senos y luego, con una mano avida, palpo los bolsillos disimulados en el vestido, pero ya Marie de Hautefort le atacaba con todas sus fuerzas, y en esta ocasion Sylvie, petrificada antes por el terror, hizo lo mismo. Entre las dos apartaron a aquel hombre de su ama, que estaba a punto de desmayarse. Con un gesto violento, Marie empujo al canciller con tanta fuerza que le hizo tropezar.

—?Fuera de aqui, miserable! —exclamo—. ?Ya habeis hecho bastante dano, y respondereis de esto!

—No he hecho mas que mi deber —balbuceo Seguier, despojado de toda su soberbia y batiendose en retirada—. ?He obedecido al rey!

—El rey es un gentilhombre y vos sois un ganan. ?Fuera!

Esta vez desaparecio con su escribano, que no habia hecho el menor movimiento durante todo el tiempo que duro la escena. Sylvie, inclinada sobre la reina caida en el suelo, se esforzaba en reanimarla.

—?Necesita un medico! —exclamo—. ?Que horrible injuria, Dios mio! ?Puede morir!

—Id a buscar a Madame de Senecey. Yo voy a ver al rey, y creedme que me va a oir.

—El rey se ha ido de caza. ?No habeis oido partir los perros y los caballos?

—Al menos traere al medico Bouvard. ?El rey no perdera nada por esperar!

Pero ni esa tarde ni al dia siguiente pudo Marie cumplir su intencion de vengarse. Por otra parte, bajo el peso de la inquietud, olvido hasta cierto punto el tema: durante los dos dias siguientes, la reina estuvo casi inconsciente. Postrada en su lecho, con los ojos abiertos de par en par, se negaba a ingerir cualquier clase de alimento solido y unicamente tragaba con esfuerzo un poco de agua azucarada. Bouvard diagnostico una aguda crisis nerviosa y la sangro dos veces, sin obtener, como era previsible, otro resultado que el de debilitarla un poco mas. Durante ese tiempo, los esbirros de la justicia registraban sus aposentos, a excepcion de su alcoba, en la que velaban las damas leales. Y salvo Monsieur de Guitaut, el capitan de su guardia, y Monsieur de Brienne, antano un buen consejero para ella, nadie se presento ni siquiera para pedir noticias. Vivio encerrada en su alcoba como una apestada, mientras sus cortesanos se entregaban, a dos pasos de ella, al agradable juego de los pronosticos: ?quien seria la nueva reina de Francia cuando el rey la hubiera repudiado? ?Hacia falta, no es cierto, un heredero del reino? Alguien se atrevio incluso a proponer —sabe Dios por que— el nombre de Mademoiselle de Chemerault y fue castigado con una bofetada magistral de la bella mano de la Aurora:

—Cuando se es rey de Francia, no se sustituye a una infanta por una puta —dijo ella con amabilidad antes de desaparecer entre un revuelo de tafetan tornasolado, dejando a todo el mundo silencioso e inquieto.

Durante ese tiempo, el guardian de los Sellos recibia una considerable reprimenda del cardenal, en el silencio acolchado del gabinete de este:

—?Os habeis atrevido a levantar la mano a la reina de Francia? ?Os habeis vuelto loco! ?Por ese insulto del que podria exigirnos cuentas sangrantes Espana, tendria que haceros despedazar por cuatro caballos! Mas aun, cuando sabiais muy bien que vuestro billete no era mas que una falsificacion que imitaba su escritura.

—Tenia que hacerla confesar. ?Eran vuestras ordenes, monsenor!

—Nunca os he ordenado nada semejante. Hay otros medios para hacerla confesar, pero exigen sutileza. ?Voy a verme obligado a viajar hasta Chantilly uno de estos dias, cuando ese maldito La Porte se haya decidido por fin a hablar, para intentar borrar el efecto de vuestra incalificable torpeza!

Era raro que el cardenal se enojara hasta ese punto, sobre todo con uno de los miembros principales del Parlamento, pero detestaba tanto la fuerza bruta como los errores incontrolables en que incurrian en ocasiones algunas personas en el cumplimiento de sus deseos. Odiaba a la reina, pero no deseaba su caida. Lo que pretendia era inspirarle un santo terror, un miedo suficiente para conseguir que volviera a comer de su mano, domenada por fin bajo el yugo que, de grado o por la fuerza, habia de soportar al lado del rey. En una palabra, queria someter a aquella orgullosa espanola que desde hacia tanto tiempo le desafiaba y no cesaba de conspirar contra el, y luego contra el rey tambien; pero una vez pasada la alarma, queria que ella diese un heredero al trono. Y el rey ya no se acercaba a su mujer...

