pasos como propietario. La sociedad local es, en mi opinion, poco culta; pero me estan persuadiendo de que es posible encontrar placer en ella. Charles, desde luego, ya esta medio enamorado de una belleza local. La senorita Bingley y la senora Hurst no encuentran nada que les guste y, cuando no estan suspirando por no hallarse en la ciudad, dejan caer claras insinuaciones sobre lo agradable que les parece Pemberley.

En un futuro proximo se ofrecera un baile en Netherfield, ?imaginate! Aparte de eso, ni ellos ni yo tenemos ningun plan. Proximamente tendre que hacer un viaje a Londres para atender asuntos de negocios, pero aun no he decidido si volvere a Hertfordshire o me quedare en la ciudad hasta que me reuna contigo para Navidad.

Mi querida hermana, permiteme que te diga nuevamente lo feliz que me siento por saber que estas bien. No te recomendare que te preocupes de tus estudios porque conozco bien tu dedicacion y ya me siento orgulloso de tus exitos.

Que Dios te guarde, preciosa, porque tu eres el verdadero tesoro de Pemberley, y tambien de mi corazon.

Tu devoto servidor,

Fitzwilliam Darcy

Darcy espolvoreo su carta con la arenilla para secar la tinta, la doblo perfectamente en tres y busco en el interior del escritorio una barra de lacre para sellarla. Despues de localizar una en el fondo de un cajon lleno de cosas, la calento y permitio que unas pocas gotas cayeran sobre el borde de la carta. Inmediatamente saco su sello del bolsillo del chaleco y lo estampo contra la carta. Concluida esa placentera tarea, se recosto en el sillon, contemplando el salon, mientras se golpeaba distraidamente la palma de una mano con la carta que sostenia en la otra.

La senorita Elizabeth ocupaba un divan que estaba a escasos metros, absorta de nuevo en el bordado que habia abandonado brevemente durante su animada discusion de hacia un rato. En opinion de Darcy, representaba la imagen de la costurera dedicada, con el labio inferior atrapado entre delicados dientes blancos, mientras llevaba la aguja a la tela con habilidad. Una inexplicable oleada de alegria lo invadio, mientras admiraba la concentracion y elegancia con que ella empleaba la aguja, con el dedo menique doblado ligeramente. Esa placentera sensacion se convirtio rapidamente en desaliento, cuando se detuvo a pensar en el estado actual de su relacion con la muchacha. Suspirando, se levanto y coloco la carta sobre la bandeja de plata destinada al correo.

?Que podria hacer para volver a ganarse una buena opinion, si es que alguna vez ella habia tenido una buena opinion de el? ?Acaso deberia elogiar su costura? ?Una treta inutil! Ella solo diria gracias y volverian a quedar en un punto muerto. Darcy examino la habitacion, desesperado por encontrar inspiracion, cuando sus ojos se iluminaron al ver el piano arrinconado en una esquina. ?Perfecto!… Si ella accede.

– Senorita Bingley, senorita Elizabeth -comenzo a decir con un poco de torpeza-, ?aceptarian deleitarnos con un poco de musica esta noche? -Los languidos rasgos de la senorita Bingley se iluminaron al oir la invitacion y se levanto enseguida con elegancia. Tan ansiosa estaba por satisfacer la peticion de Darcy, que ya casi habia alcanzado el piano cuando recordo que el tambien se habia dirigido a Elizabeth. La cortesia exigia que, como anfitriona, le ofreciera a su invitada la oportunidad de tocar primero. Dio media vuelta lentamente y con una sonrisa fria invito a Elizabeth a sentarse ante el piano.

Para decepcion de Darcy, Elizabeth declino el ofrecimiento de manera decidida, pero dejo a un lado su bordado. Darcy quiso interpretar ese gesto como la indicacion de que accederia a su peticion despues de que la senorita Bingley terminara. Mientras Elizabeth se acercaba al instrumento, Darcy no pudo evitar que sus ojos la siguieran, ni que cada paso y susurro de su vestido absorbiera toda su atencion. La senorita Bingley comenzo su primera cancion. El deseo de atraer la atencion de Elizabeth de alguna manera luchaba contra la repugnancia de Darcy a hacer el ridiculo, porque estaba seguro de que quedaria como un tonto al tratar de iniciar cualquier coqueteo. ?Coqueteo? La idea le asombro tanto por su novedad como por su naturaleza reveladora. Un rubor subio por su cuello cuando los ojos de Elizabeth se encontraron fugazmente con los suyos. Tratando de ocultarlo, bajo la mirada hacia sus manos, solo para descubrir que se estaba retorciendo el anillo con frenesi.

