inmediata:
—?No soy un bebe, senor duque! ?Y soy muy capaz de guardarme yo misma!
Giro sobre los talones pero, a pesar de su aparente colera, se sintio subitamente llena de dulzura y calor. El se preocupaba por ella. ?Ya era algo!
El dia siguiente era 15 de agosto. El rey y la reina se trasladaron en cortejo a la capilla seguidos por las miradas avidas de toda una corte al acecho. Era la primera vez que los dos esposos se veian despues de la insultante visita de Seguier. Unicamente intercambiaron saludos protocolarios. Vestida de raso color rosa viejo y llevando al cuello las enormes perlas ofrecidas por su padre en el momento de su matrimonio, Ana, admirablemente peinada y discretamente maquillada, estaba muy bella, y tambien serena en apariencia. La nobleza de su actitud forzo el respeto de unas gentes dispuestas, en su mayoria, a destrozarla a poco que tuviesen en la manga a una candidata a la sucesion. Comulgo al lado de su esposo y luego, una vez acabada la misa, hizo venir a su secretario de ordenes y le dicto una carta dirigida a Richelieu en la que juraba no haber mantenido nunca contactos con el extranjero...
Era un riesgo enorme, por supuesto, pero estaba dispuesta a todo para salvar a su fiel La Porte y a la madre de Saint-Etienne.
Mademoiselle de Hautefort partio en el mismo coche que el citado secretario. Anuncio un corto viaje a Paris para llevar las limosnas que, con ocasion de la Asuncion de la Virgen Maria, hacia llegar siempre la reina a varias comunidades religiosas; y declaro que regresaria de inmediato. En realidad, iba a dedicarse a una actividad muy distinta: como sabia que, en ciertas condiciones, era posible que los presos de la Bastilla se comunicaran entre ellos, fue a ver a una amiga suya, Madame de Villarceaux. Esta tenia autorizacion para visitar al caballero de Jars, amigo suyo y preso desde hacia varios anos. Y asi lo hizo la misma tarde, acompanada por una sirvienta cargada de golosinas que no era otra que la Aurora disfrazada con una peluca morena y un maquillaje a proposito. Marie entrego al caballero un billete destinado a La Porte que contenia las instrucciones de la reina respecto de lo que sabian y lo que no sabian sus perseguidores, y sobre lo que convenia o no confesar. Despues de lo cual, con el animo mas ligero, recupero su aspecto habitual y tomo el camino de Chantilly, donde la atmosfera seguia igual de pesada, y la reina y sus escasas fieles eran mantenidas en un ostracismo que la espanola no olvidaria facilmente. Alguien, sin embargo, hizo una visita a sus apartamentos que fue muy comentada: Jean d'Autancourt se presento, rodeado por toda la parafernalia de una casa ducal, a saludar a la reina en nombre del mariscal, su padre, y en el suyo propio... y tambien a despedirse de Sylvie: al estar ya lo bastante curada su herida, regresaba al ejercito. Despues fue tambien a despedirse del rey, que acababa de volver de su partida de caza cotidiana.
Un poco confusa ante lo que era casi una declaracion oficial, Sylvie no por ello se sintio menos orgullosa de su amigo, y tambien triste al verlo partir; ?habian pasado juntos unos ratos tan agradables!
—Cuidaos mucho, os lo suplico —le dijo con una inquietud en la voz que a el le encanto—. No estoy segura de que os encontreis totalmente repuesto...
—?Oh, si, estoy repuesto! Gracias a vos en gran parte, pero me es muy grato saber que os preocupais por mi. ?Me dareis una prenda de amistad para atraerme la suerte?
—?Una prenda?
—Si... Vuestro panuelo, o una cinta.
Perpleja, Sylvie contemplo por un instante el cuadradito de batista que se habia convertido en una bola apretada en su mano. ?Imposible darle eso! Entonces, con un gesto vivo, deshizo el lazo de una de las cintas de raso amarillo que sujetaban la masa de sus bucles a uno y otro lado de su rostro, y se lo tendio. El gesto fue tan nervioso que algunos cabellos quedaron adheridos al raso. Jean tomo la cinta y la rozo con los labios antes de guardarla junto a su pecho.
—Sera mi talisman. Me traera suerte y nunca me separare de ella. ?Gracias, oh, gracias!
Y salio a toda prisa para no abandonarse, delante de su amada, a la emocion que le embargaba. Despues de su marcha, Sylvie permanecio pensativa largo rato, lamentando que su corazon no estuviera libre para darlo a aquel muchacho junto al cual la vida seria sin duda muy dulce...
