—No. He hablado con ella, pero no puede hacer nada. Renaudot y yo tenemos la idea de ir una noche al barrio de los Inocentes, en la corte de los Milagros, para encontrar al Gran Coesre, el jefe de los bandidos, e intentar conseguir su ayuda...

—?Estais locos! ?No saldreis vivos de alli!

El le dedico una sonrisa que se parecia bastante a una mueca.

—Eso es lo que nos hace dudar. Si nos asesinan para robarnos, las victimas no ganaran gran cosa. Sin embargo, hemos observado que los asesinatos tienen lugar sobre todo las noches de luna llena. Es bastante extrano, porque son las noches mas claras...

Sylvie se coloco a sus pies y tomo en las suyas las manos de su padrino:

—Os lo suplico, dejad de poner en peligro vuestra vida de esa manera. Se muy bien que es espantoso, pero esas mujeres saben que corren peligro, puesto que cualquier paseante tardio lo corre en la noche de Paris. Y si os sucediera alguna cosa..., yo no tendria a nadie en el mundo. ?Y os quiero mucho!

Conmovido, el la sento sobre sus rodillas como cuando era pequena y la beso con ternura:

—?No te atormentes, corazon mio! Sabemos defendernos y vamos siempre bien armados. Lo peor es la ley del silencio que rige en los bajos fondos. Nadie quiere ayudarnos porque todo el mundo tiene miedo...

—Entonces renunciad.

—No; es imposible. No puedo renunciar; lo he jurado y...

Callo al comprender que se adentraba por un camino espinoso, pero Sylvie le habia oido muy bien.

—?Lo habeis jurado? ?A quien?

La voz de Corentin, que acababa de entrar sin ser oido con una brazada de lena, se hizo oir de subito:

—Deberiais decirle la verdad, senor caballero. Ahora ya es lo bastante mayor, y como vive en la corte conviene que lo sepa todo acerca de si misma, a fin de protegerse mejor.

—?Tu crees?

—Si. Ya es tiempo...

Perceval aparto a Sylvie y la hizo sentarse en el sillon situado frente a el.

—Tienes razon —dijo a su leal Corentin.

Conto entonces su amistad con los Valaines, el carino que sentia por Chiara y el drama de La Ferriere, la forma en que Francois salvo a Sylvie, su instalacion en la casa de Vendome y la decision de cambiarle el nombre y no ahorrar ningun esfuerzo para borrar de su memoria los recuerdos que podia conservar de su primera infancia.

Ella le escucho con atencion apasionada, y, cuando el hubo terminado guardo unos momentos de silencio.

—?Sylvie de Valaines! —suspiro finalmente—. ?Es verdad que me llamaba asi, ahora me acuerdo! Es corno si acabarais de desgarrar una cortina de niebla acumulada a mi alrededor... Todo reaparece... ?Oh, es asombroso! ?Y Jeannette ha callado todo este tiempo!

—Te quiere y ha prometido callar, como tu has de prometerme que lo guardaras todo en el fondo de tu memoria y no permitiras que vuelva nunca a la superficie. ?Seria demasiado peligroso! Ya es bastante que ese La Ferriere salido de no se sabe donde se haya atrevido a pedir tu mano.

—?Creeis que lo sabe?

Perceval sonrio con ternura a su ahijada.

—No hay necesidad de saberlo para desear casarse contigo, mi gatita. ?Eres preciosa! Preguntaselo si no a nuestro amigo D'Autancourt.

—Entonces ?pensais que el miserable que asesina en las calles es el mismo que mato a mi madre?

—Estoy convencido. El procedimiento es el mismo, y la firma tambien...

—Pero ?por que? Cuando se quiere a alguien...

—El amor en un ser basicamente malvado puede ser el peor de los males. La desgracia de tu madre consistio en haberse visto mezclada sin quererlo en lo que puede llamarse un secreto de Estado.

—?Tambien? —suspiro Sylvie.

—?Por que dices «tambien»?

Ella se encogio de hombros.

—Sabeis bien lo que os he confiado, padrino. Empiezo a preguntarme si las mujeres de mi familia no sufren una maldicion que se transmite de madre a hija. En todo caso, gracias a vos comprendo ahora por que; cuando estabamos en Anet, siempre nos prohibian ir a pasear del lado del castillo que se llama La Ferriere...

