que estaba haciendo en su compania. Pero el joven capitan era el unico que le interesaba y, con una insolencia muy de su estilo, se lo llevo aparte despues de haber dirigido con la mano un saludo desenvuelto a las demas personas del grupo. La Ferriere aprovecho la ocasion para dirigirse a Sylvie:
—Es una rara felicidad encontraros, mademoiselle —dijo, omitiendo saludar a los dos hombres que la acompanaban—. Tan rara que me atrevo a pediros que deis unos pasos en mi compania. El dia es hermoso, y tenemos muchas cosas que decirnos.
Mientras hablaba, intento apoderarse de su mano, pero Sylvie no tuvo tiempo de abrir la boca porque Jean d'Autancourt levantaba ya su baston para mantener a distancia a aquel patan:
—?Despacio, senor! Mademoiselle no es de esas personas a las que se puede tomar de la mano y llevar a saber donde sin que pongan inconveniente a ello. ?Empezad por consiguiente por saludar al senor caballero de Raguenel aqui presente, que es su padrino y pariente!
—?Y quien sois vos para mezclaros en lo que no os importa? Mademoiselle de l'Isle me conoce, porque he tenido el honor de solicitar su mano, y no os ha pedido que intervengais. ?O bien preferis que lo discutamos espada en mano, en un lugar mas tranquilo? Pero no teneis aspecto de poder sostener vuestra causa —agrego con una sonrisa aviesa.
A pesar de su herida, el joven se adelantaba ya, pero Perceval le retuvo:
—?Por favor, marques, esto me concierne! Marchad, senor, de un lugar en el que no sois deseado. Anado que ni el ni yo cruzaremos el acero con un provocador como vos. ?Fuera de aqui!
—No estoy dispuesto a marcharme. Ademas, la senorita todavia no ha dicho nada y...
El tono iba subiendo, pero Cinq-Mars exclamo:
—?Llevaos a vuestro amigo, senor abate! Si no, tendre el disgusto de informar a Su Eminencia de los modales de sus guardias cuando no se encuentran de servicio...
—?Y tendreis todo mi apoyo! —gruno el abate—. No voy a preguntaros si habeis perdido la cabeza, La Ferriere, porque nunca la habeis tenido.
—?Cuantas historias por una doncella! Como si no supieramos lo que vale la virtud de las doncellas de honor de la...
No acabo la frase; le quito el aliento la bofetada que acababa de propinarle D'Autancourt con toda la fuerza de su colera:
—?Aunque despues deba subir al cadalso, os matare, miserable, por este insulto innoble!
El otro iba a responder pero Cinq-Mars, con un vigor inesperado en el, sujeto uno de sus brazos en tanto el abate se encargaba del otro.
—?Senores, senores! —suplicaba este ultimo—, estamos entre personas de buena crianza...
—?Sere yo quien te mate, pipiolo! —espumeaba La Ferriere—. ?Antes de que pase mucho tiempo me daras razon de esto!
—?Razon? Seria un verdadero milagro, porque pareceis estar tan privado de ella como de buenas maneras.
El incidente no habia pasado inadvertido. Varias personas se acercaban. Trabajando habilmente en equipo, el abate y el joven capitan se llevaron a aquel energumeno hacia la salida del jardin. Por encima del hombro, Cinq-Mars grito alegremente:
—?Perdonad que os deje, querido Jean, pero el abate no lo conseguira el solo! ?El senor de Raguenel accedera sin duda a acompanaros a vuestra carroza?
—?Sera un placer, senor!
Sylvie, que se habia colgado de su brazo, murmuro:
—?Vamonos, padrino, por favor! ?Que escandalo! Se me han quitado las ganas de ver a nadie...
—Es muy natural. Pero ya nadie nos mira, ahora que se han llevado a ese bruto.
Era cierto. Toda aquella gente civilizada se habria sentido avergonzada de comportarse como vulgares mirones, y las conversaciones interrumpidas se reanudaban.
