– Si no has vuelto a la Posada de la Yegua cuando sirvan la cena, vendre a buscarte. Y quedate con esto -dijo, y se desabrocho el cinturon. En el habia una funda que contenia una de las dagas letales de Cuchulainn. Se lo lanzo a Elphame, que lo atrapo con habilidad-. Ya te he dicho mas veces que deberias llevar un arma.

Se dio la vuelta y, murmurando algo sobre las mujeres tercas, salio del patio.

– ?Eh! Mejor preocupate por tu seguridad si Wynne se entera de que has llamado «arpias» a sus ayudantes - le dijo Elphame-. Hermanito molesto y posesivo -anadio con disgusto.

– Te quiere mucho -dijo Brenna.

– Pero es molesto -anadio Brighid.

– No lo habeis visto molesto de verdad. Si no vuelvo cuando el me espera, vendra atravesando el bosque, con la espada al aire, asustando a todos los roedores y pajaros que haya por el camino.

Brenna se echo a reir. Era un sonido encantador, musical, y pronto, Brighid y Elphame se unieron a ella.

Siguieron trabajando unos minutos, y cuando hubieron llenado de escombros la ultima parihuela, Elphame se limpio las manos en la falda de la tunica.

– Creo que ya es suficiente. Puaj. Estoy deseando darme un bano y comer algo.

Brenna asintio mientras intentaba quitarse algo pegajoso del brazo. Incluso el pelaje reluciente de Brighid estaba lleno de polvo y tenia manchas de hollin.

La Cazadora agarro las tiras de cuero de la parihuela y se las puso sobre el hombro para trasladarla con su poderoso cuerpo de centauro.

– Por lo menos, vosotras dos podeis banaros. Yo estoy segura de que en Loth Tor no habra ninguna banera lo suficientemente grande para mi -comento, mientras empezaba a arrastrar la carga hacia el exterior.

Elphame y Brenna la ayudaron a mantener el equilibrio de la pila de escombros para no dejar caer nada por el camino.

– Nunca lo habia pensado -dijo Brenna-. Seria horrible que las baneras fueran demasiado pequenas para mi -musito.

– Es horrible si eres una mujer centauro -respondio Brighid, y sonrio a Brenna-. Si eres un centauro, no te importa tanto.

– ?Aj, hombres! -dijo Elphame, acordandose de que su madre tenia que amenazar a Cuchulainn y a Finegas cuando eran ninos para conseguir banarlos-. Centauros o humanos, pueden llegar a ser repugnantes.

Las tres mujeres arrugaron la nariz y se echaron a reir.

– ?Podeis creer lo mucho que ha crecido esta pila? -pregunto Elphame mientras vaciaban la parihuela en el monton de vigas y escombros.

– Lo creo -dijo Brenna, mientras hacia girar el cuello-. Espero que en Loth Tor haya un aguamiel decente. Vamos a necesitarlo para relajar los musculos esta noche. Y manana.

– Bueno, ya esta -dijo Elphame, sacudiendose las manos con satisfaccion-. Vamos al pueblo.

– ?Bien! -dijo Brighid.

Sin embargo, despues de unos cuantos pasos, Elphame se dio una palmada en la frente.

– Me he dejado dentro la daga de Cuchulainn. Si aparezco sin ella me va a echar una buena bronca. Esperad aqui. Solo tardare un momento.

Entonces, salio corriendo hacia la entrada del castillo.

?Donde habia podido dejar aquella cosa? Habia muy poca luz, y todos los montones de tierra y hojas parecian un cinturon con una funda.

– Deberia haber tenido sentido comun y habermelo abrochado a la cintura cuando me lo dio -murmuro enfadada consigo misma.

«?Buscas esto, muchacha?».

Elphame sintio un escalofrio. Aquella voz grave provenia de algun lugar a su espalda. Tenia una resonancia extrana, como si le llegara a traves de una piscina de agua. Se volvio.

