A la manana siguiente, su cansancio era tal que apenas conseguia mantener los ojos abiertos. Sin embargo, nadie se dio cuenta, y tampoco de algunos errores que cometio en el servicio. Marie no paraba de hablar en susurros con la reina, y las dos parecian en un estado de excitacion permanente. Ana de Austria, que desde hacia mucho tiempo no aparecia de tan buen humor, resplandecia. Sus mejillas estaban arreboladas y sus ojos verdes brillaban. Tenia hasta tal punto el aspecto de una mujer feliz que Sylvie se pregunto sobre los sentimientos que le inspiraba. Hasta la noche anterior la amaba y la compadecia, pero esa manana quizas empezaba a detestarla por diversas razones: en tanto que reina, traicionaba al pais cuyo trono ocupaba, y en tanto que mujer, le arrebataba el ser al que mas amaba ella en el mundo...

Sin embargo, el buen humor de Ana de Austria no resistio a su regreso al Louvre. Aquella tarde, el rey entro en sus aposentos con paso de triunfador, mientras agitaba negligentemente un papel entre sus largos dedos.

—?Grandes nuevas, senora! —exclamo—. ?Me dan noticia de la victoria de nuestras tropas en el Cateau- Cambresis! Las de vuestro hermano han sido expulsadas para siempre, asi lo espero, y en cuanto a Landrecies, su caida es cuestion de dias.

Las damas presentes aplaudieron, pero la reina palidecio y no pudo responder nada.

—?Y bien? —insistio Luis XIII—. ?Eso es todo lo que teneis que decir?

—Vos estais contento, Sire, y eso basta para que yo lo este tambien. Tambien vuestra salud va mejor, por lo que veo.

En efecto, despues de la marcha de Louise de La Fayette, el rey habia permanecido unos dias en Versalles, agobiado bajo el peso de un dolor tan cruel que le habia provocado un acceso de fiebre. Su rostro mostraba aun las huellas.

—No os preocupeis por mi salud, senora —sonrio, agitando el mensaje en las narices de su esposa—. Esto me ha curado. Ya lo veis, nada como una victoria sobre Espana para devolverme las fuerzas; y el comprobar que compartis mi alegria me hace aun mas feliz. Lo celebraremos los proximos dias, en... ?eso es, en el castillo de Madrid![24] Me parece de lo mas apropiado.

Dicho lo cual, se volvio, prendio fuego al papel en un candelabro y lo arrojo a la chimenea. Despues, tomo de la mano a Mademoiselle de Hautefort y la condujo hasta el vano de una ventana, como hacia antes con su querida Louise.

Al dia siguiente, todo Paris comentaba la vuelta de la Aurora al favor real, y Sylvie obtenia un permiso de unos dias para cuidar de su padrino.

—?Creeis que es el mejor momento para abandonar vuestro puesto? —la rino Marie, que, apoyada en una comoda de la habitacion de Sylvie, observaba sus preparativos de marcha.

—No abandono mi puesto, voy a ayudar a una persona a la que quiero mucho.

—?Vamos! ?A mi no me enganais, pequena! Yo diria mas bien que sois vos quien necesita reponerse. Los dolores del padrino han aparecido muy oportunamente despues de nuestra estancia en el Val-de-Grace, de la que imagino que no guardais el mejor recuerdo. ?Me equivoco?

Apartandose de la comoda, Marie asio a su amiga por los hombros y la hizo volver.

—?Miradme, Sylvie! Cuando intentais mentir, se lee en vuestro rostro como en un libro. Tengo razon, ?no es asi?

—Si... ?Oh, Marie, intentad comprenderme! Vivi una noche horrible. Ya se, vais a repetirme que estaba prevenida y que habia arriesgado demasiado al entregar mi corazon...

—No, no es eso lo que iba a deciros. Lo que habeis sufrido vos, yo tambien lo conozco: se lo que cuesta abrir a quien se ama una puerta que no es la propia.

Los ojos de Sylvie, repentinamente secos, se abrieron desmesuradamente.

—?He oido bien? ?Me estais diciendo que... que le amais, tambien vos?

—?Claro que si! Os estoy diciendo exactamente eso, y no soy la unica. Quiero anadir que el nunca sabra nada, y que si llegara a saberlo le dejaria indiferente: no tiene ojos mas que para la reina, y nosotras somos para el simplemente unas amigas encantadoras que acuden a favorecer sus amores.

—?Es insensato! ?Por que haceis eso?