—Teneis razon, pero prefiero irme. Monsieur —anadio, esforzandose por sonreir—, os doy las gracias por haberme protegido de ese loco furioso. No soy cobarde, pero confieso que me da mucho miedo. Y teneis todo mi agradecimiento —anadio, al tiempo que le tendia su mamita enguantada, que el tomo con visible emocion, pero sin poder articular palabra.
—?Donde teneis vuestro coche, marques? —pregunto Perceval—. Os acompanaremos hasta el.
—Muy cerca, al final de esa avenida; pero si me lo permitis, sere yo quien tendre el honor de acompanaros hasta vuestra casa.
—?Oh! Esta muy cerca...
—Sin duda, pero la senorita todavia no se ha repuesto de la emocion... y ademas, sera un inmenso placer para mi.
A Perceval no le costo trabajo creer esa ultima afirmacion. Ofrecio su brazo al joven, que lo rehuso y mostro su baston:
—Gracias, puedo caminar solo. No abandoneis a Mademoiselle de l’Isle.
A la salida del jardin encontraron una carroza de sobria elegancia, de color verde oscuro con ribetes rojos, y con el interior y las cortinillas de terciopelo a juego; como unica decoracion, las armas de los duques de Fontsomme. Los lacayos iban vestidos con los mismos colores.
Al llegar, fue imposible impedir que el herido descendiera para ofrecer su mano a Sylvie, y preguntara luego a Raguenel:
—?Puedo esperar, monsieur, que me autoriceis a venir a saludaros un dia proximo?
Perceval le sonrio con afecto. Decididamente aquel muchacho le gustaba cada vez mas.
—?Sereis siempre bienvenido! ?No es asi, Sylvie?
—Siempre.
Por la noche, cuando terminaban de cenar, Perceval, que no habia hecho hasta ese momento ningun comentario, volvio a plantear el tema:
—Asi pues, Sylvie, ?que piensas de nuestro joven marques?
—?Que quereis que piense? —sonrio la joven mientras recubria un freson con azucar en polvo—. Todo lo mejor, naturalmente.
—Yo tambien. Mira..., cuando llegue el momento de casarte, me gustaria que pensaras en el. Cualquier mujer se sentiria orgullosa de uncirlo a su carreta, como dicen los graciosos de la corte. Y el te adora.
Sylvie planto los codos sobre la mesa, apoyo el menton entre los dedos enlazados y dirigio a su padrino una mirada maliciosa.
—?Me preguntaba cuanto tiempo tardariais en hablarme de el! Estais dandole vueltas al magin, ?no es cierto? Pero quiza vais demasiado aprisa. No es costumbre que una joven solicite a un marido, y de momento no tengo noticia de que el os haya pedido mi mano. Ni siquiera de que piense hacerlo. Pertenezco a la pequena nobleza y eso puede parecerle poco a un futuro duque..., aparte de que apenas poseo dote.
—Me extranaria mucho que sea un hombre que se preocupe de esos detalles...
La entrada subita de Jeannette acompanada por Corentin le interrumpio. La criada se excuso por aparecer de ese modo sin haber sido llamada, pero ella y su companero tenian que comunicarles una cosa, y en efecto los dos parecian muy excitados.
—El hombre que nos sigue cada vez que salimos a pasear por Paris —dijo Jeannette—, pues bien, acabo de verlo: ?es el lacayo que ha ayudado a vuestro amigo a subir al coche!
—?Estas segura? —pregunto Sylvie.
—?Oh! ?Ya lo creo! Vos misma habriais podido reconocerle, sabiamos que parecia un lacayo de casa grande, pero no sabiamos de cual. Ahora ya lo sabemos...
—Pero ?por que Monsieur d'Autancourt me habra hecho seguir? —exclamo la joven, a punto ya de enfadarse—. Es un procedimiento...
La mano de Perceval, firme y tranquilizadora, fue a colocarse sobre la suya.
—?No te enojes! Podria ser un recurso de enamorado. De todas maneras, creo que no tardaremos en aclarar este pequeno misterio.
En efecto, no tardaron mucho. Al dia siguiente, mientras Sylvie ayudaba a Nicole a preparar una gran perolada de confitura de fresas y Jeannette, sentada en un rincon de la cocina, bordaba una camisa para su ama,