– Mi querido Charles -objeto Darcy, mientras se obligaba a dejar de observar a Elizabeth y dirigia la mirada hacia su amigo-, tu lista de esas habilidades cotidianas tiene mucho de verdad. El adjetivo se aplica a mujeres cuyos conocimientos no van mas alla de hacer bolsos de malla o decorar biombos -agrego, y aprovechando la oportunidad para buscar la opinion de Elizabeth, ofrecio la suya-: Pero estoy muy lejos de estar de acuerdo contigo en lo que se refiere a tu estimacion de las damas en general. De todas las que he conocido, no puedo alardear de considerar realmente perfectas mas que a una media docena.

– Ni yo, desde luego -dijo la senorita Bingley. Darcy la ignoro y dirigio su mirada expectante hacia Elizabeth, que no lo decepciono.

– Entonces debe de ser que su concepto de la mujer perfecta es muy exigente.

– Si, es muy exigente.

– ?Oh, desde luego! -se apresuro a intervenir la senorita Bingley-. Nadie puede estimarse realmente perfecto si no sobrepasa en mucho lo que se encuentra normalmente. -Luego procedio a enumerar una serie de conocimientos y habilidades que solo la mejor educacion proporcionaba y que solo el padre mas visionario consideraria apropiada para sus hijas-… pues de lo contrario no mereceria el calificativo mas que a medias - concluyo, dirigiendo una sonrisa compasiva a su invitada.

Elizabeth le devolvio la mirada con un poco de consternacion, los labios apretados y una expresion severa en los ojos. Ardiendo en deseos de conocer la opinion de la senorita Elizabeth, Darcy insistio un poco mas y agrego:

– Debe poseer todo eso, y a ello hay que anadir algo mas sustancial -dijo y senalo con un gesto el libro que ella tenia entre las manos- en el desarrollo de su inteligencia a traves de muchas lecturas.

– Ya no me sorprende que conozca solo a seis mujeres perfectas -le replico Elizabeth con altivez-. Lo que me extrana es que conozca a alguna.

Darcy estuvo a punto de soltar una carcajada al ver la deliciosa indignacion de la muchacha, pero se limito a enarcar una ceja ante su protesta.

– ?Tan severa es usted con su propio sexo que duda de que esto sea posible? -pregunto de manera provocadora.

– Yo nunca he visto una mujer asi -profirio Elizabeth y durante un instante parecio que perdia la seguridad-. Nunca he visto tanta capacidad, tanto gusto, tanta aplicacion y tanta elegancia juntas como usted describe.

Las otras dos damas presentes, segun recordaba Darcy, protestaron enseguida por las expresiones de duda de la senorita Eliza, pero el senor Hurst se quejo por la falta de atencion al juego, llamandolas al orden. Pocos minutos despues Eliza se retiro, llevandose con ella todo el brillo que habia tenido la velada. Satisfecho por la manera en que habia comenzado, Darcy rehuso amablemente jugar otra partida y, tras llamar a su ayuda de camara, dejo a los Bingley solos.

?Ciertamente no es ninguna aduladora!, penso Darcy riendose para sus adentros, mientras daba vueltas en la cama en busca de una postura mas comoda. Ella no estaba dispuesta a tragarse con una sonrisa cualquier estupidez con tal de complacer, ni a inclinarse frente a una encarnizada oposicion.

– Senorita Elizabeth Bennet -dijo Darcy como si se estuviera dirigiendo a ella-, independientemente de sus desafortunadas relaciones, es usted una joven muy particular. Me pregunto que armas traera manana a la batalla.

A la manana siguiente, la senorita Bennet se encontraba un poco mejor, gracias a los amorosos cuidados de su hermana; en consecuencia, fue enviada una nota a Longbourn. La respuesta a dicha nota, con la presencia en la puerta de Netherfield de la senora de Edward Bennet y sus numerosas hijas, se produjo, en opinion de Darcy, demasiado pronto. En ese momento, ellas se encontraban visitando a Jane Bennet, mientras que el y los Bingley deambulaban por el comedor del desayuno, esperando a que las damas bajaran. Bingley mataba el tiempo paseandose de un lado a otro, sentandose para dar un sorbo a su taza de te, volviendo a reiniciar su marcha, dejandose caer luego en un sillon que habia contra la pared y poniendose a jugar nerviosamente con los pastores de porcelana que decoraban la preciosa mesita que estaba junto al sillon.

– Charles, por favor deja la porcelana sobre la mesa, antes de que se rompa -siseo la senorita Bingley, cuya escasa paciencia estaba a punto de agotarse ante la intrusion de la familia Bennet-. ?Y, por favor, deja de pasear! -anadio cuando Bingley volvio a levantarse del sillon-. La senora Bennet no tiene nada que objetar. Le hemos proporcionado a Jane todas las atenciones posibles y ella esta recuperandose. Las muchachas campesinas son criaturas notablemente fuertes, ?no es asi, Louisa?