La senorita Bingley llego al final de la melosa cancion de amor italiana que habia elegido y recibio la ovacion del salon con elegancia pero aparentemente poca satisfaccion. Darcy se percato de repente, cuando se unio a los aplausos, de que ella habia escogido esa cancion con la esperanza de atraer la atencion de el. La sonrisa que esbozaban sus labios se contradecia con el brillo de sus ojos, que le decian que habia notado su distraccion.

La senorita Bingley se dirigio hacia Elizabeth.

– Las canciones de amor pueden ser tan tediosas cuando uno no conoce la lengua -dijo, arrastrando las palabras con maliciosa condescendencia-. ?No le parece a usted, senorita Eliza?

Elizabeth suspendio su examen de los cuadernos de musica que habia sobre el piano.

– ?Ah, senorita Bingley, eso es muy desafortunado! En especial cuando usted las interpreta de una forma tan hermosa. ?Por favor, permitame traducirlas para usted!

A Darcy casi se le corto la respiracion al ver la cara que ponia la senorita Bingley ante el inesperado giro que habia tomado su insinuacion.

– No, no me referia… es decir… eso no sera necesario -balbuceo. Con silenciosa furia, agarro las partituras que descansaban sobre el instrumento y comenzo a tocar un animado aire escoces.

El travieso hoyuelo que Darcy tanto habia admirado en casa de sir William hizo una fugaz aparicion. Sin embargo, su efecto no se redujo de ninguna manera por su brevedad. El caballero se levanto de la silla sin darse cuenta y, antes de recobrar el pleno dominio de si mismo, se encontro junto a ella.

– ?Le apeteceria, senorita Bennet, aprovechar esta oportunidad para bailar una danza escocesa? -Las palabras salieron de su boca de manera atropellada, sorprendiendolo a el tanto como al resto de los presentes.

?Idiota!, se castigo Darcy. ?Bailar una danza escocesa! ?Que es lo que pretendes? Darcy ya la conocia lo suficiente como para que la sonrisa que aparecio en el rostro de la muchacha le sirviera de advertencia sobre lo que podia suceder. Sin embargo, no esperaba que ella guardara silencio. Asi que repitio la pregunta. La segunda vez sono todavia mas ridicula, pero retirarse ahora era impensable.

– ?Oh! Ya habia oido la pregunta -le aseguro Elizabeth-, pero no pude decidir enseguida que contestarle. -La muchacha elevo peligrosamente la barbilla al hacer una pausa. Darcy volvio a sentir como se electrizaba el aire entre ellos y rapidamente se perdono por la torpeza de sus palabras. Preparo su rostro contra los efectos del millar de chispas invisibles que volaban entre ellos-. Se que usted desearia que yo le diera una respuesta afirmativa, para tener asi el placer de criticar mis gustos -lo desafio Elizabeth-, pero a mi me encanta echar por tierra esa clase de trampas y defraudar a la gente que planea un desaire semejante. Por lo tanto, he decidido decirle que no deseo bailar en absoluto. Y ahora -dijo, fulminandolo con la mirada-, desaireeme si se atreve.

?Magnifico! Fue lo unico que se le ocurrio a Darcy mientras observaba como la malicia y la emocion se mezclaban con el encanto y la dulzura de su expresion. Sin embargo, ella no lo habia interpretado bien; pero si lo que venia a continuacion era un intercambio tan delicioso como este, ?que importancia tenia? Darcy se puso una mano en el pecho, como si aceptara haber recibido un golpe directo, y se inclino con solemnidad.

– De hecho, senora -contesto mientras se levantaba y una sonrisa le iluminaba el rostro-, no me atrevo. -Volvio a inclinarse y se aparto. Susurrando una disculpa, abandono el salon y pidio que llamaran a su ayuda de camara. El sabia que solo una actividad al aire libre le proporcionaria el alivio que requeria la agitacion de sus pensamientos y sentimientos. Despues de cambiarse de ropa, llevaria a su perro a dar un paseo y trataria de controlar su propia mente concentrandose en la instruccion del sabueso.

Pocos minutos despues salio de su alcoba poniendose los guantes, y bajo corriendo las escaleras. Cuando estuvo en el exterior, sin embargo, aminoro el paso y se dirigio a los corrales que estaban al lado de los establos. ?Hechicera descarada!, dijo pensativamente, sin poderse quitar de la cabeza la imagen de Elizabeth. ?Con esos modales tan impertinentes y esa mente tan aguda! Y sin embargo, tan dulce y bondadosa con su hermana, cuidandola de las consecuencias de la locura de su propia madre. La imagen de aquella senora acudio entonces a su mente. Un minuto de contemplacion de la vulgaridad y la avaricia de la mujer le sirvio para reafirmar, de alguna manera, la fascinacion por su hija.

Cuando llego a la caseta del sabueso, quito rapidamente el seguro pero no abrio la puerta hasta que el animal

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