El la abofeteo dos veces, lo que acallo sus gritos y aumento su colera. Ella se precipito entonces a la portezuela para abrirla, pero el se contento con preguntar con voz burlona:
—?Teneis ganas de que os pisoteen los cascos de los caballos?
En efecto, un jinete galopaba casi pegado al coche, y Laffemas aprovecho su vacilacion para tirar hacia atras de ella y obligarla, con una fuerza insospechada en aquel hombre poco fornido, a beber el contenido de un frasquito.
—En recuerdo de nuestro primer encuentro —gruno el—, me gustaria bastante ver el efecto que producirian las herraduras de esos nobles animales en vuestro bonito rostro, pero sucede que tengo otros proyectos para vos.
—?Sean cuales sean esos proyectos —grito ella—, habreis de renunciar a ellos, porque no os obedecere en nada! Y olvidais que no estoy sola en el mundo. Me buscaran...
—?Quien? ?Vuestro querido Raguenel? ?No esta en situacion de poder enfrentarse a mi!
—Soy doncella de honor de la reina. ?Ella hara que me busquen!
—?Estais segura? Su Majestad es una persona muy olvidadiza, sobre todo cuando se trata de mujeres. Preguntadselo a Madame de Fargis, que fue en tiempos su dama de compania gracias al cardenal, y que, como eligio servir a la reina y no a su bienhechor, languidece en el exilio, en Lovaina. ?Ojos que no ven, corazon que no siente! Esa es la divisa de nuestra reina, y yo no aseguraria que Madame de Chevreuse no la experimente algun dia en carne propia... No, la reina esta dedicada por completo a su embarazo y no intentara buscaros. Ademas, ya sabran que contarle...
—?Que?
—?Eso no os interesa! ?Ah! ?Bostezais? ?Os ha entrado sueno? No intenteis resistiros. El opiaceo que habeis bebido es una droga eficaz... Y yo podre descansar un poco en vuestra amable compania.
A pesar de sus esfuerzos, a Sylvie cada vez le costaba mas mantener abiertos los ojos. Resistio unos segundos aun, pero al final se quedo dormida. Incluso durmio tan bien que no se dio cuenta del accidente que tuvo inmovilizada durante varias horas la carroza, que habia perdido una rueda, en el taller de un carretero de pueblo; y tampoco oyo las blasfemias de Laffemas.
Al despertar no se sintio bien: la droga, al disiparse, le habia dejado la cabeza pesada y la boca pastosa. Estaban en pleno dia; un dia, a decir verdad, poco gratificante. El cielo de un gris uniforme parecia una tapadera colocada sobre la tierra en que empezaba a renacer la hierba, estimulada por las torrenciales lluvias de febrero. El primer movimiento de Sylvie consistio en apartar la cortinilla de cuero para mirar al exterior, pero aquel paisaje llano le era desconocido.
—?Donde estamos? —pregunto sin mirar a su acompanante, que le inspiraba horror.
—Pronto llegaremos a nuestro destino. ?Quereis un poco de leche? La he pedido para vos en la posta. Debeis de tener apetito.
—?Cuanta solicitud! ?Habeis vertido dentro otra dosis de vuestra droga?
—No, es totalmente inocua. Espero, ademas, no necesitar mas drogas. Teneis que comprender que os conviene estar tranquila...
Ella no tenia hambre, pero si mucha sed, y la leche le parecio aun mas deliciosa porque le devolvio las fuerzas. Luego se instalo lo mas comodamente que pudo y guardo silencio. Necesitaba reflexionar y, por suerte, su odioso companero respeto su meditacion. Sin duda creia que ella empezaba a adentrarse por el camino de la resignacion. Lo cual era un craso error: Sylvie solo pensaba en encontrar lo mas aprisa posible un modo de escapar.
Sus oportunidades eran muy escasas frente a un hombre que contaba con todo el poder del cardenal. A cualquier lugar del reino adonde se dirigiera, le bastaba sin duda invocar a su terrible amo para que los espinazos se doblaran y se le dieran todas las facilidades. ?Tan grande es el poder del miedo! La pobre Sylvie, atrapada como una mosca en aquella aterradora telarana, arrastrada lejos de Paris a un lugar ignorado, no veia de momento la menor via de escape. En todo caso, en el camino no habia ninguna: los jinetes seguian alli, vestidos de negro, tan siniestros como el carruaje y su dueno. «Lo mejor sera esperar hasta que lleguemos a alguna parte —penso—. A menos que me encierren en una fortaleza perdida en alguna provincia remota, tal vez conseguire encontrar una manera de escurrirme. E incluso en el peor de los casos, sera necesario intentarlo...»
