Richelieu agito una campanilla colocada sobre su mesa de trabajo y cuyo sonido ejercio el efecto de hacer aparecer a un lacayo.

—?Quien esta de servicio en la antecamara?

—Monsieur de Saint-Loup y Monsieur...

—El primero bastara. Llevadle a Mademoiselle de l'Isle y rogadle que la acompane.

Despues de una ultima reverencia, Sylvie, apenas mas tranquila que a su llegada, siguio al criado. Unicamente se llevaba una seguridad: la de que Perceval no sufriria mas dano que el de la prision, y en la Bastilla siempre existia la posibilidad de atenuar la suerte de un cautivo. Y como la suerte de este dependia de ella en mayor medida aun que de Theophraste Renaudot, si habia captado bien la intencion del cardenal, su querido padrino no tenia nada que temer. No ocurria lo mismo con Francois. Al incorporarlo de nuevo al ejercito, el hombre de la sotana roja se proponia sobre todo enviarlo en busca de una muerte que tal vez se le ayudaria a encontrar. ?Como esperar otra cosa de Richelieu, que no ignoraba nada de los amores de la reina? Y Sylvie recordo de repente las inquietudes de Marie, a la manana siguiente de la noche del Louvre. ?No habia dicho que las cosas le habian parecido demasiado faciles, y de ahi su decision de volver al Val para la ultima entrevista de los dos amantes? ?Era una locura, en efecto, intentar escapar al incesante espionaje que era el clima mismo del palacio! Podia verdaderamente creerse que las paredes, las puertas, las ventanas, las colgaduras, estaban provistas de ojos y oidos, y que no existia ningun rincon seguro en la antigua morada de los reyes de Francia...

Sin siquiera prestar atencion al guardia de tabardo rojo que la acompanaba, Sylvie recorrio sin verlas las suntuosas estancias del castillo de Rueil. Tan solo al llegar a la gran escalera, emergio de sus tristes pensamientos al oir a su lado una voz desagradable:

—Monsieur de Saint-Loup, Su Eminencia ha cambiado de parecer. Desea que yo me haga cargo de Mademoiselle de l’Isle. Podeis regresar a vuestro puesto, y se os agradece el servicio prestado.

Con horror, Sylvie reconocio a Laffemas. A la luz de los candelabros que iluminaban la noble escalinata, le parecio todavia mas siniestro y mas feo que en la Croix-du-Trahoir o en el parque de Fontainebleau. Sin embargo, se esforzaba por mostrarse amable. El guardia encargado de ella se inclino para obedecer la nueva orden recibida, y tambien para saludarla.

—?Venid, senorita! —dijo el teniente civil, ofreciendole un brazo que ella simulo no ver.

—?A que se debe que el cardenal os haya enviado en lugar de Saint-Loup? —pregunto—. ?Teneis alguna cosa que comunicarme? —anadio, al recordar que era el quien habia detenido a Perceval. Quiza, penso de inmediato, seria conveniente hacer un esfuerzo para no demostrar hasta que punto la asustaba. Por cruel que fuera, tal vez el hombre al que llamaban el «gran morral» de las piezas cazadas por el cardenal, no careciera del todo de sentimientos y pudiera darle noticias de Raguenel.

—A decir verdad —contesto Laffemas—, el cardenal ha tenido a bien concederme, a peticion mia, el placer del que he privado a su servidor. Me gustaria charlar con vos de diferentes cosas, que podrian ser de un interes extremo para vos...

—Quiero creeros, pero se hace tarde.

—Un momento. Tan solo un momento.

Llegaban al gran patio, pero en lugar de dejarla dirigirse a su coche, muy cercano, cuya portezuela habia ya abierto Corentin, Laffemas la cogio del brazo y la arrastro hasta otra carroza que se encontraba a unos pasos. El procedimiento disgusto a Sylvie:

—?Que haceis, monsieur? Si deseais hablarme, hacedlo ahora.

—No en medio del patio. Hay siempre demasiada gente. Venid a mi coche. Alli estaremos tranquilos, y yo os llevare a Saint-Germain. ?Vamos, no me obligueis a insistir! Es preciso, ?entendeis?, es preciso que hablemos. Decid a vuestra gente que os espere alli. O mejor, voy a hacerlo yo mismo. ?Eh, cochero! Yo llevare a Mademoiselle de l’Isle al castillo. ?Id a atender vuestros asuntos!

