– ?A que te refieres?
Christopher resoplo con fuerza.
– Oh, pues al sueno ese tan absurdo de la caja. Probablemente no lo recuerdes. La ultima vez que lo tuve fue la noche que explotaron las cabezas nucleares sobre Rusia. Hace ya casi veinte anos de aquello.
Decker meneo la cabeza.
– Recuerdo que esa noche te despertaste a causa de un sueno, pero no me acuerdo muy bien de que fue lo que sonabas.
– Bueno, es un sueno muy raro; me produce una extrana sensacion. Es como si lo hubiese sonado hace mucho, mucho tiempo; puede incluso que cuando era Jesus. Y aun y todo, la imagen es clara y fresca. Al principio estoy en una habitacion rodeado por pesados cortinajes bordados con hilo de oro y de plata. El suelo es de piedra, y en el centro de la estancia, sobre una mesa, hay una vieja caja de madera, parecida a las que se usan para embalar. No se por que, pero en el sueno siento el impulso de mirar en su interior, aunque a la vez se que lo que hay es aterrador. Cuando me acerco para mirar y no estoy mas que a un par de metros de la caja, miro hacia abajo y veo que el suelo ha desaparecido. Empiezo a caer, pero consigo asirme a la mesa sobre la que descansa la caja. Intento aguantar alli colgado, pero al minuto se me resbalan las manos. Entonces oigo una carcajada terrible y espantosa.
– ?Y anoche volviste a sonar lo mismo? -pregunto Decker.
– El sueno se ha repetido todas las noches desde que fui nominado.
Se hizo una larga pausa mientras Decker intentaba, por un lado, buscar alguna pista que le revelara el significado del sueno, y por otro, pensar en algo con que reconfortar a Christopher.
– Y hay algo mas -anadio Christopher-. No dejo de preguntarme si no nos hemos precipitado con la candidatura, pero tambien me preocupa la posibilidad de que, tal vez, hayamos esperado demasiado. -Christopher meneo la cabeza, en un gesto no de confusion, sino de turbacion mas bien-. Lo que sea que tienen Juan y Cohen en mente para su proxima maldicion va a ocurrir muy, muy pronto; es cuestion de dias. Y tengo la absoluta certeza de que va a ser mucho peor que todo lo que han hecho hasta ahora.
Cinco dias despues
Era el dia en que Christopher Goodman debia dirigirse a la Asamblea General, y Gerard Poupardin telefoneo para decir que estaba enfermo. Saltando del telediario de una cadena de television a otro, miraba los reportajes sobre Christopher a traves del humo de cigarrillo que viciaba el ambiente. A su alrededor, tirados por el suelo de su apartamento, por lo general siempre impecable, habia docenas de articulos sobre Christopher que habia recortado de los periodicos o arrancado de revistas. Poupardin apenas se movio mientras consumia el cigarrillo casi hasta el filtro y luego lo apagaba aplastando la colilla contra un platito que usaba a modo de cenicero. En los tiempos que corrian, el arte de fumar habia quedado reducido a un punado de incondicionales de las peliculas antiguas, y los ceniceros se vendian basicamente como cachivaches inutiles en los anticuarios. Poupardin no habia vuelto a fumar desde la adolescencia y se quedo pasmado al descubrir que el precio de la cajetilla rondaba los veintiseis dolares internacionales. Con todo, no era un precio muy alto a pagar si, a cambio, conseguia calmar los nervios. Ademas, pronto no necesitaria el dinero.
Podria haberse acercado a cualquier tienda y comprar sin mas algo mas fuerte y seguro que mas barato que los cigarrillos -casi todo era legal ya, siempre que se contase con una receta medica y no se consumiera antes de conducir o manejar herramientas pesadas-. Y con el pasaporte diplomatico, incluso estos obstaculos dejaban de serlo. Pero Poupardin necesitaba permanecer despierto, en pleno control de sus facultades. No iba a tener mas que una oportunidad para ejecutar la tarea que se habia impuesto.
Poupardin extrajo otro cigarrillo de la cajetilla. El ultimo. No habia hecho bien los calculos, la cajetilla tenia que haberle durado veinte minutos mas. Ahora solo le quedaba un cigarrillo y todavia faltaban veinte minutos para matar. Decidio darse una buena ducha y empezar a prepararlo todo. Se reservaria el ultimo cigarrillo para despues. Por el momento, lo volvio a introducir en la cajetilla, que deposito al extremo de la mesa junto al revolver calibre 38, corto, que habia comprado dos dias atras.
