frio trepandome por las venas, el agotamiento. Cerre los ojos contra el dolor y deje que la corriente me meciera de un lado a otro.
Percibi un movimiento a mi lado. Un destello de luz solar sobre la piel. Me pregunte que seria: ?quizas algun tiburon o algun delfin que habia venido a presenciar mis ultimos momentos? Pero entonces, unos brazos humanos se deslizaron bajo mis axilas y me arrastraron hacia la superficie.
La luz del sol me quemo los ojos llenos de agua salada.
A traves de la distancia, oi a una mujer gritando:
– ?No! ?Oh, Dios mio! ?No!
Era Irina.
Una ola me paso sobre la cabeza. El agua del oceano me recorrio el rostro y el cabello. Pero aquellos brazos me elevaron mas y mas alto, y alguien me cargo sobre sus hombros. Sabia quien era mi salvador. Otra ola se estrello sobre nosotros, y, aun asi, el me mantuvo firmemente agarrada, clavandome los dedos en los muslos. Tosi y balbucee. «Dejame morir», quise decirle, pero no me salio mas que agua por la boca.
Sin embargo, Ivan no me oyo. Me dejo en la arena y apoyo la cabeza contra mi pecho. Su pelo humedo me rozo la piel, pero no debio de oir nada. Me puso boca abajo y me presiono con las manos contra la parte de atras de las costillas, despues me froto las extremidades vigorosamente. La arena pegada a las palmas de sus manos me arano la piel, y senti los granos en los labios. Sus dedos temblaban, y la pierna que habia colocado sobre la mia se estremecio.
– ?Por favor, no! -me grito, con las lagrimas ahogandole la voz-. ?Por favor, no lo hagas, Anya!
Aunque tenia una mejilla apoyada en el suelo, pude ver a Irina de pie en la orilla, sollozando. Una mujer le habia puesto una toalla sobre los hombros y estaba tratando de consolarla. Senti dolor en el corazon. No queria hacerles dano a mis amigos. Pero mi madre me estaba esperando en las rocas. Yo no era la persona fuerte que todos pensaban, y ella era la unica que lo sabia.
– Dejala ir, companero. Dejala ir -escuche que decia otro socorrista, mientras se arrodillaba para examinarme-. Mira el color de su rostro. La espuma de su boca. Ya se ha ido.
El otro me toco el hombro, pero Ivan lo aparto de un empujon. El no me dejaria marchar. Me resisti cuando me apreto contra su cuerpo, luche contra todo lo que estaba haciendo para salvarme. Pero su voluntad era mas solida que la mia. Me golpeo con los punos cerrados hasta que algo parecido a un viento feroz entro como un soplo en mis pulmones. Senti un espasmo agudo y el agua del oceano dio paso a una rafaga de aire. Alguien me recogio. Vi una aglomeracion de gente y una ambulancia. Irina e Ivan estaban sobre mi, sosteniendose mutuamente y llorando. Volvi la cabeza hacia las rocas. Mi madre se habia marchado.
Todas las noches de la semana siguiente, Ivan vino a visitarme al Hospital de San Vicente, el cabello le olia a jabon Palmolive y traia una gardenia en la mano. Su rostro estaba quemado por el sol, y caminaba lenta y rigidamente, agotado por el traumatico fin de semana. Cuando Ivan llegaba, Betty y Ruselina, que pasaban los dias leyendome o escuchando la radio mientras yo dormia, se levantaban para marcharse. Siempre se comportaban como si Ivan y yo tuvieramos cosas importantes de las que hablar, y corrian la cortina verde a nuestro alrededor para proporcionarnos privacidad antes de escabullirse a la cafeteria. Pero Ivan y yo nos dijimos muy poco. Compartiamos una comunicacion que iba mas alla de las palabras. El amor, como pude comprobar, era mas que un sentimiento. Tambien estaba en los actos que uno llevaba a cabo. Ivan me habia salvado y habia insuflado vida en mi con tanta decision como una mujer dando a luz. Habia introducido vida en mi interior a golpe de punos y no me iba a dejar morir.
Durante mi ultima noche de hospitalizacion, cuando los medicos opinaron que mis pulmones estaban de nuevo limpios y fuertes, Ivan extendio la mano y toco la mia. Me miro como si yo fuera un tesoro de valor incalculable que habia sacado del mar y no una joven suicida. Recorde lo que me habia dicho sobre que comprender era mas importante que olvidar.
– Gracias -le dije, entrelazando mis dedos con los suyos. Entonces supe que, fuera lo que fuese lo que antes me impedia amarle, habia desaparecido. Cuando me toco, quise volver a vivir. El tenia la suficiente fuerza como para sostenernos a ambos.