De vuelta en el Louvre, adonde llego acompanada por Perceval hasta el cuerpo de guardia, Sylvie encontro a la reina y a sus damas entregadas a un alegre alboroto que no tenia nada que ver con lo que debia de haber ocurrido la noche anterior en el Val-de-Grace: habian llegado correos de Roma, precediendo a un convoy con estatuas y bronces antiguos destinados al Palais-Cardinal. Venian cargados con sacos cuya destinataria era la reina, y que contenian tesoros: guantes, perfumes, encajes de Venecia, brocados de Milan, corales destinados a formar collares, y otros muchos de esos objetos menudos y muy caros que hacen enloquecer a las mujeres. Aquel dia, el gabinete de la reina parecia una pajarera... o una tienda de modas.

—?Esos regalos vienen de Roma? —se asombro Sylvie—. ?Es el Papa quien los envia?

Marie de Hautefort solto una carcajada:

—?Claro que no, cabeza de chorlito! Estos regalos los envia un personaje que ha encontrado la forma de intimar con el cardenal y de gustar a la reina al mismo tiempo. Es monsignore Mazarino...

—Nunca he oido ese nombre.

—?Y como podriais haberlo oido? Llamo la atencion de Richelieu con ocasion del asunto de Casale, en el que jugo un papel destacado como diplomatico. Luego estuvo aqui... hace tres anos, creo, como vicenuncio de Su Santidad, y poco despues el Papa le envio como nuncio extraordinario. El cardenal lo aprecia...

—?Y a pesar de eso Su Majestad le tiene estima?

—Pues si. No es un hombre de alta cuna, pero tiene bastante atractivo y, si quereis saberlo todo —la Aurora se inclino hacia su joven companera para susurrarle al oido—, ?se parece un poco al difunto duque de Buckingham!

—?Dios mio! Pero ?entonces...?

—?Chissst! Calma. Su recuerdo no supone una amenaza para nadie. Por mas que Mazarino haga toda clase de esfuerzos para no caer en el olvido. Por lo que yo se, arde en deseos de volver a Francia, e incluso de nacionalizarse para trabajar junto a nuestro ministro, de quien proclama a los cuatro vientos que es el mas grande hombre que ha conocido. ?Yo lo odio!

Ese juicio tajante puso fin a la conversacion. Sylvie la olvido muy pronto. La reina repartia algunos de los regalos romanos, que visiblemente la encantaban. Hacia tiempo que no se la veia tan alegre. Con un precioso espejo de mano de marfil labrado examinaba su imagen con una sonrisa llena de complacencia. Se encontraba bella, y lo estaba...

—Es inutil preguntar si todo fue bien la noche pasada —murmuro Sylvie al reunirse de nuevo con Marie en el camarin de las joyas.

—De maravilla. Aunque perdieron mucho tiempo por culpa de un pique de celos relativo a Madame de Montbazon. Y luego nuestro amigo se marcho contento solo a medias, sobre todo porque no volveran a verse durante bastante tiempo. Hemos entrado en el Adviento y pronto llegaran las fiestas de Navidad. Vamos a poder descansar un poco, Sylvie. Sobre todo si manana las cosas van como deseo...

—?Que ocurre manana?

—Ya lo vereis. En fin... ?espero!

Sylvie no se atrevio a insistir. La Aurora parecia decidida a no decir nada mas. De modo que la velada se alargo hasta hacerse interminable para la joven curiosa, a pesar de que la reina la invito a cantar. Ana de Austria se sentia sobreexcitada, y le apetecia escuchar una voz dulce y una musica agradable. Mientras Sylvie cantaba un romance, se pregunto en quien estaria pensando la reina mientras acariciaba distraidamente las turquesas incrustadas en el bello espejo que acababa de recibir: ?en el hombre que se lo habia enviado, en el amante de la noche pasada, o en el recuerdo aun vivo del guapo ingles cuya imagen no habian conseguido borrar los anos transcurridos?

El dia siguiente amanecio gris, apagado, azotado por un viento inclemente que quitaba las ganas de salir. Las horas fueron arrastrandose entre la misa y las diferentes devociones, las audiencias, las comidas y las visitas

Вы читаете La Alcoba De La Reina
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату