A pesar de la angustia mortal que experimentaba, la reina no perdio la compostura.

—Nunca he escrito al conde de Mirabel desde que fue expulsado de Francia tras la reanudacion de las hostilidades.

Era dar prueba de un gran aplomo, porque ignoraba si en un registro en la casa de La Porte habia sido descubierto el escondite donde guardaba la clave cifrada y su sello, pero al parecer su tiro al azar dio en el blanco. Luis XIII se encogio de hombros y le volvio la espalda dando a entender que la entrevista habia concluido:

—Eso ya lo averiguaremos —se limito a decir—. Os deseo buenas noches, senora.

A pesar de su valor, la reina apenas durmio aquella noche, sobre todo porque muchos cortesanos y la mayor parte de las mujeres de su servicio de honor aprovecharon tan magnifica ocasion para descubrir que padecian extranas enfermedades, tan repentinas como molestas. Solo quedaron Mademoiselle de Hautefort, Mademoiselle de Senecey y Sylvie. La primera estaba furiosa.

—?Son cobardes o traidoras vendidas al cardenal! —grito—. Ya ajustaremos cuentas con ellas cuando hayamos salido de este mal paso.

—?Si salimos de el alguna vez! —suspiro Ana de Austria.

Pero lo peor estaba aun por venir. Aparecio al dia siguiente en la persona del guardian de los Sellos, acompanado por un escribano. Pierre Seguier, canciller de Francia desde hacia ano y medio, era el miembro mas destacado de una gran familia parlamentaria. No por ello dejaba de ser, en las proximidades ya de la cincuentena, un nuevo rico sin maneras ni tacto, imbuido de su poder y, en apariencia al menos, totalmente carente de sentimientos. Una pesada maquina dedicada a hacer cumplir la ley al pie de la letra, sin matices y sin preocupaciones por lo que podia quedar aplastado debajo de sus grandes ruedas. Fue introducido en los apartamentos de la reina, que lo recibio sentada en un sillon alto con aspecto de trono, rodeada por Marie y Sylvie. El saludo con el minimo de cortesia admisible para una dama, pero no ciertamente para una soberana. El detalle no escapo a la mirada de la Aurora, cuyo hermoso entrecejo se fruncio. El ataque fue inmediato y devastador.

—?Y bien, monsieur, que venis a hacer aqui con vuestro vestido rojo y vuestros papeles? ?No sabeis que es necesario obtener audiencia para tener el honor de ser recibido por la reina?

—La urgencia, madame, es mi excusa, y tambien las ordenes que he recibido del rey.

—?Del rey o del cardenal?

—Del rey, madame, y os ruego que me dejeis cumplir con los deberes de mi cargo. ?Es a la reina a quien deseo hablar, no a vos!

—Hablad, pues. ?Que quereis? —dijo con calma Ana de Austria, cuya mano apaciguadora se habia posado sobre la de su fiel dama de compania.

—Como bien sabeis, madame, Monsieur La Porte, vuestro jefe de protocolo, ha sido arrestado, conducido a la Bastilla y sometido a interrogatorio, al haberse encontrado en su posesion cartas comprometedoras.

—?Comprometedoras para quien? Supongo que se trata de una carta de amiga dirigida a la senora duquesa de Chevreuse, de la que he sabido que se encontraba enferma...

—La duquesa esta exiliada, madame, y vos no lo ignorabais.

—En efecto, pero ?debe eso afectar a la gran amistad que siempre he sentido por ella... y que aun siento? El rey lo sabe muy bien.

—Del mismo modo que sabe tambien el... amor que sentis por nuestros enemigos, pero...

—El rey Felipe IV es mi hermano, asi como el cardenal-infante, y su esposa es hermana de vuestro rey —le interrumpio la reina, irritada—; Las disensiones politicas no pueden hacer olvidar los afectos familiares. ?O es que acaso ignorais lo que significan esas palabras?

—De ninguna manera, madame, de ninguna manera. Mi familia recibe el afecto que le corresponde, pero lo que es normal en un particular podria no serlo para quien lleva una corona. Unicamente el rey, vuestro esposo, madame, y el reino deben ocupar vuestro corazon. Mas aun, guardar algun carino a vuestros hermanos, e incluso hacerselo saber, no seria un gran crimen, si las efusiones del corazon no ocultaran extranas revelaciones...

A costa de un enorme esfuerzo de voluntad, la reina rompio a reir de una manera que un observador atento habria considerado un tanto forzada.

—?Extranas revelaciones? ?Palabra, senor canciller, estais loco!

—No os recomiendo esa actitud, madame. Hemos escuchado ya a vuestro servidor en varias ocasiones...

—Ha sido interrogado —murmuro la reina, que palidecio—. ?Le han...?

—?Presionado sobre ese tema? Aun no, pero no tardara en hacerse, si se obstina en callar. Esta noche ha sido escuchado por Su Eminencia, que ha ordenado que lo sacaran de la prision para interrogarle personalmente.

—Bajo tortura puede confesarse cualquier cosa. ?Que no diriais vos, senor, si os pusieran las tablillas en los pies, si os hincharan el vientre obligandoos a tragar litros de agua, si...?

—Cuando uno no tiene nada que reprocharse, nada tiene que temer —dijo virtuosamente Seguier—. Temo, sin embargo, que el tenga bastantes cosas que reprocharse... ?y vos tambien, madame!

Incapaz de contenerse, Marie de Hautefort salto:

—?Estais dirigiendoos a la reina, monsieur! ?Respetad al menos esa corona de la que os decis fiel servidor!

—No lo niego, pero debo al rey toda la luz posible en este penoso asunto. Nadie mas que yo desea encontrar a Su Majestad inocente de todo crimen, pero obra en nuestro poder una carta...

Sin mirarlo, la reina tendio un brazo hacia el escribano, que se limito a ensenarle un papel preparado cuyo encabezamiento ella siguio con la mirada, con una angustia que apenas si podia controlar.

—?Que es esta carta?

—Un... billete mas bien, escrito por la reina al antiguo embajador de Espana, el conde de Mirabel. Y lo que contiene no es de una... naturaleza que... contribuya a calmar la colera del rey...

Simulo leer el documento. Entonces, impulsada por un panico repentino, Ana de Austria cometio un grave error. Se levanto con rapidez, arranco el peligroso papel de manos de Seguier y lo guardo en su escote. Sorprendido por lo repentino de su proceder, el canciller quedo con las manos vacias, pero enseguida sus ojos se estrecharon.

—Debeis devolverme ese papel, madame. Es de suma importancia.

La reina alzo el menton con insolencia y dijo:

—?Que papel? Yo no he visto ningun papel. Ahora, senor canciller, tened la bondad de retiraros.

Pero Seguier no se movio. Con una voz a la que la colera anadia progresivamente volumen, rugio:

—?No jugueis conmigo, madame! El rey me ha dado plenos poderes para encontrar la verdad. Debo registrar estos aposentos.

—?Muy bien, registrad! —replico desdenosa Ana—. No encontrareis nada.

—Sin duda, porque os habeis apoderado de mi prueba. Un gesto muy irreflexivo, madame, porque en si mismo es ya una prueba... Tendreis que restituirmela. Si no...

—Si no, ?que? Imagino que no pensais ponerme la mano encima.

—?No me obligueis a ello, madame! ?Ya os lo he dicho: tengo plenos poderes!

La palidez de la reina se transformo en lividez, pero al punto Marie de Hautefort se coloco delante de ella, formando una barrera con su cuerpo.

—?Insultais a la reina! Es un crimen de lesa majestad...

—?Apartaos si no quereis que os haga detener por los guardias que estan ante la puerta!

—No os obedeceran.

—?Lo veremos! ?Llamadles, escribano!

—?No!

Era la reina quien habia gritado. Aparto con suavidad a su dama de compania, decidida a impedir que los guardias intervinieran en aquella escena tan deshonrosa, y se enfrento erguida a Seguier, fulminandolo con sus ojos verdes:

—?Os he ordenado que os retirarais!

—?Y yo os he dicho que me devolvais la carta!

Antes de que ella pudiera hacer un gesto, se abalanzo sobre la reina, extrajo el billete escondido entre sus

Вы читаете La Alcoba De La Reina
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату