de la tarde, entre las cuales se contaron Madame de Vendome y Elisabeth, a las que Sylvie no veia desde hacia mucho tiempo. Venian de Saint-Lazare, donde Monsieur Vincent estaba inquieto por el numero creciente de ninos abandonados, con la intencion de recurrir a la generosidad de la reina. Despues de obtener plena satisfaccion a sus peticiones, no prolongaron la visita y se contentaron con besar a Sylvie antes de marcharse. Por otra parte, el tiempo empeoro con la aparicion de fuertes vientos y remolinos que no anunciaban nada bueno.
—?Vamos a tener una bonita tormenta! —observo Hautefort mientras contemplaba las maniobras de los patrones que se apresuraban a atracar sus barcazas en el Sena. Luego anadio, bajando la voz—: Empiezo a creer que el Cielo esta con nosotros.
A partir de ese momento permanecio sin moverse en el vano de una ventana, observando el empeoramiento progresivo del tiempo. Hacia las cuatro estallo la tempestad, con una violencia tal que partio ramas de arboles, arranco las lonas de los andamios del patio del Louvre e hizo volar las pizarras de los tejados de varias casas. Duro largo rato, hasta el punto de que el confesor de la reina aconsejo a las damas que orasen. Solo Marie de Hautefort siguio en el mismo lugar, tan rigida y ausente, tan pendiente del cielo negro cuyas voces furiosas parecia escuchar, que nadie se atrevio a molestarla...
Y luego, de subito, al estruendo de fuera se anadio el del interior del palacio. Llamadas, ordenes, resonar de armas y el anuncio de una llegada repetido de puerta en puerta hasta que las del salon de la reina se abrieron ante un caballero calado hasta los huesos que, al saludar, envio a los cuatro puntos cardinales una rociada de gotas procedente de las plumas informes de su sombrero.
—Y bien, Monsieur de Guitaut, ?que venis a decirnos con tanta urgencia? —pregunto Ana de Austria, que habia reconocido al capitan de la guardia.
—Anuncio al rey, senora... en caso de que Vuestra Majestad tenga a bien ofrecerle la hospitalidad de sus aposentos.
—?Donde esta mi esposo?
—En el convento de la Visitacion, senora. El rey viajaba de Versalles a Saint-Maur, donde su servicio le ha precedido esta manana, pero la tormenta es tan terrible que las damas del convento han suplicado a Su Majestad que no se aventure a cruzar el bosque de Vincennes, donde la fuerza del viento esta abatiendo muchos arboles. El camino es demasiado largo, y el Louvre esta mucho mas cerca...
La sonrisa de la reina se reflejo en la de Mademoiselle de Hautefort, que habia dejado su puesto junto a la ventana para correr a colocarse a su lado con un rostro casi resplandeciente.
—En todas partes esta el rey en su casa, Monsieur de Guitaut. Espero que no dude del placer que tendre al hospedarle.
—No... En verdad, no, pero el rey teme perturbar a Vuestra Majestad en sus costumbres.[29] La reina cena tarde, se acuesta tarde, y...
—Y a mi esposo no le agrada ni una cosa ni la otra —concluyo Ana de Austria con una risa sincera—. Volved a su presencia... o mejor enviad a alguien mas seco, a decirle que daremos las ordenes oportunas y encontrara dispuesto todo a su conveniencia.
—Ire yo mismo, porque no se puede estar mas empapado de lo que estoy. ?Y doy las mas rendidas gracias a Vuestra Majestad!
De inmediato empezo el zafarrancho. Se enviaron a las cocinas las instrucciones necesarias para que se apresurasen los preparativos, se coloco la «cabecera» en el salon de la reina, y el palacio adopto su aspecto mas amable para recibir a su soberano, con una agitacion febril. ?Iba finalmente a producirse el acontecimiento esperado desde hacia tanto tiempo? ?Se contentaria el rey con dormir cerca de su mujer, o bien...?
Sylvie no pudo contenerse y formulo esas preguntas cuando, en el guardarropa de la reina, ayudaba a la dama de compania a reunir los elementos del atuendo que reclamaba su ama. Marie se rio en sus narices:
—?Que quereis que os responda? Lo importante es que venga, y supongo que nuestra hermana Louise- Angelique ha tenido que poner mucho de su parte para conseguirlo, tal como yo se lo pedi. En cuanto al resto, solamente puedo deciros que el rey dormira bien...