Richelieu se sentia de repente viejo, pero no era hombre para lamentarse mucho tiempo de solo una de sus innumerables preocupaciones. Fue a servirse unas gotas de aquel vino de Alicante que apreciaba, tomo en brazos a su gato favorito y se sento junto a una ventana abierta a sus hermosos jardines. ?Si, iria muy pronto a Chantilly! Despues de todo, la estupidez de Seguier le permitiria jugar al pacificador ante la bella espanola, de la que sabia que en la actualidad habia sido abandonada por todos o casi todos. Esta vez, al acariciar a su gato, el cardenal sonreia...

Mientras, en Chantilly, continuaba la ronda de rumores falsos. Se decia que la reina no solo iba a ser repudiada, sino ademas arrestada y conducida a la fortaleza de El Havre en espera de un juicio solemne.

El dia en que empezaba a circular ese vientecillo insidioso, Marie de Hautefort encontro en su libro de horas un mensaje bastante pintoresco, asi redactado:

«Deveis estar bastante cansada de vivir encerrada con un tienpo tan bueno. Venid a respirar haire puro del lado de la casa de Sylvie en compania de la otra Sylvie, que tendra ganas de dar un paseo. Se esta fresco, incluso a las tres...»

Por supuesto no habia firma, pero el tono de la carta y la ortografia extravagante anunciaban a un amigo facil de identificar. De modo que a la hora mas calurosa de la tarde, dejando a la reina al cuidado de Stefanille y de Madame de Senecey mientras la corte se entregaba a las delicias de la siesta, las dos amigas, provistas de un cestillo, abandonaron el castillo y el tranquilo lago que lo rodeaba por el puente del Rey, y se encaminaron al bosque con el pretexto de ir a coger fresas silvestres con las que tratar de estimular el apetito de su querida enferma.

La «casa de Sylvie», situada lejos del doble castillo,[26] era un pabellon a la italiana rodeado de un jardin florido que dominaba un estrecho valle por el que fluian dos arroyos que iban a dar a una fuente de marmol antes de verter conjuntamente sus aguas en un lago. Construida en el siglo anterior por Francois de Montmorency, el primogenito del condestable, debia su nombre al poeta Theophile de Viau, que, perseguido por sus escritos y amenazado incluso con la hoguera, habia sido escondido alli catorce anos antes por la joven y encantadora esposa del ultimo duque de Montmorency, decapitado cinco anos antes por haber conspirado contra el cardenal, ?en compania de Gaston d'Orleans, por supuesto! Ella se llamaba Maria- Felicia, princesa de Orsini, de una gran familia romana, y tantas eran sus gracias que el infeliz poeta, viendo en ella a una ninfa de los bosques, le habia dado el sobrenombre de Sylvie, se habia enamorado de ella y habia escrito una pequena serie de odas a su protectora.

Je passe des crayons dorez

Sur les lieux les plus reverez

Ou la vertu se refugie

Et dont le port me fut ouvert

Pour mettre ma teste a couvert

Quand on brusla mon effigie...[27]

La voz clara de Mademoiselle de Hautefort recitaba con talento los versos. Desde siempre habia amado a los poetas, tal vez en memoria de su antepasado el vizconde trovador Bertran de Born. Un trovador que no tenia nada de delicado y cuyos furiosos serventesios llamaban a la guerra o al amor segun fuera el estado de sus relaciones con su bienamado soberano, Ricardo Corazon de Leon. Marie habia heredado su apasionamiento, su insolencia y su gusto por la rebeldia.

—?Que fue de ese Theophile? —pregunto Sylvie.

—Murio en Paris, pronto hara once anos, el 25 de septiembre de 1626 en la pequena mansion de Montmorency, de unas fiebres que algunos encontraron extranas. La vispera de su muerte habia pedido a su amigo Boissat que le llevara anchoas...

—Es evidente que le conociais bien.

—Me gustan sus versos. Ademas, era del Agenois. No esta tan lejos de nuestras tierras de Hautefort...

Mientras conversaban, las dos jovenes habian llegado al final de su paseo. Cuando estuvo delante de aquella encantadora mansion, Sylvie penso que le gustaria vivir en un lugar parecido. Era el sitio ideal para

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