Noroeste de Irak
En las entranas de la tierra, bajo el lecho del rio Eufrates, entre las ciudades iraquies de Ana y Hit, donde lo bordean las antiguas ciudades fortaleza de Baia Malcha, Auzura, Jibb Jibba y Olabu, una oscura asamblea se arrastraba ansiosa hacia la superficie; sus integrantes se abrian paso a empellones y aranazos en el agitado enjambre, para poder estar entre las primeras filas en emerger. Su momento estaba proximo. Lo sabian. Estos eran la hora y el dia y el mes y el ano que aguardaban desde antes del albor de la historia de la humanidad. Pero su manumision no duraria demasiado, y cada cual esperaba poder aprovecharla al maximo mientras fuera posible. Luego, sin que oido humano los oyera, sono una trompeta y bramaron los truenos, y las cadenas fueron soltadas y cayeron al suelo.
La profecia mas reciente de Juan y Cohen estaba a punto de cumplirse y abatirse sobre las gentes de la Tierra.
Por fin habia llegado el momento. La tierra se convulsiono y las aguas del Eufrates se agitaron y rompieron a hervir. Entonces se produjo una erupcion violenta, que libero una exudacion de bestias salvajes, sombrias y repulsivas al mundo de los hombres. Como la lava de un volcan o el pus de un absceso inflamado, la horda vil, invisible al ojo humano, se desparramo en todas direcciones sobre la faz de la Tierra, buscando vidas humanas que cobrarse. El fetido hedor a azufre se elevo hasta el cielo y saturo la atmosfera en miles de kilometros a la redonda, al tiempo que las infames columnas del inmundo ejercito espectral emergian una a una sobre la tierra. Ataviados con fantasmales armaduras -el pellejo, gris, oculto bajo corazas de rojo intenso, azul oscuro y amarillo-, cada integrante de la siniestra muchedumbre montaba una aberrante cabalgadura, que podria haberse parecido a un caballo, aunque con la cabeza y la melena de un leon, y una nariz por la que exhalaban una respiracion putrida de humo y llamas amarillentas. La cola de cada bestia se levantaba y sacudia como con vida propia, y contemplada de cerca parecia mas una serpiente venenosa que hubiese sido injertada al cuarto trasero de la bestia. La perversa legion alzo el vuelo en numero ingente sobre la tierra, con sus alas de piel desnuda, y rasgo el cielo con revulsivos gritos de jubilo, liderando vehemente el lugubre ejercito de doscientos millones de huestes, resueltas a precipitar la destruccion del hombre.
Al nordeste de la ciudad de Ar-Ramadi, dormia en el fresco amanecer de marzo un pueblecito de beduinos iraquies procedentes de las orillas pantanosas de los rios Eufrates y Tigris. Ajeno al peligro acechante, el anciano se levanto de la cama y se echo el abrigo encima para cumplir con la oracion ritual en direccion a La Meca. Fuera, las legiones invisibles avanzaban a increible velocidad, y se cernian ya sobre el pueblecito, avidas de cobrarse su primera sangre. Sin ser visto ni oido, uno de los jinetes fantasma atraveso sin esfuerzo la pared de la casa; la saliva chorreaba de las comisuras de sus fauces grotescas ante la vision de su primera victima. Despues de detectar un ligero olor a azufre, el anciano sintio un escalofrio, como cuando se saborea un fruto amargo, al tiempo que el demonio invisible penetraba en su interior y se hacia con el control de su cuerpo y su mente.
Sigilosamente, para no despertar a nadie en la casa, el hombre entro en la cocina, cogio un cuchillo grande y regreso con el hasta su cama. Luego, la toco suavemente para que despertara y lo viera venir y, sin vacilar, clavo el cuchillo en el corazon de su esposa de cuarenta anos. El terror que leyo en sus ojos fue tan escalofriante que tuvo que llevarse la mano a la boca rapidamente, para que su risa no despertara a los demas. Entonces fue repitiendo la operacion hasta que hubo acabado con la vida de sus dos hijos y sus esposas, y la de todos sus nietos. Contemplando el bano de sangre, se relajo por fin, dio con una silla, se sento y rompio a reir sin control.
Despues de dedicar unos momentos a regodearse en su hazana, el anciano corrio al exterior aullando de alegria como poseso y blandiendo en su mano el cuchillo ensangrentado, en busca de alguien con que saciar su sed de sangre. El ejercito invisible habia encontrado otras victimas en el pueblecito, y el asesinato regia triunfante por doquier.
