jinetes, y sus casacas azul Francia que llevaban bordada la cruz flordelisada sobre rayos de oro, mas las plumas blancas de los sombreros grises y las gualdrapas a juego de los caballos, ofrecian un espectaculo de gran belleza.

La muchedumbre siempre presente cuando el rey salia de viaje les reservaba sus sonrisas y el calor de sus aplausos, y se mostraba mas reservada con los guardias del cardenal. En cuanto a la caballeria ligera y los suizos, apenas despertaban expectacion. Sylvie, encantada con el espectaculo, aplaudio.

—Se diria que nunca habeis visto soldados —observo con desden Mademoiselle de Chemerault—. Reaccionais como una pueblerina.

La interpelada sintio rondar la mosca junto a su sensible oreja.

—?Por que? ?Acaso son las pueblerinas las unicas que tienen buen gusto? Ya habia visto a mosqueteros aislados, pero el conjunto es verdaderamente admirable.

—?Puah! Soldados...

—Si preferis los clerigos, es asunto vuestro —la corto Marie de Hautefort—. Os recuerdo que los mosqueteros son todos gentilhombres, y algunos de ellos parientes mios. ?Vamos, dejad descansar vuestra lengua de vibora! Y Mademoiselle de l'Isle tiene razon: son esplendidos, como dicen los ingleses.

La Bella Bribona prefirio no entrar en conflicto con la dama de compania y se volvio hacia Mademoiselle de Pons, dejando a Sylvie y Marie seguir su conversacion.

—En resumidas cuentas —dijo la pequena—, ?que vamos a hacer en Fontainebleau? ?Lo sabeis vos?

—Si. En cierto modo, corremos detras de Monsieur. El ano pasado, mientras el rey combatia con valor admirable al frente de sus ejercitos para hacer retroceder hasta Flandes a los espanoles, Monsieur y el conde de Soissons, su fiel satelite, se dedicaban a una nueva trama para asesinar al cardenal. Sin embargo, fiel a sus viejas costumbres, llegado el momento Monsieur tuvo miedo y denuncio a todo el mundo. El rey, de regreso a Paris, convoco a su hermano y su primo para pedirles explicaciones, pero Monsieur prefirio huir a Orleans, «su» villa ducal, en tanto que Soissons se batia en retirada hacia Sedan, donde el duque de Bouillon le ha ofrecido toda la comprension que deseaba. Por lo que se, Monsieur pretende reunirse con su primo y su senora madre, que tambien se ha puesto en camino hacia Sedan.

—Pero Fontainebleau esta lejos de Orleans.

—Es un movimiento que podria hacer suponer a Monsieur que su hermano el rey aparecera pronto al pie de sus murallas.

—En ese caso, ?no habrian bastado los soldados? ?Por que la reina y toda la corte?

—Para que Monsieur no se espante una vez mas. Lo que se pretende ante todo es evitar que vaya a reunirse con Soissons y Bouillon en las Ardenas, donde tendria todas las facilidades del mundo para entenderse con los espanoles...

Sylvie miro a su companera con admiracion.

—?Como sabeis todo eso?

Mademoiselle de Hautefort dio unos toquecitos indulgentes en la mano de la joven.

—Os lo explicare mas tarde. Hay otra razon por la que el rey se lleva consigo a todo el mundo, y es que no quiere estar separado un solo dia de La Fayette. La reina no se ha equivocado al colocarla en su carroza.

—?Su Majestad no siente celos?

—Si. Eso forma parte del caracter espanol. Alla abajo se es celoso por tradicion. Pero estima mas juicioso vigilar de cerca a la doncella que tenerla maniatada.

Como estaba previsto, aquella noche se detuvieron cerca de Mennecy, en el castillo construido a finales del siglo anterior por el secretario de Estado Neuville de Villeroy, ya que el mal estado de los caminos y la brevedad de los dias no permitia cubrir en una sola jornada el trayecto hasta Fontainebleau. La etapa no resulto agradable. Por mas amplio que fuera el castillo con sus dependencias, resultaba un tanto exiguo para un millar largo de personas. Desde luego no faltaron alimentos ni un buen fuego, pero las doncellas de honor, amontonadas en cuatro habitaciones, pasaron una noche incomoda. Y aun hubieron de darse por contentas de que al cardenal no se le hubiese antojado elegir como fin de etapa su castillo de Fleury.