Cuando Marie de Hautefort volvio de Paris, Sylvie experimento una intensa sensacion de alivio. Sin ella, la atmosfera en el entorno de una reina que permanecia postrada en los momentos que no pasaba en la capilla, era irrespirable. Madame de Senecey, impresionada por aquel abatimiento, apenas se atrevia a disponer lo estrictamente indispensable para la vida cotidiana. Y naturalmente, el aislamiento continuaba.
—?Se diria que somos unas apestadas! —se irritaba la dama de honor—. ?Esas gentes tienen que haber perdido la cabeza para comportarse asi con su reina!
—?Oh, no! No la han perdido. Por el contrario, apostaria que si se comportan asi es por miedo a perderla. Y eso es ridiculo —dijo Sylvie—. Yo no temo por la mia. ?Y vos?
—?Bonito estaria! El rey es un hombre de honor, ?que diablos!
—Sin la menor duda, pero me pregunto si no necesitara tambien el que lo tranquilicen.
El regreso de Marie despejo aquella atmosfera. Traia excelentes noticias. La Porte guardaba silencio o bien revelaba algunos hechos en total consonancia con lo que su ama estaba dispuesta a confesar. Con la esperanza de sonsacarle algo mas, le habian ensenado los instrumentos de tortura con toda clase de detalles relativos a su modo de empleo, pero lo unico que habian obtenido de el era un desdenoso encogimiento de hombros.
—Cuando el dolor es insoportable, supongo que se acaba por confesar cualquier cosa —habia dicho—. Pero en ese caso, ?donde esta la verdad?
Llegaron a ensenarle un billete de la reina —falso, por supuesto—, en que le apremiaba a confesarlo todo, como habia hecho ella misma. En esa ocasion le hicieron reir.
—No me tomeis por un ingenuo. Conozco la mano y el estilo de Su Majestad. Ella nunca ha escrito esto...
En ese punto estaban cuando el cardenal aconsejo al rey que interrogara el mismo a su esposa. Luis XIII se nego en redondo:
—Es una tarea demasiado dolorosa para mi. Me siento incapaz de hacerlo bien. ?Encargaos vos mismo!
Richelieu no deseaba otra cosa. Partio para Chantilly y solicito una audiencia de la reina con todas las formalidades y el respeto debido. Acudio con dos secretarios de Estado, Chavigny y Sublet de Noyers, y pidio que Madame de Senecey fuera tambien testigo de la conversacion, lo que desagrado vivamente a Marie de Hautefort. Sabia bien que, si la reina se veia privada de su apoyo, quedaba desarmada. Sin embargo, tuvo que pasar por ello. Sylvie, por su parte, fue alejada desde el momento en que la carroza del cardenal entro en el recinto lacustre de Chantilly. Aprovecho la ocasion para volver a ver la bonita casa a orillas del lago, con la esperanza secreta pero improbable de encontrar alli a cierto pescador de cana.
No habia nadie, a excepcion de una familia de patos que paseaba en procesion por el agua y de una pareja de cercetas que alzaron el vuelo al aproximarse la muchacha, pero el lugar seguia conservando todo su encanto, y Sylvie, sentada entre los juncos y mordisqueando uno de aquellos tallos finos y flexibles, penso que le gustaria que aquella mansion fuera realmente suya para poder acoger en ella a quien amaba. El hermoso pabellon que habia servido de refugio a un poeta debia poder abrigar amores sinceros y tiernos y aliviar las heridas del corazon. Tenia que ser de nuevo posible, como lo fue antano a la bella duquesa de Montmorency, olvidar alli el rango principesco y preocuparse solamente de pescar escuchando como musica de fondo el canto de los pajaros...
Mientras tanto, en el castillo tenia lugar un verdadero drama. Frente al cardenal, Ana de Austria empezo, con bastante torpeza, por alegar su completa inocencia, y, en su turbacion, juro por el santo sacramento que se la acusaba sin fundamento. Pero su adversario era demasiado fuerte. Con mucha suavidad, con paciencia, Richelieu derribo una por una todas sus defensas, hasta que ella acabo por pedir ser escuchada unicamente por el. Por supuesto, le fue otorgada su peticion. Entonces, sin retener ya lagrimas de colera y verguenza, la reina acabo por confesar que habia escrito, desde luego, al cardenal-infante, pero tambien una o dos veces a Mirabel, «que me ha mostrado siempre respetuosa amistad y devocion». Richelieu, satisfecho del resultado y por otra parte conmovido ante la turbacion de tan alta dama, le aseguro que no venia como justiciero y que unicamente deseaba su felicidad y la del rey, ante el cual iba a interceder sin demora a fin de que aquella fea historia fuera rapidamente olvidada y volviera a reinar la armonia en la pareja real.
Sorprendida por una mansedumbre que no esperaba, la reina exclamo: