mantuvo firme. Para el, la pieza no vale nada.

Madame de Guemenee se echo a reir.

—?Que gracioso! El pobre Scudery, aparte de que sus obras nunca alcanzaran un exito parecido, teme sobre todo los nubarrones que ve amontonarse del lado del Palais-Cardinal. A Su Eminencia, que tambien escribe, no debe gustarle lo mas minimo el triunfo de un autor al que ha hecho el honor de invitarle a colaborar, en sus propias obras.

—?Oh, madame! —protesto Madame de Combalet, una bonita viuda que era sobrina de Richelieu y, de creer las habladurias, tambien algo mas—. Su Eminencia posee demasiado buen juicio y respeto por las bellas letras para no inclinarse ante un talento tan grande, confirmado ademas por la voz publica. Al teatro del Marais acuden tanto la nobleza como la burguesia y el pueblo, y todos salen entusiasmados.

—Bien se ve, senora, que lo estimais mucho. El afecto es ciego ante determinadas debilidades... y todos los grandes hombres las tienen.

La reina intervino:

—?Senoras, senoras! No dejeis que la pasion os arrastre hasta ese punto. Yo, por mi parte, tengo las mejores razones para creer a Madame de Combalet. Fue el propio cardenal quien advirtio al rey, cuando este se encontraba en Saint-Germain, del valor de esa obra, y le aconsejo que hiciera venir aqui a los comediantes para representarla en palacio. Eso prueba sin la menor duda su entusiasmo —dijo con tono cansado.

—O bien su inteligencia —insistio Madame de Guemenee—. Es dificil ir contra la corriente de todo Paris. Por mas que podria alegar que una obra que glorifica a un heroe espanol es inadecuada cuando estamos en guerra incesante con Espana...

—Mi tio no mezcla jamas las artes con la politica. Ademas, ?no esta desde hace algun tiempo Espana de moda? Capas, peinados, sombreros, romances, pavanas y otros bailes. Nos gusta inspirarnos en Espana, y es normal puesto que se trata del pais de nuestra reina bienamada —concluyo Madame de Combalet con una reverencia que Ana de Austria no dio muestras de agradecerle, como tampoco sus elogios.

La soberana hizo un levisimo encogimiento de hombros y llamo a Sylvie a su lado haciendole sena con la mano.

—Sere sensible a todo ello cuando vuelva a reinar la paz entre nuestros dos paises —dijo—. Por el momento, la reina de Francia se complace en escuchar canciones francesas, y aqui esta Mademoiselle de l'Isle, recien admitida en el circulo de mis doncellas de honor, que nos cantara una.

—Acompanandose a la guitarra, si no me equivoco —dijo Madame de Combalet, que parecia dispuesta a tener la ultima palabra.

—?Por que no? Mademoiselle de l'Isle canta como un angel y toca muy bien su instrumento. De alguna manera, es un simbolo. ?La armonia perfecta que deseamos el rey y yo! Sentaos, hija mia —anadio la reina senalando un almohadon colocado a sus pies—. ?Que vamos a escuchar?

—Lo que desee Vuestra Majestad —murmuro Sylvie, que empezaba a afinar su instrumento.

Pero no estaba previsto que cantase durante esa velada. El ujier apostado en la puerta cuando la reina recibia, anuncio con voz potente:

—?La senora duquesa de Montbazon y el senor duque de Beaufort!

La mano de Sylvie contuvo las vibraciones de la guitarra como si deseara al mismo tiempo calmar las de su corazon. Un corazon que se helo de subito al ver a la brillante y maravillosamente adecuada pareja que se adelantaba. Francois estaba, como de costumbre, muy elegante: jubon y calzas de terciopelo negro bordado en oro con acuchillados de raso blanco y forros de raso escarlata, un gran cuello de encaje que cubria toda la anchura de sus hombros, y, en el sombrero que sostenia con desenvoltura en la mano, unas ondeantes plumas blancas fijadas al fieltro por un cordon de seda roja. La otra mano sostenia la de una dama extraordinariamente hermosa: alta, morena, de tez muy blanca, magnificos ojos azules, y labios redondos y carnosos que se dirian hechos para besar. Llevaba un vestido de brocado escarlata y raso blanco, y un collar de diamantes y rubies que realzaba una garganta esplendida, de modo que junto a su companero componia una pareja de rara elegancia. Se acercaron a saludar a la reina; el barrio la alfombra con sus plumas blancas y ella desplego sobre el suelo su vestido como si fuera una enorme flor.

