aparto con suavidad.
— ?Que bella eres! -susurro-. Tu cuerpo es tan puro como el de una nina pequena. No has cambiado en absoluto. ?Como lo has conseguido?
Entonces ella abrio los ojos de par en par y le sonrio con malicia.
— Lo he cuidado… Quiza porque, sin atreverme a confesarlo, siempre he esperado entregartelo un dia…
— Pues bien, damelo, mi amor… Ese dia que tanto he esperado ha llegado…
Mucho tiempo despues, cuando los dos devoraban con un apetito de adolescentes la sopa de pescado, consumida hasta convertirse en una especie de caldo espeso, que habia dejado al fuego la mujer del molinero, encargada tambien de la limpieza de la casa, Francois paro un momento de comer para contemplar a Sylvie a traves de sus parpados entrecerrados. El ocaso difundia una tenue luz rosacea que acariciaba su piel y sus cabellos esparcidos sobre los hombros.
— ?Sabes que acabamos de cometer un pecado, amor mio, y que vamos a seguir cometiendolos?
Ella le miro horrorizada. Lo que acababan de vivir era tan bello, tan intenso, que calificarlo con la nocion humillante del pecado le parecio un insulto.
— ?Es asi como lo ves? -dijo con un reproche triste en su voz.
El se echo a reir, se levanto de la silla y fue a tomar a Sylvie por los hombros, la obligo a incorporarse y la estrecho contra su pecho.
— Por supuesto que no, pero sabes muy bien que siempre he sido un bromista. Lo cual no impide que nuestras almas esten en peligro si no hacemos nada -dijo, medio en serio medio en broma-. ?Vistete pronto! Tenemos que salir…
— ?A estas horas? ?Adonde vamos a ir?
— A dar un paseo. Hace tan buena noche. -Como dos ninos, salieron y cruzaron la landa cogidos de la mano. En lugar de seguir el litoral como esperaba Sylvie, volvieron la espalda al mar y se dirigieron a la pequena iglesia que ella conocia bien por haberla frecuentado en la epoca en que huia del verdugo de Richelieu.
— ?Que pretendes hacer? -pregunto sin disminuir el paso-. ?Llevarme a confesar en plena noche?
— ?Por que no? Dios nunca duerme, ?sabes?
A ella le parecio extrana la idea, pero no quiso contrariarle. En el fondo le gustaba volver a ver aquel pequeno santuario cuyo campanario bajo seguia resistiendo los vientos de las tempestades. Se elevaba junto a las ruinas de un antiguo castillo y a las escasas viviendas de una aldea. Francois fue directamente a la mas proxima, por otra parte la unica en la que aun se veia luz: una vela que iluminaba a un hombre ya anciano, un sacerdote sentado a la mesa delante de una cena modesta. Despues de dar tres golpes en la puerta, Francois entro, arrastrando a Sylvie detras de el. El sacerdote levanto la vista y, al reconocer a su visitante, sonrio y fue a recibirle.
— ?Ah! -dijo-. ?Ella ha llegado! Entonces sera esta noche…
— Si no es mucha molestia, senor rector. Sabeis desde hace mucho tiempo la prisa que tengo.
— En ese caso, venid conmigo -dijo tras estrechar la mano de Sylvie con un gesto calido y reconfortante.
A pesar de la extrana emocion que se habia apoderado de ella, Sylvie quiso hablar, pero Francois coloco un dedo sobre su boca.
— ?Silencio! De momento no debes hablar.
Siguieron al anciano hasta la iglesia. El abrio la puerta cerrada simplemente con un pasador, les hizo entrar y luego volvio a cerrar utilizando en esta ocasion una pesada llave. Los tres se encontraron en una oscuridad apenas quebrada por una lamparilla de aceite colocada ante el tabernaculo.
— No os movais. Voy a encender los cirios.
Encendio los dos del altar, e hizo sena a sus visitantes de que se aproximaran, despues de colocarse al cuello la estola ritual.
— Debo ahora oiros en confesion,
Al comprender que aquella historia de la confesion, anunciada en tono de broma poco antes, iba en serio, Sylvie pregunto:
— Pero… ?porque?
