Montbazon, con un gentilhombre de la region. El cardenal no ha sido informado de nada, porque de otro modo Francois ya estaria en la Bastilla, pero es insensato presentarse en Paris, aunque sea en secreto.

Raguenel adelanto el labio en una mueca de duda.

—?Me dejas asombrado! Un suceso como ese no puede guardarse mucho tiempo en secreto. Mi amigo Renaudot, que mantiene una correspondencia muy amplia con las provincias, habria tenido alguna noticia y, como conoce los lazos que me unen a los Vendome, me lo habria dicho.

—Sobre todo, se lo habria dicho al cardenal.

—No lo creo. No oculta su opinion de que Su Eminencia tiene en ocasiones la mano demasiado pesada. Pero voy a intentar informarme. Mientras tanto, mi pequena, destierra esas historias de tu bonita cabeza y aprovecha las vacaciones. Manana, para empezar, saldremos a dar un paseo...

Para quienes vivian en el Marais, e incluso mas lejos, dar un paseo significaba un unico destino: la Place Royale, lugar de todas las delicias y centro de la vida elegante.

Construida por Enrique IV en el espacio ocupado por un antiguo mercado de caballos, esta magnifica plaza ofrecia un conjunto arquitectonico plenamente conseguido. El color rosado del ladrillo se aliaba con gracia al blanco de la piedra de los sillares y al gris azulado de la pizarra que cubria las altas techumbres de una serie de pabellones aristocraticos, unidos entre ellos por una agradable galeria cubierta, una especie de claustro por el que paseaba toda la alta sociedad parisina cuando el tiempo no permitia el acceso a los hermosos senderos flanqueados por olmos cuidadosamente recortados. En el centro, unos armoniosos setos de boj encerraban los arriates floridos, que recordaban las villas del campo romano o florentino.

En la plaza se vendia limonada fresca, pastelillos, tortas y barquillos napolitanos. Antes de los edictos del cardenal el lugar era tambien escenario de duelos, pero incluso despues subsistia la costumbre de las citas, con la diferencia de que ahora se trataba sobre todo de citas galantes. Las mujeres mas bonitas de Paris exhibian alli los atuendos mas lujosos, rodeadas por elegantes pretendientes. Ellas habian instaurado una especie de codigo de la coqueteria por medio de nudos en las cintas, cuyo significado variaba segun el lugar en que estaban colocados. Por ejemplo, el favori colocado sobre la cabeza mostraba los colores del pretendiente preferido; el mignon iba prendido con agujas sobre un corazon disponible, y el badin colgaba del abanico lleno de libertad desafiante...

En cuanto a los felices propietarios —o inquilinos, en ocasiones— de los pabellones de la plaza, pertenecian a la alta nobleza o a la gran magistratura, porque hacia falta ser muy rico para tener el derecho de contemplar desde un balcon propio la alegre animacion cotidiana o los festejos publicos dados por el rey o por la ciudad con ocasion de un matrimonio o de una visita real. Alli residian el duque de Rohan, la princesa de Guemenee, el conde de Miossens que mas tarde se convertiria en mariscal d'Albret, la marquesa de Piennes, la mariscala de Saint- Geran, el mariscal de Bassompierre —a pesar de la circunstancia de que se alojaba en la Bastilla desde hacia unos diez anos—, el consejero Aubry, el consejero Larcher, la condesa de Saint-Paul y algunos otros, todos ellos en mansiones suntuosas cuya riqueza de ornamentacion y mobiliario respondia a la gracia exterior de los edificios.

Cuando Sylvie aparecio del brazo de su padrino, no paso desapercibida porque ambos formaban una pareja agradable de contemplar, por mas que no se tratara, ni de lejos, de la mas suntuosa; pero el vestido de raso de la joven, de ese color amarillo luminoso que tanto le gustaba y que aclaraba todavia mas utilizando cintas blancas, armonizaba con el jubon y los greguescos de seda espesa de un tono gris claro de Raguenel. En honor a su joven companera, habia renunciado momentaneamente a sus panos de color marron, gris oscuro o negro para mostrar el aspecto de un gentilhombre elegante. Asi el cuello, las mangas y la vuelta de las botas iban adornados con encajes, y sobre su sombrero gris ondeaban unas plumas amarillas y blancas a juego con las cintas que sujetaban su espada.

Desde su aparicion bajo los olmos, fueron muchos los saludos que dieron y recibieron. Aquel hermoso dia de comienzos del verano parecia haber invitado a las preciosas a desertar de los salones, con la excepcion de la marquesa de Rambouillet, a la que ninguna fuerza humana habria podido arrancar de su celebre salon Azul.