El saludo tuvo una acogida diversa. A Beaufort le correspondio una amplia sonrisa, que se redujo bastante para la joven dama.

—?Donde os habiais metido, querido duque? —dijo la reina, ofreciendole la mano—. Hace dias que no os veiamos.

—Estaba en Chenonceau, senora, junto a mi padre, cuya salud deja mucho que desear.

—?Esta enfermo el duque Cesar? Es dificil de creer. No me lo imagino en esa situacion.

—El aburrimiento lo corroe, senora. Hasta tal punto que a veces me pregunto si no podria llegar a morir.

—?Nadie se muere en Chenonceau, seria extravagante! Conozco pocas mansiones tan gratas. Sin contar con que el tiempo es mas benigno que aqui.

—Sin embargo, preferiria cien veces Paris, con su barro, su nieve, su mal olor y sus incomodidades, porque aqui le seria posible ponerse al servicio de Vuestra Majestad.

—No seais tan cortesano, amigo mio, no os sienta bien. —Y luego, cambiando de tono para dirigirse a la dama, anadio—: Y vos, duquesa, ?nos dareis noticias del senor gobernador de Paris?

—Tiene la gota, senora. Una excelente ocupacion que podria recomendar al senor de Vendome contra las ideas tristes. Mi esposo maldice, jura, rabia durante todo el dia, pega a los criados, ?pero no se aburre un solo instante!

El tono desenvuelto indicaba a las claras que la hermosa dama no sentia la menor preocupacion por su esposo. Casada a los dieciocho anos con Hercule de Rohan-Montbazon, que tenia sesenta ademas de dos hijos, Marie d'Avaugour de Bretagne no se sentia ligada por un deber de fidelidad que consideraba tanto mas fuera de lugar por cuanto ninguna de las mujeres de la familia lo respetaba. En efecto, de los dos hijos de Hercule, una era la revoltosa duquesa de Chevreuse, de mas edad que su madrastra pese a lo cual seguia coleccionando amantes, y el otro el principe de Guemenee, dotado de uno de los ingenios mas agudos de su epoca, pero cuya esposa, presente ese dia en el camarin de la reina, hacia otro tanto. Algunos espiritus maliciosos se preguntaban si entre las tres mujeres de la misma familia se habia establecido una especie de competencia. En cualquier caso, desde hacia algun tiempo se hablaba de una relacion entre Marie de Montbazon y Francois de Beaufort, sin que ni la una ni el otro hiciesen nada para desmentir el rumor. Eso era algo que Sylvie ignoraba. Ella unicamente advirtio que la reina no parecia muy carinosa con la bella duquesa, que fue a reunirse con su cunada Guemenee. Pero retuvo al joven.

—Nos llegan extranos rumores respecto a vos, Francois —dijo a media voz—. Dicen que pensais pedir la mano de la hija de Monsieur el Principe.[17]

—Tendre que casarme algun dia, senora. ?Por que no con ella? Esa joven tiene al menos la ventaja de ser bella —respondio el joven con una sonrisa que a Sylvie, paralizada en su almohadon, le resulto de una fatuidad odiosa.

—Monsieur el Principe nunca os aceptara. El y vuestro padre se detestan. Y ademas, ?que diria Madame de Montbazon? —anadio la reina con un punto de acritud que hizo brillar los ojos de Beaufort.

—No hay que prestar oido a todos los chismes, senora. La duquesa de Montbazon no tiene mas derechos sobre mi persona que los de toda mujer bonita sobre un hombre de gusto...

—Sin embargo, se dice que la amais.

Francois se inclino hacia ella, y en esta ocasion su voz bajo hasta convertirse en un murmullo.

—Mi corazon no pertenece a nadie, senora, solo a vos. ?Como mirar a otra mujer cuando esta presente la reina? Si he llegado en compania de Madame de Montbazon, es sencillamente porque la he encontrado al pie del Grand-Degre...

Se inclino un poco mas, y Sylvie ya no pudo oir nada mas, a pesar de la agudeza de su oido. Pero ya habia oido bastante. A punto de echarse a llorar, dejo la guitarra y, deslizandose de su almohadon, consiguio ponerse en pie sin que los dos interlocutores se dieran cuenta de su marcha. Por lo demas, y eso era lo que mas la apenaba, Francois ni siquiera parecia haberse dado cuenta de su presencia. ?Un mueble! En eso se habia convertido para el, sin duda.

Decidida a volver a su habitacion, se dirigia a la puerta cuando tropezo con Mademoiselle de Chemerault:

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