y hombres vestidos con gruesas chaquetas y orejeras de piel de pie frente a las maquinas. La pista de aterrizaje era negra como la pizarra. A pesar de la reputacion de la Aeroflot y de la temperatura glacial, el piloto logro que el avion aterrizara con la elegancia de un cisne posandose sobre un lago.
Cuando el avion se detuvo, la azafata nos indico que nos dirigieramos a la salida. La gente se aglomero para bajar, por lo que Ivan cogio a Lily de mis brazos para poderla elevar sobre la muchedumbre de viajeros que se empujaban unos a otros en direccion a la puerta del avion. Una rafaga de viento helador recorrio la cabina. Cuando me aproxime a la salida y vi el edificio de la terminal con sus ventanas llenas de hollin y el alambre de puas que recubria los muros exteriores, comprendi que el sol y la calidez de mi pais de adopcion estaban lejos de alli. El aire era tan frio que casi estaba tenido de azul. Me escocio el rostro, y la nariz comenzo a gotearme. Ivan tapo a Lily, escondiendola aun mas bajo su abrigo para protegerla del viento glacial. Baje la cabeza y mantuve la mirada fija en la escalerilla. El forro de mis botas era de piel, pero, tan pronto como pise el asfalto de la pista y me dirigi hacia el autobus que nos llevaria a la terminal, comenzaron a congelarseme los pies. Ademas, experimente otra sensacion mas profunda. Cuando pise el suelo ruso, supe que estaba a punto de completar un viaje que habia iniciado hacia muchisimo tiempo. Habia regresado a la tierra de mi padre.
En el interior de la lugubre area de llegadas iluminada por tubos fluorescentes del aeropuerto de Sheremetievo, comence a caer en la cuenta de la realidad de lo que Ivan y yo estabamos a punto de hacer con un sentimiento de panico anticipado. Recorde que el general me habia susurrado al oido:
– No os podeis permitir ningun fallo. Todo aquel con el que mantengais cualquier contacto sera interrogado sobre vuestro comportamiento. Las camareras del hotel, los taxistas, la mujer a la que le pagueis unos cuantos rublos por unas postales baratas… Tened en cuenta que lo mas normal sera que en vuestra habitacion haya microfonos ocultos.
Ingenuamente, yo habia protestado:
– No somos espias. Solo somos una familia tratando de volver a reunirse.
– Si venis de Occidente, sois espias o, como minimo, una mala influencia en lo que respecta a la KGB. Y lo que estais planeando se considerara alta traicion -me advirtio el general.
Llevaba meses practicando para poner un gesto lo mas inexpresivo posible y para contestar a las preguntas sin vacilacion y de un modo sucinto, pero, en cuanto vi a los soldados cerca de la puerta de salida con las metralletas a la espalda y al agente de aduanas paseandose con su pastor aleman de un lado a otro, me empezaron a temblar las piernas, y me latia con tanta fuerza el corazon dentro del pecho que me aterrorice pensando que pudiera delatarnos. Cuando partimos de Sidney en el Dia de Australia, el bronceado agente de aduanas nos habia entregado una bandera en miniatura a cada uno y nos habia deseado «felices vacaciones».
Ivan me paso a Lily y se puso a la cola detras de unos cuantos extranjeros que venian en el mismo vuelo que nosotros. Se metio la mano en el bolsillo del abrigo en busca de nuestros pasaportes y los abrio por las paginas en las que aparecia nuestro nuevo apellido, Nickham. «No negueis vuestra ascendencia rusa si os preguntan -nos recomendo el general-, pero tampoco llameis la atencion sobre el tema.»
– Si, Nickham es mucho mas facil de pronunciar que Na-ji-mov-ski -comento el encargado de cara redonda del Registro Civil australiano, echandose a reir cuando le entregamos el formulario de peticion de cambio de nombre-. Muchos de ustedes, los nuevos australianos, se estan cambiando el nombre. Nos hace la vida mas facil. Lilliana Nickham. Estoy seguro de que, cuando sea mayor, sera actriz, o algo por el estilo.
No le dijimos al encargado que queriamos anglicanizar nuestro apellido para conseguir los visados de la embajada rusa sin problemas. «Anya, los dias de las purgas de Stalin contra los descendientes de la nobleza han terminado, e Ivan y tu sois ciudadanos australianos -explico el general-, pero, si llamais la atencion, podriais poner a tu madre en peligro. Incluso bajo Brezhnev, si admitimos tener parientes en el extranjero, podriamos terminar nuestros dias en un asilo psiquiatrico, para purificarnos de las ideas capitalistas que hayamos podido absorber.»