En la cocina de una casa vecina, una joven preparaba el desayuno para su marido, todavia dormido. De pronto se irguio toda rigida y dejo caer al suelo los utensilios de cocina. Echo un vistazo a su alrededor, cogio una sarten grande y pesada, abandono lo que estaba haciendo, y se fue hasta el dormitorio. Una vez alli, se acerco al borde de la cama, levanto la sarten sobre su cabeza y desde arriba la descargo con toda su fuerza sobre la cabeza de su marido. Los ojos de el se abrieron por un instante y miraron hacia ella asombrados y agonizantes, al tiempo que ella soltaba una carcajada, levantaba la sarten y volvia a descargarla sobre el. Ya sin conocimiento, su vida se le fue escapando poco a poco, mientras ella le golpeaba una y otra vez hasta que su craneo quedo aplastado e irreconocible.
Con el vestido salpicado de sangre de arriba abajo, solto la sarten y, riendo todavia, retorno a la cocina, donde el desayuno se habia quemado. Muy excitada, se levanto el borde de la falda ensangrentada y lo acerco a la lumbre del fogon hasta que prendio. El vestido ardia en llamas y ella reia nerviosamente, balanceandose de un lado a otro hasta que el fuego la engullo.
La locura homicida a lomos de su caballeria asolaba, rauda y ligera, granjas, aldeas, pueblos y ciudades. La matanza era descomunal; todos se volvian contra todos, impulsados por una fuerza que ni veian ni podian comprender. Siete horas y media despues de su aparicion, el frenesi alcanzo Umm Qasr, Faw y las demas ciudades del golfo Persico, donde miles de personas se echaron a correr hacia el mar, como lemmings, para alli morir ahogados.
Cuando la locura engullo la capital, Bagdad, se perdio toda comunicacion con el mundo exterior. No habia nadie para informar del suceso al resto del mundo, porque no habia supervivientes. Todos habian caido. Para los agentes de la muerte, mejor era la carniceria cuanto mas violenta. Y cuando no quedo nadie por matar, el ultimo superviviente se suicido.
Londres, Inglaterra
Stan McKay escupio una cascara de pistacho y acabo de tragarse el fruto a medio masticar con un rapido sorbo de su refresco. El joven periodista era todavia novato en su trabajo, asi que se apresuro a responder a la luz que parpadeaba delante de el. Cogio el auricular del telefono y contesto sin mas:
– McKay.
Era suficiente; si el que llamaba habia marcado ese numero intencionadamente, sabia que ahora hablaba con la sede de World News Network, en Londres.
– Ponme con Jack Washington -exigio una voz con urgencia.
– Lo siento, senor -contesto McKay-, pero el senor Washington no esta aqui en este momento.
– Entonces pasame a Oliver Peyton.
– Lo siento -volvio a decir McKay-, esta con el senor Washington. ?Le puedo ayudar en algo?
– Si, si. Claro -dijo la voz despues de dudar un segundo-. Mira, soy James Paulson. Os voy a enviar la senal en directo desde el estudio de Riyadh. Quiero que te asegures de que esta todo listo para grabarla, y luego quiero que te ocupes de que el reportaje le llegue a Jack Washington. ?Podras hacerlo?
– Si, senor -respondio McKay con conviccion.
– De acuerdo, empiezo a emitir la senal en veinte segundos. ?Tendras tiempo?
– Uh… si, senor. Creo que si -contesto. Esta vez no tan seguro.
– Esta bien, tu haz lo que puedas.
McKay tardo treinta segundos en comprobar el equipo.
– Ya esta, senor -dijo regresando al telefono, y luego encendio su monitor para poder ver la senal.
– Aqui James Paulson desde la sede de la WNN en Riyadh, Arabia Saudi -dijo en el mismo tono apresurado que al telefono.
Stan McKay no tenia ninguna experiencia ante la camara, pero si que habia estudiado algo en la Facultad -lo que en realidad tampoco le capacitaba para dar una opinion-, pero le parecio que aquel tipo hablaba demasiado deprisa para la television.
– Desde la ventana de nuestra oficina -continuo Paulson- estamos siendo testigos del caos que se ha apoderado del exterior. -La videocamara portatil abandono a Paulson y se dirigio a la ventana de la oficina de la WNN, revelando el espeluznante espectaculo callejero, cuya imagen se superponia a la de la camara y su operario, reflejados en el vidrio de la ventana cerrada.