin duda pero tan flagrante que Sylvie no pudo contener una carcajada.
— Pero si no haceis mas que grunir desde que habeis subido a este coche. Por un momento he llegado a creer que estabais enfadado conmigo.
— ?Estoy enfadado! ?No podeis comprender el dolor y la verguenza que siento al condenar a un hombre al que quiero mas que a un hermano a un destino tan cruel? Hace un momento, me he encontrado a vuestro lado aturdido, aniquilado por lo que me sucedia. No pensaba mas que en la puerta que se habia cerrado tras el, en el chirrido siniestro de los cerrojos… en la mascara que lleva en mi lugar. La alegria de veros habia quedado en un segundo plano, pero si ademas he de renunciar a vos…
Sylvie extendio la mano y encontro un puno crispado, que acaricio con sus dedos.
— He dicho que no os acompanaba; nunca he dicho que no me reuniria con vos. ?No habia jurado ser vuestra si regresabais con vida?
Un instante despues estaba entre sus brazos, y sentia en la mejilla el roce de un rostro humedo y barbudo cuyos labios buscaban los suyos.
— ?Juradlo otra vez! -exigio entre dos besos tan ardientes que, a pesar de la felicidad que sentia, Sylvie aparto la cabeza con un esfuerzo de voluntad.
— Llegamos. ?No olvideis que Philippe aun no sabe lo que somos el uno para el otro! No quisiera que una revelacion inesperada…
La carroza se adentro por un camino de tierra dando unos tumbos que le cortaron la palabra.
— No habeis jurado.
— ?De verdad hace falta?
Fue ella entonces quien le abrazo para darle un ultimo beso, antes de apartarse con la conciencia cruel de que sin duda pasarian meses antes de que los dos conociesen de nuevo aquella felicidad. El debio de pensar lo mismo, porque suspiro:
— ?Llegara por fin el dia en que no tengamos que separarnos mas?
— Ese dia esta proximo, no lo dudeis, amor mio -afirmo ella, animada de subito por una nueva conviccion-. Muy pronto estaremos juntos en un lugar donde el mundo nos olvidara…
Unos momentos mas tarde, dos jinetes salian de la granja en ruinas y tomaban el camino que, por Saluzzo y Cuneo, iba a conducirles a Menton y al libre mar. Luego llego el turno del coche que llevaba a Sylvie y Perceval a Turin, donde los pobres iban a recibir una generosa limosna. Sylvie tenia muchas cosas que agradecer al Senor…
14. Los amantes del fin del mundo
Las bodas de Marie de Fontsomme con Anthony Selton se celebraron en la capilla del castillo de Saint- Germain en los primeros dias de abril de 1672, en presencia del rey, la reina, toda la corte y el duque de Buckingham, venido en representacion del rey Carlos II y para combatir al lado de Francia en la guerra de Holanda, que iba a comenzar. Unas bodas muy brillantes que de alguna manera simbolizaban el tratado de Dover, ultima obra de la encantadora Madame, duquesa de Orleans, tan pronto y tan cruelmente desaparecida. Flotaba sin embargo una atmosfera de extraneza en la capilla llena de flores y luz en la que Marie, deslumbrante en su vestido de raso blanco deshilado de plata y bordado con perlas, fue llevada al altar por su hermano el joven duque de Fontsomme, milagrosamente escapado de las prisiones otomanas y cuyas aventuras apasionaron a los salones desde su regreso. Unas aventuras cuidadosamente elaboradas y pergenadas en la «libreria» del caballero de Raguenel, cuya vasta cultura (e imaginacion) resulto de gran ayuda durante los interrogatorios sufridos por el joven en los gabinetes ministeriales. Todo fue para bien, y el rey le devolvio sin la menor dificultad — ?tal vez incluso con una especie de alivio?- los titulos y propiedades que habian quedado sin dueno despues del asunto de Saint-Remy.
La felicidad de los novios y el fasto del decorado real fueron la parte positiva del acontecimiento. La negativa, la ausencia de la duquesa de Fontsomme, a la que el rey se nego a permitir reaparecer en su presencia, y que a la misma hora rezaba por la felicidad de su hija entre las monjas del convento de La Madeleine, tan entranable para su amiga la mariscala de Schomberg, que acudio discretamente a acompanarla. Tambien en el lado negativo habia que incluir el mal aspecto de la reina, de luto por su ultima hija, una pequena Marie-Therese de cinco anos, muerta un mes antes, y que sin la menor alegria se encontraba embarazada una vez mas. Y las lagrimas de Mademoiselle, inconsolable por la situacion en que se encontraba su bienamado. Lagrimas hubo tambien, brillantes de colera, en el rostro de Buckingham cuando su vista se poso en la princesa alemana, gorda y un tanto vulgar, desposada el otono anterior por el duque de Orleans: ahora la llamaban Madame y el joven duque sentia aquello como una bofetada, incapaz de olvidar a la que habia llevado el mismo titulo con tanta