El estaba sentado, en actitud relajada, sobre el borde de la pila de la fuente. Elphame no tuvo problema para verlo, puesto que su cuerpo resplandecia suavemente, como el reflejo de la llama de una vela sobre una perla. Tambien veia las ruinas del patio detras de el, a traves de su cuerpo.

– ?Oh!

Elphame no se habia dado cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que se le escapo de los pulmones. Se echo a temblar e intento decirles a sus piernas que salieran de alli a toda prisa.

El espectro alzo una mano fuerte, encallecida.

«Tranquila, Elphame, no voy a hacerte dano».

Tenia la voz un poco ronca, pero su mirada era bondadosa, y estaba sonriendo.

«Alli esta, muchacha», le dijo, asintiendo hacia el cinturon, que estaba sobre el borde de la fuente, no lejos de el. «?Es eso lo que estas buscando?».

Elphame asintio rigidamente, y dio un paso hacia delante para tomarlo.

– Gra-gracias -dijo.

El inclino la cabeza con galanteria.

«Es un placer», respondio, y dirigio su mirada desde Elphame hasta la estatua de la muchacha. La sonrisa del espectro se volvio conmovedora. «Me alegro mucho de que hayas venido por fin, Elphame. Ni siquiera los muertos pueden esperar para siempre».

– ?Me conoces?

«Si, muchacha, te conozco. Y eres una chica estupenda, muy guapa. La mezcla perfecta de dos. Eres la eleccion mas adecuada».

– ?Para que? ?Quien eres? -pregunto El, y comenzo a recuperar la capacidad de hablar.

«Confia en tu intuicion, muchacha, y en tu corazon. Ellos te diran quien soy».

Elphame respiro profundamente y observo con atencion al espectro. Era de mediana edad, pero todavia tenia una figura poderosa, y llevaba los ropajes tipicos del oeste, una blusa de lino y un kilt. Aunque fuera transparente, los colores eran fuertes: azul zafiro y verde claro, formando un contraste marcado sobre la tela escocesa. Elphame abrio mucho los ojos. Conocia aquella tela de lana. Su madre la habia llevado durante anos cada vez que viajaba al oeste. Ella misma tenia una igual. Y con todo el derecho. La sangre del clan de los MacCallan corria por sus venas.

– Eres El MacCallan.

El sonrio y le hizo un guino.

«Si, muchacha, lo era. Ahora, ese puesto lo ocupas tu», dijo. Entonces se puso en pie, y con seriedad, ejecuto una reverencia elegante, que hizo que Elphame recordara a Cuchulainn. «Tus companeras vienen a buscarte, y no puedo quedarme. En otro momento, muchacha… En otro momento…».

Y desaparecio, dejando solo una voluta de niebla fina que se quedo junto a la fuente.

– ?Mi senora! ?Va todo bien? -exclamo Brenna, desde la entrada.

– ?Si! -respondio Elphame.

Se paso una mano temblorosa por la cara. Ella le habia dicho a su madre que no creia que en aquel castillo hubiera ningun espiritu que quisiera hacerle dano, y lo habia dicho en serio. Sin embargo, nunca se habia planteado que pudiera haber espiritus de otro tipo con los que tuviera que conversar.

– Nunca pense que iba a conocer a El MacCallan en persona.

– ?Has dicho algo, Elphame? -pregunto Brighid, acercandose a ella entre la oscuridad-. Aqui esta muy oscuro. No es de extranar que estes tardando tanto.

– Debemos arreglar los apliques de las paredes y colocar antorchas -dijo Brenna con nerviosismo. Era solo una pequena silueta oscura junto al pelaje blanco, casi etereo, de la Cazadora.

Elphame sonrio e intento que su voz sonara con normalidad.

– Tienes razon. Me ha costado mucho encontrar la daga, pero ya la tengo, asi que por fin podemos marcharnos -dijo, y con una ultima mirada hacia la fuente rodeada de niebla, Elphame se encamino hacia la salida del castillo.

Capitulo 9

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