… para que en todo lo que sea verdadero, puro y hermoso,
Tu nombre sea venerado y venga a la tierra Tu reino;
A traves de Jesucristo, nuestro Senor.
Amen.
Darcy cerro el libro con delicadeza.
El carruaje fue disminuyendo la velocidad a medida que el cochero guiaba los caballos hacia el patio de la iglesia y luego se detuvo completamente frente al sendero que llevaba a la puerta principal. Darcy espero a que Hurst descendiera y le ofreciera la mano a su esposa y luego avanzo hacia la puerta. Con desconsuelo, observo que la senorita Bingley iba detras de ellos, con la esperanza, sin duda, de sentarse junto a el en el banco. Como era su deber, le ofrecio el brazo, el cual ella acepto con un aire de posesion que dirigio principalmente hacia Elizabeth, pero que incluyo a todo Meryton en general. Mientras Darcy la escoltaba hacia la iglesia, descubrio una sensibilidad artistica de la cual no habia sido consciente hasta aquel momento y que temblaba ante el terrible contraste que presentaban el purpura de la senorita Bingley y su propio verde, y nuevamente se pregunto si Fletcher tambien habria tenido algo que ver con aquella combinacion de colores.
Cuando estaba a punto de seguir a la senorita Bingley a traves de la puerta, Darcy se detuvo al ver que Elizabeth estaba saliendo, con una sonrisa de disculpa en sus labios. Despues de sentarse al final del banco, se inclino hacia delante y miro a Bingley, que estaba al otro lado, con una ceja levantada en senal de pregunta. Bingley modulo en respuesta la palabra «chal» y se encogio de hombros. El director del coro se levanto en ese momento y les hizo senas a los ninos para que comenzaran el himno procesional. El coro de doce miembros inicio su solemne procesion por el pasillo, seguido por el vicario y su joven asistente. Unos segundos despues, Darcy sintio una corriente de aire calido y, cuando bajo la vista, vio que Elizabeth estaba a su lado, con un pesado chal de lana en los brazos.
– Por favor, senor, ?seria usted tan amable de pasarle esto a Jane? -susurro sin aliento. Darcy tomo el chal y se lo paso a la senorita Bingley, mientras observaba discretamente por el rabillo del ojo como Elizabeth vigilaba el avance del chal a lo largo del banco. Darcy supo en que momento exactamente recibio el chal la senorita Bennet, pues vio la tierna sonrisa que ilumino la cara de su hermana y sintio que el mismo comenzaba a esbozar una sonrisa, cuando el coro termino el himno y el vicario los invito a rezar.
Las palabras de la invocacion, que resultaban tan familiares para Darcy, fluyeron a traves de el, hablandole de un orden superior de grandeza que rara vez dejaba de sobrecogerle, a pesar de que los constantes susurros de la senorita Bingley, que se quejaba del frio y de la duracion de la oracion, fueron obstaculos enormes. Sono entonces el «amen», del que hicieron agradecido eco varios de los miembros de su grupo, y se anuncio el primer himno. Era un himno que Darcy no conocia, asi que prefirio escuchar en lugar de tratar de seguirlo. El hecho de que a su lado se encontrara la dama cuya voz tanto le habia gustado la semana anterior fue un mayor estimulo para guardar silencio. Y no se sintio decepcionado; la voz de Elizabeth sobresalia con tono seguro, con un sentimiento y una gracia que lo conmovieron profundamente. En el ultimo verso, Darcy unio su voz de baritono a la voz de soprano de ella, lo cual provoco la risa a un par de jovencitas que estaban delante. Cuando volvieron a sentarse, el caballero solo tuvo que soportar una vez el examen de las chiquillas, antes de dedicarles una mirada de censura fulminante que solo sirvio para desatar otro paroxismo de estupidez por parte de las ninas. Para aumentar su indignacion, Elizabeth parecia no poder contener la tentacion de unirseles, y tuvo que ponerse rapidamente la mano enguantada sobre la boca, mientras lo miraba con gesto travieso. Darcy la ignoro con arrogancia y dirigio su atencion al vicario.