La agente de aduanas leyo nuestra documentacion y examino todas las paginas de nuestros pasaportes. Fruncio el ceno mientras contemplaba nuestras fotografias y observo con detenimiento la cicatriz en el rostro de Ivan. Aprete a Lily contra el pecho para confortarla y transmitirle calor. Trate de no bajar la mirada (el general nos dijo que aquello se consideraba senal de traicion) y fingi que estaba estudiando la fila de banderas que ocupaba toda una pared. Rece por que el general llevara la razon, y no tuvieramos que tratar de hacernos pasar por sovieticos: incluso con la ayuda interna de Vishnevski, el general nos dijo que no podria conseguirnos los papeles para la residencia, e, incluso de haberlos conseguido, si nos interrogaban, quedaria claro que Moscu no era nuestra ciudad natal.
La agente de aduanas mantuvo en alto el pasaporte a Ivan y paseo la mirada entre el documento y el propio Ivan, como si estuviera intentando ponerle nervioso. Apenas podiamos negar que nuestros ojos fueran claramente eslavos, y nuestros pomulos rusos, pero algunos de los corresponsales extranjeros britanicos y estadounidenses eran hijos de inmigrantes rusos. ?Que teniamos nosotros de raro? La agente fruncio el ceno y llamo a su colega, un joven con facciones muy definidas que estaba clasificando unos documentos detras de ella en la garita. Se me nublo la vista, con manchas blancas danzandome ante los ojos. ?Como podia ser posible que no fueramos a pasar ni el primer obstaculo? El companero de la funcionaria le pregunto a Ivan si Nickham era su verdadero nombre y cual era su direccion en Moscu. Pero le pregunto todo aquello en ruso. Era una artimana, pero Ivan no cayo en la trampa.
– Por supuesto -respondio en ruso, y le proporciono la direccion de nuestro hotel. Me di cuenta de que el general estaba en lo cierto. En comparacion con la voz aspera que ladraba la informacion sobre los vuelos por los altavoces del aeropuerto, el ruso de Ivan era un lenguaje elegante y presovietico que no se habia oido en Rusia desde hacia cincuenta anos. Sonaba a ingles hablando con el lenguaje de la epoca de Shakespeare, o a un extranjero que hubiera aprendido ruso de libros de texto de segunda mano.
El agente de aduanas gruno y agarro el tampon de tinta de su companera. Con una rapida sucesion de estruendosos golpes, sello nuestros papeles y se los entrego a Ivan, que los reunio todos en su cartera de viaje y les dio las gracias a los funcionarios. Pero la agente tenia un comentario final que hacerme cuando yo pase a su lado:
– Si vienen de un clima calido, ?por que trae a un bebe tan pequeno a este pais en invierno?, ?que pretende?, ?que se muera de frio?
La ventanilla del taxi tenia una grieta, asi que tape con el brazo el agujero para evitar que la siseante corriente de aire enfriara a Lily. No habia visto un coche en peores condiciones desde que Vitaly compro su primer Austin. Los asientos estaban tan duros como planchas de madera, y el salpicadero era un amasijo de cables y tintineantes tornillos pegados con cinta adhesiva. Cuando tenia que poner el intermitente, el conductor abria la ventanilla y hacia gestos con la mano en el aire glacial. Pero, la mayoria de las veces, ni siquiera se molestaba.
En la salida del aeropuerto, habia un atasco. Ivan le tapo a Lily la nariz y la boca con su chal para que no respirara el humo de la contaminacion. El conductor se palpo el bolsillo y salio de un salto del coche. Vi que estaba colocando en su lugar los limpiaparabrisas. Volvio a su asiento de otro salto y cerro la puerta del coche.
– Se me habia olvidado que los habia quitado -comento. Mire a Ivan, que se encogio de hombros. Solo se me ocurria que el taxista hubiera quitado los limpiaparabrisas por miedo a que se los robaran.
Un soldado dio unos golpecitos en la ventanilla y le ordeno al conductor que colocara el coche a un lado de la carretera. Me di cuenta de que el resto de los taxis y automoviles estaban haciendo otro tanto. Una limusina negra con las cortinillas corridas se deslizo por la carretera como un siniestro coche funebre. Los demas coches arrancaron el motor y siguieron a la limusina. Una palabra flotaba en el aire, pero ninguno de nosotros la pronuncio en alto. Nomenklatura. Los privilegiados del partido.
A traves de la ventanilla salpicada de gotas de lluvia, veia la carretera bordeada por abedules. Contemple sus finos troncos blanquecinos y la nieve manteniendose en equilibrio sobre sus ramas desnudas. Aquellos arboles eran como criaturas sacadas de un cuento de hadas, seres mitologicos de alguna de las historias que mi padre me
