El aire de la noche permanecio pegajoso e inmovil. En lugar de quitarme las sabanas de encima, logre enfundarme en ellas como en un capullo. Me desperte a primera hora de la manana, acalorada e irritada. Amelia y Serguei estaban peleandose abajo, y sus palabras resonaban claramente, como dos copas de cristal tintineando, por la quietud del aire.

– ?Que estas haciendo, viejo loco? -le espeto Amelia, con su voz distorsionada por el alcohol-. ?Por que te preocupas tanto por ellos? ?Mira todas estas cosas! ?Donde has estado guardandolas durante todo este tiempo?

Escuche el sonido de las tazas chocando contra los platos, y de la cuberteria resonando contra la mesa. Serguei contesto:

– Ellos son como nuestros… como mis hijos. Este sera el momento mas feliz en anos.

Amelia dejo escapar una serie de agudas risotadas.

– ??Sabes que la unica razon de que se casen es que no pueden esperar para follarse!! ?Si verdaderamente se amaran, esperarian hasta que ella tuviera dieciocho anos!

– Vete a la cama. Me averguenzo de ti -le respondio Serguei, levantando la voz sin alterarse-. Marina y yo teniamos la misma edad que Dimitri y Anya cuando nos casamos.

– ?Oh, claro! Marina -exclamo Amelia.

La casa se sumio en el silencio. Unos minutos despues, escuche pasos en la entrada y la puerta de mi cuarto se abrio. Aparecio Amelia, de la que percibi una imagen borrosa de su cabello negro y un vestido de noche blanco. Se quedo alli parada, mirandome, ignorante de que yo estaba despierta. Su mirada me produjo un escalofrio, como si una larga una afilada me estuviera recorriendo la columna vertebral.

– ?Cuando vais a dejar de vivir todos vosotros en el pasado? -exclamo en voz baja.

Trate de no moverme mientras me miraba. Fingi un suspiro sonoliento y ella se retiro, dejando la puerta abierta tras ella.

Espere hasta que escuche el sonido del pestillo de la puerta del dormitorio de Amelia antes de deslizarme fuera de la cama y bajar al primer piso. Senti el frescor de las baldosas contra mis ardientes pies, y los humedos dedos de mis manos se pegaban a la balaustrada. El aire polvoriento olia a perfume de limon. El primer piso estaba oscuro y vacio. Me preguntaba si Serguei se habria ido tambien a la cama, hasta que percibi la delgada linea de luz que provenia de la puerta del comedor. Avance de puntillas por el vestibulo y apoye la oreja contra la madera tallada. Escuche una melodia arrulladora, tan intensa y fascinante que fue como si me entrara en la sangre y me hiriera la piel desde dentro. Vacile un instante antes de girar el pomo de la puerta.

Las ventanas estaban totalmente abiertas y habia un gramofono sobre el aparador. Gracias a la tenue luz de la manana pude ver que la mesa estaba totalmente cubierta de cajas. Algunas estaban abiertas, y de ellas sobresalia un papel de envolver tan amarillento y agrietado que se arrugo cuando lo toque. Contenian montanas de platos y fuentes, apiladas en orden segun su estampado. Cogi uno. Tenia el borde dorado y llevaba el sello de un blason familiar. Escuche un gemido. Levante la mirada para ver la silueta de Serguei hundida en una silla junto a la chimenea. Hice una mueca, esperando ver la maloliente llama azul elevandose desde donde se encontraba. Pero Serguei no estaba fumando opio y, a partir de aquella noche, no volveria a hacerlo. Una de sus manos colgaba sin fuerzas a un lado y pense que estaria dormido. Uno de sus pies reposaba junto al lateral de una maleta abierta, de la cual brotaba algo que parecia una voluminosa nube blanca.

– El Requiem de Dvorak - comento, girandose para mirarme. Su rostro se mantenia en sombra, pero pude percibir lo demacrado que estaba alrededor de los ojos y el color azul moteado de sus labios-. A ella le encantaba esta parte. Escucha.

Me acerque a el y me sente en el brazo de la silla, acunando su cabeza entre mis brazos. La musica nos envolvio. Los violines y los tambores crecieron como una tormenta, hasta el punto de que anhele que la melodia llegara a su fin. Serguei me apreto la mano con la suya. Yo presione sus dedos contra mis labios.

– No dejamos de anorarlas, ?verdad que no, Anya? -me pregunto-. La vida no prosigue tal y como te dicen. Se detiene. Solo los dias siguen pasando.

Me incline y pase la mano por encima del objeto niveo dentro de la maleta. Era sedoso al tacto. Serguei tiro del cable de la lampara y, con mas luz, comprobe que estaba tocando capas de tejido.

– Cogelo -me ordeno.

Levante la tela y adverti que era un traje de novia. La seda era antigua, pero estaba bien conservada.

