venia unicamente a comunicarle las inquietudes de su cunada, la reina Enriqueta de Inglaterra, en relacion con los rumores que le habian llegado de una repudiacion inminente; le traia la seguridad de que, en la eventualidad de una caida en desgracia, el reino britanico estaria dispuesto a acogerla. Despues de su partida, Ana recito sus oraciones, procedio a acostarse y se apagaron todas las luces, para sorpresa y alegria de Sylvie, que durmio como un angel en la estrecha cama conventual que le habian atribuido. Al dia siguiente, la jornada resulto muy parecida: hubo muchos y largos oficios religiosos, debido a que era la festividad de Santa Ana, madre de la Virgen Maria, en honor de la cual Mademoiselle de l'Isle fue invitada a cantar con las monjas, a las comidas consiguientes, por supuesto, y a algunas visitas diurnas. A la caida de la tarde, viendo que La Porte se disponia a salir, Sylvie supuso que iria a encontrarse con Francois, pero comprendio que no era el caso cuando menciono que no regresaria antes de la apertura normal de las puertas del convento. Por su parte, la reina manifesto su intencion de acostarse despues del ultimo oficio: se sentia cansada y deseaba tomar un largo reposo.
—?No esperamos a nadie esta noche? —pregunto Sylvie, mientras ayudaba a acostarse a su companera. Parecia tan feliz, que Marie no pudo reprimir una sonrisa:
—No. Id a dormir.
La joven no se lo hizo repetir. Se sentia a la vez decepcionada y aliviada por no ver a Francois, pero de los dos sentimientos, el alivio era el mas fuerte. Un alivio que solo duro hasta la salida de la misa del dia siguiente.
—Espero que hayais aprovechado bien la noche —le susurro la Aurora—. Porque, aproximadamente a media noche, habreis de montar guardia junto al portillo. Esperamos a un monje.
Al encontrarse en el jardin a la hora indicada, Sylvie tuvo la impresion de encontrarse sola en el mundo. A media tarde, una tormenta habia limpiado la atmosfera. El aire nocturno estaba cargado de olores de tierra y hierba humeda. Debido al calor que habia reinado desde varios dias atras, las ventanas de la abadia se mantenian abiertas de par en par. Las de la reina tambien, pero por prudencia se habian apagado todas las luces, como si el pabellon estuviera sumido en el sueno. El silencio y la soledad tenian algo de angustioso, y Sylvie se vio obligada a hacer un esfuerzo para no desertar de su puesto.
De subito, cuando sonaba la cuarta campanada de la medianoche, se oyo la contrasena y ella se apresuro a abrir la puerta. En el umbral se dibujo una silueta alta, cubierta con un capuchon, y al reconocerla se aceleraron los latidos de su corazon. En cambio, el monje hizo un movimiento de retroceso:
—?No sois Marie! —susurro.
—Es evidente, me parece. Entrad, soy Sylvie.
—?Ah, mi gatita! ?Que alegria! Me dijeron que habias dejado tu puesto para irte a vivir con tu padrino, ?y tal vez a casarte?
—Y a mi me dijeron que os habiais batido en duelo y matado a vuestro adversario. Entonces, ?que haceis aqui? ?Estais loco?
?Ya esta! ?Por fin lo habia dicho! Sylvie se sintio un poco mejor, porque le parecia imperioso que el lo supiera. Oyo una risa ahogada:
—Esa doble circunstancia nos demuestra que no conviene hacer demasiado caso a los rumores de la corte. En general, basta con creer la mitad de la mitad: tu no estas en casa de Raguenel, y yo no he matado a nadie.
—?No os habeis batido?
—Si, pero el senor de Thouars salio del compromiso con un aranazo por el que no me guarda rencor, porque espera que reanudemos nuestra discusion en una ocasion proxima. ?Cuando tenga tiempo!
Iba a entrar en el pabellon, pero ella lo retuvo:
—?Por que, Francois? ?Por que tantas imprudencias?
Entonces el le tomo el menton como solia hacer tiempo atras, y le explico, con una dulzura infinita:
—Pues porque la amo como el loco que soy, gatita. Y porque ella me ama tambien. Por lo menos, asi me lo parece... Lo entenderas mejor cuando tengas mas anos. Todavia no eres mas que una nina pequena.
