—Perfecto. Terminamos el trabajo, cerramos y nos vamos.
—No tan deprisa. Olvidas a la muchacha. Vamos a llevarla a Anet para que pase alli la noche, y manana por la manana tu la llevaras a Vendome a reunirse con su pequena ama. Solo tienes que llevarsela a la senorita Elisabeth y explicarle donde la hemos encontrado.
—?Vaya! Me veo convertido en nodriza —gruno Corentin, poco satisfecho con su mision—. ?Y que hago despues?
—Nada. Esperarme. Cuando volvamos a Anet, preparame el maletin de viaje y haz que ensillen un caballo fresco. Tengo intencion de ir a ver que pasa por alla abajo.
—?Y atacareis a la guardia del cardenal vos solo?
—No digas tonterias. Voy corno... observador, y desde alli marchare a Vendome. Tengo que estar en situacion de dar un informe muy completo a la senora duquesa, cuando regrese.
—Si regresais...
Cuando la libreria recupero un asomo de orden, Perceval reunio algunos pergaminos que le parecieron importantes, relativos a los titulos de nobleza de los Valaines y a sus derechos de propiedad sobre las tierras. Luego, fue a arrodillarse una ultima vez a la pequena capilla donde reposaban los restos de Chiara y sus hijos. Despues, ayudado por Corentin, cerro puertas y postigos y coloco las llaves en un pesado manojo que sujeto al arzon de su silla de montar. Finalmente, despues de haber instalado a una Jeannette todavia sonolienta a la grupa de Corentin, bien sujeta al jinete por una cuerda, todos partieron de La Ferriere al trote corto. Perceval volvio continuamente la cabeza para contemplar el maltrecho castillo tanto tiempo como pudo. Y cuando los techos azules desaparecieron entre los arboles y ya no le quedo nada por ver, puso su caballo al galope.
3
?Una torre tan alta!
Al contemplar el castillo de Limours, uno podia preguntarse por que razon habia comprado el cardenal, tres anos antes, la amplia construccion medio en ruinas que habia pertenecido a la duquesa d'Etampes, favorita de Francisco I, cuando por esas fechas su fortuna era mas bien escasa y todavia no habia superado la aversion que le tenia el rey Luis XIII. Se decia que para adquirir Limours se habia visto obligado a desprenderse de las tierras de su familia en Aussac y vender su cargo de limosnero de la reina madre. El cardenal habia explicado que deseaba poder recibirla un dia en un marco digno de ella, pero el aspecto del castillo arrojaba dudas sobre sus verdaderas intenciones. No era una residencia agradable, propia para seducir a una dama. En cambio, ofrecia un refugio seguro.
En efecto, una vez pasados el primer recinto amurallado y el antepatio, uno se encontraba ante una imponente construccion que conservaba aun muchas caracteristicas de una fortaleza medieval: cuatro alas flanqueadas por gruesas torres circulares formaban un solido cuadrilatero en torno a un patio central cuadrado; el conjunto quedaba aislado por medio de profundos fosos llenos de agua y solo podian cruzarse por un puente ligero, facil de inutilizar. En resumen, una construccion mas poderosa que graciosa...
—... Y que podria constituir un retiro seguro para un porvenir incierto —suspiro Perceval, a quien le gustaba expresar sus pensamientos en voz alta cuando estaba solo—. Bien es verdad que despues se ha regalado a si mismo el precioso castillo de Rueil y la bonita mansion de Fleury.
A lomos de su caballo, parado en la ladera del valle por cuyo fondo se extendia Limours, examinaba el castillo del cardenal al tiempo que se preguntaba que habia venido a hacer aqui. Arrastrado por el dolor y la pena, habia seguido su instinto sin saber que debia buscar en concreto, porque, al no haber visto a los asesinos, no tenia ninguna oportunidad de reconocerlos. Ademas corria el riesgo de crearse problemas que no tardarian en extenderse a los Vendome, que en modo alguno necesitaban ver aumentados los que ya pesaban sobre sus espaldas. Sin embargo, nada en su persona dejaba adivinar su pertenencia a aquella ilustre casa: su jubon de ante sin adornos, sus botas y su sombrero adornado con una pluma, todo era de un gris neutro y practico. Seria un gentilhombre de viaje, y punto.
—Ya que estamos aqui, empecemos por buscar alojamiento, para descansar un poco y respirar el ambiente. Quiza la suerte nos sonria...