—Seria demasiado largo explicaroslo. Solamente puedo deciros esto: al no tener mi amor ningun futuro, lo someto al que profeso a mi soberana. No quiero que una infanta de Espana y una reina de Francia sea expulsada, repudiada por consejo de Richelieu, que la odia tanto mas porque nunca ha conseguido que ella lo amara.

—Mas parece que estais procurando lo contrario. ?Que creeis que ocurrira si llega a saberse a quien recibe la reina en su alcoba, en secreto?

—Pero no se sabra. Solo estamos en el secreto tres personas: vos, yo y La Porte. Este es mas fiel que un perro, y en cuanto a nosotras, amamos demasiado al senor de Beaufort para querer otra cosa que su bien. Y su bien forma parte del plan que se me ha ocurrido.

—?Un plan? ?Por que?

—Porque gusta a la reina, y es el unico nieto de Enrique IV al que mira con ojos de mujer enamorada. ?Partis a pesar de todo?

—Si. ?Concededme estos dias! Soy menos fuerte que vos y necesito reponerme. Por lo demas, me parece que podeis bastaros sola para defender a nuestra ama, ya que habeis recuperado toda vuestra influencia en el animo del rey.

Hautefort se encogio de hombros:

—?Toda mi influencia es mucho decir! Digamos que ha sido una suerte, pero que no conviene hacerse demasiadas ilusiones respecto de lo que pueda durar. El cardenal deseaba que el rey dirigiera sus atenciones a Mademoiselle de Chemerault para reemplazar a La Fayette, pero sucede que ella no le gusta. El rey contesto que su cara no le resulta simpatica, y que a fin de cuentas preferia «reconciliarse» conmigo. Pero este retorno podria no ser muy solido.

—?No depende sobre todo de vos? Antes os causaba placer, me dijisteis, maltratar a vuestro enamorado, y de ahi que prefiriera a Mademoiselle de La Fayette. ?Sed. mas dulce con el!

Marie se echo a reir.

—?Vaya con la predicadora! Hay que tomarme como soy, gatita, o bien dejarme. Ademas, si cambiara, el rey lo encontraria extrano. Esta acostumbrado a mis maneras.

Sylvie no insistio, pero al alejarse una hora mas tarde, en compania de una Jeannette encantada, experimento un sentimiento de alivio y liberacion. Le resultaba asfixiante el ambiente del viejo Louvre, atiborrado de intrigas, donde continuamente se entrecruzaban odios, amores e intereses de toda indole. En casa de Perceval esperaba recuperar un poco de la alegre despreocupacion de la infancia. Un poco tan solo, porque habia tenido buen cuidado de llevarse consigo el frasco de veneno, cuyo contacto le bastaba para echar a perder su alegria, pero que le era imposible abandonar. Por su parte, Jeannette estaba por lo menos tan contenta como ella, porque el contacto diario con la servidumbre del palacio y sobre todo con las camareras de las doncellas de honor, no era precisamente una fuente de felicidad.

La habitacion tapizada de brocatel amarillo a la que Nicole Hardouin condujo a Sylvie a su llegada a la Rue des Tournelles gusto a la joven a primera vista: daba al jardin y nunca habia sido ocupada desde que Raguenel habia comprado la casa. Entonces la habia hecho pintar y tapizar de nuevo, con la esperanza de que tal vez un dia su hija adoptiva vendria a habitarla. El cuidado puesto en los mas pequenos detalles, como el espejo de Venecia y los objetos de tocador, de plata, conmovio a Sylvie: era la prueba de un carino autentico, y dio por ello las gracias a su padrino cuando, despues de la cena, se sentaron a solas en el gabinete de Perceval. Pero el rechazo su agradecimiento.

—Es a mi mismo a quien he querido complacer. Me sentia feliz imaginando que un dia vendrias a tomar posesion de esa habitacion. Por tanto, hice lo que pude para convencerte de que aqui estarias en tu casa.

—Lo habeis conseguido. ?Me siento tan bien! —suspiro ella, mientras acariciaba el brazo del sillon en que estaba sentada.

—?Mejor que en el Louvre?

—?Oh, el Louvre...! —Hizo un gesto evasivo que lo expreso todo.

—No eres feliz alli, tal como yo temia. No estuve de acuerdo en que te nombraran doncella de honor tan joven, pero ?que podia hacer para impedirlo? La reina te solicitaba, y al duque Cesar le convenia por no se que oscura razon...

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