Aquellos pensamientos amargos no contribuyeron a mejorar su moral. Ciertas imagenes desfilaban por su cabeza: la de Marie de Hautefort, su querida amazona. ?La de Francois, sobre todo! ?Necesitaba tanto la fuerza y el valor del «senor Angel»! Pero no existia la menor probabilidad de que hubiera abandonado el garito de la Blondeau y a sus camaradas de placeres efimeros para representar el papel de caballero errante en unas tierras desconocidas.
De subito, algo atrajo su mirada ausente, perdida en el paisaje cambiante que aparecia entre las cortinillas de cuero: techos azules, veletas doradas, la subita abundancia de magnificas masas arboreas... ?Anet! No podia ser sino Anet, tal como aparece al llegar de Paris. El nombre vibro en su corazon, pero no asomo a sus labios. ?Era alli donde la llevaban? Seria demasiada suerte, porque tanto en el castillo como en el pueblo conocia a mucha gente.
Ahogo aquella magnifica luz de esperanza. ?Que iria a hacer el secuaz del cardenal en una posesion de los Vendome, sus peores enemigos? La carroza se adentro en un camino que rodeaba Anet y Sylvie no pudo retener un suspiro al que el odioso Laffemas dio su exacto significado.
—?No, no vamos a casa de vuestros queridos protectores! ?Acordaos de lo que os dije ayer! Os llevo a vuestra casa... Mademoiselle de Valaines.
Al precio de un esfuerzo sobrehumano, Sylvie consiguio conservar la calma.
—?De que hablais? Me llamo Sylvie de l'Isle.
—No. Y lo sabeis. No desde hace mucho tiempo, lo admito, pero de todos modos lo sabeis...
—?Es el cardenal quien os lo ha dicho? ?No ha perdido el tiempo en informaros!
El la miraba con la sonrisa del gato que se dispone a zamparse un raton.
—No ha sido el. Lo sospeche desde el dia en que os encontre junto a la duquesa de Vendome en la Croix- du-Trahoir. Vuestro rostro, por mas que la semejanza fuera lejana, me recordo a otro que me era infinitamente querido y que nunca he olvidado. Ya veis, pequena Sylvie, ame a vuestra madre ya antes de que la casaran con aquel bonachon de Valaines. El recuerdo de su belleza es de los que no se borran...
—Pero ella no os amaba. Habria sido sorprendente. ?Incluso cuando teniais veinte anos! Hay una fealdad, la del alma, a la que resulta imposible acostumbrarse. Y por desgracia para quienes la padecen, se refleja tambien en el rostro.
Los ojos amarillentos se estrecharon y la sonrisa se convirtio en una mueca, que Sylvie prefirio porque aquel rostro no estaba hecho para la alegria y la amabilidad.
—?Cuenta para algo la belleza en un hombre? Tan poco como la edad. Basta con ser rico y poderoso. Entonces las bellas se ven obligadas a doblegarse. Lo que puedan pensar carece de importancia, desde el momento en que han sido elegidas. Yo habia elegido a Chiara Albizzi... ?Pero Maria de Medicis, la gran puta florentina, la entrego a otro!
La subita avalancha de odio abrio a Sylvie perspectivas terrorificas. Le surgio una idea abominable, que expreso con voz desmayada:
—?Fuisteis vos quien la mato!
No era una pregunta sino una certeza, una constatacion cargada de dolor y espanto. Laffemas ni siquiera intento negarlo. Se sentia lo bastante fuerte para prescindir de la mentira.
—Si. Con tanta mas alegria por cuanto antes la hice mia...
La joven cerro los ojos. Comprendia ahora que estaba en poder de un demonio y que debia abandonar toda esperanza. Con vivo pesar se acordo del frasquito de veneno oculto en su habitacion del Louvre. ?Por que no lo habia traido? Por lo menos dispondria de una forma de escapar de la suerte que le estaba reservada, y que no era ciertamente envidiable... Ni siquiera se le ocurrio la idea de rezar. ?Se piensa en Dios cuando las puertas del infierno estan a punto de cerrarse detras de uno?
No tuvo necesidad de preguntar el nombre del castillo al que llegaron poco despues. Aunque nunca se hubiera acercado a el despues de tantos anos, sabia que se trataba de La Ferriere. Los recuerdos de su primera infancia despertaban y, junto al escenario, le devolvian a los personajes. Cuando pasaron por el puente levadizo, con su maquinaria ya fuera de uso, volvio a ver en un relampago las criadas que se dirigian al lavadero cargadas con pesados cestos de ropa blanca, y a una bella dama, su madre, leyendo en el jardin o acudiendo a oir misa a