Una vez decidido el paso siguiente, puso el caballo al trote corto, bajo la pendiente de la loma y llego a las primeras casas, en medio de las cuales brillaba, entre la iglesia y el castillo, la ensena de la Salamandre d'Or, indicadora de la existencia de un albergue. Entro en el despues de haber dejado su montura en manos de un mozo de cuadra, y pidio habitacion y comida. Le asignaron la primera y le prometieron la segunda para una hora mas tarde. De modo que, despues de refrescarse y de quitarse el polvo del camino con un gran barreno de agua fria, fue a instalarse, mientras esperaba la cena, en el jardin, en el que habia varias mesas dispuestas bajo un emparrado; alli se hizo servir una jarra de vino de Longjumeau. En la sala, donde un marmiton sofocado estaba asando al fuego un cuarto de ternera, hacia demasiado calor.
Para su sorpresa, dado el caracter apacible del lugar, reinaba en el albergue una gran agitacion. Eso se debia, segun el mesonero, a las importantes reformas que estaba llevando a cabo el cardenal de Richelieu en sus dominios:
—Estan reparando algunos aposentos, y tambien el sistema de riego de los jardines. Cada semana vemos llegar carretas que traen marmoles y antiguedades para la decoracion. Cuando acaben las obras, tendremos aqui una hermosa finca...
—Monsenor debe de estar fuera, con todo este trajin...
—?El? De ninguna manera. Ha estado enfermo, pero reside aqui y vigila personalmente todas las reformas. Eso me ha valido la clientela de los senores guardias, que se aburren un tanto cuando no estan de servicio.
En efecto, se veian varias casacas rojas bajo las grandes hojas de parra, pero sus poseedores tenian un aspecto jovial que no parecia acorde con los matarifes desalmados de los que habia sido victima la familia de Valaines. Jugaban a los dados y se contaban chistes picantes entre grandes carcajadas. Habia otros bebedores sentados, que se habian desabrochado o retirado el jubon y abierto la camisa para mejor aprovechar las postrimerias apacibles de un dia abrasador. El lugar era agradable y propicio al descanso.
De subito, la mirada alerta de Perceval, que seguia atenta a pesar de sus ojos entrecerrados, capto un detalle. Instalados al fondo de la terraza, cerca del tronco de la parra, dos hombres vestidos de negro y manchados de polvo brindaban con uno de los guardias del cardenal. Este, despues de beber, extrajo de su casaca roja con la cruz griega bordada una bolsa bastante abultada, que entrego a uno de sus acompanantes; pero su gesto hizo que cayera de su bolsillo un objeto que se apresuro a recoger. No lo bastante aprisa, sin embargo, para que Raguenel no pudiese identificarlo: era un antifaz negro.
Perceval vacio de golpe su vaso, lo lleno de nuevo y luego, plantando los codos encima de la mesa y bajandose el ala del sombrero sobre los ojos como si le molestara el sol poniente, se dedico a examinar con mayor atencion a los tres hombres. Su instinto le decia que se encontraba ante una parte de la banda, venida sin duda a recibir su paga. Observo sobre todo al guardia. ?Era el jefe, el hombre que habia perseguido a Chiara con un amor tan feroz? Era dificil de creer. Se trataba de un hombre alto y fuerte, pelirrojo como una zanahoria, con una cara inexpresiva propia del tipico soldadote aficionado a la cerveza y las estocadas, y probablemente sin la menor nocion del alfabeto griego. Ademas no aparentaba mas de veinte anos, y el verdugo de Chiara le habia reprochado su negativa a casarse con el. Sin duda se trataba del oficial pagador de la expedicion, y probablemente habia tomado parte en ella.
Finalmente, el hombre de la casaca roja se levanto, se calo el sombrero, se despidio y salio del albergue en direccion al castillo. Perceval se contento con seguirle con la mirada. Los otros dos eran mucho mas interesantes, y Perceval decidio seguirlos. Esa noche no tuvo que ir muy lejos. Bien provistos de dinero, y visiblemente de muy buen humor, los dos compadres reclamaron mas bebida y pidieron una habitacion. Antes de entregarse a los placeres de una distendida velada, uno de ellos se levanto y fue a buscar los caballos, que habian quedado atados bajo un alpende, para entregarlos al mozo de cuadra..., al que Perceval, despues de un momento, fue a buscar a su vez. Una moneda de plata que aparecio entre sus dedos consiguio que el muchacho le escuchara con toda