Se alejo a largas zancadas silenciosas sin sospechar la tempestad de dolor y furia que acababa de provocar en aquella «nina pequena». Su excusa era que lo ignoraba todo de los sentimientos profundos de Sylvie, y la tormenta interior se calmo al ritmo de las excusas que se esforzaba en encontrar para el. De su breve conversacion, sin embargo, algun consuelo le quedaba: el no habia matado a su adversario, y por consiguiente no corria el riesgo de caer bajo el peso de la justicia terrible del cardenal. Pero entonces, ?por que el duque Cesar habia ido a verla desde su exilio dorado, corriendo tambien el el riesgo de ser detenido, si no habia habido ninguna muerte? ?Y por que el frasco de veneno? Todo resultaba incomprensible, y sobre todo complicado... a menos que su titulo de doncella de honor, concedido a peticion de la reina, no se debiera a su talento de cantante o a su conocimiento del espanol, sino al deseo de colocar junto a ella a alguien ciegamente adicto a la casa de Vendome... y sobre todo a Francois de Beaufort.
Permanecio alli hasta el canto del gallo, sentada en un banco humedo. Entonces reaparecio el falso monje y se dirigio al portillo, donde ella se reunio con el y le abrio sin decir palabra. Pero antes de salir, el se inclino, le dio un beso en la frente y desaparecio en la densa oscuridad que precede al alba. Un beso que no proporciono el menor placer a la joven. ?Que feliz debia de sentirse Francois para haber tenido ese gesto espontaneo! Una manera como otra de compartir su alegria, y tambien de darle las gracias por haber abierto para el la puerta del paraiso...
Entonces Sylvie volvio a su banco y lloro hasta que el relente del amanecer la ahuyento en busca de su lecho y de ropa seca.
Cinco dias mas tarde, dejaban Paris por Chantilly. La reina intento ganar tiempo diciendose enferma, pero pese a ello le fue preciso ir a reunirse con un esposo que se impacientaba. Pero como no habia podido concluir todos los asuntos que pensaba tratar en el Val, dejo tras ella a La Porte con varias cartas por distribuir. Finalmente se puso en camino, sin gran entusiasmo.
—No me gusta mucho Chantilly —confio a Sylvie, ya de camino—. El lugar es hermoso, las fuentes magnificas y el bosque soberbio, pero todo ello fue confiscado cuando el cardenal hizo caer en el patibulo la cabeza de Henri de Montmorency, y siempre me produce una sensacion de disgusto entrar alli...
—?La reina cree en fantasmas?
—?Oh, si que creo! Y los mas jovenes son los mas dolorosos.
Los bellos ojos verdes se nublaron. Sylvie no se atrevio a seguir la conversacion. Se preguntaba tan solo en que sombra pensaba Ana de Austria: ?en la de Montmorency, o en la nunca olvidada de Buckingham?
La noticia llego como una bomba; la recibio Marie de Hautefort a traves del senor de Chamblay, su primo, que le servia en ocasiones de correo: La Porte acababa de ser arrestado en la Rue Coquilliere, cuando era portador de una carta importante de la reina a la duquesa de Chevreuse. Habia sido encarcelado en la Bastilla, donde esperaba a ser interrogado. Pero habia aun algo peor: acompanado por el obispo de Paris, monsenor de Gondi, el guardian de los Sellos habia entrado en el Val-de-Grace, registrado el pabellon de la reina y sometido a la madre de Saint-Etienne a un interrogatorio en regla, operaciones todas ellas que no aportaron grandes descubrimientos, solo algunas viejas cartas de Madame de Chevreuse o de amigos poco apreciados por el rey, pero nada relacionado con Espana. Mas tarde se sabria que monsenor de Gondi, gran amigo de los Vendome y poco sospechoso de simpatias hacia el cardenal, habia prevenido a la madre de Saint-Etienne y esta pudo hacer limpieza. Pese a ello, el se vio obligado a relevarla y a pedir a las religiosas que procedieran a la eleccion de una nueva abadesa, despues de lo cual la madre y tres de las monjas fueron trasladadas a otro convento.
No cuadraba con el temperamento de la orgullosa espanola el dejar que se maltratara a sus fieles sin reaccionar. Sabedora de que el ataque es la mejor defensa, fue a pedir cuentas a su esposo.
—?Todo esto es indigno! Baja politica, de la que tanto gusta el cardenal. ?Que es lo que busca, a fin de cuentas?
—La prueba de vuestra colusion incesante con el enemigo. Una colusion que, en vuestro caso como en el de no importa que otra persona, tiene el nombre de traicion.
—?Traicion? ?Porque me escribo con mis hermanos? ?No sabiais que era espanola cuando os casasteis conmigo? Podiais haber elegido a cualquier otra.
—No fui yo quien os eligio. La politica lo hizo por mi. Pero no se trata tanto de vuestra correspondencia con el cardenal-infante, que en efecto seria bastante normal siempre que no rebasase los limites del afecto familiar, sino de las cartas al conde de Mirabel. Ese no pertenece a vuestra familia, que yo sepa.