—Porque entonces —comento Ana de Austria con amarga ironia—, sin duda mis doncellas habrian tenido que acostarse en la paja de un establo. ?Vaya idea, Dios mio, enviarnos a recorrer el mundo con este espantoso tiempo invernal!

La reina estaba proxima a una crisis nerviosa. Esa tarde Sylvie fue invitada a cantar y, al recibir permiso para elegir cancion ella misma, interpreto su cancion favorita, un viejo romance que habia aprendido de Perceval, que tambien lo apreciaba mucho:

L'amour de moy si est enclose

L'est dans ce joli jardinet

Ou croit la rose et le muguet

Et aussi fait la passerose... [18]

La voz de Sylvie era de una limpidez cristalina. Muy pronto todas se sintieron subyugadas, y la reina todavia mas. Cuando la cancion hubo concluido, poso su mano sobre la cabellera castana de la adolescente.

—En casa de Madame de Vendome ya me habia parecido que cantabais como un angel, gatita. Nunca le agradecere lo bastante que os haya cedido a mi...

Era el primer gesto afectuoso entre las dos mujeres. Sylvie experimento un intenso placer, que se reflejo en su sonrisa.

—?Quiere Vuestra Majestad oir otra cosa?

—Cantais tambien en espanol, por lo que me han dicho.

—Si, senora. Puedo cantar la Cancion de la Virgen, del senor Lope de Vega, y tambien...

—No —dijo la reina—. Nada de canciones de mi pais por hoy. El rey se aloja muy cerca de nosotras, y eso podria disgustarle. Repetid mejor ese bonito romance...

—?No creeis, senora —propuso Marie de Hautefort—, que al rey le agradaria escucharlo? Le gusta la musica, y aun mas las voces bellas. —La mirada de la joven busco a Louise de La Fayette, que miraba distraidamente por una ventana. Era hasta entonces la mejor cantante entre las doncellas de honor, y a Luis XIII le complacia escucharla.

—No desea oir mas que una sola voz —murmuro la reina, vuelta de nuevo a sus preocupaciones—. Seriamos mal recibidas. Mas tarde, tal vez...

Sylvie repitio su cancion, entono despues la Endecha del ruisenor, y asi concluyo la velada. La reina se retiro a su habitacion, procedio a la ceremonia de acostarse, y despues cada cual se dirigio a la cama mas o menos improvisada que le esperaba. Sin embargo, antes de que Sylvie saliera del dormitorio, Stefanille la retuvo. Era un gesto absolutamente excepcional. La anciana camarera consideraba en bloque al tropel de doncellas de honor como secuaces de Satanas, y por lo general les oponia una actitud hostil que no contribuian a dulcificar sus severos ropajes negros. En esta ocasion, sus labios delgados dibujaron algo que con un poco de imaginacion podia pasar por una sonrisa.

—Habeis distraido a la reina —susurro—. Es buena cosa, pero no basta. Quiero saber si la amais.

—?A quien?

—A la reina. Necesita mucho que la amen.

—Cuando llegue el otro dia al Louvre, jure guardarle fidelidad y devocion. No se todavia si la amo, pero creo que eso llegara.

—Sois sincera. En ese caso, nos entenderemos...

Y Stefanille volvio al lecho de su ama, cuyas cortinillas acababa de cerrar, y se inclino hacia el interior para decir algo que Sylvie no pudo oir.

Al dia siguiente por la tarde, al llegar a Fontainebleau, encontraron el palacio dispuesto para recibirlos. Los furrieles del rey habian hecho un buen trabajo. Habia fuego en las chimeneas, y cada cosa estaba en su lugar. Sylvie y las demas se instalaron con satisfaccion. La enorme residencia construida por Francisco I en un magnifico

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