— Porque no puedo casaros si no estais en paz con el Senor, hija mia. Espero que no pondreis ningun impedimento.
— ?Casarnos? Pero, Francois…
— ?Silencio! No es conmigo con quien tienes que hablar. Vamos, corazon mio… No olvides que el secreto es inviolable para un sacerdote. Y a este lo conozco bien.
Despues de la confesion mas incoherente de toda su vida, Sylvie se encontro delante del altar al lado de Francois, que la miraba sonriente.
— ?Vamos a hacerlo de verdad? -susurro ella-. Sabes bien que es imposible. El baron d'Areines no existe…
— ?Quien habla del baron d'Areines? Tienes que saber que prometi a tu hijo casarme contigo durante nuestro largo viaje hasta aqui.
— ?Lo sabe?-dijo ella espantada.
— No. Sabe unicamente que amo a su madre desde hace mucho tiempo. Sabe tambien que nunca se avergonzara de nuestra extrana situacion.
El sacerdote volvia con una pequena bandeja en la que reposaban dos modestos anillos de plata. Hizo arrodillarse a los contrayentes ante el y junto sus manos mientras invocaba al Senor con los ojos alzados al cielo. Luego llego el momento del compromiso y Sylvie, con una especie de terror sagrado, le oyo pronunciar lo que ya no creia posible escuchar.
— Francois de Borbon-Vendome, duque de Beaufort, principe de Martigues, almirante de Francia, ?aceptais por esposa a la muy alta y noble dama Sylvie de Valaines de l’Isle, duquesa viuda de Fontsomme, y jurais amarla, guardarla en vuestro hogar, defenderla y protegerla durante el tiempo que Dios quiera concederos sobre la tierra?
— … ?Y mas alla! -anadio Francois antes de pronunciar con voz firme-: ?Lo juro!
Como en un sueno, Sylvie se oyo pronunciar el mismo juramento con una voz entrecortada por la emocion. El sacerdote bendijo los anillos antes de darselos, cubrio sus manos unidas con el extremo de su estola, y pronuncio finalmente las palabras que les unian ante Dios y ante los hombres. Entonces, Francois se inclino profundamente ante la que se habia convertido en su mujer.
— Soy el humilde servidor de Vuestra Alteza Real -dijo en tono grave-. ?Y tambien el mas feliz de los hombres!
Apoyados el uno en la otra, el duque y la duquesa de Beaufort salieron de la iglesia y la noche tibia les envolvio con su esplendor estrellado, que les brindo, mientras volvian a paso lento a traves de la landa solitaria, una corte mas brillante y majestuosa de lo que jamas seria la de Saint-Germain, la de Fontainebleau o incluso la de ese Versalles aun inacabado cuya magnificencia iba a asombrar al mundo. Belle-Isle les ofrecio los aromas nocturnos del pino, la ginesta y la menta silvestre, mientras la gran voz del oceano cantaba, mejor que el organo, la gloria de Dios y la union de dos seres que se habian buscado durante tanto tiempo…
Olvidados del mundo y forzados a una eterna clandestinidad, Francois y Sylvie iban a vivir su amor con intensidad, modestamente mezclados con una poblacion humilde de pescadores y campesinos que nunca intentarian penetrar un misterio que, no obstante, intuian de manera confusa. Esas gentes los quisieron sobre todo cuando en 1674 llego la prueba de un mortifero desembarco holandes dirigido por el almirante Tromp, cuyos navios, como en otro tiempo los de los normandos, aparecieron una manana delante de la playa de Grandes Sables. Aquellos hombres pasaron por la isla como un viento de desgracia, saqueando e incendiando sin que la antigua ciudadela de los Gondi -casi desprovista de guarnicion-, que Fouquet tanto se habia empenado en reforzar, pudiera hacer gran cosa para defenderse. Francois y Sylvie, cuya casa del fondo de la caleta no sufrio danos, se multiplicaron para apoyar, consolar y aliviar a los afectados por aquel azote, y despues para ayudarles a reparar los destrozos. Desde entonces Belle-Isle, herida, les acogio sin reservas y su amor se vio exaltado por ello.
Ese amor tan bien escondido iba a durar quince anos…