—?Asi parece, senora! Cazar resulta penoso con este tiempo, y posiblemente el rey se aburria...

Ana se contento con sonreir, pero sus ojos verdes se posaron en Louise de La Fayette, de quien nadie en la corte ignoraba que inspiraba a Luis XIII una gran pasion, de modo que, si este se aburria en Saint-Germain, era sin duda porque, como su mujer se habia negado a desplazarse alli con aquel tiempo horrible, se habia visto privado durante tres dias de la presencia de su amada. Por lo demas, la joven se puso de color escarlata y se aparto un poco de sus companeras, cuyas expresiones melosas solo podian desagradarle.

Unos instantes mas tarde se presento el rey, con el rostro enrojecido por el frio y el atuendo impregnado del olor de la nieve y la niebla. Una reverencia unanime desplego sobre la alfombra los brillantes vestidos de todas las damas. A excepcion, claro esta, de la reina, que siguio sentada en su sillon.

El monarca habia entrado a paso vivo, precediendo a sus gentilhombres, y despues de besar la mano de su esposa saludo a todo el circulo de damas.

—Apuesto —dijo— a que todas estabais hablando de esa pieza que los comediantes del Marais representaron anteayer por primera vez, y que ha tenido un gran exito.

—?Por que habria de interesarnos hasta ese punto, Sire?

—Pues porque se trata de una obra espanola, senora. Escrita por un normando, es cierto, pero dedicada enteramente a vuestro pais. Monsieur de Corneille la ha llamado Le Cid. Al parecer, es admirable.

—Vaya —dijo la reina, entre seria y burlona—, ?cuantas cosas se aprenden en Saint-Germain!

—El senor cardenal, del que ya sabeis lo interesado que esta en todo lo que concierne al arte teatral, me ha enviado un correo al respecto, y anadido a sus alabanzas la sugerencia de que vos tendriais sin duda el mayor placer en ver ese espectaculo. De modo que me propongo en fecha proxima pedir al senor Mondory que venga a representarnos aqui la comedia... ?Ah! ?Madame de Vendome, no os habia visto!

—Reconozco gustosamente, Sire, que carezco de brillo, en tanto que esta reunion si que lo tiene.

—No seais tan modesta. Siempre me complace veros. ?Supongo que habeis venido con la intencion de interesar a la reina en alguna de vuestras obras caritativas?

—Nada de eso, Sire. He venido a hacerle entrega de una nueva doncella de honor. Acercaos, Sylvie, y venid a saludar a vuestro rey: el lo permite. Tengo el honor, Sire, de presentaros a Mademoiselle de l’Isle. Es muy joven, como Vuestra Majestad ya habra advertido, pero se ha educado en mi casa. Baste decir que es tan prudente como piadosa.

—?Magnifico, magnifico! Sois encantadora, mademoiselle.

—El rey es demasiado bueno conmigo —balbuceo Sylvie, inclinandose ante el monarca, pero este se alejaba ya y, no sin sorpresa, la joven vio que Mademoiselle de La Fayette se acercaba a el y lo llevaba hasta el vano de una ventana para hablar con el en privado. La mirada que dirigio a Madame de Vendome llevaba implicita una pregunta que sus labios no se atrevieron a formular.

La duquesa fruncio el entrecejo.

—Aqui, hija mia, no debes ver nada, oir nada ni contar nada. Y sobre todo, no hacer nunca preguntas — murmuro.

—En tal caso, senora duquesa, mas habria valido hacerla entrar en un convento. Reconozco que la corte no es muy alegre en estos dias, pero es posible pasar el tiempo aqui de una manera bastante agradable. —Una joven de una veintena de anos, alta, muy bella, de esplendido cabello rubio, magnificos ojos azules y una tez blanquisima, acababa de intervenir en la conversacion.

Madame de Vendome le sonrio.

—Vos teneis mas edad que Sylvie, Mademoiselle de Hautefort, y tambien mayor experiencia de las cosas de la vida y de la corte, donde os sentis como pez en el agua... Ella aun no ha cumplido quince anos... Todo lo que desea es servir a la reina lo mejor que pueda.

—En ese caso, seremos amigas. Yo la tomo bajo mi proteccion y le ensenare todo lo que le conviene saber. Conoceis mi devocion hacia Su Majestad —anadio en tono mas grave Marie de Hautefort. Y luego, bajando la voz hasta el murmullo—: Como procede de vuestra casa, me sorprenderia mucho que hubiera aprendido el catecismo del senor cardenal. Y la reina necesita servidores leales. Cuando el rey se haya retirado, la llevare a los aposentos de las doncellas de honor. Sabeis que no tenemos superintendente desde que Madame de Montmorency se retiro al convento, y yo cuido de este batallon turbulento. ?No es esta joven precisamente la que...?