Un instante despues Sylvie, medio a la fuerza, se encontro sentada sobre los almohadones de una gran carroza negra mientras un lacayo cerraba la portezuela. El miedo se apodero de ella e intento reaccionar, llamar a Corentin asomandose al exterior, pero una mano brutal la retuvo sin miramientos.

—?Estaos quieta, pequena estupida! No se debe oponer resistencia a las ordenes del cardenal.

—?Quien me asegura que son ordenes suyas? ?El ha dicho que Monsieur de Saint-Loup me acompanaria a mi coche!

—?Y a mi me ha dicho que os llevara a vuestra casa!

—?Hasta el castillo? ?Tanto tenemos que hablar?

—Mas de lo que pensais.

Tirado por caballos briosos, el vehiculo partio a gran velocidad. Todo habia ocurrido tan aprisa que Corentin no reacciono, pero Jeannette, que esperaba pacientemente a su joven ama, salio del coche y se abalanzo sobre su amigo. Estaba palida como una muerta.

—?Corentin! ?Ese hombre que acaba de hacerla subir al coche negro... yo lo conozco!

—Yo tambien. Es el teniente civil.

—?No lo entiendes! —exclamo ella—. Es el asesino de Madame de Valaines. ?Lo juraria delante de Dios! ?He reconocido su voz! Es el, estoy segura, es el... y se la lleva.

—?Crees que la ha raptado?

—?Hay que seguirle! Y su coche es mas rapido que el nuestro. ?Oh, Dios mio!

Y estallo en sollozos mientras Corentin comprendia que se enfrentaba a una partida desigual.

—?Arreglatelas para llevar nuestro coche al castillo y ve a prevenir a la reina! ?Tengo que alcanzarlos!

Sin decir nada mas, corrio hasta un caballo ensillado que debia de esperar a uno de los guardias bajo un arbol del patio, salto a su grupa y salio al galope, pero cuando franqueo los fosos de Rueil la carroza del teniente civil estaba ya lejos. No tanto, sin embargo, para que los ojos agudos del breton no advirtiesen dos circunstancias alarmantes: la primera, que en lugar de seguir recto en direccion a Saint-Germain, habia girado oblicuamente a la izquierda en direccion a Marly; y la segunda, que dos jinetes surgidos de no se sabia donde escoltaban ahora al vehiculo. Corentin comprendio que el solo no podria enfrentarse a cuatro, algunos de ellos bien armados, pero no obstante tenia que seguirles, seguirles a cualquier precio y fueran donde fueran. Por suerte, acababa de robar un buen caballo y no le faltaba dinero, pero sentia oprimirsele el corazon al pensar en la pequena Sylvie, tan joven, tan fragil, y ahora en manos del asesino mas terrible del reino...

12

?Y personajes que no lo son menos!

El descontento experimentado por Sylvie cuando Laffemas la obligo a acompanarla se transformo en inquietud cuando vio que el se arrellanaba en su rincon sin decir palabra.

—Y bien, ?que esperais? ?No queriais hablarme?

—?Oh, tenemos todo el tiempo del mundo!

—El camino de Saint-Germain no es tan largo.

—He dicho que os llevaria a vuestra casa. Saint-Germain pertenece al rey, me parece.

—?A mi casa? No tengo casa, solo un viejo castillo en ruinas al sur de Vendome, que no he visto jamas. ?Respondedme de una vez! ?Que significa todo esto?

El se encogio de hombros con una sonrisa torcida, y alzo apenas sus pesados parpados.

—Ya lo vereis...

Luego, abandonando su actitud despreocupada, se inclino para tomar entre las suyas una de las manos de su invitada forzosa:

—Vamos, no os asusteis. Solo quiero vuestro bien... ?vuestra felicidad!

El simple contacto tuvo el efecto de repugnar a Sylvie, que retiro bruscamente su mano y grito:

—?Mentis! ?No habeis hecho mas que mentir desde el principio! ?Quiero bajar! ?Parad el coche! ?Parad!

Вы читаете La Alcoba De La Reina
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×