– El resplandor de la explosion me quemo las corneas -continuo Tom-, y se me clavaron en la cara y en los ojos muchas particulas de cristal. Al oftalmologo que me trato le sorprendio que pudiera incluso percibir los focos brillantes de luz.
– Pero ahora si que ves.
– Decker, Dios me curo… milagrosamente. Estuve ciego durante seis meses, y luego, a la misma velocidad a la que me habian cegado el resplandor y los cristales, volvi a ver de nuevo, mejor incluso que antes del accidente.
Decker miro a Tom; era evidente que Tom creia lo que estaba diciendo. Decker no tenia razones para dudar de la sinceridad de su amigo, pero casi sin darse cuenta examino su expresion unos segundos en busca de alguna senal que le delatara que su amigo le enganaba. No encontro ninguna. Decker suspiro y meneo la cabeza antes de volver a retreparse en su asiento.
– Si llegas a contarme esto hace unos anos -le dijo-, te habria tomado por loco. Ahora, ya no estoy tan seguro.
– Creeme, Decker. Es verdad. Estuve totalmente ciego durante seis meses. Todavia pueden verse algunas cicatrices si miras de cerca. -Tom se senalo los ojos, y Decker se fijo de pronto en la alianza, que hasta el momento le habia pasado desapercibida.
– ?Aguarda un momento! -dijo preso de la emocion, elevando el tono-. ?Que es esto? -pregunto al tiempo que extendia el brazo y le agarraba la mano a Tom.
– Oh, si -contesto Tom, a punto de sonrojarse-. Bueno, ya casi habia llegado a esa parte.
– Pero ?con quien? ?Cuando? ?Esta ella aqui, en Nueva York? ?Esta aqui contigo? -pregunto Decker visiblemente emocionado.
– No, no -repuso Tom, y contestando al ultimo interrogante dijo-: Sigue en Israel.
– Oh, vaya, que pena. Pero ?podre conocerla mas adelante, verdad?
– Si, ella tambien tiene ganas de conocerte.
– Tom, es estupendo, ?de verdad! -dijo Decker, que miraba al rostro sonriente de Tom y al anillo de su mano, por turnos-. Bueno, y ?quien es? ?Como se llama? ?Donde la conociste?
– Se llama Rhoda.
Decker cayo en la cuenta de inmediato.
– ?Te refieres a Rhoda como-se-llame? ?A la medico que te cuido?
– Rhoda Felsberg -dijo Tom-. Si. Solo que ahora es Rhoda Donafin, claro.
– ?Que buena noticia! No sabes como me alegro. De verdad, ?es estupendo! ?Cuanto llevais casados?
– Diecinueve anos.
Decker dejo caer los brazos a los costados y sacudio la cabeza; en su rostro se reflejaba una mezcla de jubilo, por su amigo, y de angustia, por los anos perdidos.
– Asi que es alli donde has vivido todo este tiempo, ?en Israel? -pregunto pasados unos instantes.
– Si -contesto Tom-. Tenemos una casita a las afueras de Tel Aviv. Bueno,
– ?Teneis ninos?
– Si, tres -respondio Tom-. Dos chicos y una chica.
Decker esbozo una sonrisa de oreja a oreja. Era un dia maravilloso, casi increible. Tom guardo silencio y se limito a compartir la sonrisa con Decker. Luego continuo con su relato.
– Despues de la ocupacion rusa, pero antes de que me curara, cuando pensaba que no iba a volver a ver nunca mas, telefonee a
– No creo que se quedaran muy contentos conmigo cuando me fui -admitio Decker-, y no les culpo; la verdad es que me porte como un cretino. Pero no me creo que no te dijeran que estaba trabajando en la ONU.
Tom se encogio de hombros.
– Aun asi, en todos estos anos y una vez recuperada la vision, seguro que podias haber contactado conmigo.
Tom no respondio. Decker sabia que con la ceguera, la curacion y luego la boda, y todo inmediatamente despues de los meses de cautividad en el Libano, era muy posible que Tom hubiese querido dejar el pasado atras… y con el a Decker. Era posible… pero no probable. Su amistad era demasiado estrecha para eso; habian pasado por demasiadas cosas juntos. Ademas, le parecio que Tom ocultaba algo.