Llego el momento de la confesion dominical. Darcy murmuro la oracion de memoria, sin detenerse mucho pues creia que las frases que se referian a la desobediencia y la ingratitud eran de poca aplicacion. Cuando llegaron al momento en que se incluia en la lista el pecado del orgullo, Elizabeth se movio junto a el, y con delicadeza, pero claramente, carraspeo. Esto le proporciono a Darcy la justificacion perfecta para hacer enfasis en el siguiente pecado: la
Cuando se anuncio el segundo himno, estaban en un punto muerto y Darcy trato de protegerse de los efectos que tenia la voz de la muchacha sobre sus traicioneros sentidos. Aquel himno si lo conocia bien. Al girarse ligeramente en direccion a la senorita Bingley, Darcy logro evitar la mirada burlona de Elizabeth, pero con el desafortunado resultado de darle a la otra dama la idea de que podia volver a reclamar su atencion. Fue una pesima idea, porque la voz de Elizabeth siguio invadiendo sus sentidos y ahora, ademas, se vio obligado a lidiar tambien con los comentarios y las quejas de la senorita Bingley.
– Preparense para recibir al Senor -pronuncio con voz solemne el reverendo Stanley al leer las Escrituras-. Recorran el camino recto a traves del desierto hacia nuestro Dios. -Darcy saco otra vez su libro de oraciones y paso rapidamente las paginas en busca de esos pasajes.
– ?Tch! -Darcy bajo la mirada al oir el sonido que provenia de la desconsolada actitud de Elizabeth, que se mordia el labio inferior con consternacion y contemplaba sus manos vacias. Despues de dudar solo un segundo, puso con galanteria el lado izquierdo de su libro entre las manos de ella e inclino la cabeza para acomodarse de manera que ella tambien pudiera ver.
– Dios todopoderoso, concedenos la gracia… -leyeron juntos. Inclinado sobre el libro, el aliento de Darcy hacia temblar los rizos que flotaban alrededor de las orejas y las sienes de Elizabeth, distrayendolo poderosamente de la pagina que compartian-, para que podamos alejar las obras de la oscuridad y ponernos la armadura de la luz… -Haciendo un gran esfuerzo, Darcy logro concentrarse en el texto y fue capaz de terminar sin que su mente se desviara por peligrosos vericuetos. A su lado, Elizabeth se recosto contra el duro banco, buscando de manera inconsciente una posicion comoda para escuchar el sermon del reverendo Stanley. Los intentos de Darcy por hacer lo mismo fueron totalmente infructuosos. Atrapado como estaba entre dos damas, no se atrevio a permitir que ninguna parte de su cuerpo estuviera demasiado cerca de ellas, asi que sus posibilidades quedaron reducidas a sentarse totalmente recto, de una manera que le recordo dolorosamente al pupitre escolar. No habia nada que hacer, de modo que Darcy se resigno a su suerte, cruzo los brazos sobre el pecho y fijo la vista en la cara del vicario.
Providencialmente, el senor Stanley era un energico predicador, y atrajo el interes de Darcy con la suficiente fuerza como para permitirle olvidarse, durante la mayor parte del tiempo, de la rigidez de sus musculos y la peligrosa consciencia de la inquietante mujer que tenia a la izquierda. Sin embargo, cuando el servicio concluyo y se canto el ultimo himno, Darcy estaba ansioso por ponerse de pie y buscar en el exterior la oportunidad de aliviar la tension de su espalda y sacar a la dama de su mente.
– Senor Darcy -se oyeron dos voces, una de cada lado.
– ?Senorita Bingley, senorita Elizabeth? -dijo Darcy y se quedo esperando con curiosidad a ver cual de las dos le cederia a la otra su atencion.
– Por favor, senorita Bingley, usted estaba primero -dijo Elizabeth que, haciendo una ligera reverencia, se alejo y tomo el brazo del
– No tienen calientapies, senor Darcy, ?y con
– Como desee, senorita Bingley -respondio Darcy de manera distraida, mientras fijaba su atencion en un pequeno revuelo que tenia lugar en la parte reservada a los criados.
– Tal vez Charles deberia pedirle al sacristan que hiciera algo al respecto. ?Como pueden pretender que uno