Sus dos principales rivales, la vizcondesa d' Auchy y Madame des Loges, habian reunido su circulo bajo los arboles, y tomaban pastelillos y limonada mientras alguno de los poetas asiduos a sus salones recitaba versos. Sin embargo, Sylvie empezaba a lamentar no haber elegido un lugar de paseo mas tranquilo. Desde que habian entrado en la plaza, Perceval no paraba de saludar o de besar manos, y el andar de ella iba puntuado por reverencias en cada ocasion en que la presentaban a una dama. Todas coincidian, por lo demas, en encontrarla «?Tan encantadora...! ?Tan fresca y joven!». En cuanto a los hombres, se retorcian el mostacho y le dirigian guinos que pretendian ser irresistibles pero que la divertian mucho.

De subito, la atencion se aparto de ellos para centrarse en dos jovenes que acababan de hacer su aparicion. Eran Henri de Cinq-Mars y Jean d'Autancourt. Alla donde iba, el joven amigo del cardenal atraia todas las miradas. Era tan bien parecido que hacia olvidar quien era su protector; y poco faltaba para que se agradeciera a Richelieu haber traido de su Auvernia natal a semejante obra maestra... Hoy, vestido de azul celeste y plata, y tocado con un sombrero blanco de plumas azuladas, parecia un angel. Y un angel guardian, porque sostenia a su amigo, cuyos rasgos tensos y su palidez mostraban que convalecia aun de alguna enfermedad, o tal vez de una herida.

Desde uno u otro de los circulos de paseantes se hicieron numerosas senas de amistad o gestos de llamada para atraer a los dos jovenes, pero ellos los ignoraron y se dirigieron sin vacilar hacia Sylvie y su padrino.

—?Mademoiselle de l'Isle libre del servicio de la reina, Mademoiselle de l'Isle en la Place Royale! —exclamo Cinq-Mars despues del intercambio de saludos protocolarios—. ?Que novedad tan agradable! ?No es cierto, querido Jean?

Su mirada llena de malicia busco la de su amigo, cuyas mejillas palidas acababan de enrojecer, pero cuyo rostro expresaba una sincera alegria.

—Debo deciros —continuo el joven— que os traigo a un verdadero heroe que todas las damas van a disputarse. Acaba de regresar directamente de las puertas de la muerte.

—?Habeis sido herido, monsieur? —se inquieto Sylvie mientras sonreia a aquel joven por el que sentia una innegable simpatia.

—Una naderia, mademoiselle... pero por la cual doy gracias a Dios, ya que me ha valido un instante de interes por vuestra parte.

—?Una naderia? —se escandalizo Cinq-Mars—. ?Un disparo de mosquete en pleno pecho delante de Landrecies, cuando cargaba solo contra un reducto espanol...!

—Teneis suerte de seguir vivo —observo Perceval—. ?No era una locura esa carga?

—No me lo parece, senor caballero. Distrajo la atencion de los espanoles mientras un grupo de los nuestros colocaba explosivos al pie de ese mismo reducto...

—?Magnifico! —aplaudio Sylvie—. Pero, monsieur, podian haberos matado...

—En la misma situacion esta cualquier soldado cuando hace la guerra, mademoiselle... y me parece que estamos hablando demasiado de mi. ?Seria tan agradable hablar de vos!

—Luego hablaremos de ella tanto como quieras. Dejadme anadir tan solo que el propio rey fue a verle a la casa de su senor padre, donde estaban cuidandolo, y le abrazo. Un heroe, os digo, y bien podeis estar orgullosa, senorita, de haber conseguido que se prendase de vos...

Al ver que Sylvie se ruborizaba a su vez, Raguenel se apresuro a desviar la conversacion hacia otros temas, despues de haber felicitado calurosamente al joven; pero, durante todo el tiempo se dedico a observar con discrecion a aquel muchachote rubio tan visiblemente enamorado de su Sylvie. El interes aumento cuando aparecieron dos nuevos personajes: uno era el abate de Boisrobert, y el otro el baron de La Ferriere.

El primero, muy conocido en la plaza, reunia en su persona dos condiciones improbables: era a la vez hombre de Iglesia y un libertino reconocido; adoraba a los jovencitos. Pero como se trataba de un hombre de gran talento y cultura —en su primera juventud habia reunido una importante biblioteca mediante la imposicion de un diezmo sobre los libros raros de los senores de su parentela o conocidos, con los que practico el arte sutil de solicitar la obra en prestamo y no devolverla nunca—, se habia convertido en el consejero literario de Richelieu. Al abate se debia la reciente creacion de la Academia Francesa.

No tenia mas que elegir a cual de los distintos grupos esparcidos entre los arboles sumarse, en la seguridad de que su presencia habria sido bien acogida, pero al divisar al resplandeciente Cinq-Mars, cuya belleza le fascinaba, se dirigio hacia el como la mosca hacia la miel, arrastrando al militar, del que uno podia preguntarse

Вы читаете La Alcoba De La Reina
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату