conseguido lo que busco.

—?Y que buscais? ?No sera a mi, supongo? Ha pasado mucho tiempo...

El hombre se habia echado a reir, pero no fue la suya una risa agradable. «El diablo debe de reirse asi», preciso Jeannette.

—Para vos, tal vez. Para mi no, y estais todavia mas bella que antano. Ademas sois viuda, y por tanto libre, como yo os queria. ?Por que no ibais a ser mia?

—?Nunca! Si el tiempo pasado no cuenta para vos en estas circunstancias, tampoco cuenta para mi. Me dabais miedo y horror. Nada ha cambiado...

Raguenel interrumpio por un momento el relato de Jeannette, estupefacto por su facilidad para reproducir un dialogo, a pesar del terror que debia de estar sintiendo:

—Caramba, se diria que no has olvidado una sola palabra.

—Tengo muy buena memoria, senor. Basta que me lean algo una sola vez para que lo recuerde y lo repita sin cambiar nada. Por dificil que sea y aunque no lo entienda...

Desde luego el fenomeno podia sorprender a primera vista, o mejor dicho a primera audicion, tanto mas porque Jeannette recitaba todas las frases de un tiron, sin entonacion y casi sin respirar, como habria recitado sin duda una pagina de latin. Para estimularla, Perceval le ofrecio otro vaso de jarabe rebajado con agua.

—El cielo te ha hecho un don precioso —le dijo—. Espero que lo conserves cuando seas mayor. Sigamos. Madame dijo a aquel hombre que le daba horror y que nada habia cambiado.

—El dijo entonces que ese asunto podia esperar, y que lo que buscaba eran las cartas. «?Que cartas?», dijo Madame.

Y Jeannette, con los ojos fijos en el techo como si las frases que iba a pronunciar estuvieran escritas alli, siguio su recitado:

—No simuleis que no entendeis lo que os digo. Quiero las cartas de la reina Maria de Medicis a la marquesa de Verneuil. Una correspondencia muy peligrosa para la madre de nuestro actual rey, porque expone toda la conspiracion que condujo al asesinato de Enrique IV, una conspiracion apoyada por la reina. Esas cartas fueron compradas por los Concini a precio de oro con el fin de reforzar su influencia sobre la Medicis en el caso de que ella flaqueara.

—?Un momento! —interrumpio Perceval, asustado por lo que oia—. ?Te das cuenta de lo que dices?

—No. He escuchado palabras, nombres, y los guardo en la cabeza para repetirlos tal como los oi...

—?Sabes que quiere decir influencia?

Los ojos azules dejaron de mirar el techo para contemplarle con aire de reproche:

—No lo se... Ya os he dicho...

—No deberiais interrumpirla, senor —intervino Corentin—. Podria perder el hilo.

En efecto, a la joven criada le costo trabajo continuar. Aun asi, Perceval acabo por saber que el dia en que el joven Luis XIII hizo asesinar a Concini, la reina Maria habia enviado a Chiara a registrar la casa de su mujer, Leonora, que guardaba las cartas en sus aposentos del Louvre. A partir de ese momento, el relato de Jeannette se hizo caotico. Madame de Valaines juraba a su verdugo que no las habia encontrado, y este se obstinaba en creerlas en posesion de ella. El desenlace fue terrible: desde el fondo de su escondite, Jeannette, muerta de miedo, oyo los gritos de su ama, torturada por aquel hombre para obtener lo que buscaba. Lo probo todo, y llego incluso a matar a sus hijos delante de ella. La infeliz habia exclamado:

—?Creeis que permitiria que hicieran el menor dano a mis pequenos si tuviera esas malditas cartas? Perdonadles, por piedad.

No habia servido de nada. Claire y Bertrand fueron asesinados alli mismo. Su madre se reunio con ellos en la muerte despues de que el verdugo satisficiera en ella el monstruoso amor que pretendia sentir...

Cuando Jeannette acabo su relato, volvio a llorar, tanto por haber revivido su propio terror como por el martirio del que habia sido testigo invisible. Despues, como no sabia si los hombres seguian alli, habia continuado inmovil durante horas, sin atreverse a salir.

Los dos hombres la dejaron llorar a gusto, al comprender que necesitaba liberarse de todo lo que habia sufrido. Cuando Corentin quiso hacerle una pregunta, Raguenel se lo impidio con un gesto: habia que intentar borrar de la increible memoria de aquella pequena campesina las imagenes y los sonidos, las palabras de las que ella no llegaba a entender ni la mitad, pero que representaban un peligro real. Era inutil, por tanto, continuar. Mas tarde hablarian de eso.

Al cabo de unos momentos Jeannette se calmo y enseguida, apoyando los brazos y la cabeza sobre la mesa, en medio de los restos de su pequeno almuerzo, se durmio de golpe, vencida por la emocion y la fatiga de las ultimas veinticuatro horas. El caballero la contemplo dormir y acaricio la cabecita rubia, todavia bastante sucia.

—Hay un sofa en el gran salon —dijo a su criado—. Ve a tenderla en el, y vuelve. Nos la llevaremos con nosotros cuando salgamos de aqui, pero despues de dejarla instalada date una vuelta por el corral, para ver si las gallinas han puesto. Confieso que tengo hambre, ?tu no?

—?Oh, si! ?Y ni a vos ni a mi nos gustan las golosinas!

Poco despues los dos hombres se sentaban a la mesa, ante una gruesa tortilla con tocino preparada por Perceval en persona. Habia descubierto un saladero intacto y, en la bodega, un tonel que contenia un clarete joven que no era precisamente un nectar, pero cuya frescura contribuyo a calmarles los animos. Comieron en silencio; luego el caballero aparto la escudilla, saco de su jubon una pipa que cargo con petun masle, e hizo sena a Corentin de que le imitase, acercandole el saquito del tabaco.

Amo y criado fumaron un momento en silencio. Esa escena intimista, que habria chocado a mas de un gran senor, era natural entre el gentilhombre desprovisto de fortuna y el fiel companero que compartia con el desde hacia una decena de anos los buenos y los malos momentos de la vida cotidiana. Solia ser hacia el final del dia cuando encendian las pipas y pasaban revista a los acontecimientos de la jornada. Raguenel apreciaba el ingenio, la inteligencia y la lealtad de aquel paisano tres anos mayor que el, y Corentin no habria cambiado un amo que lo estimaba por el mas rico y poderoso de los principes.

Como solia ocurrir, fue Perceval quien abrio el fuego:

—Ahora sabemos por que y como fue asesinada Madame de Valaines, pero seguimos ignorando por quien. Desde el fondo de la chimenea, Jeannette escucho pero no vio.

—De todas maneras, si el hombre estaba enmascarado, no habriamos progresado gran cosa...

—Enmascarado o no, la desdichada Chiara sabia quien estaba frente a ella. Lastima que no pronunciara ni una sola vez su nombre. Tendremos que investigar la epoca en que fue doncella de honor de Maria de Medicis, e intentar saber quien la rondaba en aquellos dias, quien estaba enamorado de ella ademas de Valaines.

—Vos habeis venido a menudo aqui, senor, y erais amigo suyo. ?Nunca os hizo ninguna confidencia que pueda darnos una pista?

—Nunca, salvo que la caso en el Louvre el capellan de la reina madre, dos dias despues de la muerte de Concini, y que su esposo se la llevo de alli de inmediato. Hasta hoy no habia entendido las razones de tanta prisa, pero la historia de esas cartas arroja una nueva luz: Valaines pretendia proteger a su amada.

—?Proteger de que, si ella no tenia las cartas? ?De la colera de la reina, tal vez?

—Fue ella quien la caso —repuso Raguenel—. Yo pienso que se trato sobre todo de una medida de prudencia. Recapitulemos. El 24 de abril de 1617, Luis XIII hace asesinar a Concini, el favorito de su madre, de varios disparos de pistola, delante del Louvre. La mujer del aventurero, Leonora, es detenida en su apartamento y conducida a la Bastilla, de la que unicamente saldra en direccion al cadalso. Desde ese momento, Luis XIII es verdaderamente rey, y su madre, gracias a la cual los dos florentinos habian podido usurpar el poder, se encuentra en situacion insegura. Mas o menos prisionera en sus aposentos, puede temer el exilio o tal vez incluso la prision, si son descubiertas las cartas que acreditan su complicidad en el asesinato del difunto rey. Por tanto, envia a Chiara a registrar las habitaciones de Leonora. Pero Chiara no encuentra nada, y podemos creerla: ?que no habria hecho para salvar la vida de sus hijos?

—Sabemos tambien por Jeannette que su verdugo habia registrado asimismo la casa de la Galigai. ?No estaba demasiada gente al corriente de la existencia de una correspondencia tan peligrosa?

—A la vista de la pandilla de truhanes y aventureros que formaban parte del sequito de los Concini, no es tan sorprendente. Pero volvamos a la reina madre. No recupero las cartas pero, por poco inteligente que haya sido, debia de conocer a Chiara lo bastante para otorgarle toda su confianza y no imaginar que podia haberse guardado para si las cartas sin decirle nada. Sin embargo, la joven tenia que ser apartada de la corte: sabia

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