Decker estaba sentado en su despacho releyendo el discurso de Christopher por enesima vez. Volvia a sentirse como un novato, agobiado por cada palabra, consultando su viejo y manoseado tesauro, leyendo el texto a viva voz, para asegurarse de que las palabras brotaban con fluidez y penetraban suavemente en el oido del oyente, al tiempo que transmitian sinceridad y confianza. En las tres ultimas relecturas del texto, no habia realizado correccion alguna, pero decidio leerlo una vez mas por si acaso.
Cuando se disponia a hacer la
– Senor Hawthorne -dijo una voz femenina.
– ?Si? -contesto Decker sin levantar la vista del texto.
– Disculpe si le interrumpo.
– No te preocupes, Jody. ?Que pasa?
– Llaman de Seguridad del vestibulo de visitantes. Hay un hombre que pregunta por usted. Le he explicado que esta usted ocupado y que tendria que pedir cita, pero dice que es amigo suyo. Ha insistido mucho.
– No espero a nadie. ?Como te ha dicho que se llama?
– Senor Donovan.
Decker se quedo pensativo un momento.
– Me parece que no conozco a nadie con ese nombre. ?Te ha dicho por que quiere verme?
– No, senor. Solo que es amigo suyo y que deseaba verle. ?Le digo que esta ocupado?
– No -contesto desganado-. Puede ser que le haya conocido en alguna fiesta o en algun acto oficial. Anda, pasame la llamada aqui al despacho.
– Si, senor -contesto ella; un segundo despues sonaba el telefono de Decker.
– ?Hola? -dijo Decker-. Soy Decker Hawthorne.
– Si, senor. Soy Johnson, de Seguridad del vestibulo de visitantes. Esta aqui el senor Tom Donafin, que quiere verle.
Decker se quedo repentinamente en silencio.
– ?Senor? -dijo el guarda pasados unos instantes, no del todo seguro de si Decker seguia al otro lado del auricular.
– ?Ha dicho
– Si, senor -contesto el guarda.
– ?Podria deletrearlo, por favor? -Decker escucho como el guarda de seguridad le preguntaba al visitante que deletreara su apellido, y en respuesta, oyo una voz que casi hace que se le pare el corazon.
– De… o… ene… -empezo a repetir el guarda de seguridad.
– Bajo enseguida -le interrumpio Decker, y colgo el auricular. Llego al rellano del ascensor a toda carrera. Solo entonces, mientras aporreaba nervioso el suelo con el pie esperando a que llegara el ascensor, se dio cuenta de que era imposible. ?Tom Donafin habia muerto! Habia ocurrido en Israel, el primer dia de la ultima guerra arabe israeli. Llego el ascensor y Decker se introdujo en el interior, preso de la confusion. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no podia sino dejarse llevar por su impulso.
En el trayecto desde la planta treinta y ocho hasta el vestibulo, Decker intento contemplar, rapidamente, todas las explicaciones posibles. No podia ser un familiar. Tom no tenia familia. Podia tratarse de alguien con el mismo nombre, pero eso no explicaba la voz ni la razon de que el hombre se hubiese identificado como un amigo. Si en el pasado hubiera conocido a otro Tom Donafin, seguro que lo recordaria. ?Podian estar sus recuerdos jugandole una mala pasada? ?O acaso era todo un sueno? ?Estaba alguien gastandole una broma pesada? No, penso, ninguno de sus conocidos de ahora habia llegado a conocer a Tom Donafin. Y no tenia amigos con un sentido del humor tan sadico. Decker repaso una a una todas las posibilidades, avanzando frenetico hacia la conclusion a la que tanto deseaba llegar, pero temeroso de que alguna explicacion logica que se hubiera saltado por el camino diera al traste con sus esperanzas. Enseguida comprendio que era sencillamente imposible eliminar todas las explicaciones en tan breve tiempo, asi que decidio cambiar de punto de vista.
?Podia tratarse de verdad de Tom Donafin? Decker repaso mentalmente las circunstancias de su muerte. El