– Asi es, Caroline. ?Como si no podrian ser tan excelentes caminantes! -La risita de la senora Hurst fue interrumpida por el sonido del picaporte de la puerta.

La senora Bennet entro en el salon delante de sus hijas, agitada y preocupada por el estado de Jane y el horror que le producia la idea de trasladarla a Longbourn, lo cual solo sorprendio a Bingley. Cuando termino su amplia retahila de temores y exaltacion de las virtudes de Jane, Darcy tuvo la certeza de haber resuelto el misterio del particularmente imprudente viaje de la senorita Bennet a Netherfield, hacia dos noches. La unica pregunta que quedaba y que le inquietaba desde que habian enviado la nota a Longbourn era a quien llamarian para que continuara cuidando a la senorita Bennet. Era posible que la senora necesitara la presencia de Elizabeth en casa y enviara entonces a otra hija para que probara suerte en Netherfield. O a una criada… o, Dios no lo permitiera, juro mentalmente Darcy mientras apretaba la mandibula, ?era posible que la madre pretendiera quedarse! Darcy estudio el rostro de Elizabeth mientras atravesaba el salon detras de su madre y se sintio intrigado por la ansiedad que vio en el. Esto no augura nada bueno… ?Puede haber algo de verdad en el alboroto de la senora Bennet? No, si ella esta nerviosa ?es por su madre! Darcy continuo observandolas desde su lugar privilegiado junto a la ventana, con el sol brillando sobre sus hombros, como si estuviera asistiendo a una obra de teatro. La senora Bennet sonreia con afectacion, mientras sus hijas mas jovenes miraban con asombro el lujo del salon y los vestidos de las damas, riendose y murmurando entre ellas de la manera mas vulgar. Para escapar de las payasadas de sus parientes, Elizabeth se habia refugiado junto a Bingley, en un soleado saloncito adyacente. Darcy noto que ahora parecia menos tensa.

– Lizzy -la voz de la senora Bennet interrumpio la brillante conversacion de su hija-, recuerda donde estas y deja de comportarte con esa conducta intolerable a la que nos tienes acostumbrados en casa.

Cuando la voz chillona hizo que se suspendiera toda conversacion en el salon, tambien las reflexiones de Darcy fueron acalladas. El caballero sintio que los musculos de la espalda se ponian en tension. Miro la cara de Elizabeth para ver como una fugaz expresion de dolor cubria su reservado semblante, antes de girarse hacia su madre. ?Aquella mujer era insoportable! Hirviendo de disgusto, Darcy le dio la espalda al salon, antes de que el mismo sobrepasara los limites de la cortesia. ?Acaso era tan inconsciente como para reprender a su hija en publico?

Bingley intervino enseguida para llenar el silencio que se produjo despues.

– No sabia -dijo, siguiendo el hilo de la conversacion que sostenia con Elizabeth antes de la interrupcion de su madre- que se dedicase usted a estudiar el caracter de las personas. Debe de ser un estudio apasionante.

– Si -contesto Elizabeth. Su voz sono, al principio, un poco insegura, pero se fue normalizando a medida que siguio hablando-: Y las personalidades complejas son las mas apasionantes de todas. Al menos tienen esa ventaja.

Darcy se dio la vuelta al oir sus palabras, decidido a animar a Elizabeth y a desautorizar a su madre.

– Pero el campo, en general, no puede proporcionar muchos sujetos para tal estudio. -Elizabeth levanto la vista y lo miro con gesto inquisitivo-. En un pueblo -explico Darcy- se mueve uno en una sociedad muy limitada y homogenea.

– Pero la gente cambia tanto -replico Elizabeth y una chispa de burla testimoniaba que tras sus palabras se escondia un ejemplo-, que siempre hay en ellos algo nuevo que observar.

– Ya lo creo que si -exclamo la senora Bennet de manera estridente, evidentemente ofendida por la manera en que Darcy habia hablado de la gente del campo-. Le aseguro que eso ocurre lo mismo en el campo que en la ciudad.

Darcy se quedo mirandola, incapaz de creer que el fuera el destinatario de los insoportables modales de una persona como esa y el objeto de su abierta antipatia. Su mirada volo despues hacia Elizabeth. La expresion de inquietud mezclada con mortificacion estaba regresando a su rostro. Darcy se trago el punzante desaire que luchaba por salir de su boca, apreto los labios con fuerza y se alejo en silencio.

La conversacion volvio a hacerse fluida, mientras el se paseaba lentamente por el salon. Aunque daba la

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