Entre Serguei y yo sacamos el pesado vestido y lo extendimos sobre la mesa. Admire el brocado, y el motivo del corpino bordado me recordo a los soles en espiral de Van Gogh. Estaba segura de que podia oler la fragancia de violetas que desprendia la tela. Serguei abrio otra maleta y extrajo un objeto envuelto en papel transparente. Coloco la corona dorada y el velo en la parte superior del vestido, mientras yo alisaba la falda. La cola estaba ribeteada por cintas de saten azules, rojas y doradas. Los colores de la nobleza rusa.

Serguei contemplo el vestido, con el recuerdo de su feliz pasado brillandole en los ojos. Sabia lo que me iba a pedir antes de que lo dijera.

Dimitri y yo nos casamos poco despues de mi decimosexto cumpleanos, entre la fragancia embriagadora de miles de flores. Serguei se habia pasado todo el dia anterior buscando a los mejores floristas y recorriendo los jardines privados mas elegantes de toda la ciudad. El y su criado volvieron en un coche atestado de arreglos florales, con las manos llenas de cortes. Transformaron el vestibulo de entrada del Moscu-Shanghai en un jardin aromatico. Rosas duquesa de Bravante con sus capullos de copa doble perfumaban el aire con un dulce aroma a frambuesa. Ramos de rosas Perle des Jardins de color amarillo canario, cuya fragancia era parecida a la del te recien hecho, brotaban de entre el follaje color verde oscuro brillante. Entre estas voluptuosas flores, Serguei dispuso ramitos de lirios calla y orquideas sandalia de Venus. A esta mezcla embriagadora le sumo cuencos de peltre llenos de cerezas, manzanas especiadas y uvas, de modo que el efecto final provocaba un total abandono de los sentidos.

Serguei me llevo al vestibulo y Dimitri se volvio para mirarme. Cuando me vio con el vestido de novia de Marina, con un ramo de violetas en la mano, se le llenaron los ojos de lagrimas. Se acerco apresuradamente a mi y presiono su rostro recien afeitado contra mi mejilla.

– Anya, al fin estas aqui -me dijo-. Eres una princesa y me has convertido en un principe.

Eramos apatridas. Nuestro matrimonio no significaba apenas nada para la Iglesia oficial o para el gobierno, tanto el chino como los extranjeros. Pero gracias a sus contactos, Serguei habia conseguido encontrar a un militar frances que deseaba oficiar la ceremonia. Desgraciadamente, la fiebre del heno que el pobre hombre sufria le obligaba a pararse cada pocas frases para sonarse la inflamada nariz. Mas tarde, Luba me dijo que el oficial habia llegado pronto y que, cuando vio las bellas rosas, se habia precipitado sobre ellas, para inhalar su perfume como un hombre sediento bebiendo agua, aunque sabia que las flores le harian enfermar.

– Ese es el poder de la belleza -me dijo, mientras me alisaba el velo-. Usalo mientras puedas.

Mientras Dimitri y yo intercambiabamos nuestros votos, Serguei se mantuvo de pie junto a mi, con Alexei y Luba un paso atras. Amelia se sento, distante, junto a una de las falsas ventanas, con aspecto de clavel entre las rosas, por el rojo vestido de volantes y el sombrero que llevaba. Bebia sorbos de champan de una copa en forma de flauta, con el rostro dirigido hacia el cielo pintado de azul, como si todos estuvieramos en un picnic y ella estuviera contemplando la vista. Pero me sentia tan feliz aquel dia que incluso su malhumorada groseria me divertia. Amelia no podia soportar no ser el centro de atencion. Pero nadie se lo reprocho ni hizo ningun comentario. Despues de todo, se habia arreglado y habia venido. Y para el poco afecto que podiamos esperar de Amelia, aquello parecia suficiente.

Despues de haber intercambiado los votos, Dimitri y yo nos besamos. Luba marcho alrededor de nosotros tres veces mientras sostenia un icono de san Pedro, al tiempo que su marido y Serguei restallaban unos latigos y gritaban para alejar a los espiritus malignos. El oficial concluyo la ceremonia con un estornudo tan fuerte que una de las vasijas se cayo y se estrello contra el suelo, esparciendo una riada de petalos que flotaron hacia nuestros pies.

– Lo siento muchisimo -se disculpo.

– ?No lo haga! -le contestamos todos alegremente-. ?Da buena suerte! ?Ha espantado usted al diablo!

Serguei preparo el banquete de boda con sus propias manos. Llego a la cocina del club a las cinco de la manana, cargado de carnes y verduras frescas del mercado. El pelo y los dedos se le habian quedado impregnados de los aromas de las hierbas exoticas que habia utilizado para confeccionar un banquete de pure de berenjena, solyanka, salmon ahumado y dviena sterlet en

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