tiempo que colocaba en su lugar uno de los bucles de la joven.
—?Dios me libre! —exclamo esta con un gesto tan horrorizado que su companera se echo a reir—. Pero estoy tranquila, no soy lo bastante bella...
—Sois una fruta deliciosa, de momento aun verde. Cuando madureis, veremos que ocurre. Hemos llegado a vuestro aposento —anadio, abriendo la puerta de una habitacion pequena en la que Jeannette, que habia llegado con el equipaje, se ocupaba ya en vaciar los baules—. Esta primera noche instalaos a vuestro gusto, ?y sobre todo libraos de ese barro! Cenareis aqui, pero estad preparada porque vendre a buscaros para la ceremonia de acostar a la reina.
La Aurora se disponia a alejarse, y Sylvie tuvo la subita impresion de que se llevaba con ella toda la luz de aquel dia tan triste y frio. La detuvo con un gesto:
—Querria daros las gracias. Sois muy buena al preocuparos tanto por una pequena provinciana como yo.
—?Provinciana? ?Cuando habeis sido educada con los Vendome? Decidle al duque de Beaufort que es un provinciano. Me gustaria estar presente para ver su reaccion...
El nombre de Francois, pronunciado tan de improviso, hizo que Sylvie se ruborizase. Su aturdimiento no escapo a la mirada sagaz de su companera, cuyas bellas cejas se alzaron, al tiempo que rompia a reir. Pero tomo entre sus dedos finos el menton de Sylvie, con el fin de escrutar sus ojos subitamente extraviados.
—Caramba, ?amais al guapo Francois, pequena? No es de extranar, porque habeis crecido cerca de el y posee todos los atractivos que seducen a las mujeres. ?Os ha hecho ya la corte?
—?Oh, no, madame! Para el no soy mas que una nina, y desde su regreso de los Paises Bajos con su hermano y el senor duque apenas lo he visto; con los viajes y las campanas militares, la vida de un joven principe transcurre muy alejada de la de una huerfana criada por caridad. Yo tenia cuatro anos cuando Madame de Vendome me recogio, despues de la muerte de mis padres, y decidio que me criara en su casa. Otra me habria llevado a un convento... donde habria sido muy desgraciada.
—Es posible amar a Dios y no desear engrosar el ejercito de sus esposas. En lo que a mi respecta, tambien pienso asi. Pero volvamos al senor de Beaufort: aqui tendreis ocasion de verle con mucha frecuencia.
Los bellos ojos color avellana se iluminaron.
—?Viene a menudo?
—Mucho. Mas vale que lo sepais desde ahora: es el favorito de las damas, y la propia reina lo recibe con placer. Asi pues, ?cuidado con vuestro corazon! Deberiais elegir un heroe menos solicitado.
—Dichosa vos, si os es posible dar ordenes a vuestro corazon; yo no puedo. Pero por favor, senora, guardadme el secreto...
—Se os ha escapado, y yo no he hecho otra cosa que atraparlo al vuelo. Os lo devuelvo, con la recomendacion de que lo guardeis mejor en adelante. Ya veis, puedo ser odiosa para quienes me disgustan, pero no es vuestro caso. Os ofrezco mi amistad, Sylvie de l'Isle; ?no la traicioneis!
—Esa es una palabra que desconozco. Me sentire feliz y orgullosa de ser vuestra amiga.
—Eso me complace. Necesitaba a alguien como vos: no estaremos de sobra ninguna de las dos para servir a la reina y ayudarla en los momentos dificiles que atraviesa.
—?Nosotras dos? Pero las demas doncellas de honor...
—No valen gran cosa a excepcion de La Fayette, que es lo bastante valerosa para oponerse abiertamente al cardenal. Las demas, sobre todo la Chemerault, estan a sueldo de el o son demasiado bobas para tener siquiera una opinion. Tambien esta Suzanne de Pons, pero tiene su pensamiento puesto en la Lorena y solo suena con casarse con el duque de Guisa, del que es amante...
Al dejar a Sylvie, Marie de Hautefort no estaba lejos de dar gracias al cielo por haberle enviado una ayuda, por pequena que fuera, fiable sin asomo de duda. Que fuera la pupila de Madame de Vendome era en si mismo una garantia, y que ademas estuviera enamorada de Beaufort era una buena noticia inesperada. Habia siempre tanto correo secreto por distribuir, que La Porte y ella misma no daban abasto. Si, la pequena de L'Isle seria bien recibida. ?Sin contar con que era encantadora y, sobre todo, transparente!
Por su parte, Sylvie se puso a ayudar a Jeannette a ordenar su ropa y a examinar con mas calma el pequeno aposento, compuesto por un dormitorio no demasiado grande y otro reducido en el que se instalaria la sirvienta. Su conversacion con la Aurora la habia reconfortado, porque se habia sentido un poco perdida cuando Madame de Vendome se despidio. El antiguo Louvre, solemne, a la vez lujoso y gelido, le habia hecho anorar primero el amplio
Las estrechas relaciones entre el convento y el
Mademoiselle de l'Isle debia a su juventud y al hecho de casi pertenecer a una familia principesca el favor de tener a su lado a su propia camarera.
—?Ahora me he convertido en «carabina»! —decia esta riendo, y en absoluto asustada por la idea de vivir en adelante en el castillo real.
A sus veinticuatro anos, Jeannette era una muchacha alta y robusta, de rostro amable y con frecuencia risueno. No habia perdido su prodigiosa memoria, con la que hasta cierto punto contaban los Vendome para recoger los rumores de pasillo, los chismes de palacio cuyo conocimiento podia resultar de gran utilidad. Una circunstancia que Jeannette ignoraba. Su deber, hoy como ayer, era velar por la salud fisica y moral de Mademoiselle de l'Isle y, en medio de las tentaciones de las residencias reales, guardar pura y sin tacha la fidelidad que habia jurado a Corentin Bellec. Por el momento, vestida con un hermoso vestido de Usseau gris oscuro, con manguitos, cuello y cofia de fino hilo blanco ribeteado por una estrecha orla de encaje, Jeannette se disponia a desempenar un digno papel entre la muchedumbre de sirvientes del Louvre.
Al dia siguiente de su llegada, Sylvie vio a Francois.
Como la vispera, Ana de Austria dirigia la tertulia en la gran sala y el tiempo seguia siendo igual de malo, pero, como el rey habia regresado a sus aposentos, las damas eran mas numerosas que el dia anterior, y varios gentilhombres las acompanaban.
El gran tema de conversacion era
—Es una maravilla incomparable —proclamo Madame de Guemenee que, a despecho de sus cuarenta y cinco anos, vivia una intensa vida amorosa—. Nunca se ha llevado a los escenarios tanta nobleza de sentimientos. Yo crei morir cien veces de ternura y admiracion.
—Madame de Rambouillet asistio ayer con su hija y todo su sequito —dijo el anciano duque de Bellegarde, a sus setenta y cinco anos todavia enamorado de la reina—, y hoy, en la camara azul de Arthenice,[16] todo son alabanzas al
—?Con la excepcion del senor de Scudery! —interrumpio la princesa de Conti—. Encuentra la obra mal construida, mal escrita e irregular. Ayer, a la salida del teatro del Marais, aseguraba que iba a comunicar a la Academia sus observaciones, para sorpresa e indignacion de Madame de Rambouillet. Ella le acuso de no haber entendido nada, y dijo que jamas le habria creido privado de gusto hasta ese punto. El pobre hombre casi se echo a llorar, tanto mas por cuanto su hermana, Mademoiselle de Scudery, se puso de parte de la marquesa; pero se