Gerard Poupardin salio de la ducha. Mientras se secaba fue consciente por primera vez de una sensacion que venia sintiendo desde hacia ya tiempo, y a la que no habia prestado atencion hasta ahora. Habia aparecido de repente, como esas jaquecas que permanecen latentes hasta que adquieren la intensidad suficiente como para causar malestar. La sensacion habia traspasado el umbral de cuanto puede ignorarse, y una vez rota la barrera, parecio ir rapidamente a mas.
Cuando se le ocurrio la idea de matar a Christopher por primera vez, no paso de ser mas que una ocurrencia desorbitada, con la que no obstante empezo a jugar por el puro placer de imaginar como podria llevarse a cabo. Fue un paso sencillo, porque todo resultaba muy hipotetico. Pero la fantasia se convirtio muy pronto en pensamiento, y el pensamiento en consideracion. La consideracion dio paso entonces a la contemplacion, y la contemplacion a la planificacion. Y ahora, por fin, los planes iban a tomar cuerpo y hacerse realidad. Poupardin no habia dejado nunca de pensar que podria detenerse en cualquier momento de la escalada que habia iniciado. Pero lo que descubrio fue que, a cada paso, el impulso que le habia ayudado a superar los obstaculos anteriores se intensificaba considerablemente, empujandole a subir el siguiente escalon, haciendo la escalada mas y mas liviana. El ultimo obstaculo que se levantaba a su paso era, sin duda, el mas alto, pero sentia la necesidad de seguir adelante.
Parte de el queria olvidarse de todo aquello de una vez por todas, y todavia creia que era capaz de hacerlo. Pero por el momento, ganaba el impulso de seguir adelante. Atrapado en una corriente contra la que no podia nadar, Poupardin solo podia convencerse de que le arrastraba hacia la direccion deseada.
Ademas, se argumentaba a si mismo, tampoco hacia falta tomar una decision ya; no todavia. Lo logico, pensaba, era permanecer abierto a todas las opciones. Siempre cabia la posibilidad de que cambiara de parecer al aproximarse el momento. Y si ocurria asi, no tenia mas que abortar su mision y nadie se enteraria jamas. Probablemente, era incluso mejor esperar antes de tomar una decision, penso, asi dispondria de todo el tiempo necesario para pensar con detenimiento. No daria ningun paso sin estar plenamente convencido, pero, claro, tampoco queria que el miedo le hiciera perder la oportunidad.
En realidad, la decision de postergar la toma de una decision no iba a concederle mas tiempo para pensar, solo iba a servir para sofocar sus pensamientos durante otro rato mas.
Poupardin doblo la toalla, la colgo aseadamente en el toallero, y se dirigio al vestidor. En una percha, separada del resto de camisas, pantalones y trajes, habia una unica prenda, oculta todavia en el interior de la bolsa en la que habia salido de la tienda. Llevaba alli mas de dos anos, esperando el dia en que Albert Faure fuera nombrado secretario general. Pero ese dia ya no llegaria jamas.
Poupardin descolgo la percha, retiro el envoltorio y paso los dedos por el encaje blanco. Su mente retrocedio hasta el dia en el que la habia comprado en el departamento de caballeros de Harrods. Aprovechando el receso del almuerzo, se habia acercado hasta alli para atender, con unos amigos, a una pasarela de ropa interior masculina, y aunque solo iba a mirar, cuando vio la prenda en el modelo supo que tenia que ser suya. A pesar de su elevado precio, le parecio que merecia la pena.
Que diferente, penso, habia sido esa ocasion, de la experiencia de adquirir el revolver en aquella casa de empenos pequena y miserable.
El contacto del sedoso genero con su cuerpo tuvo un efecto erotico que le hizo recobrar e intensificar muchos y muy buenos recuerdos de Faure. La imagen que le devolvio el espejo habria distraido de sus quehaceres a cualquiera, pero se nego a que nada le desviara de su proposito. Poupardin se dio media vuelta, escogio un traje