Sylvie no escucho el final de la frase. En efecto, la dama de compania se habia llevado un poco aparte a la duquesa. Aprovecho la ocasion para observar al rey.

Luis XIII no era un hombre guapo, pero poseia ese aire de majestad natural inherente al hecho de llevar la corona. Alto y delgado, de porte elegante a pesar de que preferia los vestidos de caza y los uniformes militares, tenia un rostro flaco y alargado encuadrado por un cabello negro que llevaba largo hasta los hombros y partido en dos por una raya en medio de una frente que revelaba inteligencia. La boca carnosa se adornaba con un hermoso mostacho y una perilla, que con los ojos negros y la gran nariz borbonica componian una fisonomia que al Greco le hubiera gustado pintar. Su salud era fragil, pese a que pasaba a caballo buena parte de su tiempo, ya que padecia de enteritis cronica. Timido con las mujeres, no por ello carecia de una fuerte independencia de caracter, y no toleraba la menor intrusion en sus prerrogativas reales. Si otorgaba en la actualidad plena confianza al cardenal de Richelieu, era unicamente porque habia reconocido en el a un hombre de gobierno excepcional. Y del mismo modo que su ministro, Luis XIII sabia mostrarse despiadado...

Sin embargo, al verle inclinarse hacia Louise de La Fayette para murmurarle unas palabras que, visiblemente, complacian a la joven, Sylvie presintio el encanto que podia llegar a desplegar aquel hombre un tanto apagado en medio de su sequito de magnificos senores. En cuanto a Louise, era fina y bonita sin duda, pero no podia compararse al esplendor de una Chemerault; Sylvie se enteraria muy pronto de que la llamaban «la Bella Babona», en tanto que Mademoiselle de Hautefort recibia el sobrenombre, ampliamente merecido, de «la Aurora»...

Mientras esta ultima la acompanaba a los aposentos de las doncellas de honor, situados en la planta baja del palacio, Sylvie, con la franqueza ingenua que la caracterizaba, y olvidando ya las recomendaciones de Madame de Vendome, se atrevio a preguntar:

—?Como es posible que el rey se interese por Mademoiselle de La Fayette, cuando tiene a su disposicion tantas damas mas bellas?

—Muy sencillo, querida: la ama, y sobre todo es amado por ella. Para el, eso es una experiencia casi inedita...

—Pero ?la reina...?

—Se quisieron durante un tiempo, cuando su matrimonio se hizo real, hace una veintena de anos. Despues, tanto el como ella han buscado amor en otras partes. Pero no os equivoqueis, Louise de La Fayette no es la amante del rey. Como yo tampoco lo he sido...

—?Tambien a vos os ha amado? Eso me sorprende menos. ?Sois tan bella!

Un cumplido sincero siempre gusta. Marie de Hautefort correspondio a aquel con una sonrisa deslumbrante, y deslizo su brazo bajo el de la recien llegada:

—Si, pero yo lo trate a la baqueta, y no estoy segura de que no haya llegado a detestarme. ?Sin duda porque amo demasiado a la reina! Es una mujer maravillosa.

—?Y Mademoiselle de La Fayette? ?Tambien la ama?

—Menos que al rey, pero es un alma pura, orgullosa y desinteresada, muy devota. Por mucho que ame al rey (con todo su corazon, estoy segura), nunca aceptara el papel de favorita real, que la horroriza. Dicen que podria dejarnos muy pronto para encerrarse en un convento. El cardenal, por lo demas, la incita a ello por mediacion de su confesor...

—?El cardenal? ?Y a el que le importa?

—?Oh, mucho y por distintas razones! Por lo menos el lo cree asi. Louise pertenece a una gran familia de Auvernia, donde no aprecian mucho a Su Eminencia. Y sin embargo, el no desesperaba de convertir a Louise en una aliada. Como ella no se presto al juego, Richelieu la empuja al convento porque teme demasiado su ascendencia sobre el rey. Podria contrarrestar la suya propia.

Sylvie sintio una pequena inquietud.

—?Y Su Eminencia lo intento tambien con vos?

—?En la epoca en que el rey me distinguia? Por supuesto, pero yo no soy de las que se dejan conducir docilmente, y asi se lo hice entender. Si un dia el rey se fija en vos, tambien os ocurrira algo parecido —anadio, al

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