—?Dormir? Pero...
—Seguramente no tiene intencion de nada mas, pero sabed que es muy posible dormir bien y tambien tener hermosos suenos. ?Yo cuidare de ello, podeis estar segura!
La alegria de la corte contrastaba con el aire mas bien hurano de Luis XIII cuando hizo su entrada en la Cour Carree a la cabeza de sus caballeros. El descendiente de san Luis no tenia el aspecto de alguien que se dispone a disfrutar de hermosos suenos. Sin duda se comporto con una cortesia impecable e incluso exquisita cuando cumplimento a su mujer por su tez, su buen aspecto y su atuendo, pero era evidente que no deseaba mas que una cosa: que aquella noche a la que le forzaban Louise y los elementos desencadenados pasara lo mas aprisa posible.
Se ceno
Todos se alejaron haciendo comentarios sobre el acontecimiento en voz baja, a fin de no despertar al rey ni, sobre todo, los ecos de palacio. El batallon de doncellas de honor zumbaba como un enjambre de abejas. Sylvie se contento, al reunirse con su amiga, con alzar unas cejas inquisitivas. Casi con el mismo laconismo, Marie le dedico una sonrisa socarrona.
—La noche es muy larga —murmuro.
Nadie durmio en el Louvre. El rey habia ordenado que se le despertara temprano para poder ir al encuentro de su mobiliario y de sus servidores en Saint-Maur. Para no perderse el momento en que saldria para oir misa, los cortesanos optaron por no volver a sus casas y se acomodaron lo mejor que pudieron en las antecamaras, las galerias y las salas de recepcion. Contagiado por aquella fiebre, incluso el capellan paso la noche en vela.
Tambien otras personas velaron. En la capilla de la Visitation Sainte-Marie, como en el Val-de-Grace y en otras comunidades de religiosas de Paris, se rezo a la luz de los cirios que no llegaban a calentar las losas heladas. Se rezo hora tras hora para que la pareja real por fin reunida diera un heredero al reino.
Las oraciones de sor Louise, que se esforzaba por acallar los gritos de un corazon desgarrado por unos celos muy terrenales, suplicaron sin descanso a Dios un hijo. ?Sobre todo que fuera varon, para no tener que volver a empezar las suplicas con que habia abrumado aquel dia a su regio amigo!
Finalmente, como la noticia no habia llegado unicamente a las abadias y los monasterios, en las tabernas se bebio con gallardia a la salud del rey.
Fue una noche distinta a todas las demas, y que finalizo con la llegada de un dia gris y frio pero tranquilo. La violenta tempestad venida del mar siguio su camino hacia el este, dejando detras la ardua tarea de borrar las huellas de su paso.
Cuando Luis XIII aparecio, luciendo un traje cenido de ante, de corte militar, y botas, impecable como de costumbre, paseo por un instante su mirada sombria por la multitud desaseada, desalinada y extenuada, inclinada ante el segun el rito exigido por el protocolo. El espectaculo debia de ser bastante divertido, porque bajo su mostacho se adivino la sombra de una sonrisa.
—?Si yo estuviera en vuestra situacion, senores, me iria a dormir! —dijo de buen humor.
Y se puso en marcha acompanado por sus guardias, sus suizos y su casa militar, todos ellos acostumbrados ya a las noches sin sueno, y que a duras penas ocultaban su regocijo.
Sin embargo, sin desanimarse, la corte prosiguio su vela: no habian podido leer nada en el rostro indescifrable del rey; faltaba ver el de la reina, y esta se levanto aquel dia mas tarde que de costumbre.
Tanto se retraso que, cuando se supo que la reina oiria la misa en su oratorio privado, la mayoria de los cortesanos se decidieron a volver a sus casas para arreglarse un poco. Pero a lo largo de la jornada el «todo Paris» con acceso a la corte se precipito al Louvre siguiendo las rodadas de la carroza de la senora princesa de Conde. Las mas altas damas, los mas grandes senores —los que no estaban en el exilio, en el ejercito,