– Bueno -dijo el embajador Rashid con un revoloteo de manos-, ya veremos. -La alusion al caracter de Christopher Goodman brindo al embajador Rashid la oportunidad de preguntar a Ngordon sobre otro asunto-. Pero digame -empezo-. He oido que cuentan unas historias muy extranas sobre el embajador Goodman. Cosas muy curiosas, como que tiene el poder de sanar.
– Todo rumores -contesto Ngordon, desechando tajantemente la sugerencia-. Conoci a Christopher Goodman cuando no tenia mas que veinte anos, y en todo este tiempo no le he visto hacer nada fuera de lo normal. Vaya usted a saber como empiezan a correr estas historias. Yo me limito a no hacerles caso.
Ngordon miro su reloj. Eran las seis menos diez. Faltaban doce minutos para el ocaso -uno de los cinco momentos del dia en los que los musulmanes devotos se colocan mirando a la alquibla, en direccion hacia la
Los dos hombres tendieron sus alfombras de oracion en el suelo y se arrodillaron a rezar. La oracion se prolongaria unos quince minutos, hasta que el rojo resplandor del sol desapareciera en el horizonte, al oeste. Al encontrarse en pleno centro de Nueva York y en la fachada este del edificio, Ngordon iba a tener que confiar en su reloj, para calcular el momento exacto en que se produjera el ocaso.
Mientras pronunciaban sus oraciones por encima de los sonidos de la ciudad, mas abajo, un pequeno enjambre de unas cincuenta langostas atraveso inadvertidamente el hueco de la puerta abierta de la terraza.
El embajador italiano ante Naciones Unidas, Christopher Goodman, entro en su despacho. No eran mas de las nueve, pero llegaba mas tarde de lo habitual despues de haber desayunado con Decker Hawthorne.
– Ponme con el embajador Ngordon -le pidio a Jackie Hansen nada mas entrar.
– El embajador Ngordon y el embajador Rashid fueron atacados por langostas anoche -contesto Jackie. Christopher la miro sobrecogido.
– ?Es grave? -pregunto.
– No se nada todavia.
– Bueno, pues enterate por mi, ?quieres? Lo antes que puedas. Ah, y averigua donde estan ingresados.
– Otra cosa -anadio Jackie-, el subsecretario Milner le ha llamado ya tres veces. Quiere que le llame. Es urgente.
– Esta bien, pasamelo -dijo Christopher, y entro en su despacho y cerro la puerta.
– Buenos dias, Bob -dijo Christopher al telefono, cuando Jackie le paso la llamada-. ?Que pasa?
– Buenos dias, Christopher -contesto Milner aceleradamente. Su voz delataba una honda preocupacion-. Supongo que te habras enterado ya de lo que les paso anoche a los embajadores Ngordon y Rashid.
– Si, me lo acaba de decir Jackie.
– ?Que pasara ahora con la votacion sobre el Paquete Consolidado de Ayuda? -pregunto Milner.
– Me temo que nada bueno -dijo Christopher-. Los embajadores Khalid y Khaton estan totalmente en contra - explico, refiriendose a los representantes temporales de Oriente Proximo y Africa oriental que iban a sustituir a Ngordon y Rashid en el Consejo-. Estoy convencido de que votaran en contra.
– ?Puede posponerse la votacion hasta que Ngordon y Rashid se hayan recuperado?
– No. Se ha fijado definitivamente para la sesion plenaria de esta tarde.
– Hay que hacer algo -dijo Milner-. El paquete debe ser aprobado como sea.
– Estoy de acuerdo contigo, por supuesto -dijo Christopher-, pero la votacion no puede aplazarse.
Ambos guardaron silencio durante unos diez segundos, y luego Milner hablo. Por su voz no quedaba muy claro si estaba inspirado o si habia tomado una dificil decision.
– ?Donde tienen a Ngordon y Rashid? -pregunto-. ?Estan ingresados?
– No lo se. Le he pedido a Jackie que lo averigue.
– Tienes que ir a verles.
Se hizo otra larga pausa, y luego Christopher pidio una aclaracion:
– ?Que…? ?Por que?
– Tienen que estar presentes en la votacion.
– Pero…
– Ya se lo que he venido diciendo hasta ahora, pero no tenemos mas remedio que hacer una excepcion.
Cuatro horas mas tarde, al abrir la sesion del Consejo de Seguridad, la embajadora alemana Helia Winkler, representante temporal de Europa, se encontro inesperadamente supliendo al embajador Christopher Goodman de Italia. No habia avisado que fuera a perderse la reunion, y resultaba inimaginable que lo hiciera estando programada como estaba una votacion de tan vital importancia. Pero las ordenanzas no podian ser mas claras. Ante la ausencia de un representante permanente, el temporal deberia ocupar su lugar hasta el regreso del primero o, en su defecto, hasta la eleccion de un nuevo representante permanente. Asi las cosas, de entre los que este dia ocupaban los lugares con derecho a voto en la mesa, tres eran miembros temporales: Winkler; el embajador de Uganda, que sustituia al embajador Ngordon; y el embajador de Siria, que reemplazaba al embajador Rashid.
Pocos minutos despues de que se iniciase la sesion, Christopher entro silenciosamente en la sala. La embajadora Winkler no le vio entrar, asi que permanecio en su sitio hasta que Christopher se acerco a ella y le dio un golpecito en el hombro. Ella se giro y con una sonrisa cedio el puesto a Christopher.
– Te estaba calentando el sitio -susurro ella.
– Gracias -dijo el devolviendole la sonrisa.
Quince minutos despues, mientras el Consejo escuchaba un informe sobre la produccion agricola, entraron en la sala los embajadores Ngordon y Rashid. Ellos, sin embargo, no pasaron tan desapercibidos como Christopher y quienes los sustituian no parecian estar tan dispuestos a cederles el puesto, pero solo pudieron demorarse en los asientos unos segundos. Ngordon y Rashid ocuparon su lugar y la aprobacion del Paquete Consolidado de Ayuda quedo garantizada. Mas de uno lanzo una mirada a Christopher cuando los dos hombres hicieron su entrada, pero su expresion solo reflejaba alegria por que los embajadores hubiesen llegado a tiempo para la votacion, y Ngordon y Rashid, a su vez, no dieron senales de que Christopher tuviera nada que ver con su presencia en la sala. Los poderes de Christopher eran, practicamente, un secreto a voces, aunque no lo suficiente como para que nadie se atreviera a interrogarle en publico sobre las extranas historias que de el se contaban.
12
Diez semanas despues
Washington, D.C.
En la Organizacion Meteorologica Mundial de Naciones Unidas, Ed Rifkin se rasco la cabeza y volvio a comprobar las coordenadas en su equipo.
– Ven a ver esto -le dijo al supervisor cuando estuvo seguro de que no cabia error alguno.
– ?Que pasa? -pregunto Jeff Burke, supervisor de Rifkin.
– No estoy seguro. Hace un momento estaba siguiendo al enjambre 237a sobre el norte de Africa, y ahora ha