19
Nosotros, los rusos, somos pesimistas. Nuestras almas son oscuras. Creemos que la vida es un sufrimiento aliviado unicamente por breves momentos de felicidad, que pasan tan rapido como las nubes en un dia de viento, y a los que les sigue la muerte. Por su parte, los australianos son pesimistas de una variedad mas rara. Ellos tambien creen que la vida es dura, y que las cosas tienden a empeorar con mucha mas frecuencia que a mejorar. Sin embargo, incluso cuando la tierra de la que crece su sustento se seca como una roca y todo su ganado muere, siguen levantando la mirada al cielo y esperan un milagro. El ano que cumpli treinta y seis, cuando la esperanza comenzaba a abandonarme, experimente dos milagros consecutivos.
El ano anterior, Ivan y yo nos habiamos mudado a nuestro nuevo hogar en Narrabeen. La construccion de aquella casa habia sido un proyecto que habia durado dos anos y que habia comenzado con la inspeccion de un terreno sobre una colina en una esquina de Woorarra Avenue. Estaba cubierto de eucaliptos, angophoras y helechos arborescentes, y tenia vistas a una laguna. Ivan y yo nos enamoramos a primera vista de aquel lugar. El recorrio el borde de la parcela, apartando la hojarasca de helechos espada y saltando sobre las rocas, mientras yo tocaba la gravilla y las fucsias autoctonas y comenzaba a imaginarme un jardin vivo y exotico, habitado por frondosas plantas de mi segunda tierra natal. Dos anos mas tarde, una casa de dos pisos se erigia en medio del terreno, con paredes pintadas de color manzana y naranja, y moqueta en todo el piso. El bano estaba decorado con un mosaico de azulejos y revestido de madera. La cocina de estilo escandinavo tenia vistas a la piscina, y los ventanales triples de la sala de estar daban a un balcon desde el que tambien se veia el agua.
Tenia cuatro habitaciones: la nuestra, que era el dormitorio principal con bano, una en el primer piso, que yo utilizaba como oficina, la habitacion de invitados con dos camas individuales, y una soleada habitacion al lado de la nuestra que no tenia ningun tipo de mobiliario. Aquel cuarto representaba nuestra desdicha, la unica tristeza que habiamos conocido desde que estabamos felizmente casados. A pesar de todos nuestros esfuerzos, Ivan y yo no habiamos sido capaces de concebir un hijo, y empezaba a parecer improbable que lo consiguieramos. El ya tenia cuarenta y cuatro anos y, en aquella epoca, se consideraba que yo, con treinta y seis, ya habia sobrepasado hacia tiempo la edad fertil femenina. Sin embargo, sin haberlo expresado con palabras, habiamos dejado vacia aquella habitacion para nuestro bebe, como si esperaramos que, reservandole un bonito lugar, acabaria por aparecer. Eso es a lo que me referia cuando hablaba de levantar la mirada al cielo y esperar un milagro.
Me la habia imaginado con frecuencia, aquella nina que no se haria realidad. Era la misma con la que sone en Shanghai, cuando anhelaba un bebe al que poder querer. No habia llegado, pensaba, porque Dimitri no era el hombre adecuado para ser padre. Pero Ivan era un buen hombre, un hombre capaz de proporcionar mucho amor y de hacer grandes sacrificios. Me escuchaba y recordaba lo que le decia. Cuando haciamos el amor, me cogia el rostro entre las palmas de sus manos y me miraba tiernamente a los ojos. Y aun asi, mi nina no habia venido. La llamaba mi ninita corredora, porque, siempre que me la imaginaba, era eso lo que estaba haciendo. A veces, en el supermercado, la veia mirandome a hurtadillas tras las conservas, con el oscuro cabello alborotado cayendole sobre los ojos ambarinos. Me sonreia con unos brillantes labios color rosa, con una sonrisa enjoyada por dientecillos en miniatura. Y entonces, tan pronto como habia aparecido, salia corriendo. Acudia al jardin de nuestra nueva casa, al que yo le dedicaba muchas horas, trabajando como una loca, para compensar la incapacidad de no haberla podido traer al mundo. Escuchaba su risa alegre entre los calistemos carmesies y, cuando me volvia, solo alcanzaba a ver brevemente sus regordetas piernas de bebe escapandose de mi. Corria y corria tan deprisa que nunca lograba cogerla. Mi ninita corredora.
Sin embargo, Irina y Vitaly habian sido mas que fertiles. Habian tenido dos ninas, Oksana y Sofia, y dos ninos, Fiodor y Yuri, y estaban planteandose la posibilidad de tener otro mas. Irina se aproximaba a los cuarenta con mucha naturalidad. Se enorgullecia de sus anchas caderas, de su espesa piel color oliva y de los mechones grisaceos que adornaban su cabello. En cambio, yo todavia parecia una adolescente en el cuerpo de una mujer,
