que estaba dentro, ansioso ante la perspectiva de salir por la aparicion de su amo, no mostro el decoro apropiado. Trafalgar se tranquilizo lo suficiente como para que le otorgaran la libertad, aunque los ritmicos movimientos de la cola revelaron su verdadera opinion sobre el momento. Darcy abrio la puerta y el sabueso echo a correr, describiendo un amplio circulo a su alrededor, antes de levantarse sobre las dos patas. El caballero se inclino y acaricio las orejas del perro. Y fue recompensado con un lameton rapido y furtivo en la barbilla.

– Te juro, viejo amigo -dijo, dirigiendose al suplicante animal-, que ella es tan extraordinaria que si no fuera por la inferioridad de su familia, tu amo se encontraria en una situacion extremadamente peligrosa. -De repente, los musculos del sabueso se tensaron-. ?Trafalgar! -dijo Darcy y trato de levantarse-. ?Abajo! -ordeno, pero el sabueso dio un salto y, con un ladrido exultante, lo tiro de espaldas al suelo.

Capitulo 7

Duelo de verdad

Cuando Darcy termino de arreglarse y quedo finalmente presentable despues del euforico recibimiento de Trafalgar, ya no le quedo mucho tiempo antes de la cena para inspeccionar el paquete que habia llegado mientras su ayuda de camara lo atendia. Estaba bastante seguro de lo que contenia y la expectativa de leer por fin las paginas de los dos delgados volumenes le producia un cosquilleo en las manos. Despues de rasgar la envoltura de papel, Darcy sostuvo a la luz de la ventana los hermosos libros encuadernados en cuero.

?Si, tal como esperaba! El sitio de Badajoz: Relato cronologico del gran desafio de Wellesley, el titulo del primer volumen resplandecio ante el gracias al brillo de la laminilla de oro. El segundo, no menos brillante, anunciaba: Triunfo en Fuentes de Onoro: Impresiones de un caballero-soldado. Darcy los habia pedido tan pronto como el propietario de su libreria favorita, que conocia bien sus gustos e intereses y lo mantenia informado de todas las obras nuevas, le anuncio su proxima publicacion. Al igual que el resto de Inglaterra, Darcy habia seguido las campanas de Wellesley a traves de los periodicos durante el verano, a medida que llegaban los informes de Espana, pero aquellos volumenes constituian el primer relato completo que se iba a publicar despues de los hechos, escrito por un autor anonimo que, se decia, pertenecia al estado mayor del gran hombre. Darcy llevaba varios meses esperandolos con ansiedad. Por eso, cuando Fletcher le abrio la puerta de la habitacion para que saliera, Darcy se metio los libros bajo el brazo con decision y resolvio declinar cualquier distraccion en que le ofrecieran participar despues de la cena.

Por fortuna, la cena fue tranquila aquella noche; el unico acontecimiento destacable ocurrio cuando la senorita Elizabeth anuncio que su hermana se levantaria por primera vez de su lecho de enferma esa noche y se reuniria con ellos en el salon mas tarde. La senorita Bingley se emociono con la noticia y, llamando al mayordomo, le ordeno que arrastrara el sofa de manera que quedara mas cerca del fuego, «para que nuestra querida Jane no reciba ni la mas minima corriente de aire».

– Me pregunto como vamos a entretenerla -dijo y se giro hacia Darcy-. ?Tal vez una partida de whist o de loo?

Darcy dejo el tenedor sobre la mesa y estiro la mano para agarrar su copa.

– Tal vez, pero esa pregunta podria contestarla mejor la senorita Elizabeth, que conoce los gustos de su hermana y sabe si ya se encuentra lo suficientemente fuerte para ello. Personalmente, yo no quiero jugar esta noche. Bingley -dijo, dirigiendose ahora a su amigo-, por fin han llegado los relatos de las campanas del verano - anadio, senalando una mesita que habia junto a la puerta.

– ?De verdad? ?Puedo? -Ante el gesto de asentimiento de Darcy, Bingley trajo los libros y volvio a sentarse en su sitio. Como conocia bien el aprecio que su amigo sentia por los libros, se limpio las manos con la servilleta y abrio con delicadeza el primer volumen, pasando con suavidad las paginas-. ?Magnifico! -suspiro al llegar a un grabado que mostraba a las heroicas fuerzas britanica y espanola desplegadas al pie de la ciudad-. ?Solo los grabados justifican el precio del libro! No me sorprende que los naipes no atraigan tu atencion esta noche. ?Puedo pedirtelos prestados cuando termines?

La sonrisa de asentimiento de Darcy se convirtio en inquietud, cuando la senorita Bingley agarro el segundo volumen antes de que su hermano pudiera ponerle la mano encima.

– Senor Darcy, ?me permitiria leer este mientras usted esta disfrutando el otro? No soportaria tener que esperar hasta que Charles acabe; el lee tan poco que tardara un ano en terminar. Y -anadio con afectacion- creo que es un deber sagrado conocer la verdadera gallardia de nuestros valientes soldados.

Darcy no tuvo otra alternativa que dejar que ella se quedara con el anhelado tomo y entonces dijo en tono tajante:

– Desde luego, senorita Bingley. Un noble sentimiento de su parte. -Le dio un sorbo lento a su vino y fruncio el ceno al ver como ella ponia el libro sobre las migas y manchas del mantel; enseguida penso que tenia que pedir otro ejemplar a Londres. Porque ese, sin duda, le seria devuelto como si hubiese estado presente en la batalla misma que relataba.

Luego las damas se excusaron y dejaron a los caballeros con su oporto. Bingley le entrego a Darcy el libro que habia estado examinando, mientras un criado ponia sobre la mesa, delante de los tres hombres, la bandeja con los vasos y el licor.

– ?Hurst? -Bingley le entrego a su cunado una copa bien llena y luego sirvio dos mas pequenas para el y Darcy. La conversacion fue, en lineas generales, bastante trivial y Darcy anhelo que llegara el momento en que pudieran dirigirse al salon principal, donde podria hojear su libro sin parecer grosero. Tambien Bingley parecia ansioso por terminar con el ritual masculino lo mas pronto posible, y a cada minuto miraba hacia la puerta, como si pudiera ver a traves de ella. Por un acuerdo tacito, los dos se levantaron y se dirigieron al salon, mientras Hurst los seguia un poco rezagado.

Las damas de la casa estaban reunidas alrededor de la senorita Bennet, demostrando su preocupacion y buen animo. La senorita Elizabeth estaba sentada un poco aparte, concentrada, aparentemente, en su bordado, pero observando la escena de la chimenea con tierna devocion. Bingley se adelanto, desde luego, para felicitar a la senorita Bennet por su recuperacion. Darcy hizo lo propio, con una sinceridad que fue aceptada con elegancia por la senorita Jane, pero que parecio despertar una mirada de sorpresa en su hermana. Intrigado por esa reaccion, casi olvida el libro que tenia en la mano mientras observaba como el rostro de Elizabeth se relajaba y volvia a adquirir esas lineas suaves de hermana amorosa que habia visto al comienzo.

Luego, Darcy le dio la espalda, encontro una silla cercana a una lampara y abrio por fin su anhelado relato de la victoria del verano.

– ?La silla es suficientemente comoda, senor Darcy? -pregunto la senorita Bingley.

– Si senorita. Gracias.

– Y la lampara… ?da suficiente luz?

– Suficiente, senorita Bingley. Gracias.

– ?No echa humo? Se le podria levantar dolor de cabeza si echa humo.

– No, no hay humo. -Darcy contesto con absoluta cortesia, conteniendo el impulso de hacer rechinar los dientes por la irritacion que le causaban las persistentes interrupciones de la senorita Bingley. No obstante, un delicado resoplido de risa contenida procedente del divan donde se encontraba la senorita Elizabeth le indico que sus verdaderos sentimientos si eran evidentes, al menos para algunos. Al parecer, la senorita Bingley no se dio por enterada y tras unos momentos de maravilloso silencio, durante los cuales hojeo el libro que tantas ganas tenia de leer, lo dejo a un lado, mientras comentaba lo mucho que le gustaba la lectura y pasar una noche concentrada en un libro.

Darcy decidio no responder a su estratagema. En lugar de eso, agarro su libro con mas fuerza, tratando de hundirse mas en su sillon, en un vano intento por escapar a futuras interrupciones. Miro con precaucion por encima de la cubierta de Badajoz y vio que, milagrosamente, la senorita Bingley dirigia

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